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Ciencia y tecnología en tiempos difíciles
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Libro electrónico981 páginas10 horas

Ciencia y tecnología en tiempos difíciles

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La ciencia –a partir del Medioevo tardío– y la tecnología –desde el inicio de la era industrial– pasaron por etapas signadas por la ideología de cada época. En ese devenir histórico, la producción y el manejo del conocimiento fueron –y son– interdependientes de las bases socio-económico-culturales. Los científicos, representantes de la intelectualidad global, no deberían desconocer el frecuente divorcio entre la Ciencia y Tecnología (CyT) y el bienestar general de la sociedad. Sin embargo, se discute mucho sobre experimentos, resultados y papers, pero muy poco sobre política científica. En un intento de aportar a la necesaria discusión de estas cuestiones, Ciencia y Tecnología en tiempos difíciles reflexiona sobre el origen y la evolución de la hoy denominada CyT; analiza el neoliberalismo, el postmodernismo y el neocolonialismo como estrategia, táctica y consecuencia en el escenario regional y global; postula el paralelismo entre las bases neoliberales y los hábitos y las conductas del entorno científico; proporciona elementos para discutir la CyT en una convergencia regional; aporta tópicos para una necesaria soberanía del conocimiento, y muestra los recientes cambios político-ideológicos en la región como ejemplos del vínculo entre el universo ideológico-político y el desarrollo de la CyT. Con un lenguaje accesible que facilita su lectura tanto a científicos y tecnólogos como a no especialistas, este libro acerca argumentos legítimos para la defensa de la Ciencia, Tecnología y Sociedad, contribuyendo a la comunicación pública de la ciencia en un área poco conversada y mucho menos discutida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 nov 2020
ISBN9789876996280
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    Ciencia y tecnología en tiempos difíciles - Roberto A. Rovasio

    Roberto A. Rovasio

    Ciencia y Tecnología en tiempos difíciles

    De la ciencia pura a la ciencia neoliberal

    Rovasio, Roberto A.

    Ciencia y tecnología en tiempos difíciles : desde la Ciencia pura a la Ciencia neoliberal/ Roberto A. Rovasio. -1a ed.- Villa María: Eduvim, 2020.

    452 p.; 25 x 18 cm. - (Proyectos especiales)

    ISBN 978-987-699-619-8

    1. Sociedades. 2. Ideologías. 3. Universidades. I. Título.

    CDD 306.45


    Nota bene

    El presente ensayo deriva del Trabajo Final Integrador de la Especialidad Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación y la Facultad de Ciencias de la Comunicación (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), con la tutoría del Dr. Diego Hurtado de Mendoza (UNSM), presentado por el autor al tribunal constituido por la Dra. Ana María Vara (UNSM), Dra. Carolina Scotto (UNC) y Dra. Esther Galina (UNC), el 4 de abril de 2019.

    © 2020 Editorial Universitaria Villa María

    Chile 253 – (5900) Villa María,

    Córdoba, Argentina

    Tel.: +54 (353) 4539145

    www.eduvim.com.ar

    © 2020 Editorial de la UNC

    © 2020 Universidad Nacional de Córdoba

    © 2020, Rovasio, Roberto A.

    Editora: Agustina Merro

    Maquetación: Gastón I. Ferreyra

    La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones publicadas por EDUVIM incumbe exclusivamente a los autores firmantes y su publicación no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor u otra autoridad de la UNVM. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema

    informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo y expreso del Editor.

    Impreso en Argentina - Printed in Argentina

    Editorial de la UNC

    Directores: Dr. Marcelo Bernal y Mgtr. José E. Ortega

    Coordinación editorial: Lorena Díaz

    Universidad Nacional de Córdoba. Pabellón Argentina, Haya de la Torre s/n. Ciudad Universitaria. Córdoba. +54 0351 5353710 / 711

    www.editorial.unc.edu.ar

    La responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y sacar a la luz las mentiras.

    Noam Chomsky

    Pesimismo en la razón, optimismo en la voluntad.

    Antonio Gramsci

    ¡Con todos para el bien de todos!

    José Martí

    Prefacio

    La ciencia a partir del Medioevo tardío y la tecnología desde el inicio de la era industrial pasaron por etapas signadas por la ideología de cada época. Como consecuencia, la producción y el manejo del conocimiento fueron –y son– interdependientes de las bases socio-económico-culturales del devenir histórico. Este concepto fundamenta la idea de una ciencia no-neutra en opinión de muchos epistemólogos y científicos, mientras que otros más radicalizados sostienen que la ciencia nunca debe pretender ser neutra.

    Soslayando los juicios de valor, esta realidad fue aceptada por algunos, mientras fue asumida con silencioso fastidio por otros, o fue ilusoriamente rechazada por algún segmento purista de la población académica. Excluyendo la posición adoptada, una mirada amplia indica que un gran número de científicos –al menos, desde Galileo– ha transcurrido su vida académica en adaptada connivencia con la ideología imperante y, con frecuencia, sin plantearse seriamente la trascendencia de esta conducta ni la importancia de su ponderación.

    En consonancia con la llamada ciencia moderna o revolución científica, la tradicional academia consolidó como una impronta fundacional el concepto de ciencia pura, apoyado en el sentimiento elitista de la mayoría de sus cuadros dirigentes. Con el transcurso del tiempo, la Revolución Industrial orientó la búsqueda del conocimiento hacia una mayor transferencia de la producción científica, impulsada por los intereses propios de la burguesía imperante. A partir de esa etapa, la población mundial fue conociendo y aceptando –a veces, con asombro– lo que en su mayor parte fueron subproductos de la industria bélica: anestésicos y antibióticos, radares y transistores, hasta los recientes genes artificiales y metales preciosos informáticos. Fue el inicio formal de la denominada Ciencia y Tecnología (CyT), con una T que superó frecuentemente a la C. En los últimos tiempos, el neoliberalismo como expresión extrema del capitalismo salvaje vino a dar otra vuelta de rosca presionando hacia una pretendida eficiencia absoluta de la CyT, al privilegiar sus procesos y productos como expresión de transacciones comerciales para el mercado. En este panorama global, no es temerario asegurar que, en la larga historia de las ciencias, pocas veces el bienestar social fue un objetivo considerado con seriedad en el desarrollo de la CyT.

    Desde hace décadas, la sociedad global vive bajo la hegemonía del paradigma neoliberal-postmodernista, entendiéndose éste no como una teoría económica (cuyo disfraz utiliza), sino como una base socio-económico-cultural, es decir, como una ideología desplegada con todos sus atributos. A su vez, la CyT forma parte del escenario de esa avalancha neoliberal, donde un sector no menor de la ciencia, los científicos y sus instituciones, suele ser funcional a la ideología dominante, como un integrante más de los actores sociales. No es ocioso explicitar que este modelo, como ocurrió históricamente con otros, no sólo predomina en los países centrales, sino también –con el tesón de los buenos discípulos–, en los países periféricos. Sin embargo, el análisis conjunto de ciencia y neoliberalismo no es un hallazgo frecuente y suele ser abordado sólo por algunos intelectuales del tercer mundo y por escasos contestatarios del primer mundo, casi todos provenientes de las ciencias sociales o la economía. En general, los científicos de las llamadas ciencias duras o experimentales brillan por su ausencia (o sea, no brillan) y tampoco opinan al respecto, dando como resultado un apoyo tácito (¿o estratégico?) al siempre vigente establishment. Esto sugiere algunas preguntas: ¿será que el neoliberalismo no llamó a sus puertas? ¿O llamó…, entró…, pero no lo advirtieron? ¿Será que el espejismo de la ciencia neutra les impide ver bajo qué paraguas trabajan? ¿O será que la ciencia pura y profunda les dificulta percibir al ser humano en su base social?

