Llamadas de mamá
Por Carole Fives
3.5/5
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De este modo, llamada a llamada, se va dibujando la personalidad arrolladora de una mujer tan maravillosamente corriente como poco convencional, así como la particular relación que mantiene con su hija. Pero pronto, más allá de esa cotidianidad llena de entrañables exabruptos, manías y recriminaciones, se atisba el punzante sentimiento de soledad de una madre que sin embargo se niega a abdicar y ceder terreno a la vejez. Cuando a Charlène le diagnostican cáncer y depresión, a los episodios surrealistas y caóticos tan habituales en ella se suman momentos más confesionales, llenos de ternura e intimidad. La verdadera originalidad de Llamadas de mamá reside en su capacidad de explorar con hondura y sabiduría territorios en ocasiones dolorosos, manteniendo el sentido del humor de principio a fin y sonando en todo momento profundamente vitalista.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Beautiful style and great combination of humour, reality, family relationships. Absolutely recommendable.
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Llamadas de mamá - Carole Fives
Llamadas de mamá
CAROLE FIVES
TRADUCCIÓN DE JULIA OSUNA AGUILAR
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida o almacenada
de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original
Une femme au téléphone
© ÉDITIONS GALLIMARD, 2017
Primera edición: 2021
Prólogo
© EIDER RODRÍGUEZ
Traducción
© JULIA OSUNA AGUILAR
Imagen de portada
© LARA LARS
Copyright © EDITORIAL SEXTO PISO, S. A. DE C. V., 2020
América 109,
Parque San Andrés, Coyoacán
04040, Ciudad de México
SEXTO PISO ESPAÑA, S. L.
C/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierda
28014, Madrid, España
www.sextopiso.com
Diseño:
ESTUDIO JOAQUÍN GALLEGO
Formación:
GRAFIME
ISBN: 978-84-18342-27-1
Este libro fue publicado en el marco del Programa de Apoyo a la Publicación
de la Embajada de Francia en México/IFAL y del Institut Français
Me alegra que me llames, se ve que cuando quieres…
VALÉRIE MRÉJEN
No hay un minuto que perder, tenemos que salir…, rápido… Es realmente un caso de omisión del deber de socorro.
NATHALIE SARRAUTE
PRÓLOGO
LA REVANCHA DE CHARLÈNE
Por EIDER RODRÍGUEZ
Resulta incomprensible que el humor en literatura esté tan denostado. La tristeza encoge el pecho y enfanga el alma; sin embargo, la risa, como el canto, ensancha y oxigena, verbos que deberían formar parte de lo literario: mover el aire y renovar nuestro decorado interior, desempolvar parcelas íntimas que ni siquiera reconocíamos como propias. Carole Fives lo consigue: creo que nunca me he reído tanto con un libro, quizá porque trabaja con pensamientos que afloran al límite de la consciencia, esos objetos feos y bochornosos que mantenemos ocultos bajo sábanas blancas en nuestra buhardilla social. Pero eso no significa que no estén ahí. Fives levanta la sábana y nos hace reír.
¿Cómo? A través de una conversación entre una madre y una hija que se alarga durante meses, y en la que sólo escuchamos a la madre, Charlène, que vive y se siente sola y con derecho a demandar una atención permanente a sus hijos, que viven lejos de ella. Así, Charlène se sirve del teléfono, último cordón umbilical, como lo llama Bernard Pivot, para llorar, intoxicar, gritar, chismorrear, amenazar, hacer reproches… y también para declarar amor a su hija. A través de su verborrea aparentemente despolitizada, vislumbramos un país, Francia, en el que la comunidad como fenómeno se ha vuelto imposible, provocando en sus habitantes de mayor edad un aislamiento y una soledad lacerantes, sólo mitigados por la tele (esa argamasa social de nuestra era), los lugares de citas por internet y los perritos.
Sin embargo, la histriónica Charlène no desiste en su esfuerzo por trascender su apática existencia. Busca placer y revancha, necesita ser escuchada y grita. A su madre y a su padre, de los que no obtuvo ningún amor; a sus hijos, que fueron una carga en el camino; a su exmarido psicópata, a sus nietos malcriados, a su nuera mandona, a su amiga aprovechada, a sus amantes desgarramantas, y, en definitiva, a una vida mezquina.
