Traductores de la utopía: La Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York
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Traductores de la utopía - Rafael Rojas
Rafael Rojas es doctor en historia por El Colegio de México y se desempeña como profesor investigador titular de la División de Historia del CIDE. Entre 2011 y 2012 fue nombrado Global Scholar en el Department of Spanish and Portuguese Languages and Cultures adscrito a la Universidad de Princeton. Su principal línea de investigación es la historia intelectual y política de América Latina. En el FCE publicó recientemente La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio (2013).
Rojas ha escrito un extrañamente cautivador informe de la Revolución cubana justo en el momento en que […] dos mundos se enfrentaron, cuando una revuelta política en una nación cambió drásticamente las fuerzas intelectuales en otra. En vez de enfocarse en la figura de Fidel Castro, el Che Guevara, J. F. Kennedy u otros usuales personajes de la era de la Guerra Fría, Rojas nos cuenta la historia del ala izquierda en la academia, poetas de la generación beat, Panteras Negras y periodistas radicales en los Estados Unidos […] quienes inicialmente acogieron las transformaciones de Cuba sólo para terminar distanciándose de la represión castrista de las libertades individuales y del movimiento de la isla hacia la órbita de la Unión Soviética.
CARLOS LOZADA
Washington Post
SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO
TRADUCTORES DE LA UTOPÍA
RAFAEL ROJAS
Traductores
de la utopía
LA REVOLUCIÓN CUBANA Y LA NUEVA IZQUIERDA DE NUEVA YORK
Primera edición en inglés, 2016
Primera edición en español, 2016
Primera edición electrónica, 2016
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Fotografía: istockphoto / © tatiana sayig
Traducción de las citas: Alejandra Ortiz Hernández
Título original: Fighting over Fidel. The New York Intellectuals
and the Cuban Revolution
D. R. © 2016, Princeton University Press
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-4627-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Agradecimientos
Introducción
Traducción y utopía, imperio y frontera
Microcosmos de la izquierda
Socialismos cruzados
Bohemia y descolonización
I. Hipsters y apparatchiks
Robin Hood en el Caribe
La hora de los apparatchiks
II. Nombrando el huracán
Retrato y biografía
El último libro
III. Socialistas en Manhattan
¿Cuál socialismo?
De Keynes a Guevara
IV. El aparato cultural del imperio
La voz de Cuba
Al borde de la nueva izquierda
V. Lunas de revolución
Pink Castro
Expulsado del paraíso
VI. Negros en armas
De Thoreau a Sorel
De Fanon a Carmichael
VII. The league of militant poets
Kulchur o la revuelta blanda
Pa’lante y la conga socialista
VIII. La piel del socialismo
El Zeitgeist revolucionario
La piel del socialismo
Epílogo
Bibliografía
AGRADECIMIENTOS
La investigación que me permitió escribir este libro fue posible gracias al nombramiento de Global Scholar de la Universidad de Princeton que me concedieron el Departamento de Español y Portugués y el Programa de Estudios Latinoamericanos de esa importante institución. A Arcadio Díaz Quiñones, Jeremy Adelman, Rubén Gallo, Gabriella Nouzailles y Pedro Meira Monteiro, toda mi gratitud. Varios colegas (Jorge I. Domínguez, Lisandro Pérez, Alejandro de la Fuente, Velia Cecilia Bobes, Ada Ferrer, Lillian Guerra, Marial Iglesias, Enrique Krauze, Claudio Lomnitz, Samuel Farber, Stanley Aronowitz, Miguel Ángel Centeno…) leyeron diversos capítulos del manuscrito y me hicieron valiosas sugerencias y críticas. Patrick Iber y Jeffrey Lawrence compartieron información gráfica y de archivo sobre Waldo Frank, que fue utilizada en la versión en inglés del volumen. Carl Good hizo la traducción para Princeton University Press y muchas de sus observaciones en el tránsito de una lengua a otra me sirvieron para trabajar la edición en español que el lector tiene en sus manos.
