Los mejores cuentos Policíacos de Edgar Allan Poe: Selección de cuentos
Por Edgar Allan Poe
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Entre la abundante y maravillosa obra de Edgar Allan Poe, escritor norteamericano considerado por muchos el padre de la literatura de intriga y terror, destaca la creación del primer «detective» reconocible a nivel mundial: C. Auguste Dupin, personaje en el que se basaría Arthur Conan Doyle para dar vida a su avispado Sherlock Holmes o Agatha Christie para concebir a su ingenioso Hércules Poirot. En cualquier caso, con Dupin se establece el germen de la destreza lógico-deductiva que utilizarán los detectives a partir de él, así como el arte de «introducirse» en la mente del criminal para, de alguna manera, deducir sus pasos y descubrir, con la suma de cada uno de ellos, el misterio que oculta el delito cometido.
En esta selección hemos reunido sus tres famosos casos resueltos: Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada, tres historias apasionantes que le mantendrán sumido en la lectura hasta terminar cada una de las tramas.
Sumérjase en esta selección y déjese llevar por las historias.
Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe (1809–49) reigned unrivaled in his mastery of mystery during his lifetime and is now widely held to be a central figure of Romanticism and gothic horror in American literature. Born in Boston, he was orphaned at age three, was expelled from West Point for gambling, and later became a well-regarded literary critic and editor. The Raven, published in 1845, made Poe famous. He died in 1849 under what remain mysterious circumstances and is buried in Baltimore, Maryland.
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Los mejores cuentos Policíacos de Edgar Allan Poe - Edgar Allan Poe
INTRODUCCIÓN
Entre la abundante y maravillosa obra de Edgar Allan Poe, escritor norteamericano considerado por muchos el padre de la literatura de intriga y terror, destaca la creación del primer «detective» reconocible a nivel mundial: C. Auguste Dupin, personaje en el que se basaría Arthur Conan Doyle para dar vida a su avispado Sherlock Holmes o Agatha Christie para concebir a su ingenioso Hércules Poirot, a la vez que inspiró a genios como Chesterton en su Padre Brown, a Gaboriau para el inspector Lecoq o a Leblanc para Arsenio Lupin, dejando una huella indeleble en otros autores de la talla de Georges Simenon, Howard Phillips Lovecraft o más actuales como Stephen King, el más célebre de todos ellos.
De cualquier manera, con Dupin, el prototipo del detective analítico y frío, se establece el germen de la destreza lógico-deductiva que utilizarán los detectives a partir de él, así como el arte de «introducirse» en la mente del criminal para, de alguna manera, deducir sus pasos y descubrir, con la suma de cada uno de ellos, el misterio que oculta el delito cometido.
En esta selección hemos reunido sus tres famosos casos resueltos: Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada, tres historias apasionantes que le mantendrán sumido en la lectura hasta terminar cada una de las tramas.
LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE
Nos relata las extraños y macabras muertes de Madame y Mademoiselle L’Espanaye, madre e hija, que aparecen brutalmente asesinadas en un departamento de Rue Morgue, una frecuentada calle parisina. La policía trata por todos los medios de averiguar lo sucedido, pero con escaso éxito. Y es justo ahí donde surge la figura de Dupin, que interesado en el caso, decide investigar por su cuenta para descifrar los enigmas irresolubles que presenta.
EL MISTERIO DE MARIE ROGÊT
Este segundo cuento está basado en una historia real, en el famoso caso sin resolver del cruel asesinato de Mary Cecilia Rogers, ocurrido en Nueva York en 1841. En el traslado a la ficción, Poe transforma Nueva York en París y a Mary Cecilia Rogers en Marie Rogêt. Una narración trepidante que nos lleva de la mano, con un desasosiego inusitado, hasta un sorprendente final, donde este genio de la escritura juega con la posibilidad de que este último acto coincida con la resolución del suceso verdadero ocurrido en la ciudad neoyorquina. Quién sabe si habría acertado…
LA CARTA ROBADA
Un nuevo misterio, aunque esta vez sin un asesinato de por medio; en esta ocasión el robo de una carta en las dependencias reales. Un prefecto de la policía parisiense, ante la incapacidad de resolver el caso, pide ayuda a Dupin, con la esperanza de que su experiencia le facilite la conclusión positiva del enigma. Si llegase a difundirse el contenido de la epístola, pondría en un serio compromiso a una ilustre y conocida figura. El supuesto ladrón es el ministro D, alguien que, según se cree, «se atreve con cualquier cosa, sea digna o indigna de un hombre».