    Lejos de pretender responder a estas cuestiones, el presente ensayo expone experiencias desde la óptica de un trabajador de las llamadas ciencias de la vida que transcurrió muchos años en el sistema de CyT. Esta aclaración es, en sí misma, un anticipado descargo por los eventuales desatinos formales que seguramente se encuentren dispersos a lo largo de este trabajo; por ejemplo, una sesgada selección de los campos de conocimiento que se mencionan, sin duda contaminada por la deformación profesional del autor. Sin embargo, arriesgando un inicial equívoco, se podría afirmar que muchas de las experiencias en CyT aquí esbozadas son previsiblemente compartidas por colegas de diferentes áreas temáticas y geografías. Lo que parece ser paradójico es que quizás lo más compartido entre los diferentes terrenos deriva de hechos supuestamente ajenos a la CyT, tales como los altibajos socio-económicos, los vaivenes democrático-autoritarios, los reiterados cambios superadores del sistema de CyT, las coyunturas contradictorias (financiamiento sin becarios-tesistas o becarios-tesistas sin financiamiento), los trámites kafkianos para importar un tornillo, los selectivos paraguas institucionales que disimulan las frecuentes ineficiencias, etc. Estas realidades han sido (son) moneda corriente para los que viven y sufren el mundillo científico en la mayor parte de la región.

    Como representantes significativos de una intelectualidad global, se asume que los científicos no deberían desconocer la realidad del frecuente divorcio entre las metas y misiones de la CyT, y los propósitos de bienestar general de la sociedad. ¿Por qué, entonces, de eso no se habla? ¿Por qué se discute mucho sobre experimentos, resultados y papers, pero muy poco sobre política científica? ¿Por qué los discípulos siguen emigrando al primer mundo para trabajar en temas que allá interesan, con pocas intenciones o posibilidades de regresar? ¿Cómo se re-instala una actitud de emigración temporaria formativa seguida por el retorno, como parece haber ocurrido algunas generaciones atrás? Para intentar un diálogo sobre estas cuestiones, se esbozan aquí ideas y experiencias (utilizables aunque nunca transferibles), esperando estimular una discusión sobre temas cruciales para el futuro, en el que la CyT –de cara a la sociedad– debería ser uno de sus principales cimientos.

    Para ello, en este ensayo se ofrecen elementos de reflexión que puedan integrarse como herramientas para la necesaria discusión y toma de decisiones sobre el tipo de CyT deseable para la región. Aunque muchos de los contenidos emergen de experiencias en Argentina, también provienen de fuentes originadas en otros países de la región latinoamericana que, a su vez, reflejan (o son reflejo de) lo que transcurre en el llamado primer mundo y a nivel global. Está dirigido a los trabajadores científicos de las diferentes disciplinas, tanto en etapa de formación como a los ya formados, si existiera en ciencias esta segunda categoría. Para ello, se aportan argumentos con amplitud conceptual y simplicidad retórica a fin de facilitar su lectura y utilización por parte de científicos y tecnólogos que, al igual que el autor, frecuentemente no son especialistas (ni mucho menos) en el terreno epistemológico.

    El trabajo inicia con Algunas reflexiones históricas (Capítulo 1) sobre el origen y la evolución de la hoy denominada CyT, observando sus raíces y algunos aspectos socio-económico-culturales supuestamente ajenos. Luego se analiza la ecuación Neoliberalismo + Postmodernismo = Neocolonialismo (Capítulo 2) como estrategia, táctica y consecuencia respectivamente, en el escenario regional y global. Una lectura de los Usos y costumbres del neoliberalismo en clave de Ciencia y Tecnología (Capítulo 3) permite ver el paralelismo de las bases neoliberales con los hábitos y las conductas del entorno científico. En Un pantallazo a la Ciencia y Tecnología regional y global (Capítulo 4), se proporcionan elementos para discutir la CyT en una convergencia regional. El análisis de la Educación, Ciencia y Tecnología con soberanía intelectual (Capítulo 5) aporta tópicos para una necesaria soberanía del conocimiento, sólo posible con el compromiso genuino de los científicos hacia la sociedad que los alberga y sustenta. Finalmente, en La ‘Ciencia, Tecnología y Sociedad’, ¿es una utopía? (Capítulo 6), se reflejan los recientes cambios político-ideológicos en la región como ejemplos adicionales del vínculo entre el universo ideológico-político y el desarrollo de la CyT. Un infaltable Epílogo no es sino el frágil intento de una imposible actualización en un campo excesivamente cambiante y previsiblemente conmovedor.

    Aunque el hilo conductor de este ensayo fue tendido entre la Ciencia y Tecnología y el neoliberalismo, algunos temas fueron tratados –desde distintos enfoques– en más de un capítulo. Por ello, se notarán los re-envíos textuales para facilitar la lectura. Como forma de profundizar algún tema –o incluir hechos anecdóticos–, se intercalaron recuadros, así como imágenes alusivas y gráficos específicos cuando los datos numéricos fueron necesarios, y una bibliografía que le permitirá ampliar la consulta al lector interesado.

    Pese a que sería deseable un examen ordenado desde la historicidad del primer capítulo hasta la actualidad del último, la lectura alternada o salteada entre ellos es una alternativa válida, dado que muchos de los asuntos tratados son complementarios, además de auto-explicativos desde la perspectiva del lector.

    La única virtud que se pretende de este libro es problematizar el tema. No fue escrito con un objetivo propositivo, sino para acercar argumentos legítimos a las necesarias discusiones en defensa de posiciones genuinas en el ámbito de la Ciencia, Tecnología y Sociedad, en el sentido más amplio. No fue escrito para que el lector comparta la posición del autor, ni para juguetear desde un lugar neutral.

    Dr. Roberto A. Rovasio

    Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba

    Ex-Investigador Principal (conicet), República Argentina

    [email protected]

    Agradecimientos

    Las primeras palabras de este libro se dirigen a los lectores que usualmente comienzan a revisar una obra por los Prefacios, Agradecimientos y/o Dedicatorias, costumbre poco difundida pero muy útil para descubrir en esos introitos las verdaderas razones de un libro (y alguna intimidad del autor).

    Ellos sabrán disculpar esta inicial confesión de auto-plagio en la que estoy a punto de incurrir. Acaso me pudieran acusar de poco tenaz para indagar en algo diferente pero, sin ninguna duda, no he encontrado nada más representativo que el agradecimiento que transcribo, copiado de mi segunda Tesis de Doctorado presentada hace ya demasiado tiempo en la Université de Paris Nord (xiii).

    A Laura,

    pour ta compréhension,

    pour ta compagnie,

    pour ton encouragement.

    A Romina, Marco et Gaby,

    (extendidos a Martina, Franco,

    Lorenzo y Agustín),

    merci pour votre innocence

    de ne pas savoir encore,

    à quoi sert un papa chercheur.

    Porque ser Investigador Científico significa, entre otras cosas, poner lo necesario para la defensa real de un ideal (o de una utopía); significa ser capaz de conseguir lo que se propone, no solamente proponerlo; significa carecer de dogmatismos y prejuicios; significa tener el coraje de cortar el cordón umbilical a tiempo y no quedar –como la lamprea– pegado a los tiburones; significa tener un espíritu genuinamente independiente; significa desarrollar el pensamiento crítico empezando por la auto-crítica; significa hablar lo justo y escuchar mucho; significa incorporar el nosotros más que el yo; pero sobre todo… significa estar insertado en la sociedad que lo nutre y mantiene.