INTRODUCCIÓN
En abril de 1959, durante su primer viaje a los Estados Unidos luego del triunfo de la Revolución cubana, Fidel Castro pasó unos días en la Universidad de Princeton. Enterados de la visita que haría el entonces primer ministro a Washington y Nueva York, auspiciada por la American Society of Newspapers Editors, la American Whig-Cliosophic Society y el Special Program in American Civilization de la Woodrow Wilson School de esa universidad, instados por el profesor Roland T. Ely, estudioso de la historia de la industria azucarera cubana, extendieron a Castro una invitación para que impartiera una conferencia magistral el 20 de abril de 1959 en el seminario The United States and the Revolutionary Spirit
.¹ Una de las célebres ponentes en ese seminario, quien probablemente escuchó a Fidel Castro aquella noche, fue Hannah Arendt, profesora por entonces en Princeton.²
Castro comenzó su conferencia disculpándose por no ser un teórico o un historiador de las revoluciones. Su sabiduría se originaba en la práctica de una revolución que había tenido lugar en un pequeño país del Caribe, muy cercano a los Estados Unidos. Esa revolución, a su juicio, había derribado dos mitos de la derecha latinoamericana: que una revolución era imposible si el pueblo estaba hambriento —tesis que hubiera implicado un reconocimiento del relativo bienestar económico y social de Cuba antes de 1959—, y que nunca triunfaría contra un ejército profesional, poseedor de armas modernas. A tono con la perspectiva predominante en aquel seminario, Fidel Castro se declaraba más heredero de la Revolución norteamericana de 1776 que de la francesa de 1789, o la rusa de 1917, que habían sido encabezadas por la fuerza
y el terror
de minorías
.³
Those groups which took power used force and terror to form a new terror
,⁴ agregaba el líder cubano, colocando su ideología dentro de un humanismo democrático americano que compartían los Estados Unidos y América Latina, dos regiones que, a pesar de sus especificidades culturales, no constituían pueblos diferentes
.⁵ Las elecciones y la formación de los partidos políticos, aseguraba, tendrían lugar pronto, pero antes era necesario implementar una transformación social que erradicara el desempleo y el analfabetismo y construyera escuelas y hospitales. Los Estados Unidos podían ayudar a ese desarrollo social de Cuba con una política amistosa, desechando cualquier miedo al comunismo, ya que una auténtica revolución social en Cuba haría de la democracia un proceso real
, que conjuraría el peligro comunista. When our goals are won, Communism will be dead.
⁶
Fidel Castro invitaba a los jóvenes estadunidenses a visitar Cuba y a involucrarse en ese espíritu revolucionario
, que estaba impulsando el cambio social en una isla primero intervenida y luego neocolonizada y modernizada por los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX. Su mensaje encontró recepción entusiasta en aquella juventud universitaria, que comenzaba a ganar conciencia del papel imperial que los Estados Unidos tenían en el mundo —especialmente en el Tercer Mundo—, con la naciente Guerra Fría, y de la propia disparidad de derechos civiles que atravesaba la sociedad estadunidense. Pero así como la Revolución cubana se incorporaba naturalmente al imaginario social de aquella juventud pacifista y libertaria, anticolonial y desprejuiciada, también generaba feroces disputas por los giros ideológicos y geopolíticos que dio entre 1959 y 1971.
Los debates en torno a la Revolución cubana en la esfera pública y en el campo intelectual de Nueva York durante los años sesenta son el tema de este libro. Aquella década y aquella ciudad conformaron un microcosmos de fuerte resonancia para la cultura global del pasado siglo. El momento y el lugar de las vanguardias artísticas, la emancipación femenina, la liberación sexual, el movimiento afroamericano y la oposición a la guerra de Vietnam fueron, también, escenarios privilegiados de debate sobre la identidad ideológica del socialismo cubano, sus aciertos y errores, sus coincidencias y divergencias con el modelo soviético, sus lecciones para la izquierda occidental y la crítica de la política del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba.
La relevancia que el debate sobre la Revolución cubana alcanzó en la esfera pública de Nueva York se explica, en parte, por los antecedentes históricos de la conexión económica, política y cultural entre esa isla del Caribe y los Estados Unidos. Ese proceso, narrado por Louis A. Pérez Jr. y otros historiadores, aseguró que en el momento del estallido de la Revolución, medios neoyorquinos como The New York Times y la NBC tuvieran redacciones y corresponsalías en La Habana y hubieran hecho de la isla uno de los tópicos centrales de sus coberturas latinoamericanas.⁷ Sobre todo en Nueva York, una ciudad con fuertes tradiciones liberales y socialistas, la Revolución cubana fue comentada y discutida, como antes lo habían sido la Revolución mexicana o la República española.
