Manual de filosofía en la pequeña pantalla
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Manual de filosofía en la pequeña pantalla - Navajas
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Créditos
© Santiago Navajas Gómez de Aranda, 2012
© Editorial Berenice, S.L., 2012
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.»
Colección Ensayo
Editorial Berenice
Edición: Javier Ortega
Maquetación: Óscar Córdoba
www.editorialberenice.com
[email protected] - [email protected]
Adaptación a epub: Óscar Córdoba
I.S.B.N: 978-84-15441-15-1
Hecho en España - Made in Spain
Series, series, más series por favor
«La imagen sólo vendrá en el tiempo de la resurrección»
San Pablo
«El analfabeto del futuro no será el inexperto en la escritura sino el desconocedor de la imagen»
Moholy-Nagy
Luis Eduardo
Aute cantaba en los ochenta aquello de «Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine, y los sueños, cine son.» Si usted prefiere la cita cultista en lugar de la pop le ofrezco la espectacular boutade del filósofo heideggeriano Giorgio Agamben cuando sentenció que «El hombre es el animal que va al cine» (Le cinéma de Guy Debord. Agamben, Image et Mémorie. 1998). Juan Cueto, por el contrario, afirmaba recientemente (entrevista en La Voz de Asturias, 2011):
«Sólo veo series. Soy un fanático de las series (…), al final de mi vida periodística le declaré la guerra al cine comercial y me pasé a las series de televisión. Mad Men o Los Soprano son los mejores productos cinematográficos que existen en este momento»
No soy tan extremista como Cueto, pero estoy mucho más lejos aún de los prejuicios de muchos intelectuales que, tras haber admitido con mucho esfuerzo el lugar del cine dentro de las artes plásticas, ahora mantienen la excomunión contra la televisión. Nos encontramos con que está patéticamente de moda el asesinato como una de las formas de la crítica académica: la novela ha muerto, se pontifica, el periodismo ha muerto y, por supuesto, el cine ha muerto. Incluso se auguró de la televisión que «está muerta» precisamente cuando empezaba a mostrar mayor dinamismo. Así Bettettini («La conversación audiovisual. Problemas de la enunciación fílmica y televisiva», 1986):
«Estamos asistiendo a la muerte de la televisión como tal, ya que en vez de asistir a un nuevo modo de comunicación estaríamos ante la desaparición de la comunicación y frente a su remplazo por un modelo epidérmico y energético, fundamentalmente asocial»
Pero no hay que preocuparse. Todo lo contrario. Basta que un gurú dictamine la muerte del periodismo para que se lea más prensa que nunca (electrónica). Así que es de agradecer al poeta y teórico Jenaro Talens que en una conferencia sostuviera la supremacía, bajo su punto de vista indiscutible, de una película como El Padrino sobre la serie de televisión Los Soprano. Entre mafiosos anda el juego. Lo que demuestra lo complicado que es reconocer lo valioso aunque esté delante de las propias narices, y aunque el responsable del juicio sea un reputado experto, cuando el tribunal de la historia —ese consenso en el tiempo de los que opinan con algo de conocimiento de causa— aún no ha emitido sentencia.
Afortunadamente no todos los intelectuales tienen un horizonte social-estético tan limitado. Antonio Muñoz Molina representó el punto de vista contrario al de Talens («Una presencia peligrosa», El País, 2004):
«En cualquier caso, su presencia en la galería de los capos legendarios del cine ya es tan segura como la de Marlon Brando, Al Pacino o Robert de Niro. Sólo que ahora, acostumbrados a la vulgaridad premeditada, amenazadora y sarcástica de James Gandolfini, en esos tres actores a los que hemos admirado tanto descubrimos las costuras y las trampas de una artificiosidad que se nos vuelve incómoda. Se sabe que los mafiosos de la realidad han imitado siempre a los de las películas, y que ninguno de ellos tuvo nunca la solemnidad de patriarca de don Vito Corleone. El monarca indiscutible del cine de la Mafia es Tony Soprano.»
El paso del paradigma cinéfilo de Aute al teléfilo de Cueto tuvo lugar en los años 80 coincidiendo con el paso de la paleotelevisión a la neotelevisión. Estas categorías fueron acuñadas por Umberto Eco («La estrategia de la ilusión. TV: La transparencia perdida», 1983) a través de una gran equivocación y un gran acierto. El error consistía en pensar que la neotelevisión se haría cada vez más autista, más centrada en sí misma y en su propia lógica de imágenes
«La característica principal de la Neo TV es que cada vez habla menos (como hacía o fingía hacer la Paleo TV) del mundo exterior. Habla de sí misma y del contacto que está estableciendo con el público.»
Por el contrario, la televisión se ha mostrado fagocitadora del mundo exterior. Pero en sentido contrario al que insinuaba, paranoico, Eco. Es difícil sustraerse al mundo creado por la televisión en cuanto referente narrativo por excelencia. Tanto por el hecho de que constituye el universal mediático supremo —todo el mundo habla de lo que se habla en televisión— como porque la televisión tiene que estar pendiente de los deseos e intereses de los grandes públicos y de las audiencias minoritarias, las cuales gracias a la globalización consiguen alcanzar una masa crítica con la que ser rentables.