    En otro registro, pero no de menor valía, mi enorme agradecimiento a Diego Hurtado de Mendoza y Carolina Scotto por sus comentarios, opiniones y consejos, en los intercambios de ideas que en mucho ayudaron a clarificar las mías. Así como a Ana María Vara y Esther Gallina, por sus aportes y sugerencias.

    Y, como rezan las publicaciones anglosajonas, last but not least, un particular agradecimiento a las Editoriales de la Universidad Nacional de Villa María y de la Universidad Nacional de Córdoba, con el especial reconocimiento a Carlos Gazzera, quienes confiaron que este material pudiera ser de utilidad en los difíciles tiempos que se avecinan.

    Prólogo

    En países en desarrollo como la Argentina, llevar la ciencia y la tecnología al plano del debate cultural y político supone la decisión de enfrentar uno de los bastiones ideológicos más persistentes de la dependencia económica y cultural. El tabú que protege y reproduce un estilo de ciencia que no se propone producir enraizamiento con la realidad socioeconómica argentina se podría sintetizar en unas pocas expresiones: la ciencia es una empresa universal, guiada por el desinterés y la curiosidad; la única ciencia que importa es la ciencia de excelencia; la política no tiene (no debe tener) injerencia en el mundo del conocimiento. Desde esta perspectiva –producto de la emulación (simplificada y descontextualizada) de la ciencia europea y norteamericana–, no importa quién gobierne la Argentina, porque las agendas y los objetivos de la investigación son autónomos y deben quedar en manos de la propia comunidad científica.

    A su vez, se desprende de estos dogmas una noción abstracta de tecnología como un producto automático de la ciencia de calidad. Si en la Argentina no logramos alcanzar el estadio de la producción de tecnologías de frontera, se dice, es porque todavía es necesario consolidar y expandir los cimientos de la ciencia con estándares internacionales. Por supuesto que esta posición atrasa varias décadas e ignora todo el conocimiento acumulado por las ciencias sociales en lo que hace a las complejas tramas de políticas, instituciones, empresas y regulaciones que en los países centrales logran enraizar el conocimiento en el desarrollo económico y social. Aclaremos: no se trata de un pecado original de la ciencia argentina; estas limitaciones son la consecuencia de más de medio siglo de inestabilidad institucional crónica, que terminó cristalizando conductas corporativas de adaptación y supervivencia.

    Enfrentar estos tabúes, equivocados y tenaces, y proponer una estrategia original para su deconstrucción y superación son los objetivos que se propone el libro de Roberto Rovasio, un destacado científico argentino, profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba, que además ha logrado elaborar un arsenal conceptual sofisticado anclado en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En la encrucijada de una comprensión capilar de la ciencia argentina y de su contextualización crítica tanto en las dinámicas de la ciencia internacional como en los procesos políticos y económicos que atraviesa la Argentina –y la región–,el recorrido que propone Ciencia y Tecnología en tiempos difíciles. De la ciencia pura a la ciencia neoliberal es impactante.

    Su blanco es la ideología neoliberal, especialmente en su versión periférica. Dado que los ejes de la crítica se concentran en la deshistorización y la autoproclamada despolitización que están en el ADN de la operación ideológica neoliberal, aplicadas con inusitada radicalidad y violencia en América Latina desde el minuto cero del experimento chileno –encarnado en el dictador Pinochet y en su asesor de cabecera Milton Friedman–, los antídotos eficaces que propone Rovasio son la historización y el análisis político –ambos en los niveles global, regional y local, en ese orden– como claves para descifrar sentidos culturales, políticos y económicos de la ciencia y la tecnología coherentes con la historia del capitalismo y, como corolario, con el diagnóstico que condena al sector científico-tecnológico local a padecer procesos recurrentes de desfinanciamiento y desmantelamiento de sus instituciones.

    Uno de los muchos logros notables de este libro es develar las conexiones íntimas –que la cristalización del mito de la modernidad occidental oculta– entre, por un lado, las prácticas de producción de conocimiento y, por otro lado, nociones sensibles en disputa como mercado, democracia liberal, Estado, o soberanía, por mencionar solo algunas. Otro logro difícil de sintetizar es el entramado narrativo que logra transmitir, de manera didáctica y convincente, un enfoque sistémico necesario para hacer frente a perspectivas reduccionistas que desconectan la ciencia y la tecnología del orden global vigente y de problemáticas cruciales como el cambio climático o el crecimiento secular de la desigualdad y la concentración económica.

    La primera impresión es que Ciencia y Tecnología en tiempos difíciles. De la ciencia pura a la ciencia neoliberal es un libro inabarcable. Sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, se descubre la coherencia y la intención del autor: mostrar un sendero posible para que la ciencia y la tecnología en la Argentina y en la región puedan ser un recurso eficaz para el desarrollo social y económico. Al final del recorrido, descubrimos que el rompecabezas cierra con una coherencia que produce vértigo y fascinación. Una lectura atenta se lleva como premio una comprensión del rol del conocimiento en el orden mundial y de su valor estratégico acuciante para un país en desarrollo.

    Dr. Diego Hurtado de Mendoza

    Profesor Titular de Historia de la Ciencia

    Director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica José Babini (Universidad Nacional de San Martín)

    Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet)

    Prólogo

    La labor científica y el trabajo académico no van siempre acompañados, como sería deseable, por una reflexión informada y crítica sobre los fundamentos en los que se apoyan y los lineamientos que los guían, sean estos de carácter epistemológico, metodológico, histórico, político o ético. Inmersos en un canon y adaptados al rumbo de las tradiciones culturales y disciplinares y a las coyunturas sociales y políticas, las representaciones que los investigadores solemos hacernos del valor y los límites de nuestra labor y de nuestras responsabilidades para decidir sobre ellos, son muchas veces precarias, episódicas y prematuramente auto-resignadas.

    En tiempos difíciles, en el mejor de los casos, sumamos nuestras voces a un legítimo reclamo de atención presupuestaria, laboral o de instrumentos de política científica y académica que nos permitan sobrevivir bajo condiciones estructuralmente adversas. Pueden esgrimirse distintas buenas razones para ese estado de las cosas, pero ninguna es más obvia y recalcitrante que la siguiente: las mismas condiciones que exigirían un cambio de actitud son las que explican su persistencia.

    ¿Qué modelos, programas y prioridades de política científica deberíamos favorecer o desalentar en nuestros países periféricos? ¿Cuáles beneficios se seguirán de esas decisiones y cuáles serán sus costos? ¿Cuánto esfuerzo de financiamiento debería dirigirse a sostener las más diversas orientaciones temáticas y disciplinares y cuánto debería reorientarse a áreas estratégicas, con impacto en el desarrollo socio-económico, la autonomía y el bienestar colectivo? ¿Qué tradiciones institucionales, paradigmas disciplinares y modelos de formación académica son más apropiados para unas u otras metas de política científica?

    El libro de Roberto Rovasio, Ciencia y Tecnología en tiempos difíciles. De la ciencia pura a la ciencia neoliberal, es un claro contra-ejemplo respecto de aquellas motivaciones reflexivas que suelen faltarnos a los investigadores, porque aborda estas y otras preguntas no menos complejas con un entusiasmo y una auto-crítica claramente contrastantes con las actitudes inerciales o meramente reactivas de nuestras comunidades académicas.