Este libro recorre personalidades intelectuales que adoptaron posiciones públicas sobre Cuba y escribieron libros o ensayos sobre la experiencia cubana, como Waldo Frank, Carleton Beals, Charles Wright Mills, Allen Ginsberg, Amiri Baraka, Susan Sontag, Norman Mailer, Irving Howe, Paul Sweezy, Leo Huberman, Paul Baran, Eldridge Cleaver, Stokely Carmichael, José Yglesias y Elizabeth Sutherland Martínez. Pero también se releerán aquí textos publicados en Monthly Review, Kulchur y Pa’lante, y se hablará de movimientos culturales y políticos, como los de la Beat Generation y los Black Panthers. A través de ese recorrido por diversos actores sociales y políticos, y distintas ideologías y estéticas, es posible reconstruir el mapa de representaciones sobre Cuba imperante en la izquierda neoyorquina.
La pluralidad es un rasgo distintivo del mapa intelectual de Nueva York. Una pluralidad no únicamente ideológica o política, sino la asegurada por las disímiles identidades de los sujetos que intervinieron en aquel debate: beats y hippies; judíos, afroamericanos e hispanos; académicos, escritores y activistas.⁸ Veteranos de la izquierda rooseveltiana, como Frank y Beals, no podían ver la Revolución cubana de la misma manera que jóvenes liberales como Wright Mills y Mailer o que jóvenes socialistas como Sweezy y Baran. Aun dentro del mismo flujo de simpatía y solidaridad con el proyecto cubano, es posible discernir acentos y prioridades entre la izquierda hispana de Sutherland Martínez e Yglesias y la izquierda afroamericana de Cleaver y Carmichael.
En pocas ciudades del planeta se produjo tal pluralización de los discursos sobre el socialismo cubano. Ecos débiles de aquellas polémicas se escucharon en La Habana. Pensamiento Crítico, por ejemplo, la publicación cubana más claramente adscrita al marxismo crítico y opuesta al hegemónico marxismo-leninismo de inspiración soviética, dedicó un número a los intelectuales afroestadunidenses agrupados en los Black Panthers. Aquella identificación crítica con la Revolución cubana tuvo, naturalmente, un efecto nulo y hasta agravante sobre la política de Washington hacia el Caribe y América Latina. Una vez más, Nueva York funcionó como una isla en medio de las corrientes atlánticas de la Guerra Fría. La riqueza intelectual y moral de aquellas polémicas fue desaprovechada por los poderes involucrados en el conflicto cubano.
El tema que nos ocupa ha sido estudiado desde múltiples perspectivas: varios protagonistas de aquellas décadas dejaron memorias y testimonios de su involucramiento en los debates sobre Cuba en Nueva York y algunos intelectuales y académicos han intentado una reconstrucción general del fenómeno. La propia polarización generada por el evento revolucionario, en el contexto de la Guerra Fría, se ha transferido a dichos análisis. Dos casos emblemáticos de esa polarización son el capítulo cubano del clásico Political Pilgrims (1981), de Paul Hollander, y el más reciente Cuba and the Western Intellectuals since 1959 (2009), de Kepa Artaraz. Mientras el primero presenta a los intelectuales de la izquierda de Nueva York como peregrinos
hechizados por la fe en una revolución exótica, el segundo, desde el otro polo ideológico, insiste en la consonancia política entre el socialismo cubano y la nueva izquierda occidental.⁹
Estudios clásicos sobre la izquierda marxista en los Estados Unidos, como Marxism in the United States (1987), no dan mayor importancia a los debates sobre la Revolución cubana en los sesenta, a pesar de admitir, siguiendo a Fredric Jameson, que una de las primeras intuiciones de la nueva izquierda fue la certeza de que el capitalismo amenazaba con absorber dos regiones que hasta entonces le eran ajenas: el subconsciente y el Tercer Mundo.¹⁰ La relevancia que Buhle concede a la izquierda afroestadunidense difícilmente podría constatarse sin advertir el respaldo que sus líderes dieron a la Revolución cubana en cuanto hito de la descolonización del Tercer Mundo.¹¹ Análisis más contemporáneos, como The Left Hemisphere (2013), de Razmig Keucheyan, lejos de desestimar los debates sobre el socialismo cubano, los sitúan en una relación más amplia o transnacional de la nueva izquierda con el Tercer Mundo que incluye la descolonización norafricana, la de China, Vietnam, Egipto y la India y, desde luego, las guerrillas latinoamericanas.¹²
Sin desestimar los indudables aportes de esas investigaciones, este libro intenta explorar, junto con las sintonías, las tensiones que se produjeron entre la Revolución cubana y la nueva izquierda. Es evidente que todos los intelectuales se sumaron al entusiasmo que despertó el triunfo de la Revolución en enero de 1959 en la opinión pública de Nueva York, pero no todos acompañaron de la misma manera la radicalización socialista del proceso a lo largo de los sesenta. De hecho, muchos de quienes defendieron el tránsito socialista a principios de aquella década tomarían distancia luego, cuando constataron los efectos que sobre la economía, la política y la cultura de la isla tuvo la alianza con la URSS y la reproducción de instituciones y estilos del socialismo real de Europa del Este.
