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Sueños de escarabajo: Antología de cuentos
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Sueños de escarabajo: Antología de cuentos
Libro electrónico222 páginas3 horas

Sueños de escarabajo: Antología de cuentos

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Esta compilación recoge lo más destacado de la obra cuentista de Guillermo Samperio. La inagotable imaginación del autor se desenvuelve en sus más variadas formas en estas narraciones, donde escenarios y personajes cotidianos adquieren un matiz de misterio. Voceadores y futbolistas, parejas de enamorados y estudiantes de preparatoria, poetas y escritores conviven en un fascinante cuadro que evoca las palabras de sus creador: "toda ciudad es un cabaré y un gran hotel que cabe en un directorio telefónico; una caja de Pandora abierta de la que brotan plantas de tristeza y de alegría, de nostalgia y de recuerdos".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 sept 2013
ISBN9786071614858
Sueños de escarabajo: Antología de cuentos

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    Sueños de escarabajo - Guillermo Samperio

    Vicky

    LENIN EN EL FUTBOL

    Y

    A VES

    ,

    EL QUE NO SE VUELVE ENTRENADOR

    , pone su negocio o hace comerciales. No sé si has visto al Reynoso haciendo comerciales para el pan Bimbo, y al Pajarito anunciando relojes contra balonazos durante un supuesto partido de garra. Yo he estado a un lado de la portería y nunca le he mirado ningún reloj, si hasta las rodilleras le molestan. En la actualidad nada más los mamones usan rodilleras y relojes, como Calderón. Yo las llegué a utilizar, pero ya llovió desde entonces, ahora a pura rodilla pelona y nada más, manito. Pero el asunto que me tiene jodido no fue una cosa que se me ocurriera de la noche a la mañana; además, tú sabes bien que los jugadores siempre se han quejado, los de ayer y los de ahora, y siempre es la misma cantaleta; no hay seguridad y todo déjalo a la buena suerte de tus piernas. Otro hecho que me animó a pensar mejor las cosas fue el movimiento sindical del

    SUTERM

    , que se la está rajando bonito y sabroso. Desde luego que no trato de escamotear mi responsabilidad, ni desmentir lo que dicen los periódicos sobre la propaganda que yo realicé, y esto no lo escamoteo porque creo que nosotros teníamos la razón, ¿verdad? Lo estuve pensando mucho tiempo y hasta me leí un libro de Lenin que habla sobre los sindicatos y lo pinche que son los patrones. A últimas fechas la idea se fue madurando como una buena jugada para gol y cuando comencé con mi propaganda, manito, el lic Iturralde dijo que lo único que faltaba, después de los tupamaros, era balompiecistas de izquierda, como si los futbolistas fuéramos puros pendejos conformistas.

    Por su parte, Benítez, un vendido a la directiva, argumentó que por lo menos (te das cuenta, manito: por lo menos) ahora pagaban mejor que antes, que cuando el Dumbo Rodríguez y el Pirata Fuentes. Que no había motivo para tanto escándalo. Pero Benítez es seleccionado, a Benítez le importa una chingada lo que pasa en las reservas; Benítez no piensa en los de segunda ni en los de tercera; Benítez gana bien, tiene una tienda de deportes, vive a toda madre y se parece al lic lturralde, en lo ojete. Sí, aunque tiene apellido español, es argentino pero de los que dicen que hay que acabar con los comunistas; sí, estaría muy bien departiendo con los militares, aunque no lo creas. Y Benítez no tiene remedio, y yo creo que me ha de odiar porque en las asambleas siempre lo ponía de ejemplo de lo que no debe ser un futbolista. Elvira también tenía miedo, pero un miedo distinto, de mujer, aunque podría pensarse que Benítez tenía miedo de mujer, peor para él; Elvira me salió luego luego con sus no te metas en líos, mira que los niños necesitan un futuro bien cimentado, deja el asunto para otra ocasión y bla-bla-bla, y hasta en la cama seguía con su bla-bla-bla, machaca y machaca.

    Tú sabes Lo sentimental que son las mujeres y Elvira me salió de las radicales, ya la conoces; pero le agradezco sus caricias en las noches en que me veía muy desesperado. Todo va a salir bien, me decía, a pesar de sus rabietas matinales, y sus manos me despeinaban y luego me alisaban el cabello. Cuando me salía con sus reproches yo no le decía nada, comía en silencio, tragándome también las chingadas madres, porque Elvira no pensaba mejor las cosas, nada más existía su casa y sus hijos y su madre. Con mi suegra fueron unos escándalos de los mil demonios; mi suegro estaba de acuerdo en la necesidad de sindicalizar a los ba-lom-pie-cis-tas.