    El libro ofrece un enfoque sistemático y un análisis crítico sobre el papel de las ciencias, los científicos y las instituciones y políticas de ciencia y técnica, situándolo en un marco histórico-cultural amplio, tanto en la región como, especialmente, en nuestro país. Recopila, para ello, un rico volumen y variedad de datos, históricos y recientes. Sin embargo, el libro no está guiado por el objetivo de ofrecer una reconstrucción histórica, sino por cuestiones como la pertinencia, la utilidad, la justificación estratégica y los efectos socio-culturales de distintas prácticas y políticas científicas, en distintos campos de conocimiento. Contiene, por ello, no sólo información histórica, referencias a hitos, personalidades y debates, sino también el análisis de una variada muestra de casos en los que la problemática general abordada evidencia su complejidad y su interés, en ámbitos tan sensibles como la genética humana, la inteligencia artificial, la agro-tecnología, la salud pública, el cambio climático, la industria farmacéutica, entre otros.

    La complejidad de las cuestiones examinadas admite, como buena parte de los temas vinculados con la actividad social humana, sea la científica o cualquier otra, más de una perspectiva de análisis y más de un enfoque filosófico, ideológico y/o político. Sin embargo, es el caso que habitualmente estas perspectivas están presentes de manera no explícita o, al menos, de manera no fundamentada. Creo que debe celebrarse que Rovasio explicite y justifique con claridad sus puntos de partida, sus estrategias de análisis e incluso sus expectativas más optimistas. Esta virtud y el hecho de que el texto esté escrito en un lenguaje accesible al gran público alientan la expectativa de que su publicación pueda contribuir a enriquecer un debate en el que nuestra comunidad científica tiene un papel relevante que desempeñar.

    Dra. Carolina Scotto

    Profesora Titular de Filosofía del Lenguaje II

    (Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba)

    Directora del Doctorado en Neurociencias (unc)

    Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet)

    Rectora de la Universidad Nacional de Córdoba (2007-2011 y 2011-2013)

    Capítulo 1

    Algunas reflexiones históricas

    Raíces de la ciencia y aspectos supuestamente ajenos

    Las reflexiones sobre el pasado de la hoy denominada Ciencia y Tecnología (CyT) ocupan una voluminosa historiografía; relevantes historiadores, filósofos, economistas y educadores, y desde el llano los investigadores científicos, analizaron y debatieron sobre CyT desde la perspectiva de sus ideales, experiencias, certidumbres y rechazos.⁴, ⁹, ⁵¹-⁵⁵, ¹¹¹, ¹⁴², ²⁰³, ²⁰⁴, ²⁰⁷, ²⁴⁴, ³⁰⁴, ³¹², ³³⁷-³³⁹, ³⁶⁰, ³⁹⁸, ⁴³⁰-⁴³², ⁴³⁵, ⁴³⁷, ⁴⁵⁷, ⁴⁵⁹, ⁴⁷⁸, ⁵⁴², ⁵⁸⁷-⁵⁸⁹, ⁶²⁹, ⁷¹⁰, ⁷³⁷, ⁷⁸⁴, ⁸⁹³, ⁸⁹⁵*¹ En este capítulo, se realizan observaciones iniciales que podrían ser útiles a la hora de discutir el presente y el futuro de la ciencia, los científicos y sus instituciones. A lo largo del ensayo, el eje se orienta al desarrollo interdependiente entre las ciencias y aspectos político-sociales concurrentes que, con frecuencia, son interpretados como ajenos.

    La ciencia remota

    Al considerar los antecedentes de la CyT, se suele debutar con los egipcios, griegos y romanos, y desde este lado de la mar Atlántica con los mayas, aztecas e incas. Estos y otros pueblos ancestrales adquirieron conocimientos que fueron precursores de la actual CyT. Mucho antes de que el hombre de Pekín⁶⁹⁶ encendiera sus fuegos inaugurales, el primitivo ser humano ensayaba nuevas formas de solucionar problemas. Junto con la luz, el calor y la defensa que proporcionaban las primeras hogueras, vinieron la cerámica y la fabricación de instrumentos y de armas, jabalinas primero, luego arcos y flechas, y así… hasta la actualidad. En ese transcurso de cientos de miles de años, no se pensaban ni se realizaban ensayos, pruebas o experimentos para comprobar teorías sino para intentar obtener mejoras prácticas y funcionales que facilitaran la vida. Y casi todas aquellas exploraciones eran consecuencia del impulso imaginativo o de la prueba y error, ambos procedimientos extendidos hasta la moderna investigación científica, aunque actualizados con dialécticas filosofías y nueva retórica.

    Desde hace más de 10.000 años, la subsistencia del ser humano basada en la caza y recolección, asociada al nomadismo, evolucionó hasta desarrollar la agricultura y con ella la vida sedentaria. El asentamiento en un lugar físico, seguido por la capacidad del riego y la domesticación, llevaron en pocos milenios al concepto de propiedad. En consecuencia, se fundaron aldeas –luego ciudades y Estados–, con el ulterior incremento de la competencia, la rivalidad y el poder. En el devenir surgieron los principios de la división del trabajo y se establecieron los antiguos imperios. En esta primera gran fase del desarrollo humano se consolidaron numerosas cosmogonías mitológicas y artes adivinatorias –derivadas sin grandes cambios desde tiempos prehistóricos–, que dominaron las interpretaciones del saber y del conocimiento pasado y presente, así como las predicciones sobre el futuro.

    Remotos documentos, como el famoso Libro de los Muertos (4300-2500 a. C.)⁵²⁰ y el Papiro de Edwing Smith⁶⁶⁰ –entre otros–, permitieron conocer que los antiguos egipcios representaban la palabra cerebro con un jeroglífico (Fig. 1-1). Los egipcios realizaron estudios anatómicos de este órgano, sus envolturas (meninges) y del líquido cefalorraquídeo. También describieron decenas de heridas de guerra y sus tratamientos sobre bases racionales, recurriendo en pocos casos a remedios mágicos. Un aspecto sorprendente e interesante fue su anticipación en 4000 años a la mayestática opinión de Hipócrates (460-370 a. C.) –y en unos 6000 años a la actualidad–, al afirmar que el cerebro es el sitio de las funciones mentales.

    Fig. 1-1. Jeroglífico de la palabra cerebro del Libro de los Muertos (4300-2500 a. C.), adquirido por Edwing Smith en 1862 y traducido en 1930.

    Al conocer la escritura y las técnicas de construcción –con abundante mano de obra derivada de las guerras de posesión–, los sacerdotes egipcios asociados a los faraones intermediaban con sus numerosos dioses a la vez que dominaban los saberes de la época. La predicción de eclipses o el pronóstico de la crecida anual del Nilo asociada con la aparición de la estrella Sirio (Sepedet) al amanecer, eran parte de eficientes estrategias para la sumisión del pueblo.

