Chichén Itzá: La ciudad de los brujos del agua
Por Román Piña Chan
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Chichén Itzá - Román Piña Chan
ROMÁN PIÑA CHAN
≈
(Campeche, 1920-Ciudad de México, 2001), graduado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, fue profesor emérito del mismo instituto y participó en numerosas excavaciones arqueológicas, entre las que se pueden citar Uxmal y Kabah. De este autor el FCE también ha publicado Las culturas preclásicas de la cuenca de México (1955), Historia, arqueología y arte prehispánico (1972), El lenguaje de las piedras: glífica olmeca y zapoteca (1993), Cacaxtla: fuentes históricas y pinturas (1998) y, en coautoría con Patricia Castillo Peña, Tajín. La ciudad del dios Huracán (1990).
SECCIÓN DE OBRAS DE ANTROPOLOGÍA
CHICHÉN ITZÁ
LA CIUDAD DE LOS BRUJOS DEL AGUA
ROMÁN PIÑA CHAN
CHICHÉN ITZÁ
La ciudad de los brujos del agua
Primera edición, 1980
Segunda edición, 2013
Primera edición electrónica, 2016
Diseño de portada: Laura Esponda/Noemí Zaldívar
D. R. © 1980, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-3414-6 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
PREFACIO
Más de tres décadas han pasado desde que el arqueólogo campechano Román Piña Chan (1920-2001) publicó por primera vez esta obra, que hoy es uno de los clásicos de la colección de Antropología del Fondo de Cultura Económica. En su momento, el texto constituyó un estudio erudito y de vanguardia, que no sólo sintetizaba en pocas páginas el conocimiento académico centenario que se tenía sobre Chichén Itzá y los itzaes, sino que aportaba distintas interpretaciones y puntos de vista novedosos en torno de la historia, rasgos arquitectónicos y cultura de aquella sociedad precolombina, comenzando por la polémica tesis de que el estilo artístico de la ciudad no es Tolteca
, sino más bien el de Tula es de origen Maya Yucateco
. Tal idea es sustentada por Piña Chan mediante una rigurosa interpretación de las fuentes escritas durante la época colonial.
La misma etimología del término itza’, ‘brujo del agua’ —tomada por Piña Chan del idioma cakchiquel—, ha sido probablemente la más difundida y aceptada por los mayistas hasta hoy, generando incluso complejas interpretaciones de la raíz morfémica itz, como aquella publicada en 1993 por David A. Freidel, Linda Schele y Joy Parker en su libro Maya Cosmos, que la vincula con las facultades chamánicas de los dioses, gobernantes y especialistas rituales mayas.
De hecho, aunque durante la década de 1980 se siguieron publicando obras importantes sobre Chichén Itzá —sin contar las tesis e informes arqueológicos—, especialmente sobre el cenote de los sacrificios, la cronología, el patrón de asentamiento y la epigrafía de la ciudad, pocos esfuerzos de interpretación global se dieron a conocer, y los que se editaron se encuentran en libros muy especializados y de difícil acceso para el público en general o los estudiantes de habla hispana. La obra que el lector tiene en sus manos encabezó la discusión sobre el tema durante la década de los ochenta, orientando la formación de algunas generaciones de estudiantes. Al mismo tiempo, fomentó el debate entre los estudiosos, quienes ya no estaban seguros —como sucedía antaño— de que la lejana Tula hidalguense fuera el origen del estilo artístico militarista que se aprecia en Chichén Itzá, ya que éste había alcanzado mejores acabados en la segunda ciudad que en la primera, cuyos edificios parecen algo más crudos.
Como se verá en las siguientes páginas, desde 1980, año en que salió a la luz esta obra, nuestro conocimiento sobre los mayas precolombinos, y particularmente sobre Chichén Itzá y los itzaes, se ha transformado radicalmente. No obstante, el Fondo de Cultura Económica reedita la valiosa obra de Piña Chan, en virtud de que en su momento constituyó un hito sobre el tema, al grado de que hoy es un clásico y —como todos los clásicos— las interpretaciones, datos y puntos de vista que contiene siempre podrán volver a leerse, aprovecharse, cuestionarse e incluso se podrá retornar a ellos bajo la luz de nuevos enfoques, tanto actuales como futuros. El propósito de agregar este prefacio no es desechar los argumentos del estudio original, sino orientar al lector sobre los nuevos planteamientos en torno del tema, a fin de que pueda tener acceso a la lectura de este clásico con las herramientas que otorgan el diálogo entre distintos momentos interpretativos y la ubicación de la obra en el contexto de la época en que fue generada.