Esperamos que disfruten con pasión de estos relatos del «padre y descubridor» de este estilo narrativo tan característico, al que ha proporcionado una mayor y más personal aportación, así como a la actual novela policíaca y detectivesca, dejando su impronta en la creación literaria y cinematográfica de innumerables investigadores privados, policías, periodistas o abogados que buscan con inteligencia la solución de un delito difícil de resolver.
El editor
LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE
(The murders in the rue Morgue)
Edgar Allan Poe
LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE
La canción que entonaban las sirenas o el nombre que adoptó Aquiles cuando se escondió entre las mujeres son enigmáticas cuestiones, pero que no se encuentran libres de cualquier conjetura.
Sir Thomas Browne
Urnas funerarias
Las peculiaridades de la inteligencia que suelen calificarse como analíticas son, por sí mismas, poco susceptibles de cualquier análisis. Solo podemos apreciarlas a través de los resultados. Sabemos que, para el que las posee en un grado considerable, son fuente de la más dinámica satisfacción. De la misma manera que un hombre robusto disfruta de su destreza física y se embelesa con los ejercicios que ponen en acción su musculatura, el analista encuentra su placer en esa actividad intelectual que consiste en desentrañar. Disfruta incluso con las más triviales ocupaciones, siempre que desafíen su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y cuando los soluciona muestra un sentido de la perspicacia que para una mente normal parece sobrenatural. Los resultados que obtiene, frutos del método en su más esencial y profundo significado, tienen la apariencia de una intuición.
Tal vez la facultad de resolución está muy fortalecida por el estudio de la ciencia matemática, y en esencial por su rama más importante, que injustamente y teniendo solamente en consideración sus operaciones previas, se ha denominado análisis; el análisis par excellence. Pero calcular no significa lo mismo que analizar. Así, por ejemplo, un jugador de ajedrez lleva a cabo lo primero sin esforzarse en lo segundo. De lo que se deduce que el ajedrez, en sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, no está correctamente apreciado.
No pretendo escribir aquí un tratado, sino que prologo un relato algo peculiar, con observaciones a la ligera; por lo que aprovecharé la oportunidad que se me brinda para afirmar que el máximo nivel de la reflexión se pone a prueba por el modesto juego de las damas de una manera más intensa y provechosa que por toda la estudiada frivolidad que caracteriza al ajedrez. En este último, en el que sus piezas tienen movimientos distintos y característicos, con valores diversos y que varían, lo que tan solo es complicado se confunde equivocadamente con lo profundo, un error muy común. Se trata sobre todo de atención. Si esta se descuida un solo momento, se comete un error que produce una pérdida o la derrota.
Como los posibles movimientos son múltiples y además complicados, las posibilidades de un descuido se multiplican, y en nueve de cada diez casos alcanza la victoria el jugador más concentrado y no el más perspicaz. En las damas, por el contrario, donde existe un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las posibilidades de un descuido son mucho menores, lo que deja sin tanto protagonismo a la atención, y las ventajas que obtienen los contrincantes obedecen a una mayor perspicacia.
Para no ser tan abstractos, supongamos una partida de damas con solo cuatro piezas, y donde, como es lógico, no es posible un mínimo descuido. Es obvio que si los jugadores son de un mismo nivel, solo se puede alcanzar la victoria con algún movimiento calculado, fruto de un intenso esfuerzo intelectual. Sin poseer los recursos ordinarios, un analista penetra en el espíritu de su contrincante, se compenetra con él, y a menudo logra ver de un solo vistazo el único medio, a veces absurdamente elemental, mediante el cual le puede inducir a un error o conducirle a un cálculo erróneo.