TRADUCCIÓN Y UTOPÍA, IMPERIO Y FRONTERA
El estudio de los debates que suscitó la Revolución cubana en Nueva York en los años sesenta obliga a pensar las políticas de traducción de la experiencia latinoamericana que se emprenden desde la esfera pública de una metrópoli cultural de Occidente. La traducción ha sido un práctica cultural constitutiva de la historia intelectual atlántica desde el siglo XVI. Historiadores, antropólogos y estudiosos de la literatura, especialmente desde la perspectiva poscolonial, como Mary Louise Pratt, Douglas Robinson, Robert Stam y Ella Shohat, han colocado la traducción en el centro del choque y el contacto entre las culturas de Europa, los Estados Unidos y América Latina, y han destacado la importancia de ese cruce de representaciones mutuas entre distintas lenguas y culturas para el proceso de la modernidad.¹³
En el caso de la Revolución cubana, lo que se somete a traducción es, desde luego, una cultura, pero también un proyecto político en medio de la tensión ideológica de la Guerra Fría. Al igual que la Revolución mexicana unas décadas antes, estudiada por Claudio Lomnitz y otros autores como un fenómeno que impacta cultural y políticamente la frontera con los Estados Unidos, el socialismo cubano, con la conexión soviética en el Caribe que lo acompaña, desafía la esfera pública de los Estados Unidos como un dilema interno.¹⁴ Tomar posición frente al comunismo cubano se vuelve un imperativo para los intelectuales y los políticos de Nueva York, en la medida en que lo que está en juego es la propia identidad de los Estados Unidos en el mundo bipolar.
Como México, las islas del Caribe siempre han formado parte de una zona fronteriza determinada por las dinámicas imperiales del Atlántico. Desde 1898, cuando se consolida la hegemonía hemisférica de los Estados Unidos, el Caribe hispano queda plenamente integrado a la frontera sur de la nueva potencia mundial. En la propia tradición intelectual cubana, ese carácter fronterizo alcanzó célebres intelecciones en la obra de José Martí, Enrique José Varona, Fernando Ortiz y, sobre todo, Jorge Mañach, quien intentó condensarlo en su Teoría de la frontera (1961).¹⁵ La Revolución cubana y su acelerada radicalización comunista reforzaron esa dimensión de la isla como enclave fronterizo de los Estados Unidos.
La traducción de esa experiencia desde la esfera pública y el campo intelectual de Nueva York rebajó, de hecho, el perfil periférico de Cuba como comunidad fronteriza. Quienes rechazaron o defendieron un comunismo en el Caribe lo hicieron, en buena medida, como si se tratara de un drama que tenía lugar dentro de los Estados Unidos. Un drama mundial, transnacional por antonomasia, en el que se dirimía la esencia del mundo posterior a la construcción del Muro de Berlín. El choque entre unos y otros reflejó la pugna entre dos universalismos, el de la democracia y la filosofía de los derechos humanos, estudiado por Lynn Hunt y Samuel Moyn, y el del comunismo y el internacionalismo proletario
, estudiado por David Priestland y Archie Brown.¹⁶
La representación utópica de la isla en el campo intelectual de Nueva York, con todos los estereotipos que le son inherentes, se produjo lo mismo entre quienes celebraban el giro comunista de la Revolución como entre quienes llamaban a construir una democracia modelo en el Caribe. Desde la izquierda, aquellas traducciones de la utopía no sólo aspiraban a acompañar políticas concretas del gobierno revolucionario o a respaldar movimientos latinoamericanos y caribeños inspirados en el experimento cubano, sino a catalizar corrientes reformistas o antisistema dentro de la juventud intelectual de Nueva York. Como referente de aquellas izquierdas, la Revolución cubana simbolizaba algo muy distinto de la Unión Soviética o de cualquier comunismo de Europa del Este.