Llamadas de mamá contiene la decepción normalmente silenciada o, cuando menos, sólo rumiada de una persona común, que, de tan común, resulta enormemente singular. Charlène, mujer nacida en los cincuenta, de la primera generación que tuvo opción a liberarse en los setenta, no ve el machismo familiar, social y sistémico del que ha sido objeto y sujeto a la vez. Pero además de gritar, escribe. Dice que escribir la recoloca dentro de su historia. Y se lo dice a su hija, que casualmente también es escritora.
Cuenta Carole Fives en una entrevista que su intención fue intentar dar voz a los sin voz. ¿A quién se refiere? ¿Quién es Charlène? ¿A quién representa? ¿Quiénes son los sin voz?
Sobra decir que las mujeres han sido las grandes silenciadas de la literatura. Durante mucho tiempo el «ángel del hogar» ha campado a sus anchas tanto en la literatura como en el imaginario occidental, con personajes femeninos castos y serviles, mujeres caseras, madres o esposas, inválidas y sumisas, pero pulcras y puras: estaban ahí, en casa, como un display, calladas y ausentes, mirando por la ventana, peinándose frente al espejo, embotando mermelada, zurciendo, y, de vez en cuando, debido a su débil carácter, gimoteando.
Para los más progres se creó la imagen inversa, la de la mujer nueva o femme fatale, que, como todo lo reactivo, era lo mismo, pero al revés: ni madres ni esposas, las bellas pero salvajes femmes fatales eran callejeras, enfermizas, destructivas; vestían sedas en vez de delantal, bebían y fumaban, eran ninfómanas insaciables que, en vez de llorar, gritaban, y que en vez de mirar el mundo por la ventana, se arrojaban desde ella.
Tanto unas como otras fueron creadas por escritores hombres, que las situaban siempre a la sombra de protagonistas masculinos, y eran en su mayoría el objeto, la cristalización de fantasías surgidas del deseo y/o del miedo. Me atrevería a decir, incluso, que, así como la femme fatale era el constructo opuesto al ángel del hogar, la madre angelical, abnegada y sufridora dio lugar a su oscuro reverso: la mum fatale, fría y castradora, cuando no asesina, el personaje-cliché que quizá más está costando desenmascarar y por el que se pirran los editores.
La literatura occidental ha formado parte de esta construcción histórica y cultural de manera activa, recreando, reforzando y realimentando el orden social impuesto y naturalizando los roles de género. Gracias a esta labor ininterrumpida que ha durado siglos, también la credibilidad y la verosimilitud de los personajes fueron secuestradas, como nos recuerda Belén Gopegui en Un pistoletazo en medio de un concierto; cuanto más se alejasen de esta construcción cultural, más dificultades tendrían para ser creíbles, no sólo los personajes femeninos sino también las escritoras, en palabras de Joanna Russ, y me gustaría añadir: sobre todo en el caso de las escritoras madres. No me voy a explayar acerca de la marginación que han sufrido las escritoras a lo largo de la historia, tema acerca del que se ha escrito mucho y bien, ni tampoco acerca de las numerosas estrategias que las escritoras crearon para poder escribir y, sobre todo, publicar. Sólo un pequeño apunte: es difícil dilucidar en qué medida ha influido esta persecución de siglos no sólo en la autoestima de las escritoras, sino también en su autoridad, estilo, temas y personajes, por poner sólo algunos ejemplos. La historia también se hereda, aunque sea en forma de fantasma.
Cuenta Alice Munro que cuando comenzó a escribir era una joven madre con dos bebés (y uno más en camino) a los cuales obligaba diariamente a dormir la siesta, y que muchas veces le ha asaltado la duda (también llamada culpa) de si sus hijas habrían sido más felices si les hubiera dedicado más tiempo. Sabemos que Irène Némirovsky enseñó a sus hijas a guardar silencio mientras trabajaba. Su hija acababa durmiéndose en el parqué y el contacto con aquella carne tibia de niña en su pierna hacía que la autora todavía se concentrase más. Toni Morrison y Sylvia Plath se despertaban al alba para trabajar, en la hora azul, como la llamaba Plath, para poder escribir sin el peso de ser madres. Nancy Huston se refiere a la maternidad como una vasta red culpabilizadora, recordando las acusaciones que le hicieron, cuando su marido y ella dejaban a su hija con