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La oración
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La oración

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Cuando Elena de White escribió acerca de la oración y su poder, y de la necesidad que el cristiano tiene de orar, se valió de su propia experiencia. La obra especial que le fue asignada la llevó, muchas veces, a caer sobre sus rodillas en busca de fuerzas provenientes de Dios. Este libro no solo incluye sus declaraciones más conocidas sobre el tema de la oración, sino que también contiene algunas que no lo son tanto. Las citas aparecen según los puntos que cubren todos los aspectos principales del asunto. Los últimos cuatro capítulos contienen declaraciones extensas sobre tópicos particulares como la fe y la oración, la importancia y el privilegio de orar, y el Padrenuestro y la oración en la vida cristiana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 may 2020
ISBN9789877981698
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    Es totalmente verás en la vida del verdadero cristiano. A Dios gracias

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La oración - Elena G. de White

editorialaces.com

Prefacio

Las Escrituras nos aconsejan orad sin cesar. Esto no significa que hemos de pasar todo el día de rodillas en oración formal. Sí significa que debemos vivir y servir a nuestro Señor en la atmósfera de la oración.

La oración es el canal de comunicación entre nosotros y Dios. Dios nos habla por medio de su Palabra, nosotros le respondemos por medio de la oración, y él siempre nos escucha. No podemos cansarlo o abrumarlo con las palabras de nuestro corazón.

Vivimos en tiempos difíciles. Los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor exigen que cada seguidor de Cristo mantenga fervientemente su relación con Dios. Para fortalecer esta relación y satisfacer nuestras necesidades emocionales y espirituales, debemos aprender el poder de la oración. Como los discípulos de antaño, debemos rogarle al Señor: Enséñanos a orar.

Somos reconfortados al saber que Dios está dispuesto y listo para escuchar y responder nuestras sinceras plegarias sin importar las circunstancias. Él es un Padre amante que se interesa cuando las cosas van bien y cuando las vicisitudes de la vida nos propinan los golpes más devastadores. Cuando el clamor de nuestro corazón es ¿dónde estás, Dios?, él se encuentra a la distancia de una oración.Alguien ha dicho que se logran más cosas por la oración que lo que el mundo se imagina. Esto se aplica especialmente a la iglesia. La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra (Eventos de los últimos días, p. 193). Dios nos da en respuesta a la oración… lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así (El conflicto de los siglos, p. 580). Reconocemos que necesitamos el derramamiento del Espíritu Santo. Pero esto sólo puede cumplirse cuando oramos individual y colectivamente. Cuando el pueblo de Dios ora de un modo ferviente y sincero, Dios responde. Sucederán grandes cosas entre el pueblo de Dios, y el mundo sentirá el impacto de la agencia del Espíritu Santo en la capacitación y habilitación de sus hijos.

Creemos que este libro encontrará una cálida recepción entre las personas de distintos trasfondos culturales. Al leer los pasajes seleccionados de la pluma de Elena de White sobre el tema vital de la oración, nuestro corazón sentirá cálidas emociones de procedencia divina. Estos mensajes impactarán nuestra alma. Nuestro corazón se embargará con nuevas convicciones, que inspirarán una respuesta al llamado de Dios a una vida de oración más profunda y rica.

Nuestro Padre celestial está esperando derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente de la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sincera del más humilde de sus hijos… ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? (El camino a Cristo, pp. 93, 94).

Fideicomisos del Centro Elena G de White.

Capítulo 1

Dios nos invita a orar

Vinculándonos con Dios mediante la oración. Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podría desear el hombre que la de estar unido con el Dios infinito? El hombre débil y pecaminoso tiene el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos pronunciar palabras que alcanzan el trono del Monarca del universo. Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra.

Podemos comulgar con Dios en nuestros corazones; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos a nuestro trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón, sin que lo oiga oído humano alguno; pero aquella palabra no puede perderse en el silencio, ni puede caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración.

Pedid, pues; pedid y recibiréis. Pedid humildad, sabiduría, valor, aumento de fe. Cada oración sincera recibirá una contestación. Tal vez no llegue ésta exactamente como deseáis, o cuando la esperéis; pero llegará de la manera y en la ocasión que mejor cuadren a vuestra necesidad. Las oraciones que elevéis en la soledad, en el cansancio, en la prueba, Dios las contestará, no siempre según lo esperabais, pero siempre para vuestro bien (Obreros evangélicos, pp. 271, 272).