    También la antigua Mesopotamia (Asiria, Persia, Babilonia) se destacó en varias ramas de las ciencias. En Astronomía, con las medidas del tiempo, la determinación de eclipses y el estudio de los planetas; en Matemáticas, con el invento de la multiplicación y del círculo de 360 grados, las numeraciones sexagesimal y posicional,⁶²² las raíces cuadrada y cúbica, el número Pi (π) y muchas unidades de medida, así como las normativas que integraron el famoso Código de Hammurabi (1720-1686 a. C.). En el área de la Medicina, se destacó la contribución primigenia de las Tablas de Nippur (~2100 a. C.), cuya escritura cuneiforme incluye un gran número de las primeras recetas médicas conocidas y, aunque no proporcionan referencias relevantes sobre el cerebro, ubican al hígado y al vientre como centro de las emociones, los sentimientos y la inteligencia.⁵⁵²

    El Imperio árabe (762-1258 d. C.) también dejó un significativo legado de su mundo científico. Se les debe a sus sabios la introducción de los números, del álgebra y de muchas palabras al vocabulario castellano; inventaron el molino de viento, las lentes de aumento y el papel; descubrieron muchos componentes químicos, perfeccionaron las manufacturas del acero y el vidrio, desarrollaron fármacos y muchas interpretaciones médicas fundamentales, además de numerosos instrumentos. En la antigua medicina árabe, se atribuía al cerebro las propiedades de imaginación, reflexión y memoria.³⁰⁸

    Al mismo tiempo que aquellas culturas, también en el futuro Nuevo Mundo se desarrollaron diferentes áreas del conocimiento. Hasta su aniquilación por la invasión europea, los mayas (2000 a. C.-1546 d. C.), los aztecas (1325 d. C.-1521 d. C.) y los incas (1438 d. C.-1533 d. C.) habían logrado importantes avances en diferentes áreas del saber. En Astronomía idearon un calendario exacto, anterior al calendario gregoriano, y concibieron un ciclo solar de 365 días; en Matemáticas inventaron el sistema numérico vigesimal y crearon el concepto teórico y uso práctico del cero, que era ignorado en la misma época por muchas civilizaciones de los viejos continentes. Son notables los registros de su escritura jeroglífica realizados sobre piedra, papel amate (corteza vegetal aplastada) y pergamino (piel de animales), aunque la mayor parte de esos testimonios realizados sobre soportes perecederos fueron destruidos por el fuego conquistador, principalmente en México y Mesoamérica.

    Como en la etapa prehistórica, tanto los avances de la geometría egipcia como la matemática mesopotámica o la astronomía maya no fueron asociados a generalizaciones teóricas sino a resolver problemas prácticos, a interpretar cosmogonías y a dominar al súbdito. La referencia tradicional al conocimiento en aquellos tiempos ancestrales suele calificarlo como pre-científico.

    En las épocas remotas, los saberes y su praxis estaban restringidos a las castas sacerdotales y a los escribas, cuya profesión era usualmente hereditaria y sus familias muy cercanas al poder de la nobleza. Por otra parte, las enseñanzas se realizaban en selectos círculos de elite y con frecuencia en esotéricos lugares, como las llamadas Casas de la Vida en Egipto, o las Casas de la Sabiduría en el antiguo Imperio árabe. Los conocimientos estaban también estrechamente asociados a los oráculos, los horóscopos y las profecías, a su vez muy vinculados con el poder político de las familias reales.⁵⁸⁹ Un hecho frecuente en muchas culturas antiguas –tanto en el nuevo mundo como en los viejos mundos– fue la verificación de haber realizado trepanaciones con fines rituales o terapéuticos.¹¹⁹, ¹²⁸, ²⁹⁸, ⁴⁸⁵, ⁶⁸⁹, ⁶⁹⁷, ⁸⁴⁸, ⁸⁴⁹ (Recuadro 1-1)


    Recuadro 1-1

    Trepanación en la etapa pre-científica

    Las primeras evidencias de trepanaciones se remontan a casi 10.000 a. C., una época previa al período Neolítico.¹²⁸, ²⁹⁸, ⁶⁸⁹, ⁶⁹⁷ Además del instrumental idóneo para tales fines, fueron hallados restos de numerosos cráneos trepanados. Algunos de ellos con orificios cuadrados o circulares, de bordes muy agudos, indicio de la escasa o nula sobrevida del paciente-víctima, probablemente sometida a rituales o a curaciones en el campo de batalla (Fig.1-2A). En otros casos, los orificios presentan bordes gruesos, redondeados y suaves, claras señales de que el sujeto sometido al trépano sobrevivió al menos lo suficiente para lograr la regeneración ósea y cicatrización de la lesión (Fig.1-2B). Algunos cráneos presentan evidencias de haber sido sometidos a reiteradas trepanaciones, quizás con el propósito de tratar traumatismos, lesiones de guerra o fuertes migrañas, o expulsar fluidos o espíritus dañinos, o permitir la entrada de alguna pócima.⁴⁸⁵, ⁸⁴⁸

    Fig. 1-2 A. Trepanación ancestral con un orificio cuadrado de bordes agudos, indicio de escasa o nula sobrevida. Fig. 1-2 B. La trepanación con orificio redondo de bordes suaves señala una sobrevida suficiente para alcanzar la regeneración ósea y cicatrización.


    Como fue mencionado, mucho después de la original opinión egipcia, el reconocido Hipócrates (460-370 a. C.) mantenía que el estudio de la mente empieza por el estudio del cerebro. Sin embargo, en opinión de su coetáneo Aristóteles (384-322 a. C.), el centro del intelecto era el corazón, porque ocupa un lugar central, se mueve, es caliente, contiene mucha sangre, y si deja de latir, cesa la vida. Y con discutibles argumentos, el estagirita –quien no produjo tratados de Medicina y nunca fue su objeto de estudio excepto por analogías o citas de libros médicos–¹⁸⁹ sostenía que la función del cerebro sólo era refrigerar la sangre. Entre muchos otros, Herófilo (335-280 a. C.), Erasístrato (310-250 a. C.) y Galeno (130-200 d. C.) realizaron avances importantes en la descripción anatómica del sistema nervioso, asociándolo de una manera general con las funciones cognitivas. Dicho sea de paso, también introdujeron groseros errores conceptuales que, en el caso del último citado –uno de los padres de la Medicina–, se siguieron transfiriendo escrupulosamente por un lapso de mil años, es decir, hasta la Edad Media tardía. Por su parte, en los primeros siglos de la era cristiana, el ámbito del conocimiento y su relación con el entorno social y el poder político no fue muy diferente de lo que había dominado desde la remota Antigüedad.

    El claroscuro medieval

    La evolución global del conocimiento científico adjudica tradicionalmente las posiciones iniciales a las culturas egipcia, griega y romana, aunque esta simplificación no sea completa ni totalmente cierta (Fig. 1-3). En el nivel medio de la actual escuela, usualmente se esbozan estas iniciales intervenciones, pero no siempre se transmite que el avance del conocimiento científico fue quasi sepultado por el dogmático fárrago cristiano-clerical durante los 1000 años de la Edad Media. Además, también se sabe que en ese largo período los estudios científicos siguieron avanzando en selectos monasterios, en general franciscanos, luego también jesuíticos, pero siempre alejados del acceso al pueblo.⁵⁸⁹

    Así como el avance en el conocimiento científico de los antiguos pueblos indoamericanos ha sido minuciosamente ignorado, tampoco se menciona mucho sobre la gran evolución de la ciencia indo-perso-arábiga y del Oriente extremo que tuvieron una influencia fundamental en el desarrollo de la llamada civilización occidental. También suele omitirse que, luego de siglos de floreciente CyT, el mundo árabe terminó arrasado en toda la región por los romanos primero, luego por la penetración de los pueblos noreuropeos y posteriormente por los cruzados⁸⁹⁵ (Fig. 1-3). Y en épocas menos lejanas, por la invasión de la cultura occidental y cristiana, cuyo colonialismo devastador se extendió por Oriente cercano, medio y lejano, con vigencia y efectos que llegan hasta nuestros días.¹⁴⁵, ²²⁸

    La continuidad de esta trayectoria del conocimiento científico es más conocida y divulgada (Fig.1-3). El Renacimiento, que habla por sí mismo desde su enunciación, y la Ilustración con sus enormes controversias, hasta llegar a la ciencia moderna y contemporánea proyectada en un ascenso exponencial que, en la soberbia omnipotente del ser humano, parece no tener límites. En esta evolución del conocimiento, también se destaca claramente su marcha paralela e interdependiente con los períodos político-ideológicos de las diferentes épocas (Fig.1-3).