Es necesario aclarar que no todas las interpretaciones del autor aquí contenidas han sufrido transformaciones a la luz de nuevos hallazgos. La obra sigue siendo una mina caleidoscópica de datos, pues difícilmente se pueden encontrar en un solo texto descripciones tan detalladas, sabias y certeras sobre cada estructura o edificación de Chichén Itzá, provistas con la precisión derivada del dominio de los tecnicismos arquitectónicos. Del mismo modo, el lector reconocerá agudas observaciones sobre el atuendo, la parafernalia marcial y ritual de la iconografía, los materiales arqueológicos, los usos y costumbres, el sistema económico y político, la organización social, las creencias religiosas, el comercio, las artes —que se diferencian de las artesanías—, las joyas y adornos personales, entre otros elementos. Cada uno de estos aspectos de la cultura material y visual fue correlacionado por el autor con manifestaciones análogas que se encuentran tanto dentro como fuera del área maya, así como con un hábil, fluido y erudito manejo de las fuentes escritas en la época colonial —virtud que en la actualidad se ha desdibujado mucho en la formación de los mayistas—. De esta manera, surgen múltiples deducciones y explicaciones originales, concernientes a los más mínimos detalles.
Piña Chan se muestra no sólo como un eminente mayista de su tiempo, sino como un mesoamericanista, cuya perspectiva amplia y global difícilmente se encuentra entre los investigadores modernos, quienes han cedido a las presiones de la alta especialización. Así, mediante un enfoque multidisciplinario, la obra ofrece las perspectivas de un arqueólogo experimentado, sensible y bien documentado en los ámbitos de la historia del arte y la religión, la iconografía y la etnohistoria. Las imágenes con que cuenta (un plano de la ciudad, diversas fotografías antiguas y modernas, esquemas y dibujos) son de aceptable calidad y cumplen adecuadamente la función de lograr que este libro sea más inteligible.
Para comprender el punto de vista de Piña Chan, y de dónde tomó sus ideas principales, es necesario señalar que, a grandes rasgos, la tesis que expone en este libro se fundamenta en tres premisas básicas.
a) La cronología propuesta en 1948 por Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón para la Crónica Matichu, texto colonial que habla de la migración de los xiu y los itzaes, es correcta. El periodo abarcado por el documento iniciaría presuntamente en el siglo v de nuestra era, cuando los itzaes descubrieron
Ziyan Chan Bakhalal, y llegaría hasta mediados del xv, cuando fue destruida Mayapán. Tal cronología se encuentra, con variaciones, en los libros Chilam Balam de Chumayel y Chilam Balam de Tizimín, así como en el Códice Pérez.
b) La historia de Chichén Itzá puede dividirse en dos grandes periodos, uno previo al año 928 de carácter teocrático, en el que se supone que predominaron expresiones culturales típicamente mayas, como los estilos arquitectónicos Chenes y Puuc, el uso de la escritura jeroglífica, de la bóveda falsa, corbelada o salediza y la fabricación de cerámica pizarra. A esta época pertenecen los edificios ubicados al sur de la Gran Plaza, como la Casa Colorada, el complejo de las Monjas, el Akab Dzib y los templos de los Tres y Cuatro Dinteles. Luego del año mencionado comienza el segundo periodo, en el que el estilo artístico de la ciudad adquirió características nuevas, producto de una serie de influencias que se gestaron en la costa del Golfo de México y del Pacífico de Guatemala, Xochicalco y la ribera del río Usumacinta. Dicho nuevo estilo tuvo una orientación militarista y estuvo asociado con el culto al dios Kukulcán, con esculturas de Chac Mool, con la edificación de columnatas y salas hipóstilas, y fue llamado por Piña Chan Maya Yucateco. A la vez, el autor subdivide el segundo gran periodo en dos etapas sucesivas. La primera la denomina la ciudad militarista de los itzaes (928-1185), época en la que este grupo, asentado en Chichén Itzá, supuestamente estableció una triple alianza con los xiues de Uxmal y los cocomes de Mayapán. A la siguiente fase la llama segundo periodo de la ciudad militarista (1185-1350), y explica que durante ésta los habitantes de la urbe siguieron construyendo edificios, pero bajo el poder hegemónico de Mayapán. El área edificada luego de 928 correspondería, en general, a los edificios ubicados alrededor de la Gran Plaza, tales como el Castillo, el Templo de los Guerreros, el Gran Juego de Pelota, el Mercado y el Tzompantli, entre otros. Este modelo explicativo de Piña Chan es en realidad un refinamiento de la antigua tesis del Chichén Viejo Puuc (horizonte cerámico Cehpech) y el Chichén Nuevo Tolteca (horizonte cerámico Sotuta), que fue formulada por Alfred M. Tozzer alrededor de 1957.