    Y todo lo planifiqué como si estuviera formando la mejor selección nacional, manito. Fíjate. Algunos sólo querían que se pidiera aumento de sueldo y primas extraordinarias; otros, con los que yo había platicado, pedíamos que no sólo se remunerara debidamente a todos los compañeros, sino que era indispensable crear una organización que nos protegiera ahora y en el futuro, que la mejor manera de que lográramos respeto era ésa, un sindicato de futbolistas, que sólo así tendríamos la suficiente fuerza para que desde tercera hasta primera dejaran de jodernos. Se nombraron comisiones para ir a provincia: en Toluca ganamos algunos adeptos, en Guadalajara se decidieron a aplicar el programa de acción hasta sus últimas consecuencias, o sea, hasta la huelga si era preciso. Hasta Gómez se aventó la puntada de comprometerse a formar un buen equipo que le entrara a las patadas en el área chica.

    Algún periodista me juró que si nosotros armábamos el jaleo él se comprometía a lanzar unos buenos articulazos a nuestro favor, que ya era tiempo de que se hiciera justicia al deportista, que a partir de nosotros surgía la posibilidad de crear una gran confederación de deportistas; y mira que los articulazos aparecieron pero en autogol, para jodernos, tratándonos de alborotadores y argumentando que la política y el deporte eran como el agua y el aceite. Ahí fue cuando Elvira se puso más necia que nunca y hasta mandó a los niños con mi suegra, porque, según ella, no tardaban en hacernos algo. Mira manito, entiendo que el periodismo funciona inyectándole dinero y que la cacheteada honestidad vale un carajo para los lturraldes y para los mismos periodistas deportivos; sin embargo uno se desespera y no nada más por no tener dinero para llenarles de plata los bolsillos a los periodistas, sino porque el mundo se te va cerrando por todos lados y nadie te ayuda, y poco a poco hasta los de confianza te dan la espalda. Aquel periodista me dijo unos articulazos como dándome a entender que aparecerían en primera plana y con la fotografía de los muchachos que estaban en el comité, pero nanay, manito, puro camote y bien redondo.

    En el juego contra el Pachuca, el centro delantero y el Pelirrojo Pérez me estuvieron dando duro, como si los hubieran mandado a joderme, como una advertencia, porque hasta me decían, bajita la mano, ande cabrón, por revoltoso. Al Pelirrojo, el árbitro no tuvo otra que expulsarlo en el segundo tiempo, porque cuando salté por un centro me sumió el codo en las costillas a lo descarado. Tú sabes que siempre se forman dos bandos, mejor dicho, se forman tres; y los más peligrosos son los que están codo con codo con el patrón, aunque sean tus propios compañeros de juego. Tienen la fuerza del dinero, en forma de primas extraordinarias, compensaciones, cheques que caen del cielo, sin contar con las amenazas de que son objeto. Y a otros compañeros del comité les pasaba lo mismo; los chingaban y los chingaban sus propios compañeros. Al principio nadie se echaba para atrás, estaban con los huevos bien plantados; al final nada más quedamos unos cuantos.

    ¿Por qué? Las cosas vinieron así: se formaron tres bandos; los de la directiva, que eran la mayoría; los que sólo pedían aumento de sueldo, que también eran una buena cantidad; y nosotros, que después de los dimes y diretes, resultamos no más de veinte. Al principio parecía que contábamos con más de cien jugadores; todos te decían: estoy de acuerdo, saquen el documento y lo firmo. Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo: todo mundo. Y a la hora que el documento con las demandas económicas y políticas circuló, nada más firmaron veinte, nadie más; entonces en la Junta de Conciliación y Arbitraje se iban a burlar de nosotros. El documento fracasó y con él fracasaba la oportunidad de crear el primer sindicato nacional de futbolistas. De todos modos pensamos que la cosa no podía quedar así, había que agotar todas las oportunidades: proseguir con la propaganda y comenzar por sindicalizar un equipo, aunque fuera uno, así pondríamos el ejemplo y demostraríamos que no era para tanto, que no pasaba nada, que nadie se moría en una lucha como ésas.

