El pueblo del Sol
Por Alfonso Caso
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El pueblo del Sol - Alfonso Caso
Mexico
ADVERTENCIA
Hace varios años publiqué, con el título de La religión de los aztecas, una pequeña obra que tenía por objeto dar a conocer al público en general un tema de importancia fundamental para entender la civilización indígena que floreció en el centro de México, y que fue arrollada ante el impulso de la conquista y la colonización española.
El objeto de la obra no era, en general, presentar puntos de vista nuevos, sino simplemente exponer en un pequeño estudio las noticias y los datos fundamentales que tenemos para el conocimiento de la religión de los habitantes de Tenochtitlán.
La religión de los aztecas fue publicada más tarde en inglés; se hicieron de ella dos impresiones, y en español hizo una edición popular la Secretaría de Educación Pública, en su benemérita Biblioteca Enciclopédica.
Las ediciones anteriores están agotadas y me ha parecido conveniente ampliar de un modo muy considerable esta obra, aprovechando el mayor conocimiento que de estas materias tiene ahora el público, y su siempre creciente interés por conocer de un modo más profundo todas las manifestaciones de las culturas indígenas del país. No es pues ésta otra edición, sino una obra nueva, que aprovecha la antigua ampliándola y corrigiéndola en ciertas partes; sin embargo, hemos querido conservar el mismo carácter de divulgación que tuvo la primera, y dirigirla no a especialistas, sino a todos aquellos que tienen interés en el conocimiento de la religión de un pueblo que era fundamentalmente religioso, y para quien la adoración de los dioses daba la nota esencial de su vida. Por eso, como decíamos antes, el conocimiento de la religión de los aztecas es indispensable para el conocimiento del alma indígena y fundamental también para entender su modo de reaccionar ante la naturaleza y ante el hombre en el intenso drama de su historia.
He tenido la fortuna de que ilustre la obra un artista de la talla de Miguel Covarrubias, que es al mismo tiempo un conocedor tan profundo de las antiguas culturas de México.
ALFONSO CASO
El pueblo del sol
MAGIA Y RELIGIÓN
Para el hombre moderno, acostumbrado a actuar sobre la naturaleza inanimada o viva con los recursos que le proporcionan las ciencias y las técnicas derivadas del conocimiento científico, es difícil concebir que hayan existido otros modos de resolver o tratar de resolver el problema del dominio del mundo. Estamos acostumbrados, dentro de nuestra civilización científica, a considerar que para actuar sobre las fuerzas naturales no tenemos más camino que conocerlas primero —y a esto llamamos ciencia— y utilizarlas después —y a esto llamamos industria o técnica— derivando las normas de nuestra acción de las leyes que hemos descubierto como generalizaciones de los fenómenos naturales.
Ahora bien, no siempre ha sido así. El hombre se ha encontrado ante el mismo problema que nosotros, pero ha buscado otras soluciones; y estas soluciones no científicas pueden condensarse en dos grandes palabras, que tienen la respetabilidad de las cosas que son tan viejas como la humanidad misma: magia y religión.
El temor y la esperanza son los padres de los dioses, se ha dicho con gran verdad. El hombre, colocado ante la naturaleza, que le asombra y anonada, al sentir su propia pequeñez ante fuerzas que no entiende ni puede dominar, pero cuyos efectos dañosos o propicios sufre, proyecta su asombro, su temor y su esperanza fuera de su alma y, como no puede entender ni mandar, teme y ama, es decir, adora.
Por eso los dioses han sido hechos a imagen y semejanza del hombre. Cada imperfección humana se transforma en un dios capaz de vencerla; cada cualidad humana se proyecta en una divinidad en la que adquiere proporciones sobrehumanas o ideales.
Pero los hombres nunca se han conformado con pedir. Antes que se descubrieran las reglas técnicas, derivadas de las ciencias, que nos permiten ahora dominar algunas fuerzas naturales con relativa precisión, los hombres de todos los países y de todas las épocas han creído encontrar en la magia el conocimiento de las fórmulas que les permiten convertirse en los amos del mundo. Han creído que las fuerzas están sujetas necesariamente a las palabras o actos mágicos, y tienen que obedecer al conjuro del que las pronuncia o ejecuta.
