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El silencio de la escafandra
El silencio de la escafandra
El silencio de la escafandra
Libro electrónico259 páginas4 horas

El silencio de la escafandra

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Información de este libro electrónico

Nepo Santamaría asume la investigación de la muerte del buzo profesional Óscar Sánchez. A medida que avanza su trabajo, el detective descubre que el último objetivo de Óscar fue explorar los galeones de la Flota de Córdova, hundidos cerca del archipiélago de San Andrés. Con ayuda de la policía y diferentes fuentes privadas, Nepo se embarca en una e
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 feb 2021
ISBN9789585162174
El silencio de la escafandra
Autor

Gustavo Devoz

Gustavo Devoz Alfaro, premio creación literaria por el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena - IPCC 2020, es de profesión Ingeniero y se ha desempeñado como profesor universitario. Lector incansable y escritor por convicción. Con estudios en la escuela de Escritores de Madrid. Escribe cuentos y poesía. Ha participado en recitales en Ecuador, Argentina y ciudades de Colombia. También ha cultivado la investigación y el ensayo en su libro «¿Son competitivas las ventas ambulantes para el turismo?, Caso de estudio: Cartagena de Indias» publicado por Editorial Académica Española.

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    El silencio de la escafandra - Gustavo Devoz

    ©2021 Gustavo Devoz Alfaro

    Reservados todos los derechos

    Calixta Editores S.A.S

    Primera Edición febrero 2021

    Bogotá, Colombia

    Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

    E-mail: [email protected]

    Teléfono: (571) 3476648

    Web: www.calixtaeditores.com

    ISBN: 978-958-5162-17-4

    Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado

    Editor: Dahanna Borbón Hernández

    Corrección de estilo: Laura Tatiana Jiménez Rodríguez

    Corrección de planchas: Natalia Garzón Camacho

    Maquetas de cubierta: David Andrés Avendaño @davidrolea

    Diagramación: Juan Daniel Ramírez @Rice_Thief_

    Impreso en Colombia – Printed in Colombia

    Impreso por La imprenta Editores S.A

    Todos los derechos reservados:

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

    A Franco, la luz de mis pensamientos.

    Y por supuesto, a mi amada esposa María Isabel, mi primera lectora, quien llegó y ordenó la casa.

    A Cartagena de Indias, sus calles, sus rincones, sus murallas, sus historias, su gente, sus costumbres, su gastronomía, sus atardeceres, por darme el impulso creativo para narrar historias en su entorno.

    A mis primeros lectores, María Isabel, por su dedicación en las primeras correcciones.

    A Cielito, por leerme con entusiasmo.

    A José Alvear y su esposa Eunice, por leer el primer manuscrito y motivarme a continuar en la lucha solitaria de la escritura.

    A Moisés Álvarez, por sus aportes silenciosos sobre el contenido histórico de la novela.

    A mis abuelos y tíos Alfaro, quienes sembraron en mí la semilla de lector incansable, que desembocó en el deseo de hacerme escritor.

    A los amigos, presentes y distantes, por sus palabras y gestos que alientan.

    Al Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), por el premio Estimulante 2020, un empujón más para hacer este sueño realidad.

    Y por supuesto, a todo el staff de Calixta Editores, por creer en esta historia y por ayudarme a darle forma al producto final.

    Capítulo 1

    Parecía dormido, con los ojos abiertos, cuando lo encontraron dentro de la bañera. Su rostro no mostraba el sufrimiento de los que mueren con desesperación y agonía; se le veía dueño de una paz propia de quien partió en medio de una celebración. En el borde de la tina todavía quedaban restos del polvo blanco que, sin duda, sería uno de los insumos claves para los investigadores de la Policía, que habían llegado una hora después de ser avisados.

    La pobre muchacha que venía dos veces a la semana a hacer el aseo del apartamento se encontró con el macabro hallazgo a primera hora del lunes. Los peritos que revisaron el cuerpo estimaron que debió morir en las primeras horas del domingo y, en principio, se descartó un asesinato. Óscar entró en el edificio hacia las 5:00 de la tarde en su camioneta; de acuerdo con la revisión del video del área de parqueaderos, había entrado solo y todo indicaba que estuvo sin compañía en su vivienda, donde había tomado la decisión de relajarse en la bañera.