    Acerca de los sistemas o herramientas de la ciencia para llegar al conocimiento, es importante destacar las antiguas sendas iniciadas por Tales (624-545 a. C.), Anaximandro (610-546 a. C.) y Anaxímenes (585-524 a. C.) (Escuela de Mileto), quienes desecharon explicaciones metafísicas, defendiendo en cambio la idea de las causas naturales. Muchos años después, aquellas interpretaciones del mundo fueron continuadas por Bernardo de Chartres (¿?-1130), Roger Bacon (1214-1294) y Guillermo de Ockham (1280-1349) –entre otros–, quienes fueron destacados eruditos de su tiempo.⁵⁸⁹ Así, la Escuela de Mileto y sus seguidores consolidaron la idea de utilizar los ojos como instrumento, y la observación y el razonamiento como método para llegar al conocimiento, rechazando las explicaciones mágicas y metafísicas.

    Durante la Edad Media, el horror inquisitorial se dedicó con especial esmero a destruir todo lo que no se correspondía con el dogma impuesto y, con ese criterio, demoler cualquier tipo de pensamiento –crítico o no– que surgiera desde argumentos basados en la razón. Es así que muchos eruditos y sabios de la época (¡se está hablando de diez siglos de historia!) fueron perseguidos, quemados en la hoguera o neutralizados mediante otros eficaces métodos: Pietro D’Abano (1257-1315), García de Orta (1501-1568), Miguel Servet (1511-1553), Giordano Bruno (1548-1600), Giulio Cesare Vanini (1585-1619), entre muchos otros. Mientras que otros tuvieron mayor fortuna y solamente fueron silenciados mediante no menos efectivas fórmulas como la tortura, la cárcel ad vitam, el exilio, la censura (y auto-censura), como fueron los episodios de Nicolás Copérnico (1473-1543) y de Galileo Galilei (1564-1642).

    Tanto el oscurantismo dogmático repeliendo a la razón, como el conocimiento abriéndose paso a través de aquellos nebulosos tiempos, estuvieron estrechamente asociados con las bases socio-económico-culturales –es decir, con la ideología– de la época y con sus intereses. Incluso lo que se cataloga como contribución positiva de la ciencia, merece ser analizada en relación con (o dependiendo de) factores socio-políticos concurrentes. Así, aunque desde tiempos remotos la mecánica aristotélica había observado e intentado evaluar el fenómeno de la caída de los cuerpos, es a partir de la Nova Scientia de Niccolò Tartaglia (1537) –entre otros– y, sobre todo, del aporte galileano, que se lo estudia en profundidad y detalle. Observado en su contexto histórico, no parece casual que los trabajos de Galileo sobre la dinámica, trayectoria y caída de los cuerpos, además de reflejar un afán de conocimiento puro,⁴¹², ⁸⁷⁹ coincidan con la época de pleno desarrollo y fabricación de los primeros cañones y la consecuente necesidad del cálculo preciso de la potencia y las trayectorias balísticas (matemática + física) para doblegar con eficiencia los muros de los castillos¹²⁶ (Recuadro 1-2). Tampoco se pensaría como una pura coincidencia que el gran Leonardo da Vinci (1452-1519), además de su genio creador, se haya destacado como sabio e inventor por sus conocidos aportes y anticipaciones industriales –escafandras, barreras protectoras, puentes, mecanización de tornillos, irrigación fluvial de los campos, bombas hidráulicas, autómatas, flotadores, concentrador de energía solar, calculadora, máquinas textiles, aparatos para pulir espejos, etc.– y bélicas –submarino, aeroplano, helicóptero, tanque de guerra, cañones, morteros, blindajes, paracaídas, alas volantes, automóvil, cálculo de trayectoria de proyectiles, etc.–, estando la mayor parte de su vida bajo la protección y el mecenazgo de los poderosos nobles y aristócratas de Florencia, Milán, Venecia, Roma y París.


    Recuadro 1-2

    Aportes galileanos a la artillería⁴¹²

    La segunda mitad del siglo xvii asistió al progreso de la importancia militar de la artillería y la balística, concomitante con la invención de cañones más eficientes y con la creciente exigencia de precisión en los proyectiles utilizados. Aunque la mecánica aristotélica (siglo iv a. C.) había tratado el tema y propuesto interpretaciones, los nuevos rumbos y la superación de aquellas ideas corresponde a Nicoló Tartaglia en su Nova Scientia (1537) y en la Quesiti et inventione diverse (1546), al concluir que la trayectoria balística curvilínea deriva de una composición de movimientos (línea recta > arco de círculo > movimiento vertical). Luego, fue sin duda Galileo Galilei (1564-1642) en su Discorsi e dimostrazioni mathematiche in torno a due nuove scienze (1638) quien contribuyó con sólidos y duraderos aportes científicos a las bases físico-matemáticas del recorrido de los proyectiles. Su propuesta sostenía que la trayectoria es una parábola resultante de la composición de movimientos de caída (vertical, descendente y acelerado) y del movimiento originado por el impulso inicial de la pólvora (horizontal y uniforme), con lo cual se apartó del modelo aristotélico.

    Esta nueva interpretación, usando la geometría euclidiana para consolidar la balística, dio inicio a un largo período en el cual las ideas galileanas basadas en física y matemática, intentaron –con relativo éxito– reemplazar los fundamentos empíricos y las prácticas de los artilleros tradicionales. Tanto Galileo como su discípulo Torricelli, además de efectuar un enfoque teórico del tema, realizaron su transferencia a la práctica inventando instrumentos y métodos para facilitar la puntería de cañones y mosquetes, tal como se detalla en el folleto Le operazioni del compasso geométrico et militare, publicado en 1606. Sin embargo, la teoría parabólica padecía de algunas fallas como la de no considerar los conceptos de inercia y aceleración, y no tomar en cuenta la resistencia del aire. A pesar de ello, mantuvo una fuerte vigencia durante los siglos xvii y xviii, paralela a la promoción de los estudios teóricos y experimentales de balística. En esa época, las primeras instituciones científicas (Royal Society, Académie Royale des Sciences) dan cuenta de que el 10% de las investigaciones expuestas en esos años se ocuparon de estudios sobre la artillería.

    Una obra que ayudó a mitigar el divorcio entre los artilleros, los matemáticos y los filósofos fue L’art de jetter les bombes, de François Blondel (1683), que defendió la aplicación de la matemática a la artillería y facilitó la comprensión de la teoría parabólica. En esta obra, también se comparó el movimiento de un proyectil con el de un planeta o satélite, intentando unificar las leyes de las mecánicas terrestre y celeste. No obstante, a partir de este período comenzó a ser decisivo en el estudio de la balística la introducción del análisis infinitesimal por G. W. Leibniz y la consideración por Newton de la resistencia del aire para la determinación de la trayectoria de los proyectiles, lo que poco después vino a complementar y reemplazar los anteriores enfoques y propuestas. Con todo, aunque persistían las discrepancias entre la práctica artillera y las predicciones de la matemática newtoniana, se concluía que esta se ajustaba mejor a la realidad, pero aún no se lograba la exactitud y el rigor esperados.