    Ya lo ves, argumentos no nos faltaban: desde las fuerzas inferiores los chamacos necesitan llevar algo de dinero a sus casas; primero, porque no estudian y quieren vivir de la patada, y segundo, porque confían en que el futbol es la puerta para la gloria, y no hay nadie que les haga desistir de la idea de querer ser los Borjas del futuro. Se van a probar a las reservas de las reservas de las reservas, y si de casualidad los aceptan apenas les dan para los transportes y cualquier babosada dizque para gastar; cuando te contratan te pagan una miseria, ni siquiera el salario mínimo, son chingaderas. Y luego quieren que uno juegue por amor a la camiseta, eso es imposible; el futbolista es un trabajador como cualquier otro y nada más. Por lo regular uno se va a probar al equipo de su pasión y ahí se recibe el primer frentazo: no, chamaco, te falta mucho para ser un futbolista de verdad (yo he escuchado a esos mercachifles del deporte). Ni siquiera te dicen, amablemente, tienes este defecto y el otro, te tienes que tirar con las piernas estiradas y luego arquearlas para caer bien, o cuida mejor el ángulo derecho, nada, sólo te dicen que ni futbolista eres, que más bien pareces un remedo del peor balompiecista. Yo he visto a muchos muchachos que le dan las tres y las malas a Calderón. Luego, después de que has pasado años en las reservas, esperando que alguno se lastime, que vendan a fulano, tienes que jugar contra el equipo de tus amores y quisieras dejar pasar uno que otro balón para que ganara tu equipo, pero no se puede, tu raya y tu puesto se ponen en juego, además de que siempre hay dos porteros detrás de ti esperando que falles, que envejezcas, para sustituirte. Entonces le ganas a tu equipo, ni modo, qué se le hace. Con el tiempo dejas de tener equipo favorito, te da lo mismo estar en el Necaxa que en el América. Los únicos que no son aficionados al futbol son los mismos futbolistas. Esto la gente no lo sabe.

    Un día Zague me contó la historia de Amado Benigno, un portero extraordinario. En el año de 1926 era la estrella del Flamengo, luego pasó, con los años, al Botafogo, y de ahí a la miseria y luego a la muerte; un día amaneció muerto en la calle el que fuera el famoso golero Amado Benigno, contó Zague. Zague me dijo también que en el Brasil tenías que ser un Pelé para que el gobierno te protegiera cuando viejo. Y yo, mientras tanto, pensaba en los chamacos que juegan en los llanos, en los viejos que ya no juegan. Aunque no sean viejos, porque tú sabes que los jugadores después de los treinta valemos puritita cagada. Necesitas ser un Scarone para jugar con la calva a cuestas, o poner tu negocito, o salir en la televisión anunciando el pan Bimbo, o cualquier oficio que nada tiene que ver con la cancha ni los estadios.

    Bueno, una vez que el documento fracasó, la idea de sindicalizar al equipo cobró una fuerza inesperada entre nosotros. Esa idea iba acompañada de otras demandas de menor importancia pero indispensables para jalar otra poca de gente: vacaciones obligatorias, indemnización absoluta en casos de accidentes serios de trabajo, pago proporcional para la jubilación por parte de cada equipo en los que trabajaste, etc. Algún equipo tenía que lanzarse a fondo y nosotros fuimos los primeros. El lic Iturralde pegó el grito en el cielo de la directiva y salió con su eterna demagogia, respondiéndole a la comisión: ustedes no son trabajadores, sino jugadores, entiéndanlo, ju-ga-do-res. Ni su madre le creyó; la cosa era tan seria que ya nadie creía en esas niñerías, ni en los gritos del lic Iturralde, ni en las amenazas de la directiva. Si no se cumplían nuestras demandas, políticas y económicas, nos iríamos a la huelga, sí señor. Futbolistas de izquierda, nada más eso nos faltaba. Mi error fue platicarle toda la situación a Elvira, porque su cantaleta arreció, y si nos bañábamos juntos seguía dale que dale con su Hogar, sus Niños, su Futuro. Ni modo de responderle lo mismo que al lic Iturralde; yo me enjabonaba despacio cada pedacito de carne; metía la cabeza en la regadera y ahí la dejaba un buen rato, las palabras de Elvira se confundían con el ruido de la regadera, así descansaba un poco, manito. Ahorita Elvira está en casa de mis suegros; mi suegra ya me vino a gritar mis cosas, ella que tanto me pedía que le dedicara un paradón. Mi suegro viene y me anima; bajita la mano me dice que no le haga caso a doña Elvira, que a veces no sabe ni en dónde se encuentra parada.