En estos dos fenómenos, universalización del diálogo y globalización de los públicos, va a residir la clave de la emergencia poderosa de la ficción televisiva. Incluso discutiéndole al cine la preeminencia de ser la referencia cultural de primer orden en cuanto a número de espectadores y simbólicamente en el imaginario colectivo. Los Simpson, el doctor House o CSI tienen un poder de creación de ideología y comportamientos imposible de emular por el mundo del cine.
Si en los años 80 es donde se produjo finalmente el destronamiento del cine por la televisión el origen de la traslocación ocurrió en los años cincuenta, cuando las imágenes se introdujeron en los hogares alcanzando su institucionalización cuando los televisores llegaron a todas las casas. O casi todas: cuando Marc Fumaroli se negó a pagar el canon televisivo con el que se financia la televisión pública en Francia, el Estado le envió un par de inspectores que allanaron su casa para comprobar que efectivamente lo imposible, que no tuviera un aparato de televisión en su casa, fuera cierto. Se ha convertido en un gesto cotidiano encender la televisión «a ver qué ponen», usándose como un ruido de fondo tanto en las casas como en los bares y otros espacios públicos. Un acompañamiento como el de una mascota. Ir al cine es como ir al zoo, se va para mirar animales, mientras que con los animales de compañía de lo que se trata no es tanto de verlos como de que ayuden a pasar el rato cotidiano, alejando la soledad. Godard quiso ser despectivo cuando afirmó que «En un cine, el espectador levanta los ojos para ver la pantalla; cuando ve la televisión, los baja…», como si ver la televisión fuese un acto de sumisión frente a la rebeldía que supondría el cine. Pero Godard está viejo…
En Francia, por ejemplo, de las 1.200 horas que los espectadores pasaban delante de la televisión, el tiempo medio invertido en ver películas en la televisión fue de 72 horas mientras que vieron películas en el cine durante 6 horas. En España, en 2007 se superó un techo del consumo en televisión ya que los españoles permanecieron cada día durante 223 minutos frente al televisor, lo que eleva a casi dos meses al año el tiempo medio que dedica cada espectador a ver la televisión. En la actualidad, durante los dos últimos años el consumo televisivo ha seguido aumentando aunque ha disminuido el tiempo de estar delante de la televisión. Y eso es así porque vivimos en una civilización que podríamos definir como de omnipantalla, ya que estamos rodeados de pantallas por todos lados: de las típicas televisiones que, por ejemplo, jalonan incluso los vestuarios de los gimnasios hasta los ordenadores, los smartphones y las tabletas a través de los que podemos ver las retransmisiones televisivas online, vía streaming.
Respecto a este visionado de televisión a través de Internet, aproximadamente 1 de cada 4 internautas ha visto contenidos de televisión en las webs de las cadenas de televisión o las webs que facilitan el acceso a series y programas de otros países. Es especial relevante en este cambio de tendencia desde la gran pantalla cinematográfica a otras más pequeñas que el perfil del internauta «televidente» es el de una persona de edad joven y con un nivel de actividad online por encima de la media. Este espectador tipo se caracteriza por el hecho de que los contenidos de televisión vistos online son mayoritariamente en diferido, salvo las retransmisiones deportivas, y que de dichos contenidos la audiencia mayor se la llevan las series nacionales como «El internado» o «Física o química».
Que quede claro que no se trata de enfrentar al cine con la televisión sino de mostrar un cambio de tendencia dentro del fenómeno de la «omnipantalla» y la «hipervisualidad» que extiende la mirada cinematográfica mucho más allá de su primer lugar, de su «lugar natural», el espacio público de la sala cinematográfica haciéndolo íntimo, secreto, privado en las mini y micropantallas del smartphone o el iPad. Del mismo modo que la lectura se hizo silenciosa, situándose en el interior de la persona en lugar de en el espacio público del ágora. En la actualidad, practicamos el acto de leer como una acción individual y solitaria ya que hemos sido educados en la lectura como una acción individual y solitaria. Pero este tipo de lectura tiene fecha de inicio aunque por ahora no de caducidad: todo comenzó con San Agustín, allá por el siglo V. El de Hipona no quería molestar a sus compañeros durante sus lecturas nocturnas, y había aprendido de su maestro San Ambrosio las bondades de la lectura en silencio que te evitaban los comentarios y preguntas de los demás sobre lo que leía. Frente a la construcción de un imaginario público y comunitario que se desarrollaba a través de la lectura en voz alta, ahora lo que tenemos es la construcción de un sujeto interiorizado, privado, autónomo… en sus primeros pasos. La semilla del individuo y su correlato ideológico, el individualismo, ha quedado así plantada.
