Terriers
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Con la complejidad de lo real, la prosa de Gutiérrez describe y se entromete en cómo la pertenencia a un lugar y un grupo humano equivalen a la incertidumbre que los personajes y narradores comparten al enfrentar las convenciones sociales. Sin estereotipos de lo rural o lo urbano, lo chileno se representa en su diferencia, en la riqueza de sus expresiones y en su particular forma de sentir el mundo. Valiéndose del humor y la comicidad, Terriers despliega historias violentas y entrañables, un universo que prueba el oficio de su autora.
Siete cuentos que hablan con humor de la relación madre e hija, el fútbol, el baile, los matrimonios y más.
Primer libro coeditado con Montacerdos. Próximamente se publicará La primera colección de crítica musical hecha por una mujer viva de Jessica Hopper.
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Terriers (Hueders/Montacerdos, 2017 [coedición]) de la escritora chilena Constanza Gutiérrez (Castro, 1990) es un libro compuesto por siete cuentos que en el 2018 ganó el Premio Municipal de Santiago y en el mismo año también fue finalista de la quinta edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Además, uno de los cuentos que componen este libro, titulado «Arizona», ganó el Premio Roberto Bolaño en el 2011. Cabe mencionar que existe una nueva edición de este libro con el título La educación básica (Pesopluma, 2019 [Perú]) que se diferencia por incluir dos cuentos inéditos: «Listado de humillaciones» e «Historia del desocupado y la cautiva» junto con la novela breve Incompetentes (2014), primera publicación de la autora con gran aceptación de la crítica.
Cada cuento de esta coedición (Hueders/Montacerdos) tiene la peculiaridad de tener como protagonista a un personaje en edad infantil, púber o adolescente, a excepción del cuento «Mowgli», con el que se cierra el libro, aunque aquí el personaje femenino adulto no se impide de contar una parte importante de su infancia. Otro punto en común en todos los cuentos es que no transcurren en grandes urbes como podría ser la ciudad de Santiago. Todos los hechos ocurren en ambientes rurales y pueblerinos, propios de las provincias de Chile, donde también se distingue su forma peculiar de hablar. Otros tópicos para considerar son la temática homosexual, una de manera evidente como sucede en el cuento «No te vayas dentro», y otra de manera imprecisa (a modo de “comentario malicioso”) dentro del cuento «Arizona». La inocencia también se manifiesta como algo propio en sus personajes centrales. Se muestra en los cuentos «Chiquita linda» y «Marrón glacé». Por otra parte, la malicia se presenta como una alternativa sin un ápice de remordimiento. Sucede en los cuentos «Descubre tus poderes» y en «Mowgli». Por último, la amenaza y el dolor se mencionan con sutileza en el cuento «Caza de conejos».
Ahora vayamos a las historias:
En «Chiquita linda» una niña cuenta el viaje que hace en bus con su mamá hacia el norte de Chile. Hay una epidemia de influenza. Se menciona el uso de mascarillas y alcohol en gel. Aunque el mayor peligro es el hecho de que raptan niñas en el pueblo donde van a llegar. La niña es rubia y es bonita. La mamá siempre está pendiente de ella hasta que llegan a su destino. Allí conocen a unos hombres con los que entablarán una amistad de inmediato. Estos hombres también viajan con una niña. Con ellos pasarán la noche comiendo fritangas. A determinada hora los adultos mandarán a las niñas a dormir. Aun así, la niña protagonista escucha todo lo que ocurre afuera. Su mamá comenta la relación con su expareja, el padre de la niña, a quien trata de manera despectiva. En la misma noche la madre tiene una cercanía con uno de los hombres. La niña sigue oyendo todo. Al día siguiente, la protagonista infantil se despierta temprano. Los dos hombres la invitan a ir a comprar mientras su madre duerme. Ella irá en la camioneta junto con la otra niña con la que ha dormido. Su desenlace no especifica un posible peligro o un acto inofensivo.