Jesús nos invita a orar. El Señor nos da el privilegio de buscarlo en forma individual en oración ferviente, o de descargar el alma ante él, sin ocultar nada a Aquel que nos ha invitado: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. ¡Oh, cuán agradecidos debemos sentirnos de que Jesús esté dispuesto a llevar todas nuestras dolencias, y lo puede hacer, fortaleciéndonos y sanando todas nuestras enfermedades si ha de ser para nuestro bien y para su gloria! (El ministerio médico, p. 20).

Venid a mí, es su invitación. Cualesquiera que sean nuestras ansiedades y pruebas, presentemos nuestro caso ante el Señor (El Deseado de todas las gentes, p. 296).

Presentemos a Jesús todas nuestras necesidades. Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos: Cuando sintamos que necesitamos la presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor Amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer confidente nuestro. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 60).

Abramos el corazón a un amigo. Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a él. Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros (El camino a Cristo, p. 92).

Dios nos da la bienvenida a su trono. Nos acercamos a Dios por invitación especial, y él nos espera para darnos la bienvenida a su sala de audiencia. Los primeros discípulos que siguieron a Jesús no se satisficieron con una conversación apresurada en el camino; dijeron: Rabí… ¿dónde moras?… Fueron, y vieron dónde moraba, y se quedaron con él aquel día (Juan 1:38, 39). De la misma manera, también nosotros podemos ser admitidos a la intimidad y comunión más estrecha con Dios. El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente (Salmos 91:1). Llamen los que desean la bendición de Dios, y esperen a la puerta de la misericordia con firme seguridad, diciendo: Tú, Señor, has dicho que cualquiera que pide, recibe; y el qué busca halla; y al que llama, se le abrirá (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 107, 108).

Un privilegio extraordinario. Cuando están en dificultades, cuando son asaltados por fieras tentaciones, tienen el privilegio de la oración. ¡Qué exaltado privilegio! Los seres finitos, de polvo y ceniza, admitidos por la mediación de Cristo en la cámara de audiencia del Altísimo. Con tales prácticas, el alma es colocada dentro de una sagrada proximidad con Dios y es renovada en conocimiento y verdadera santidad y fortalecida contra los asaltos del enemigo (Conducción del niño, p. 441).

La oración es una necesidad espiritual y un privilegio. Los que han profesado amar a Cristo no han comprendido la relación que existe entre ellos y Dios… No comprenden cuán grandes privilegios y necesidades son la oración, el arrepentimiento y el cumplir las órdenes de Cristo (Mensajes selectos, t. 1, p. 156).

La oración nos capacita para vivir en la luz de su presencia. Es nuestro privilegio abrir el corazón y permitir que los rayos de la presencia de Cristo entren en él. Hermano mío, hermana mía, dad el rostro a la luz. Poneos en contacto verdadero y personal con Cristo, para que podáis ejercer una influencia elevadora y vivificadora. Que vuestra fe sea fuerte, pura y firme. Que la gratitud a Dios llene vuestro corazón. Cuando os levantáis en la mañana, arrodillaos junto a vuestro lecho, y pedid a Dios que os fortalezca para cumplir los deberes del día y hacer frente a sus tentaciones. Pedidle que os ayude a poner en vuestra obra la dulzura del carácter de Cristo. Pedidle que os ayude a pronunciar palabras que inspiren esperanza y ánimo a los que os rodean, y que os acerquen al Salvador (Hijos e hijas de Dios, p. 202).

Nuestras oraciones nunca molestan a Dios. No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial.

Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo.

Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios; y para que esto se lleve a cabo, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales.

Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol.

Presentad a Dios vuestras necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No podéis agobiarlo ni cansarlo. El que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos. Porque el Señor es muy misericordioso y compasivo (Sant. 5:11). Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aún por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar… Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado (El camino a Cristo, pp. 72, 73, versión 2003).