Desde este punto de vista, magia y ciencia son semejantes; ambas son disciplinas que tienen por objeto dominar el mundo.
El que pronuncia el conjuro mágico tiene la seguridad de que la naturaleza ha de obedecerlo, sin que importe la intención; sin que siquiera sea de tomarse en cuenta si el conjuro mágico se pronuncia para conseguir el objeto, o inadvertidamente. Recuérdense las innumerables leyendas sobre el que se apoderó de la fórmula mágica y, sin conocer su alcance, pronunció las palabras que desatan el acontecimiento. Recuérdese cómo el aprendiz de hechicero pudo producir el agua; pero, como no conocía la fórmula para detenerla, provocó la catástrofe. Desde este punto de vista, la fórmula mágica actúa por sí sola, como actúa por sí sola la ley natural, independientemente de la intención del individuo. Si alguien pronuncia la fórmula o ejecuta el ademán mágico, el efecto se produce; así como el que oprime un botón que pone en marcha una máquina, aunque sea inadvertidamente, produce el efecto natural dentro de la técnica moderna. Y es que, como decíamos, hay una necesidad mágica o natural que obra objetivamente, sin depender en muchos casos de la voluntad del individuo.
Muy diferente es la religión. En primer lugar necesita del concurso de la voluntad del individuo. Un pecado, o sea la violación de la ley religiosa, se desprende poco a poco de la ganga mágica que lo envuelve, para no ser considerado como tal, sino cuando es una infracción voluntaria a una ley divina.
Por otra parte, no hay necesidad religiosa que ligue al dios con la plegaria. El dios no puede ser obligado por ello, es simplemente solicitado para actuar en el sentido que pide el creyente; pero frente a la naturaleza que actúa en forma fatal, ante la fórmula mágica o ante la ley natural, el religioso sabe que necesita de otra voluntad, la voluntad divina, a la que solicita cuando reza.
En cambio, la magia y la religión difieren de la ciencia en cuanto que ambas admiten, por encima del mundo natural de los fenómenos que perciben nuestros sentidos o que capta nuestra razón, un mundo sobrenatural que rodea y envuelve, digámoslo así, a este mundo natural. Una esfera de ambiente mágico o divino, que es donde realmente acaecen las realidades, que se manifiestan después en el mundo de los sentidos.
La ciencia, en cambio, prosigue su camino con una fe en que los fenómenos volverán a repetirse si se repiten las mismas circunstancias, y que si nuestros sentidos son limitados, la inteligencia del hombre podrá, cada vez más y más, adentrarse en el conocimiento de la naturaleza y dominarla para los fines futuros.
En algunos pueblos, de los más atrasados, el sentimiento religioso no llega a realizarse en la forma de un dios con características definidas, es decir, con personalidad. Se temen y se adoran las fuerzas naturales, pero no se llega a tener un concepto claro de una personalidad sobrehumana que dispone a su antojo de dicha fuerza y que puede dañar o favorecer.
En cambio, todo pueblo que ha alcanzado cierto grado de elevación cultural personaliza en los dioses sus sentimientos religiosos y los concibe con características humanas, pero dotados de un poder sobrehumano; por lo que, como hace notar Wundt, el dios tiene siempre ciertas características comunes con el héroe. En esta etapa, para cada fuerza y a veces para cada aspecto de una fuerza natural, se crea un dios personal (politeísmo).
La variación, el cambio y el movimiento se explican así por la lucha entre los dioses. Como lo primero que el hombre percibe es la infinita variedad de fenómenos, atribuye esta variedad a una pluralidad de causas a las que concede inteligencia y voluntad libérrimas. La variación y diversidad del mundo; el antagonismo que a veces se nota entre las fuerzas naturales; los árboles arrancados por el huracán o el mar que azota la costa; el fuego que consume el bosque o el terremoto que raja la tierra, son otras tantas manifestaciones de la lucha de los dioses, de sus pasiones y sus caprichos. Pero para el espíritu que percibe el caos aparente del mundo de los fenómenos pronto se presenta la necesidad filosófica de buscar la unidad. En pueblos con religiones más elevadas se llega a concebir que todo cuanto existe obedece a la acción de dos principios antagónicos que luchan eternamente (dualismo). Sólo así se explica la lucha entre el mal y el bien: se colocan en