    Desde el apartamento se podía observar la gama de colores que ofrecía el océano; la gran ventana permitía extasiarse con el bonito horizonte hacia el mar. En el balcón, la mesa y las cuatro sillas de madera rústica le dejaban espacio a la hamaca en una esquina, donde seguro, Óscar disfrutaba los atardeceres. En la sala, las paredes vestidas de cuadros de pintores caribeños, llenos de colorido, con abundante mar y mucho sol, advertían el gusto por el arte que él había cultivado en sus últimos años. La sobriedad de los muebles blancos en lona cruda repartidos con cuidado en los espacios hacía intuir la pasión por el orden del dueño de casa y, al entrar en la amplia e impecable cocina, se percibía cierto grado de obsesión también por la limpieza.

    —¡Vivía algo incómodo este tipo, ah! —le comentó el detective al oficial de guardia de la Policía, quienes habían acudido al lugar de los hechos por solicitud directa de su jefe.

    —Así es, pero qué vaina, le sirvió de poco. Con esa pasada con el perico quedó listo, pero para ver los atardeceres en el más allá.

    —Una muestra de lo que traen los excesos —comentó el detective, sentado en una de las sillas del comedor.

    —Los de la Fiscalía se están demorando, ¿no es cierto? —acotó el uniformado.

    —No, qué va, se tienen que tomar su tiempo para justificar bien el viaje hasta acá, para terminar ratificando lo que te dije: el tipo se pasó de droga, para estar solo, en pelota y metido en la tina, tenía que tener una traba bien brava.

    —¿Y entonces, será que esperamos que terminen el levantamiento o vamos siguiendo? Acá no hay nada más que ver, este es un asunto cerrado —dijo el policía con cierto afán por salir del lugar.

    —Dale, si quieres ve adelantándote, solo quiero conversar con la chica del aseo un momento, ojalá ya se le hayan pasado los nervios. Enseguida bajo, debo reportar primero al jefe que seguro está atento a mi llamada —concluyó el detective.

    La joven, de baja estatura y muy delgada, no paraba de llorar; su lamento no era por la muerte de su jefe, sino por perder el empleo que le servía para aliviar en algo la precariedad en la que vivía con sus cuatro hijos en los suburbios de la isla. Una vez vio entrar al policía, se puso de pie de forma automática.

    —Anda, ¿cómo estás? ¿Ya un poco más relajada? Solo te voy a hacer un par de preguntas y te puedes ir. ¿Crees que puedes responder?

    —Sí, señor, dígame.

    —Bueno. ¿Cuándo llegaste viste o notaste algo extraño o diferente a lo habitual?

    —No, no vi nada anormal, aparte de lo que encontré en el baño, que además estaba muy mojado.

    —¿Con qué frecuencia venías a hacer aseo acá?

    —Los martes y viernes con regularidad, pero si el señor estaba en la isla, a veces día de por medio o casi todos los días, eso dependía de él.

    —¿Si el señor estaba en la isla? ¿Y es que acaso él viajaba mucho o qué?

    —No, señor, él vivía en Cartagena, venía a San Andrés por trabajo. Él es buzo, bueno, era.

    —¿Cuándo fue la última vez que viste a tu jefe?

    —El sábado, ese fue el último día que vino y habíamos quedado en que regresaba hoy.

    —Ah, ok, una última cosa. ¿Cómo lo conociste? ¿Cómo te contrató?

    —Por la administración del edificio, uno de los porteros es hermano mío y me recomendó.

    —Bien, por ahora está bien, te puedes ir, si te necesitamos te contactaremos, gracias. ¡Ah!, y guarda prudencia con lo que viste aquí, el caso aún no se cierra y es mejor que no esté en boca de la gente, ¿ok?

    Recorría el jardín como cada mañana que permanecía en su finca, le encantaba meter las manos en sus flores y sus matas. Le gustaba pasearse entre helechos, heliconias, aves del paraíso y abetos; cuidaba los antúrios con especial atención por ser sus favoritos, estos con su gama de rojos daban vida al patio principal y servían de límite con la casa vecina. Quería darle una identidad a cada área, donde los árboles frutales, las hortalizas, las plantas medicinales y los tubérculos rodeaban la casa; y en su antesala, tenía dispuesto un follaje exuberante con arbustos ornamentales de la zona. Estaba recogiendo unas guayabas cuando notó la presencia de alguien al otro lado de la cerca, al levantar la vista, no le quedó duda de que así era.

    —Buen día, vecina. Usted debe ser doña Laura, mucho gusto, me presento, soy Jesús Santamaría, para servirle, aunque todos me conocen como Nepo.

    —Buen día, ¿cómo le va? —le respondió ella sorprendida.

    —Muy bien, gracias, yo vivo aquí al lado, a la orden para lo que se le ofrezca. Están muy bonitas sus plantas —remató, tratando de hacer conversación.