Algunos movimientos que se estudian en este libro, como los Black Panthers y The League of Militant Poets, se apropiaron del ejemplo cubano como un referente genuino de la revolución que las izquierdas afroestadunidenses e hispanas intentaron promover dentro de los Estados Unidos. Sin embargo, esas apropiaciones, al igual que las múltiples críticas al comunismo insular que leemos entre marxistas, socialdemócratas y liberales de Nueva York, tenían un distanciamiento ideológico que destaca la diferencia de contextos entre los Estados Unidos y Cuba. La perspectiva imperial e incluso colonial, que entendía el radicalismo y la violencia como componentes de la cultura caribeña, aparecía con frecuencia dentro del propio discurso de la solidaridad con la Revolución articulado por la izquierda de Nueva York.
Aunque las polémicas sobre Cuba en Nueva York reflejaron, como decíamos, la polarización ideológica de la Guerra Fría, el espectro intelectual que describieron estuvo muy lejos de cualquier fractura binaria. No fueron dos, sino muchas las posiciones ante el fenómeno cubano que se perfilaron en la izquierda de Nueva York. Esta pluralidad tenía que ver con la propia heterogeneidad del campo intelectual neoyorquino, pero también con la naturaleza cambiante y, por momentos, experimental del socialismo cubano en su primera década. Son varias las revoluciones cubanas que se ven interpeladas en la esfera pública de Nueva York porque eran varias, de hecho, las revoluciones cubanas que tenían lugar en la isla.
La revolución humanista de Waldo Frank era distinta a la revolución marxista de C. Wright Mills y a la revolución populista de Carleton Beals. El socialismo prosoviético, maoísta y guevarista que debatían el Village Voice y Monthly Review era diferente en cada una de sus modalidades. Una cosa era una economía planificada y un régimen burocrático de partido único, perfectamente inmerso en el campo del socialismo real
de la Unión Soviética y Europa del Este, como el que criticaba Hannah Arendt, y otra, diametralmente opuesta, una revolución anticolonial y nacionalista en sintonía con la descolonización africana y el antiimperialismo latinoamericano, como la que celebraba Frantz Fanon.¹⁷ La pluralidad de la esfera pública de Nueva York reproducía la propia diversidad y el carácter experimental del socialismo cubano antes de la institucionalización soviética de los años setenta.
Nueva York —y, en menor medida, otras capitales culturales de Occidente, como París y Madrid, la Ciudad de México y Buenos Aires— ofreció el debate teórico y el choque público de ideas y opiniones que faltaron a la propia Revolución cubana. En aquellos años la esfera pública de la isla estuvo más abierta y viva que en las décadas siguientes, pero desde 1961 el debate ideológico y el campo intelectual fueron sometidos al control y a la centralización del Estado. Como fenómeno transnacional, la Revolución cubana sólo puede ser plenamente comprendida por medio de su resonancia en esas capitales, en las que se pensaban y decidían las políticas de la Guerra Fría.
MICROCOSMOS DE LA IZQUIERDA
La intensidad de la vida intelectual de Nueva York tiene, desde finales del siglo XIX, causas demográficas e institucionales evidentes, relacionadas con la heterogeneidad étnica de su población cosmopolita y la concentración de universidades, teatros, museos, periódicos, revistas y toda clase de asociaciones culturales. Ese formidable entramado de tránsito y movilidad convirtió a la urbe en una de las capitales de la vanguardia occidental desde los años veinte. Al cosmopolitismo intelectual y a la diversidad cultural de la ciudad se sumó el auge del movimiento obrero, especialmente notable en Boston, Filadelfia y otras ciudades del norte de la Costa Este.
La prensa neoyorquina, que desde los años de la guerra contra España por el dominio de Cuba, Puerto Rico y Filipinas era una caja de resonancia de la opinión pública nacional, se hizo eco de las campañas socialistas del líder sindical ferroviario Eugene V. Debs en el Chicago de las primeras décadas del siglo XX.¹⁸ En periódicos y universidades de la ciudad comenzó a debatirse desde entonces la pertinencia del partido socialdemócrata fundado por Debs en un país como los Estados Unidos. Un aporte sustancial a dicho debate fue el del economista y sociólogo alemán Werner Sombart en su ensayo Why is There no Socialism in the United States? (1906).