Un anticipo del cielo. Descansad completamente en las manos de Jesús. Contemplad su gran amor, y mientras meditáis en su abnegación, su infinito sacrificio hecho en nuestro favor a fin de que creyéramos en él, vuestro corazón se llenará de santo gozo, tranquila paz e indescriptible amor. Mientras hablamos de Jesús, mientras lo invocamos en oración, se fortalece nuestra confianza de que es nuestro Salvador personal y amante, y su carácter aparecerá cada vez más hermoso… Podremos disfrutar de ricos festines de amor, y al creer plenamente que somos suyos por adopción, podremos gustar del cielo por anticipado. Esperad en el Señor con fe. Mientras oramos, él atrae nuestra alma y nos hace sentir su precioso amor. Nos aproximamos a él, y podemos mantener una dulce comunión con él. Vemos con claridad su ternura y compasión, y el corazón se quebranta y enternece al contemplar el amor que nos es dado. Ciertamente sentimos que hay un Cristo que mora en el alma. Vivimos en él, y nos sentimos a gusto con Jesús. Las promesas llenan el alma. Nuestra paz es como un río; ola tras ola de gloria inundan el corazón, y, sin duda, cenamos con Jesús y él con nosotros. Tenemos la sensación de que comprendemos el amor de Dios y descansamos en su amor. Ningún lenguaje puede describir esto; está más allá del conocimiento. Somos uno con Cristo; nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Sentimos la seguridad de que cuando se manifieste Aquel que es nuestra vida, entonces también seremos manifestados con él en gloria. Con profunda confianza podemos llamar a Dios nuestro Padre (Comentario bíblico adventista, t. 3, pp. 1165, 1166).

La oración refresca el alma. Nuestra vida ha de estar unida con la de Cristo; hemos de recibir constantemente de él, participando de él, el pan vivo que descendió del cielo, bebiendo de una fuente siempre fresca, que siempre ofrece sus abundantes tesoros. Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús. A menudo nuestros corazones arderán dentro de nosotros mientras él se acerque para ponerse en comunión con nosotros como lo hizo con Enoc. Cuando ésta es en verdad la experiencia del cristiano, se ven en su vida una sencillez, una humildad, una mansedumbre y bondad de corazón que muestran a todo aquel con quien se relacione que ha estado con Jesús y aprendido de él (Palabras de vida del gran Maestro, p. 100).

Un lugar de refugio que siempre está abierto. El camino hacia el trono de Dios siempre está abierto. No podéis estar continuamente arrodillados en oración, pero vuestras peticiones silenciosas pueden ascender constantemente a Dios en busca de fuerza y dirección. Al ser tentados, podéis huir al lugar secreto del Altísimo. Sus brazos eternos os rodearán (En lugares celestiales, p. 86).

El secreto del poder espiritual. La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No puede ser sustituida por ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese espasmódicamente, de vez en cuando, según parezca propio, y se perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor…

Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podría desear el hombre que la de estar unido con el Dios infinito? El hombre débil y pecaminoso tiene el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos pronunciar palabras que alcancen el trono del Monarca del universo. Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra (Mensajes para los jóvenes, pp. 247, 248).

La oración secreta, el alma de la religión. No descuidéis la oración secreta, porque es el alma de la religión. Con oración ferviente y sincera, solicitad pureza para vuestra alma. Interceded tan ferviente y ardorosamente como lo haríais por vuestra vida mortal, si estuviese en juego. Permaneced delante de Dios hasta que se enciendan en vosotros anhelos indecibles de salvación, y obtengáis la dulce evidencia de que vuestro pecado está perdonado (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 56, 57).

Cada oración sincera es oída. Hasta entonces los discípulos no conocían los recursos y el poder ilimitado del Salvador. Él les dijo: Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre (Juan 16:24). Explicó que el secreto de su éxito consistiría en pedir fuerza y gracia en su nombre. Estaría delante del Padre para pedir por ellos. La oración del humilde suplicante es presentada por él como su propio deseo en favor de aquella alma. Cada oración sincera es oída en el cielo. Tal vez no sea expresada con fluidez; pero si procede del corazón ascenderá al santuario donde Jesús ministra, y él la presentará al Padre sin balbuceos, hermosa y fragante con el incienso de su propia perfección.

La senda de la sinceridad e integridad no es una senda libre de obstrucción, pero en toda dificultad hemos de ver una invitación a orar. Ningún ser viviente tiene poder que no haya recibido de Dios, y la fuente de donde proviene está abierta para el ser humano más débil. Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre—dijo Jesús— esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.

En mi nombre, ordenó Cristo a sus discípulos que orasen. En el nombre de Cristo han de permanecer siguiéndole delante de Dios. Por el valor del sacrificio hecho por ellos, son estimables a los ojos del Señor. A causa de la imputada justicia de Cristo son tenidos por preciosos. Por causa de Cristo, el Señor perdona a los que le temen. No ve en ellos la vileza del pecador. Reconoce en ellos la semejanza de su Hijo en quien creen (El Deseado de todas las gentes, pp. 620, 621).