Desde hace mucho tiempo se menciona el whist por la influencia que tiene sobre la facultad de cálculo, y personas del más alto nivel intelectual han hallado en él un deleite difícilmente explicable, dejando a un lado, por su frivolidad, al ajedrez. No existe, sin duda alguna, un juego que ponga a prueba las facultades analíticas, como este. El mejor jugador de ajedrez del mundo no es más que el mejor jugador de ajedrez. Pero ser habilidoso en el whist implica una capacidad para el éxito en todas aquellas empresas importantes donde la inteligencia se enfrenta con la inteligencia. Cuando hablo de eficiencia me refiero a esa perfección en el juego que nos lleva hasta la comprensión de todas las fuentes mediante las cuales se puede conseguir una legítima ventaja. No solo son múltiples, también son multiformes. Se suelen hallar en lo más profundo del pensamiento y son del todo inaccesibles para cualquier inteligencia normal. Observar con atención supone recordar con claridad. Así, un ajedrecista concentrado jugará bien al whist si las reglas de Hoyle, que se basan en el mero mecanismo del juego, le son comprensibles de manera satisfactoria. Por eso, poseer una buena memoria y jugar según el libro, son condiciones que por regla general debe cumplir un jugador excelente. Pero la pericia del analista se evidencia en cuestiones que exceden los límites de las mismas reglas. En silencio, procede a realizar cantidad de observaciones y deducciones. Tal vez sus compañeros hagan lo mismo, y la cantidad de información así obtenida no se sustentará tanto en la validez de la deducción como en la calidad de la observación.
Lo importante consiste en saber lo que se debe observar. Nuestro jugador no debe encerrarse en sí mismo ni, dado que su objetivo es el mismo juego, rechazar deducciones que procedan de elementos externos al mismo. Debe examinar la fisonomía de su compañero y compararla meticulosamente con la de cada uno de sus adversarios. Se fija en la manera de distribuir las cartas en cada una de las manos, calculando a menudo las cartas ganadoras y el resto por la manera en que las observan el resto de los jugadores. Percibe cada variación en los rostros a medida que avanza en el juego, recogiendo una gran cantidad de información por las diferencias que aprecia en las distintas expresiones de seguridad, sorpresa, triunfo o decepción. Por la manera de recoger una mano puede juzgar si aquella persona puede ser capaz de repetirla en el mismo palo. Puede reconocer un farol por la forma en que se echan los naipes sobre el tapete.
Cualquier palabra casual o involuntaria, la forma en que cae un naipe accidentalmente, con la consecuente ansiedad o negligencia al intentar ocultarla, la cuenta de las bazas y su orden de colocación, la perplejidad, la duda, el apuro o el temor, facilitan a su percepción, que es intuitiva en apariencia, claras indicaciones sobre la realidad del juego. Cuando se han jugado las dos o tres primeras manos, conoce a la perfección el juego de cada uno, y desde ese momento maneja sus cartas con tal precisión como si el resto de jugadores enseñaran las suyas.
No debe confundirse nunca el poder analítico con el mero ingenio, puesto que si el analista es ingenioso necesariamente, es frecuente que el individuo ingenioso muestre con nitidez su incapacidad para analizar. Esa facultad constructiva o combinatoria por la que el ingenio suele manifestarse, y a la que los frenólogos[¹], a mi parecer erróneamente, asignan un órgano aparte, considerándola primordial, se ha observado muy frecuentemente en personas cuya inteligencia rozaba la idiotez, provocando la atención general de los estudiosos del carácter. Hay una diferencia mucho mayor entre el ingenio y la aptitud analítica que entre la fantasía y la imaginación, pero ambas tienen una naturaleza rigurosamente análoga. Así podemos comprobar que los ingeniosos tienen una gran fantasía, mientras que un ser verdaderamente imaginativo siempre es un analista.
El relato que sigue a continuación servirá al lector para ilustrarse en una interpretación de las afirmaciones que acabo de realizar.
Residiendo en París, en la primavera y parte del verano de 18…, coincidí allí con un señor llamado C. Auguste Dupin, joven caballero procedente de una excelente familia, e incluso ilustre, al que una serie de acontecimientos desdichados le habían llevado a una pobreza tal que le hizo sucumbir a la energía de su carácter y a olvidarse de sus ambiciones, renunciando a restablecer su propia fortuna. La generosidad de sus acreedores la permitió mantener una pequeña parte de su patrimonio, y esta le producía una pequeña renta que, administrada rigurosamente, le permitía mantener sus necesidades cotidianas, sin preocuparse en absoluto de lo más superfluo. Su único lujo eran los libros, y en París son fáciles de conseguir.
Nuestra primera coincidencia fue en una oscura librería de la calle Montmartre, donde ambos acudimos en busca de un mismo libro, raro y notable volumen, que sirvió para conocernos. Volvimos a vernos con cierta frecuencia. Sentí un gran interés por la historia familiar que Dupin me contaba con tanto detalle, con la ingenuidad y el candor con