Publicado inicialmente en alemán, en una revista de ciencias sociales, el ensayo de Sombart fue traducido rápidamente al inglés, generando todo tipo de reacciones. A partir de los datos sobre el pobre desempeño del Partido Socialista en las elecciones presidenciales de 1900 y 1904 y en las contiendas por las gubernaturas de Alabama, Colorado, Massachusetts, Pensilvania, Texas, Chicago y Nueva York, Sombart concluía que el socialismo en los Estados Unidos no era una opción política competitiva.¹⁹ La socialdemocracia estadunidense, en los primeros años del siglo XX, no rebasaba el volumen demográfico de la socialdemocracia alemana de la década de 1870.
Luego del triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia y la escisión, en los Estados Unidos como en el resto de Occidente, entre una izquierda socialdemócrata y otra comunista, la tesis de Sombart comenzaría a ser crecientemente cuestionada. Durante los años veinte, el comunismo en los Estados Unidos creció por medio de una radicalización de la socialdemocracia, en la que desempeñaron un papel fundamental líderes como John Reed, Charles Ruthenberg y James P. Cannon. La desbordante movilización pública en favor de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos inmigrantes italianos acusados de robo y asesinato en Boston, estudiada por Moshik Temkin, es una buena prueba de la influencia del socialismo en los Estados Unidos.²⁰
Como en la mayoría de las capitales culturales de Occidente, esa propagación de ideas socialistas en Nueva York vivió una ramificación entre corrientes estalinistas y antiestalinistas luego de la muerte de Lenin. Hacia mediados de los años treinta, ante los procesos de Moscú
y la consolidación del poder de Stalin, los socialistas de Nueva York se dividieron. En una ciudad donde pululaban modernistas radicales, judíos internacionalistas, marxistas ortodoxos y disidentes del comunismo, era natural que surgieran publicaciones como The New Masses y Partisan Review, que polarizaron el campo ideológico de la izquierda.²¹ Una izquierda intelectual que desbordaba ampliamente los partidos y las asociaciones estalinistas y trotskistas, como puede constatarse en la relación que establecieron figuras como Ernest Hemingway, John Dos Passos, Eugene O’ Neill y William Carlos Williams con la primera revista, y Hannah Arendt, George Orwell, T. S. Eliot y Lionel Trilling con la segunda.
Partisan Review se convirtió en el medio fundamental del flanco antiestalinista de la izquierda de Nueva York. Como han señalado Alexander Bloom, Neil Jumonville y Terry A. Cooney, esa revista, fundada por William Phillips, Philip Rahv y Sender Garlin, se transformó en los años previos y posteriores a la segunda Guerra Mundial en la plataforma primordial de un socialismo crítico que muy pronto comenzaría a desplazarse hacia un anticomunismo liberal.²² La evolución de intelectuales como Sidney Hook, Dwight Macdonald, Harold Rosenberg y Norman Podhoretz es sumamente reveladora de los desplazamientos ideológicos provocados por el macartismo y la Guerra Fría.²³
Aun cuando una parte importante de aquellos intelectuales evolucionó hacia un liberalismo anticomunista, que al calentarse la Guerra Fría en los sesenta derivaría en un franco conservadurismo, otra zona de la izquierda neoyorquina preservó lo que Cooney ha llamado el "appeal del marxismo" y se abrió al lenguaje y los valores de los beats, los hippies y la contracultura.²⁴ La bifurcación de aquella izquierda en la Guerra Fría podría ilustrarse por medio de los casos de Irving Kristol y Norman Podhoretz, quienes siguieron la deriva conservadora, y de Harvey Swados e Irving Howe, dos de los principales defensores de una posible socialdemocracia en los Estados Unidos.²⁵
Howe y Swados son figuras ideales para reconstruir la radicalización del liberalismo estadunidense en la Guerra Fría y, a la vez, las tensiones de éste con la nueva izquierda. Ambos formaron parte de la generación que a mediados de los cincuenta, preservando el legado de Partisan Review, fundó la revista Dissent y que en la década siguiente intentó mantener la orientación socialista de esta publicación, en contra del giro anticomunista que daban Commentary, bajo la dirección de Podhoretz, y otras publicaciones neoyorquinas. El peso de la literatura en la obra de Howe, quien siempre se interesó en la crítica literaria, y de Swados, autor de varias novelas y libros de relatos, fue una clara señal del magisterio de Lionel Trilling como referente fundamental de la articulación entre literatura y política defendida por Partisan Review.