c) El llamado estilo Maya Yucateco (928-1350), considerado en su momento como un símbolo supremo de civilización y de refinamiento artístico, fue llevado de Chichén Itzá a Tula por medio de un grupo de migrantes, conocidos como nonoualcas, que Piña Chan identifica con los itzaes. A partir de que este estilo llegó al altiplano central de México puede ser llamado Tolteca. El lector debe saber que la tesis de que Chichén Itzá influyó a Tula y no al revés, como han supuesto la mayoría de los autores, no fue una aportación del todo novedosa por parte de Piña Chan, ya que había sido desarrollada desde 1962 por el historiador de arte George Kubler.
Una vez señaladas las tres premisas anteriores, es importante mencionar que nuevos fechamientos de radiocarbono han mostrado que el apogeo de Chichén Itzá tuvo lugar entre 800 y 1050, mientras que el de Tula es, efectivamente, un poco posterior, pues va de 950 a 1100 o 1200, periodo conocido como la fase Tollan. Esto apoyaría las hipótesis de Kubler y Piña Chan en el sentido de que fue Chichén Itzá la que influyó a Tula. Sin embargo, en 2005 el epigrafista Erik Boot optó por la idea de que el estilo arquitectónico e iconográfico de ambas ciudades se inspiró en elementos que ya estaban presentes en asentamientos del Bajío, norte de Mesoamérica y Oaxaca, los cuales, a su vez, recuperaron temas bélicos y sacrificiales del arte tardío de Teotihuacan. En otras palabras, lo que Boot señala es que las semejanzas entre Chichén Itzá y Tula obedecen a que ambas compartieron modelos previos comunes.
Como resultado de esta última idea, algunos estudiosos —entre ellos Enrique Florescano Mayet— han sugerido que el modelo político, ideológico e incluso arquitectónico, iconográfico y estilístico de las principales metrópolis mesoamericanas fue, en última instancia, Teotihuacan (ca. 150 a.C.-600 d.C.), que debe interpretarse como la Tollan primigenia a la que aluden las fuentes escritas del siglo XVI, siendo Chichén Itzá y la Tula hidalguense ejemplos de sus principales réplicas posteriores.
Asimismo, existe evidencia de que algunos elementos culturales atribuidos a los toltecas son mucho más comunes en Chichén Itzá. El caso más notable es el de una serie de jeroglíficos no mayas, sino de estilo centromexicano (y que posiblemente representen un idioma diferente al de la escritura maya tradicional), de los cuales hay más de 244 ejemplos en Chichén Itzá, según el catálogo elaborado en 2011 por Bruce Love y Peter J. Schmidt, mientras que en Tula sólo existen entre cuatro y seis. Mi colega Boot opina que se trata en realidad de jeroglíficos de esa época que están en maya yucateco, pero que pertenecen a una escuela o tradición regional de escribas que él denomina Escritura C, la cual adoptaba de manera deliberada un estilo caligráfico internacional
o mexicanizado
, que probablemente se especializaba en escribir sustantivos y adjetivos. De tener razón, este fenómeno recordaría al de los jeroglíficos mayas que fueron labrados un siglo antes en la cima del Templo 26 de Copán, los cuales, como señaló David S. Stuart desde 1994, imitan intencionalmente un estilo caligráfico teotihuacano y dan la impresión de ser un texto bilingüe, pero en realidad están en cholano oriental clásico.
Las semejanzas artísticas que guardan Chichén Itzá y Tula fueron observadas por Désiré Charnay desde 1885. Sin embargo, resulta inquietante el hecho, descubierto por Augusto Molina Montes en 1982, de que las restauraciones realizadas en la década de 1940 por el arqueólogo Jorge R. Acosta al Templo de Tlahuizcalpantecuhtli (o Templo B), las columnatas que tiene enfrente y el Palacio Quemado de Tula adolecen de muchos datos locales y fueron copiadas en buena medida de los templos de los Guerreros y de las Mil Columnas de Chichén Itzá. Ante esto, cabe preguntar en qué grado las semejanzas estilísticas que hoy vemos son producto de reconstrucciones arqueológicas prejuiciadas.
Por otra parte, la idea de que los itzaes habitaron en Chichén