Pero el desplazamiento de lo audiovisual narrativo desde su «lugar natural», la super pantalla cinematográfica, a las pequeñas pantallas televisivas, de smartphones o tabletas, no significa que haya perdido centralidad. Todo lo contrario. El imaginario colectivo sigue girando alrededor de las historias narradas en las pantallas que, en todo caso, han dejado de ser cinecéntricas para ser televicéntricas y, últimamente, internetcéntricas. En todo caso, siempre dentro del paradigma del giro audiovisual que se certificó en la civilización occidental y, más tarde, mundial, con el advenimiento del cine.
En cuanto al gran acierto en la previsión de Eco se encuentra la anunciada disolución de la frontera entre «fiction» y «faction», entre el mundo de la fantasía y el mundo de los hechos.
«Entra así en crisis la relación de verdad factual sobre la que reposaba la dicotomía entre programas de información y programas de ficción, y esta crisis tiende cada vez más a implicar a la televisión en su conjunto, transformándola de vehículo de hechos (considerado neutral) en aparato para la producción de hechos, es decir, de espejo de la realidad pasa a ser productora de realidad.»
Aunque con respecto a esta última característica Umberto Eco y otros intelectuales de salón no han tenido en cuenta la educación del espectador audiovisual para desmontar las pretensiones de manipulación informativa por parte de los poderes establecidos (un lavado de cerebro siguiendo los principios de la propaganda de Willi Münzerberg respecto del comunismo, Goebbels respecto del nazismo o Edward Bernays en relación a la publicidad en el capitalismo a la que se suponía que serían inmunes los gurús académicos, cuando la historia intelectual del siglo XX ha revelado que han sido los más fáciles de engañar por parte de los citados.) Y si Eco minusvalora la capacidad crítica de los espectadores, al tiempo que sobrevalora su propia capacidad de resistencia, tampoco tiene en consideración, en lo que supone una incapacidad propia de los intelectuales de izquierda, los mecanismos de la competencia dentro del capitalismo electrónico en el que vivimos, cuando la verdad surge de la lucha entre las visiones contrapuestas digamos por Fox News, CNN y Al Jazaaera. Sólo los que estén abonados a una sola de esas visiones estarán engañados, siendo voluntaria su minoría de edad mental.
La televisión, ¿opio del pueblo?
La televisión ha sido considerada la gran adversaria del sistema de valores democrático, en general, y del sistema educativo, en particular. La satanización de la televisión como espectáculo de masas, así como su instrumentalismo presuntamente exento de categorías estéticas, la ha situado como el opuesto pedagógico perfecto de la institución escolar. Son frecuentes los titulares periodísticos que oponen las horas que los niños y jóvenes pasan delante del televisor con las dedicadas al estudio, como si nos encontrásemos ante un juego de suma cero entre la televisión y la escuela. Y es que la televisión recibe el desprecio y la animadversión del gremio intelectual con argumentos similares a los que en su momento promovieron el ninguneo del cine: alienación, superficialidad, banalización.
Se ha convertido en una cuestión de buen gusto despotricar de sus contenidos, y la única censura que se considera políticamente correcta es la que se aplica sobre sus programas. Evidentemente los niños, los adolescentes, los adultos ven mucha televisión. Pero no hay ninguna relación seriamente establecida entre el consumo televisivo y conductas patológicas. Al menos no con más fuerza que la que pueda tener la lectura de la Biblia, o las obras completas de Karl Marx o Pérez Reverte, algunos ejemplos de la cultura libresca que sí es respetada.
De la gran importancia que se adjudica a la televisión como medio de formación de masas proviene el hecho de que casi todos los países sostengan, con cargo a los presupuestos y financiada por los impuestos, una cadena estatal, para que contrarreste el influjo, presuntamente perjudicial, que pueden ocasionar los canales privados con su afán de conquistar el éxito de audiencia por medio del entretenimiento (poco formativo en el mejor de los casos, directamente calificado de «basura» en el peor). De esta forma, mientras que toda la prensa del franquismo fue desmantelada o privatizada (a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría hablar hoy de la necesidad de que exista un periódico estatal), con la televisión no sucedió lo mismo: ahí está, a pesar de su enorme deuda, que crece año tras año como consecuencia de su déficit estructural, y de la sistemática manipulación a favor del Gobierno de turno.
Este prejuicio contra la televisión es aún más acusado porque de forma tradicional se la ha considerado por muchos intelectuales como la principal enemiga de la institución educativa. En palabras del crítico de arte Robert Hughes («La cultura de la queja», 1994):
«La lucha entre la educación y la televisión —entre las razones y la convicción a través del espectáculo— ha sido ganada por la televisión, un medio que hoy día, en América, está más envilecido que nunca.»
Aunque un poco después manifiesta, en la misma obra, de manera inconsciente que lo único que sucede es que pretende imponer su (buen) gusto caduco incapaz de asimilar nuevas formas de expresión:
«Hasta las artes populares, que en tiempos asombraban y divertían al mundo, han decaído; hubo una época, que aún recordamos algunos, en la que la música popular americana estaba pletórica de exaltación, intención e ingenio, y atraía incluso a los adultos. En la actualidad, en vez