En ensayos cardinales, como Politics and the Novel (1957) y A World More Attractive. A View of Modern Literature (1963), Howe proponía leer la política allí donde parecía ocultarse: en la trama y los personajes de grandes novelas modernas. Política era la supervivencia
en Stendhal, la salvación
en Dostoievski, el orden
y la anarquía
en Conrad, la duda
en Turgueniev y la vocación
en James.²⁶ Ya en aquellos libros Howe se quejaba del excepcionalismo y el aislamiento de la gran tradición literaria estadunidense (Hawthorne, James, Chancellor, Ramson…) y demandaba de los escritores de su país un mayor involucramiento en los debates ideológicos de la posguerra, liderados por autores europeos como Malraux, Silone, Koestler y Orwell.²⁷
Howe y Swados eran partidarios de que los escritores estadunidenses intervinieran en la opinión pública como intelectuales y discutieran los dilemas de la democracia, el comunismo y el fascismo.²⁸ En The Decline of the New (1970), un volumen en el que recogió ensayos publicados en los sesenta en diversas publicaciones neoyorquinas, Howe caracterizaba el campo intelectual de Nueva York como un microcosmos de judíos, inmigrantes europeos, afroestadunidenses e hispanos que debatían los grandes temas del comunismo y el fascismo, la colonización y el racismo, desde una predominante afinidad con la crítica del totalitarismo y la lectura de ficciones antiutópicas como las de Zamiatin, Orwell y Huxley.²⁹ Así como el ejemplo de Trilling inspiraba su defensa del crítico que lee literatura y, a la vez, opina sobre política, la silueta de Edmund Wilson le servía para reclamar la preservación del referente marxista y socialista en medio de la oposición al totalitarismo.
Harvey Swados también desandó los caminos paralelos de la literatura y la política. A la par de sus textos de ficción, las novelas False Coin (1959) y The Will (1963), y la más lograda colección de cuentos Nigths in the Gardens of Brooklyn (1960), que recreaba el título de una pieza famosa de Manuel de Falla, Swados escribió una serie de artículos y ensayos, reunidos en sus volúmenes A Radical’s America (1963) y A Radical at Large (1968), en los que se situaba en el horizonte de la nueva izquierda aunque sin abandonar una perspectiva socialdemócrata. Swados, como Howe, reclamaba para sí el término radicalismo, pero cuestionaba abiertamente, en contra de su amigo C. Wright Mills, el alineamiento con la Unión Soviética de movimientos nacionalistas del Tercer Mundo, como la Revolución cubana.
En los sesenta, Howe compiló varias antologías colectivas de ensayos aparecidos, fundamentalmente, en Dissent, como The Radical Papers (1966), The Radical Imagination (1967), A Dissenter’s Guide to Foreign Policy (1968) y Poverty: Views from the Left (1968), en los que intentaba condensar la visión global y nacional de la socialdemocracia estadunidense. En ellos, autores como Michael Harrington, Daniel Bell, Michael Walzer, Harvey Swados y el propio Howe analizaban críticamente fenómenos como la pobreza en el sur, el movimiento negro, la corporativización del capitalismo, el intervencionismo mundial de los Estados Unidos en la Guerra Fría, la China de Mao, la Indonesia de Sukarno, la Argelia de Ben Bella, el Egipto de Nasser, los procesos de descolonización en el Tercer Mundo y, por supuesto, la guerra de Vietnam.³⁰
A pesar de lo intenso que fue el debate sobre Cuba en la esfera pública neoyorkina de los sesenta, en estas antologías la cuestión del socialismo insular era tratada de manera lateral. Walter Laqueur hablaba del Castro’s type of socialism
³¹ como un régimen político diferente de los nacionalismos descolonizadores africanos y asiáticos; Richard Lowenthal veía a La Habana aproximarse al modelo chino luego de la crisis de los misiles, y Robert L. Heilbroner criticaba el embargo