    Cuando la directiva se dio cuenta de que la cosa iba en serio, nos empezaron a atacar muy feo por los periódicos y por la televisión. Las amenazas y las presiones estaban al orden del día. Luego vino la friega de a de veras: unos mafiosos fueron a tirar piedras a la casa, un vidrio fue el que quedó sano y salvo, los demás estaban hechos un llanto. Llegaron tarjetas anónimas y llamadas telefónicas para meternos miedo. Elvira no esperó más y desde la noche de las pedradas se fue de la casa. Entonces pensamos que había que dar el salto definitivo: ir a la huelga de futbolislas, la directiva no nos dejaba otro camino. Y aunque ahora nos quieran responsabilizar a nosotros, la directiva fue la que arrojó la primera piedra. El comité en su conjunto padecía insomnio, pero no se rajó: el paro laboral tomó cuerpo. Y nada más ahí, en el pleito legal, ahora ilegal, la cosa se empezó a desquebrajar. Lo que vino después, manito, ya te lo sabes de memoria. El equipo cambió de razón social, se declaró la quiebra y el comité se quedó en el aire. Las demandas en mi contra salieron a primer plano, aunque todas no tengan una base real. Mi licenciado parece una tortuga de las grandes, porque no veo para cuándo voy a salir del tambo. Por ahí tengo un dinerito ahorrado: la mitad se va para la fianza y la otra para una taquería o quizá para un restorán. Y como estoy muy feo no creo que me contraten para los comerciales de la televisión.

    EN EL DEPARTAMENTITO DEL TIEMPO

    Para Ángel José Fernández

    A

    HORA SU ESPOSA ESTARÁ DESESPERADA

    porque ya pasan de las once y él acostumbra llegar a casa a las ocho en punto o a las ocho y media cuando va por pistaches a la avenida hidalgo y hasta la esposa sabe que siendo las ocho y veinte arturo traerá pistaches y con los pistaches la sonrisa socarrona y salada de arturo antes de acomodarse frente al televisor. Hace dos horas con cincuenta minutos que la esposa pensó arturo traerá pistaches y después nos sentaremos a ver la patrulla salvaje y la hora domecq, aprovechando algún comercial le pondré sus pantuflas a mi arturito y le serviré el recalentado y quizá quiera acariciarme una mejilla, darme un beso en la frente. Pero el caso es que han transcurrido más de dos horas y ella se repite y se repite lo veré entrar con su bolsita blanca, nos sentaremos a ver la tele y luego si por descuido me besa el cuello lo invitaré a pasar a la recámara sin que veamos la hora domecq, y como siempre, le advertiré que la luz se quedará apagada y que no gritaré y que ninguna mordida amoratará su espalda, en suma, arturo, no te miraré desnudo ni dejaré que me mires los senos que nada más has visto por descuido cuando salgo del baño o cuando me pongo el camisón para dormir, los senos que siempre durante treinta años te has negado por lo menos a rozar, pero eso, con los años, ya no me importa o nunca me importó, arturito, con tal de sentir las sacudidas y tus convulsiones semirrabiosas, a pesar de que tus manos se encuentren alejadas, sumergidas entre las sábanas, entre tu cuerpo y el colchón amordazadas, censurándolas de esa necesaria caricia que de seguro ellas quieren brindarle a estos pezones desamparados y ya blandos y arrugados de tanto estar quietos y guardados, como los aretes que dudo que sean de jade que nunca me he puesto para la famosa fiesta que me prometiste desde recién casados. La fiesta en la que seríamos unos invitados tan distinguidos como cualquiera de esos gringos que entran y salen borrachos o mariguanos por la majestuosa puerta que tú tienes que abrir y detener para luego soportar el miserable aliento a perdices digeridas, pero a lo mejor nunca te ha importado a cambio de las miserables propinas abundantes, el trato despectivo, las miradas de desprecio y hasta quedarte mudo frente a la infame proposición de algún homosexual desesperado. Así, arturito, así tengo guardados los pezones, en el aretero del tiempo; pero ya no importa, arturo. Además, ahora que has tardado tanto no puedo definir qué siento por ti, si me das lástima o si te odio. No lo puedo definir.

    Para la mujer tres horas de retraso equivalen a un arroz quemado o una sopa que hierve durante horas y horas hasta dejar costras de fideos adheridas al traste. Después del despertador a las seis y media, los huevos tibios a tiempo, el té de boldo en su punto, en fin, después de que la vida se cumple con su enquistada modorra, modorra que se cuenta

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