    —Muchas gracias, pero qué va, todavía está muy pobre mi jardín.

    —Ya quisiera yo tener el mío así. Ya se lo había comentado a su asistente, Herlinda, que su jardín está cada vez más bonito, bueno lo que alcanzo a ver desde acá, claro.

    — Ella me ha dicho que usted tiene muchos árboles frutales —Quiso corresponder ella.

    —Bueno, estoy intentando sembrar para tener variedad.

    El timbre del celular interrumpió la tempranera charla, sin embargo, ninguno se movió de su lugar mientras ella respondía el teléfono que sacó del bolsillo trasero del pantalón.

    —Aló, buenos días.

    —Aló, buenos días, le hablamos de la Policía, soy el detective Mena, ¿hablo con la señora de Sánchez?

    —Sí, señor, a la orden, ¿qué se le ofrece?

    —Señora, ¿está usted en Cartagena? La hemos intentado localizar en su apartamento, pero no ha sido posible.

    —No, señor, estoy en las afueras de la ciudad en mi casa de campo. Pero ¿qué ha ocurrido?

    —Muy bien, hasta allá llegará el teniente Rodríguez, le debemos notificar algo y debe ser en persona. Deben llegar en el término de la distancia desde la comandancia, por favor esté atenta, gracias.

    Al culminar la llamada, se pasó varias veces las manos por el pelo y se quedó mirando el cielo que empezaba a cargarse de nubes grises. Jesús le habló en un par de ocasiones, no obstante, ella no respondió. De repente, Herlinda se acercó, la tomó del brazo y trajo su atención de nuevo al jardín.

    —Señora Laura, señora Laura —repetía Herlinda.

    —Sí, Herlinda, esté atenta que la policía está por llegar, ellos fueron los que llamaron.

    Nepo seguía al pie de la cerca que dividía las dos viviendas. Cuando escuchó mencionar la policía, intervino de inmediato.

    —¿Ha ocurrido algo, vecina?, si requiere ayuda puede contar conmigo —se ofreció y cruzó la cerca de alambres para llegar a donde ellas, que ahora se dirigían a la casa.

    —Señora Laura, el señor Santamaría es retirado del DAS¹, él podría ayudarla si se le ofrece algo —intervino Herlinda, tratando de dar un poco de fortaleza a su jefa, aún sin saber qué noticia había recibido, que la había dejado atónita.

    —Gracias vecino, qué pena con usted, nos acabamos de conocer y ya poniéndole pereques. Es que la llamada fue de la policía para informarme que ya venía un oficial a hablar conmigo, no me quisieron adelantar nada, pero estoy asustada, ¿qué será lo que ocurrió?

    —Bueno, no creo que sea un robo, eso se lo hubieran informado por teléfono y le hubieran pedido que acudiera al sitio. ¿Le dijeron de qué división le llamaban? —preguntó Jesús ya apersonándose un poco de la situación.

    —No recuerdo bien, pero me dijo que hablaba un detective, tampoco recuerdo su apellido, me he puesto muy nerviosa, tengo un feo presentimiento.

    Al escuchar a Laura, Nepo supo que algo malo había ocurrido, ya que los detectives por lo general son los que se encargan de homicidios. Prefirió no comentar nada con el fin de no preocupar más a su vecina, en cambio, le sugirió a Herlinda que le hiciera alguna infusión para calmarle los nervios.

    La patrulla de la Policía llegó unos minutos después, aún estaban en el porche de la casa Jesús y Laura, ella tomándose una infusión de hierbas aromáticas y él un café. El teniente Rodríguez se presentó ante ellos, verificando en primera instancia si Óscar era el marido de ella. Luego, reportó que el cadáver del señor fue encontrado en su apartamento en la isla de San Andrés, y que todavía no tenían el parte de Medicina Legal. Le adelantó que fue hallado en la bañera, y que, al parecer, le había dado un paro cardiaco tomando un baño.

    Laura recibió la noticia con aparente calma, aunque en principio dejó salir algunas lágrimas, preguntó entre sollozos, al despedirse de los policías, los pasos a seguir para poder traer el cadáver de su esposo a Cartagena. Una vez estos se retiraron, se desmoronó en uno de los sofás de la sala donde los había recibido, su llanto era profundo y sin ruido. Se preguntaba de manera constante: ¿por qué ahora?