En «Arizona» un niño llamado Pedrito cuenta cómo ha cambiado su pueblo ahora habitado por gente desplazada. Dentro del pueblo hay un terreno deshabitado, un erial, al que llaman “Arizona” donde él juega con otros niños. Este lugar también es habitado por los Jopis, unos niños de la calle que siempre paran sucios y con la misma ropa. Los Jopis no van a la escuela y hablan groserías. De pronto, Arizona es ocupada por unos gitanos. Dentro de este grupo, Pedrito conoce a Miroslav, un niño gitano con quien hace amistad. Pedrito aprende arreglar autos gracias a Miroslav. También deja de ir a la escuela, solo los lunes y martes porque toca Biología. Miroslav tampoco va a la escuela. Ellos se hacen tan amigos que los otros niños empiezan a decir que los dos son pololos (novios). En la escuela, en los días que Pedrito sí va, los alumnos lo molestan. No solo eso, hasta le llegan a insultar. Pedrito se pelea con un compañero que le grita “maricón”. La abuela de Pedrito piensa que su nieto es un caso perdido, sobre todo desde que para con los gitanos. Un día lo busca el Chichi, el líder de los Jopis. Le pregunta sobre las costumbres de los gitanos. Le pregunta si comen de una misma olla. Pedrito solo le cuenta lo que ha visto. Días después, Pedrito es despertado por unos carabineros y su abuela. Se entera que los gitanos están en el hospital envenenados, incluido Miroslav. Todo indica que el Chichi, ahora prófugo, les puso veneno en la olla de su comida. Pedrito va a Arizona para confirmar lo sucedido. Allí encuentra a los Jopis celebrando su victoria. Han robado buena parte de las pertenencias de los gitanos. Mientras lo invitan a comer papas fritas y una masa extraña llamada “chapatí”, uno de los Jopis le pregunta a Pedrito con sorna si todo era verdad. Y al decirlo, los Jopis estallan en risas. Sin embargo, los rumores siguen siendo inciertos.
En «Marrón glacé» una niña de nueve años cuenta su percepción sobre los matrimonios. Ya ha jugado a tener enamorado en la escuela. Es verano y ha viajado al sur para estar en el matrimonio de su prima que se casa con un español. La niña menciona cómo se desarrolla la fiesta sin dejar de considerar aquello que dicen que los mejores matrimonios son donde ponen cumbia. La niña come y bebe Coca Cola mientras ve a su madre y a su hermano bailar con familiares. Bailan de todo menos cumbia. La niña también disfruta de su postre hasta que suena una cumbia conocida, pero ya es tarde. Su hermano debe llevársela a dormir, de pronto, y guiado por la música, decide bailar con ella, a pesar de que él baila muy mal. Todos la observan. La niña se avergüenza. Ha bebido tanta Coca Cola que siente que se orina en medio de la pista de baile. Aun así, empieza a moverse y siente que todo se libera. Sus familiares también bailan la misma canción. También lo hacen mal. Se ven ridículos, pero no importa.
En «No te vayas dentro» un muchacho gay cuenta que se está preparando la fiesta familiar de la abuela. Mientras que se dan los preparativos él asiste a otras fiestas de chicos de su edad. En una de estas fiestas se besa con Tomás, quien tiene como polola (enamorada) a Daniela, prima del personaje narrador. Él sabe que es un juego, pero le afecta, le duele. Al mismo tiempo, recibe otro tipo de violencia por ser cómo es y por la forma cómo se comporta. En la fiesta de la abuela, el muchacho gay se embriaga y conversa con su prima Daniela sobre Tomás. Los dos terminan teniendo intimidad. Su familia los descubre, pero todo se asume como una travesura. La vergüenza solo es pasajera.
En «Caza de conejos» una muchacha va con su familia a su casa de campo, pero esta se encuentra invadida de conejos. Empieza su cacería y su convivencia con estos roedores que pueden parecer tiernos, pero no cuando se trata de una plaga. La muchacha llega hasta bañarse en la piscina con varios conejos que nadan como si no pasara nada. La familia tiene una perra llamada Manola. De pronto, Manola se ha perdido. No responde a sus llamados. Su hallazgo tiene relación con los conejos y las trampas que la muchacha y su familia han dejado para aminorar la presencia de los roedores.