    Así, mientras los aportes de la geometría euclidiana de Galileo, Torricelli y Blondel se orientaron a superar las toscas prácticas artilleras de la época, la diferencia con la construcción de Newton –más allá de la consideración de la resistencia del aire– consiste en la mayor capacidad resolutiva del análisis infinitesimal en los cálculos de trayectoria balística. Durante el siglo xviii, los planteos galileano o newtoniano no fueron en el fondo una pura cuestión físico-matemática, sino una cuestión práctica del tema bélico como consecuencia de planteos balísticos complejos debido al desarrollo de armas progresivamente más sofisticadas, necesarias para los propietarios del mundo antiguo. Y el quehacer de los sabios de la época, como los anteriores y hasta la actualidad, no ha podido sustraerse a la influencia –positiva o no– de los poderes fácticos de cada período.

    Una vez superados los mil años de la Edad Media, cuando las favorables condiciones de poder de la naciente burguesía comenzaron a competir con la continuidad del sistema político-clerical, los hombres de ciencia se sintieron más libres para pensar, con más interés para formularse preguntas y con menos miedo para intentar responderlas. Y sobre la base del incipiente método científico experimental aplicado por Galileo, muchas áreas del conocimiento comenzaron a emerger y multiplicarse. Además de Leonardo da Vinci, Andrés Vesalio (1514-1564) y Thomas Willis (1621-1675), muchos otros ampliaron el conocimiento sobre múltiples aspectos de los seres vivos y de su entorno. Y al impulsar nuevos enfoques y nacientes tecnologías, realizaron interpretaciones inéditas sobre la anatomía cerebral, incursionando sobre sus atributos sensoriales y motores, a veces introduciéndose con temeridad en temas como la memoria, el sentido común, la conducta, la imaginación o el alma.

    Saberes y empresas coloniales vernáculas

    La añosa Europa, casi saliéndose de la Edad Media tardía y con sus recursos agotados, inició ávidas empresas colonizadoras marchando hacia todo el orbe con la máscara civilizadora y los místicos emblemas.²²⁸ Gemas y esclavos subsaharianos, especias y opio del levante,⁵⁴² oro y plata del poniente²⁰⁷, ³³⁸, ⁵⁴² fueron sus metas fácticas y explícitas. Desde el inicio de esta tarea, además del conocimiento y la conquista de tierras ignotas, también marcaron el rumbo los descubrimientos de fabulosos seres (Figs. 1-4 y 1-5)¹³⁷, ⁷⁸⁸ y de productos milagrosos (Recuadro 1-3),¹¹⁵ desconocidos en sus tierras natales, aunque cimentados con una mezcla de supersticiones y esperanzas. Supersticiones que, bien mixturadas con los dogmas esperanzadores de la clerecía, fueron eficientes y funcionales al poder político y a los intereses dominantes.


    Recuadro 1-3

    Algo más que oro, plata y gloria… el secreto de Don Pedro de Mendoza¹¹⁵

    Don Pedro de Mendoza, de 35 años de edad, hijo de una noble, aristocrática y rica familia castellana, partió el 24 de agosto de 1535 del puerto de Sanlúcar de Barrameda al mando de más de 10 naves, 3000 hombres y casi 100 caballos, llegó al Río de la Plata y fundó el primer asentamiento de la ciudad de Buenos Aires el 3 de febrero de 1536. El Primer Adelantado del Río de la Plata no parecía tener necesidad de emprender esta riesgosa empresa en busca de riquezas, honores y prestigio, dado su origen y familia; tampoco de vivir aventuras, que ya las había experimentado con creces al servicio al Rey Carlos I, participando en numerosos viajes, en las guerras contra los Estados pontificios y en la intervención en el saqueo de Roma en 1527.

    Pero cuenta la tradición que en sus andares guerreros por Italia, Don Pedro contrajo el mal napolitano, morbo francés, avariosis o sífilis. Y también se sabe que era un hombre de buena cultura, lo que le permitió conocer el libro Syphilos, escrito en aquellos años por el médico Fracastoro, donde no sólo describía la enfermedad, sino que establecía su origen en las Indias Occidentales. También se sostenía en ese libro que la cura se podía obtener con infusiones de corteza de Guayacán, árbol abundante en la región chaqueña de Sudamérica, de donde se obtenía una resina supuestamente remediadora.

    El Adelantado Pedro de Mendoza, muy probablemente en busca de una cura para su enfermedad, partió hacia América ya muy enfermo en una riesgosa expedición, continuó enfermo durante su corta estadía llena de aventuras, batallas y tempestades, y decidió regresar a España en el peor estado de su mal infamante, muriendo en alta mar cerca de las Islas Canarias el 23 de junio de 1537. Su llagado cuerpo fue arrojado al mar.


    Según el relato del primer cronista del Río de la Plata –Ulrico Schmidl (1510-1579)–,⁷⁹⁰ el colono invasor nunca quiso aprender la agricultura sustentable que practicaban los pueblos nativos americanos desde hacía milenios. Como parte de la misma cultura europea que hoy se llamaría de extractivismo financiero, cuando en 1530 la población criolla comenzó a criar gusanos de seda y cultivar moreras, la incipiente industria textil no soportó la competencia de la seda china importada por los españoles desde Filipinas. Así ocurrió también con la cosecha de vides, ya bien aclimatadas en las colonias hispanoamericanas en 1551 que, poco después de iniciar una regular producción de vinos, entró en competencia con los provenientes de la metrópoli europea y fue prohibida en casi toda la región. Por similares motivos de disputas e intereses, a la producción de aceite de oliva establecida en Indoamérica hacia 1650, le sucedió la prohibición del cultivo de olivares cincuenta años después. Lo anterior puede tentar a reflexionar sobre las semejanzas con episodios de historias menos lejanas. Y, como será señalado en otras oportunidades a lo largo de este ensayo, estos eventos no eran (no son) casuales, ni son ajenos a la producción y transferencia de conocimientos;⁴⁸⁰ en suma, no son extraños a la ciencia, los científicos y sus instituciones.

    Alguna literatura sobre los aspectos educativos de aquellos tiempos tampoco parece estar muy lejana de ciertas conductas y opiniones más recientes sobre la enseñanza y la CyT. Con frecuencia, y desde una posición maniquea, se suelen simplificar las interpretaciones y dividir la historia en dos bloques opuestos, haciendo ocasional alusión a las dos bibliotecas. Este comportamiento es fácilmente distinguible en ciertas opiniones sobre la enseñanza elemental antes y después de la década independentista de 1810, donde con frecuencia se transmite la idea de una época colonial con una enseñanza fluctuante entre escasa y nula, un analfabetismo mayúsculo, la falta de métodos pedagógicos y la ausencia de enseñantes o la elemental participación de simples curas o esclavos con algún entrenamiento que sólo ejercerían para los hijos de las familias privilegiadas.

    Así, se suelen comparar (sin mayores pruebas documentales) los más de tres siglos anteriores a 1810, con los dos siglos siguientes, enfatizándose en el mejor nivel de la enseñanza elemental que sin duda ocurrió recién a partir de fines del siglo xix. Sin embargo, la documentación disponible sobre la instrucción pública colonial permite aportar un mayor equilibrio en las opiniones sobre las supuestas enormes diferencias en la enseñanza entre los períodos pre y post-independentistas³³⁷-³³⁹ (Recuadros 1-4 y 1-5). Estos aportes abren una perspectiva con frecuencia ignorada sobre los cambios cualitativos –como las guerras por la independencia–, que suelen borrar en forma indiscriminada los aspectos positivos de la etapa anterior, sin rescatar valores que merezcan ser vistos con ojos más objetivos.