    Nepo y Herlinda, contemplaron la escena sin pronunciar palabra, la dejaron desahogarse hasta que una vez él la notó menos alterada, se acercó para ofrecerle su ayuda, sugerirle llamar a alguien cercano y también localizar a amigos o familiares que ella quisiera avisar. Laura se incorporó y agradeció a Nepo su gesto, le pidió llevarla a la ciudad, pues no se atrevía a conducir en ese estado, le dijo a Herlinda que cerrara todo y que se viniera con ella. Al salir, solicitó a su vecino que le cuidara su casa, los deberes de esta situación repentina no le permitirían regresar en mucho tiempo.

    Mientras bajaban hasta Cartagena, Laura recobró fuerzas para empezar a afrontar su infortunio. La primera llamada que decidió hacer fue a Ramiro, su padre.

    —Aló, ¿papá?

    —Sí, mi amor, ¿cómo estás?

    —No muy bien, papi, acaba de venir la policía a decirme que encontraron muerto a Óscar en el apartamento de San Andrés —respondió Laura entre sollozos.

    —¡No puede ser! ¿Qué le ocurrió? —exclamó el sorprendido padre.

    —No sé muy bien, pero parece que le dio un infarto, debo irme a San Andrés. Hay que hacer los trámites para traerlo. Me dicen que debo pasar por Medicina Legal, ellos hicieron el levantamiento y deben dar el parte a la Policía.

    —Lauri, mi amor, qué terrible, ¿estaba solo cuando le pasó eso?, ¡pobre Óscar!

    —Sí, papi, no sé bien cómo fue, pero estaba solo. Habíamos discutido otra vez y no hablaba con él desde el viernes, imagínate, ni siquiera me despedí de él.

    —Mi amor, no es tu culpa, no te sientas mal por eso. ¿Con quién estás? ¿Dónde estás?

    —Voy bajando a Cartagena, me está trayendo un vecino de la casa de campo; voy con Herlinda al apartamento, allá debe estar Aleja esperándonos, empaco y me voy enseguida a San Andrés.

    —Nena, tienes que calmarte, ¿quién te acompañará a San Andrés?

    —Nadie, papi, voy sola, debo afrontar esto, es muy duro… qué difícil es esto. —contestó ella casi sin poder terminar la frase.

    —Bueno, mi amor, voy a organizar para que te recojan en el aeropuerto y te acompañen allá en tus vueltas, y organizaré para que puedas traerlo sin contratiempos. Me voy a Cartagena cuanto antes para ayudarte en lo que se te ofrezca, ve tranquila.

    —Gracias, papi, menos mal que estás para ayudarme en estas cosas. Te amo mucho.

    —Yo también, mi amor, me estás llamando para enterarme y para colaborarte desde acá en lo que requieras.

    Heredó el Nepomuceno de su abuelo, u épocas. El mute, la carne oreada y el cabrito son los platos que disfruta con alguna periodicidad; sobre todo, cuando visita a su madre, quien vive con su hermana en Bucaramanga desde que murió su papá. Él, pese a su notorio gusto por la comida, intenta mantenerse en forma practicando deportes, lo que lo hace lucir atlético y juvenil.

    Una vez que se fue a la Academia de Policía no regresó al seno familiar, se volvió un errante viviendo en casi todas las ciudades del país. Pero, fue en la costa, en específico, Cartagena de Indias, su tierra natal, donde prefirió quedarse, además el amor lo atrapó y quedó rendido a los atardeceres entre murallas. En su retiro se compró una casita en las afueras de Cartagena de Indias para disfrutar del campo y de la tranquilidad, aunque sabía que sería por poco tiempo. Él era un hombre de acciones, y si bien salió de la institución fastidiado por el deterioro de la imagen, por los casos de corrupción, del extinto DAS, aún llevaba por dentro el entusiasmo por la investigación.

    Al regresar de dejar a Laura en la ciudad, Nepo se tomó un café en el sofá de su casa, pensó sin cesar en la horrible situación de su vecina. Se arrepintió de no haberse ofrecido a acompañarla al reconocimiento del cadáver de su esposo, aunque también lo dudaba, ya que hacia solo unas pocas horas que la conocía.

    El forense caminaba despacio recorriendo la sala principal de la morgue, su paso cansino contrastaba con el frenético ritmo del rock que le llegaba a sus oídos por los audífonos conectados al iPod. Su aspecto blanco inmaculado, desde los zapatos, pantalones, bata, hasta sus gafas y reloj, lo hacían diferenciarse de sus compañeros forenses, siempre algo desaliñados. Llevaba las notas de la autopsia que acababa de terminar hacia el escritorio de su jefe. Sus conclusiones eran distintas a los primeros

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