En «Descubre tus poderes», el mejor cuento de todos, una muchacha llamada Florencia no soporta a su hermana Irene. Ella es más bonita y tiene mejor ropa, solo que no le gustan las matemáticas. A Florencia le dicen gorda. Además, le gusta la magia. Ella dice que es bruja (o aprendiz de bruja). Florencia se hace muy amiga de Nicole, su nana, quien le cuenta haber tenido un romance con Manuel, el hijo de sus anteriores patrones de apellido Balbontín, quienes, a su vez, son muy amigos de los padres de Florencia e Irene. Florencia decide ayudar a Nicole con su brujería. Roba un polo de Manuel, lo corta y lo convierte en un muñeco vudú que termina en el congelador tal como indica su manual de brujería sacado de internet. En una cena en casa de Florencia llegan los Balbontín junto con su hijo Manuel. Todo se estropea cuando la madre de Florencia encuentra el muñeco vudú en la refrigeradora. Interroga a sus hijas delante de los invitados. Los Balbontín están horrorizados. Manuel se muestra lleno de vergüenza. Todos indican como culpable a Nicole. Entonces a Irene no se le ocurre mejor idea que salvar a la nana, y a la vez, deshacerse de su hermana.
En «Mowgli» la narradora cuenta primero su infancia en un hogar-internado. No tiene padres, solo una tía que la invitaba a su casa. Allí conoció a Ricardo, quien ahora es su esposo. Ella se casó a los diecisiete años. Su matrimonio es como cualquier matrimonio hasta que ella encuentra un gatito al que le pone de nombre “Mowgli”. En la panadería donde ella va se entera de que una vecina está buscando su gatito desaparecido. Esta vecina es Bárbara, la ex enamorada de Ricardo. Cuando intenta devolver el gatito, ella se da con la sorpresa de encontrar a su esposo saliendo de la casa de su ex. Piensa de inmediato que él la engaña. Es entonces que ella también decide engañarlo con el hijo del panadero. Busca tener un encuentro casual con él. Y así sucede. Ellos van a una fuente soda y beben cerveza. Hablan de los vecinos y del barrio. Luego caminan hacia la casa de la protagonista. Todo se concreta con un pequeño y torpe beso. Una vez dentro, su esposo Ricardo no le pregunta nada. Ella solo menciona que ya encontró al dueño del gato. Todo parecer normal.
A través de estas historias se determina lo cotidiano y lo común. También se determina un aprendizaje en medio de la familia y las amistades. Describirlo con detalles eleva la propuesta de la autora. Al mismo tiempo produce en los lectores una serie de sensaciones con respecto al destino de cada uno de los protagonistas. Mucho mejor si con ello llega lo risible, la incertidumbre o el asombro. Todo ello se asume como el mayor acierto de una escritora que realmente gusta.
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Terriers - Constanza Gutiérrez
CHIQUITA LINDA
De vez en cuando, sin ninguna razón, corría la cortina de la ventana del bus. Nunca iba a adivinar dónde íbamos -¿quién adivina dónde está parado en el desierto y de noche?–, pero la espera me tenía impaciente. Llevábamos demasiadas horas sentadas en ese bus y a diferencia de mi mamá, que casi no abría los ojos cuando viajábamos, yo no podía dormir. Después de toda una vida viendo los paisajes verdes de Valdivia, esa tarde se me habían presentado extensas montañas azuladas que iban volviéndose café a medida que nos acercábamos. Los azules eran sorprendentes: claros, oscuros, como petróleo, como lirios. Todo lo que quería era descubrir los colores nuevos que podía ofrecerme la noche del desierto, pero parece que la noche es la misma en todos lados y tuve que conformarme con mirar el techo del bus esperando a que pasara algo.
No tengo claro si íbamos a pedir o a agradecer algo. Mi mamá hablaba poco y no me atreví a preguntar. Tampoco veía que tuviésemos mucho que agradecer ni pedir. Lo que teníamos se lo debíamos a ella, que trabajaba todo el día. Lo que no, se lo debíamos también, por ser tan fría y distante. De haber tenido cosas que solucionar hubiésemos podido hacerlo desde nuestra propia ciudad, pero supongo que a veces hay que cambiar de aires, y la idea de no volver a casa se me apareció ahí, en ese bus, pero lo olvidé como se olvida todo lo imposible: con resignación.