    Recuadro 1-4

    Algunos datos de la escuela pública colonial³³⁸

    * En los siglos xvi y xvii, la instrucción elemental en España fue en gran medida superior a la de otras geografías europeas, siendo trasplantada a los Virreinatos donde se proyectaron las enseñanzas de notables pedagogos de la época, entre otros, Luis Vives (1492-1540), Juan Huarte de San Juan (1529-1588), Pedro Simón Abril (1530-1595), Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809).

    * Del año 1503 data la primera ordenanza sobre Enseñanza Primaria en América, según las Décadas (1.era Década, 5.º Libro, 12.º Capítulo) de Antonio de Herrera,⁴⁴⁶ donde se ordena al Comendador Ovando la construcción de una casa y se indican las rutinas para la enseñanza a los niños de la población.

    * La fundación de una ciudad con su iglesia y una escuela era la norma de la época, como en Santa Fe de Bogotá en 1528 y la de Buenos aires (o Asunción) en 1536; esta última por el cura Juan Gabriel de Lazcano, quien enseñaba a leer, escribir, doctrina cristiana y cánticos contra los vicios, entre otros, no pintarse, no matar y no comer carne humana.

    * En 1599 se aprobó el Ratio Studiorum, primer plan de estudios del mundo occidental (véase el Recuadro 1-5).

    * En 1614, la ciudad de México, con 15.000 habitantes, contaba con una universidad y 6 colegios; Quito, con 3.000 habitantes, tenía 7 escuelas; Lima, de 10.000 habitantes, tenía una universidad con 80 profesores y 5 colegios; Cuzco, con 3.000 habitantes, tenía 5 colegios; Santiago de Chile, con 2.000 habitantes, dos colegios.

    * En 1618, Santiago del Estero, con 400 habitantes, tenía dos colegios de segunda enseñanza, lo mismo que Tucumán con 250 habitantes, Santa Fe con 100 habitantes y Buenos Aires con 200 vecinos.

    * En 1620, la población española desde la Florida hasta Buenos Aires (excepto Brasil) no llegaba a 100.000 habitantes en 176 poblados de distinto tamaño. Dos siglos después, a fines del siglo xviii, esa población no pasaba de 2.000.000, con 17 universidades desde México hasta Córdoba, llegando a 33 universidades hasta la época de la independencia, además de 100 colegios secundarios y unas 500 escuelas elementales. España, en la misma época, con una población 20 veces mayor, no llegó a tener más de 30 o 40 universidades.

    * En 1632, los Reyes Católicos otorgaron a los maestros de escuelas públicas muchas franquicias, equivalentes a las de los nobles e hidalgos.

    * En 1742 se ordenó que los maestros tengan los mismos privilegios que las personas que ejercían artes liberales; no podrían ser apresados por delitos que no fueran de muerte y, en este caso, serían beneficiados con prisión domiciliaria.

    * Entre los siglos xvi y xviii, las imprentas de México editaron más de 10.000 obras, cuando la ciudad capital contaba con 5.500 habitantes.

    * Entre 1781 y 1782, la imprenta de Expósitos editó numerosas ediciones de textos escolares, más de 60.000 cartillas, 500 docenas de catones, 2.500 tablas de contar, además de diversos compendios y manuales.

    * En 1784, Paraguay tenía 40.000 habitantes y 78 escuelas primarias, 20 de ellas en pueblos indígenas.

    * En 1796, el Cabildo estableció un tribunal examinador (concurso) para los aspirantes a maestros, considerando las pericias de lectura, escritura y cuentas; y en 1803, se consideró a los postulantes a maestros según sus buenas costumbres, el manejo del idioma castellano (lectoescritura, ortografía y gramática) y las operaciones aritméticas.

    * Además de las escuelas comunales, existían instituciones de órdenes religiosas, en particular de franciscanos y jesuitas, no sólo en ciudades, sino también en poblaciones medianas y pequeñas villas.

    * Desde principios del siglo xvii hasta el siglo xix, el 85% de la enseñanza primaria era obligatoria y gratuita, a cargo de las Órdenes de franciscanos o jesuitas, al igual que muchas escuelas municipales.


    Recuadro 1-5

    El Ratio Studiorum³³⁸

    El primer plan de estudios del mundo occidental, con antecedentes que se remontan a trabajos preliminares de comisiones jesuitas de 1581 y 1584, fue elaborado en 1586, revisado en 1591 y aprobado oficialmente en 1599, con el nombre de Ratio atque Institutio Studiorum Societatis Iesu, más conocido como Ratio Studiorum. Fue utilizado no sólo en instituciones de enseñanza confesionales latinas de Europa y de las colonias en Indias Occidentales y en Asia, sino también en colegios y universidades de Italia, Inglaterra, Alemania, Portugal y Francia. Su aplicación, cuyas calidades fueron elogiadas –entre otros– por Francis Bacon (1561-1626), René Descartes (1596-1650), Jean Le Rond d’Alambert (1717-1783) y Leopoldo von Ranke (1795-1886), se extendió formalmente hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, cuando la orden contaba con casi 700 instituciones de enseñanza en todo el mundo. No obstante, el Ratio Studiorum se siguió utilizando por muchos años y con influencias hasta la actualidad.

    Con este plan, se proponía sentar las bases para el desarrollo de una trayectoria de 5 años con un nivel de Bachillerato, y sus principales componentes eran:

    * Gramática inferior: para niños de 11 a 13 años, introduciendo nociones de lengua latina y griega, mediante selecciones de obras sencillas de autores clásicos (Cicerón, Fedro, etc.). Este propósito inicial ofrecía a los estudiantes ejercicios mentales más ricos con el uso de esos idiomas que con lenguas modernas.

    * Gramática Media: esta etapa abarcaba una mayor profundidad del latín y griego sobre la base de textos, poemas, fábulas y cartas de Ovidio, Esopo, César, etc., además de los autores ya leídos con anterioridad.

    * Gramática Superior: para jóvenes de 13 a 15 años, con análisis profundo y perfeccionamiento de la sintaxis, figuras retóricas y arte de la versificación, basada en obras más complejas como los diálogos, cartas y discursos de los autores clásicos.

    * Humanidades: este segmento estaba integrado por la formación en elocuencia, con el propósito del dominio idiomático y la erudición recibida en los cursos previos, aplicados al mejor conocimiento y uso del castellano. La práctica de la versificación latina y griega se aplica en esta etapa como base de la gimnasia de la mente.

    * Retórica: como final de curso, la Retórica estaba orientada a que el alumno exprese sus ideas con facilidad, precisión y elegancia, tanto en forma escrita como verbal.


    Aun en una rápida lectura de los registros documentales, es evidente la existencia de no pocos establecimientos escolares instalados en las colonias americanas a partir del siglo xvi, así como de las imprentas montadas en los Virreinatos y la producción de numerosos textos y manuales. Si se considera el elevado número de las ediciones realizadas y el hecho de que los libros también eran importados desde las metrópolis europeas, es evidente que América no podía tener una población quasi analfabeta. Por otra parte, en plena época colonial se dio inicio a sistemas de promoción y evaluación de los maestros mediante tribunales con jurisdicción en muchas escuelas y colegios religiosos, como también de dependencia municipal (Recuadro 1-4).

    Tampoco se sostiene la versión sobre la supuesta carencia de planes de enseñanza y de métodos pedagógicos, toda vez que en los Virreinatos americanos, así como en casi todo el resto del mundo, comenzó a aplicarse el Ratio Studiorum desde antes de 1599, y

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