Llegamos a Iquique como a las diez. Comimos pescado frito en un restorán y después caminamos para tomar otro bus –uno mucho menos cómodo– hasta La Tirana. Tres jóvenes de lentes oscuros pusieron música con sus celulares y mi mamá ya no pudo dormir más, pero tampoco se dignó a conversarme. Me aburría horriblemente. Antes de partir, con el motor andando, subió una señora a entregar mascarillas junto a un folleto. Le entregaba una a cada persona, y yo esperaba ansiosa a que llegara a nuestro asiento, pero apenas nos extendió la mano, mi mamá movió la cabeza en señal de negativa. La señora quedó perpleja y pude ver que el papel que acompañaba las mascarillas era propaganda política. Un médico de la zona que se candidateaba para diputado; sonreía junto a la foto de la ex presidenta, que también era candidata.
–Pero si es gratis –insistió la señora.
–No, muchas gracias.
La señora de los folletos subió los ojos todo lo posible e hizo una especie de rebuzno. Me dio pena no sonreír-le, así que lo hice encogiéndome de hombros, cosa que mi mamá vio, pero prefirió obviar. Más allá, y a pesar de la ley seca, la gente empezaba a sacar latas de cerveza escondidas en bolsas. Una señora de polera verde le ofreció una Báltica a su compañero de asiento y se fueron todo el camino cuchicheando, las cabezas cada vez más cerca. A ratos, la luz del bus se apagaba. Pasábamos largos tramos en la oscuridad y luego volvía. Todo el camino fue igual. En uno de los lapsos con luz subió un hombre de chaqueta roja con el logo del gobierno. ¡Las vacunas!
, gritó, y todos entendimos que había que sacar el carnet de vacunación. Detrás, una mujer repartía jabones en gel gritando: ¡Solo para niños y tercera edad! ¡Solo para niños y tercera edad!
, pero la mitad de la gente reclamó. Señoras no tan viejas se abalanzaron a exigirle un jabón gel como si se tratara de anillos de diamantes. Es que nosotras también necesitamos
. Al final, la mujer entregó todos los jabones sin respetar el límite de edad y cuando llegó a mi puesto ya no le quedaban. Tampoco es que me importara, pero yo sí cumplía con el único requisito.
El hombre de los carnet miró a mi mamá, luego a mí y de nuevo a mi mamá: ¿Y esta niña es suya?
. Es una pregunta que le han hecho muchas veces, aunque siempre en tono de broma. Generalmente, después viene el comentario que a mi mamá le cae como patada en la guata: Tan bonita que le salió
. Hace unos años, cuando yo tenía siete, me explicó:
–Eres rubia. La gente se pone tonta con las rubias.
En ese tiempo no supe qué pensar y en realidad tampoco sé qué pensar ahora. Siempre me molestó que no nos pareciéramos, que ella fuese morena y yo rubia, y estoy segura de que a ella tampoco le gustaba. Esa vez no contestó el chiste, solo recibió nuestros carnet de vuelta. Un poco más allá volverían a detener el bus para lo mismo, la pregunta se repetiría y mi mamá, porfiada, volvería a permanecer en silencio.
Hacia el final del viaje la señora de polera verde, ya borracha, se paró y sentó junto a nosotras, en el brazo del asiento de al frente. El bus estaba a oscuras, íbamos a saltitos por el camino mal pavimentado y la mujer apenas se equilibraba. Acercó mucho su aliento de cerveza a mi cara –supongo que no medía distancias– y pude ver sus dientes sucios, cariados, y también los restos del rouge que no retocaba hacía horas. Me ponía nerviosa. Preguntó lo que pueden preguntarse dos viajeros que se cruzan: de dónde veníamos, si habíamos visitado el norte antes y cuánto tiempo nos quedaríamos. Mi mamá contestó con monosílabos.
Aprovechó de comentar, riéndose como una hiena, todo el aparataje del Gobierno. Según ella, este nuevo brote de influenza era un invento del Estado para controlar la cantidad de gente que venía a la fiesta. Es que ustedes no han venido antes, no saben, pero aquí violan chiquillas, desaparecen niños, mueren personas, queda la embarrada. Pero ahora no, porque vino como la mitad de la gente que viene siempre
. Mi mamá la ignoraba y a mí me tenía los pelos de punta lo mucho que se acercaba solo para alejarse al rato y volver, simulando confidencialidad al decir algo que, según ella, era peligroso y poco sabido. Mi mamá miraba hacia al frente fingiendo estar muy pendiente del auxiliar del bus y de nuestra parada, pero yo sé que la señora no le gustó nada. La conozco.
–¿Qué les pasa a los niños desaparecidos?