Los ángeles toman nota de nuestras oraciones e influyen para nuestro bien. Cuando os levantáis por la mañana, ¿sentís vuestra impotencia y vuestra necesidad de fuerza divina? ¿Y dais a conocer humildemente, de todo corazón, vuestras necesidades a vuestro Padre celestial? En tal caso, los ángeles notan vuestras oraciones, y si éstas no han salido de labios fingidores, cuando estéis en peligro de pecar inconscientemente y de ejercer una influencia que induciría a otros a hacer el mal, vuestro ángel custodio estará a vuestro lado, para induciros a seguir una conducta mejor, escoger las palabras que habéis de pronunciar, y para influir en vuestras acciones.

Si no os consideráis en peligro y si no oráis por ayuda y fortaleza para resistir las tentaciones, os extraviaréis seguramente; vuestro descuido del deber quedará anotado en el libro de Dios en el cielo, y seréis hallados faltos en el día de prueba (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 347, 348).

Como Moisés, podemos disfrutar la comunión íntima con Dios. Esa mano que hizo el mundo, que sostiene las montañas en sus lugares, toma a este hombre del polvo, este hombre de poderosa fe; y, misericordiosa, lo oculta en la hendidura de la peña, mientras la gloria de Dios y toda su benignidad pasan delante de él. ¿Podemos asombrarnos de que la magnífica gloria resplandecía en el rostro de Moisés con tanto brillo que la gente no le podía mirar? La impresión de Dios estaba sobre él, haciéndole aparecer como uno de los resplandecientes ángeles del trono.

Este incidente, y sobre todo la seguridad de que Dios oiría su oración, y de que la presencia divina lo acompañaría, eran de más valor para Moisés como caudillo que el saber de Egipto, o todo lo que alcanzara en la ciencia militar. Ningún poder, habilidad o saber terrenales pueden reemplazar la inmediata presencia de Dios. En la historia de Moisés podemos ver cuán íntima comunión con Dios puede gozar el hombre. Para el transgresor es algo terrible caer en las manos del Dios viviente. Pero Moisés no tenía miedo de estar a solas con el Autor de aquella ley que había sido pronunciada con tan pavorosa sublimidad desde el monte Sinaí; porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Hacedor.

Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor y del cuidado que Dios manifiesta por él (Testimonios selectos, t. 3, pp. 384, 385).

Oremos con santa audacia. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. Presentad esta promesa cuando oráis. Tenemos el privilegio de ir ante Dios con santa osadía. Si le pedimos con sinceridad que haga brillar su luz sobre nosotros, nos oirá y contestará (Conducción del niño, p. 472).

El cielo está abierto a nuestras peticiones y se nos invita a ir confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb. 4:16). Debemos ir con fe, creyendo que obtendremos exactamente las cosas que le pedimos (En lugares celestiales, p. 80).

Pidamos por las necesidades. Toda promesa de la Palabra de Dios viene a ser un motivo para orar, pues su cumplimiento nos es garantizado por la palabra empleada por Jehová. Tenemos el privilegio de pedir por medio de Jesús cualquier bendición espiritual que necesitemos. Podemos decir al Señor exactamente lo que necesitamos, con la sencillez de un niño. Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, y suplicarle pan y ropa, así como el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo. Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos todas estas cosas, y nos invita a pedírselas. En el nombre de Jesús es como se recibe todo favor. Dios honrará ese nombre y suplirá nuestras necesidades con las riquezas de su liberalidad (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 112, 113).

Pidamos y creamos. Cuando pidáis a Dios que os ayude, honrad a vuestro Salvador creyendo que recibís su bendición. Todo poder y toda sabiduría están a nuestra disposición. No tenemos más que pedir.

Andad siempre en la luz de Dios. Meditad día y noche en su carácter. Entonces veréis su belleza y os alegraréis en su bondad. Vuestro corazón brillará con un destello de su amor. Seréis levantados como si os llevaran brazos eternos. Con el poder y la luz que Dios os comunica, podéis comprender, abarcar y realizar más que lo que jamás os pareció posible (Ministerio de curación, p. 412).

Avancemos, confiemos en Dios. Debemos animarnos mutuamente en esa fe viva que Cristo ha hecho accesible a todo creyente. La obra debe hacerse a medida que el Señor prepara el camino. Cuando conduce a los suyos por lugares difíciles, tienen la ventaja de poder reunirse para orar, recordando que todas las cosas vienen de Dios. Aquellos a quienes no les ha tocado todavía su parte en las vicisitudes que acompañan a la obra en estos últimos días, pronto tendrán que pasar por escenas que probarán fuertemente su confianza en Dios. Cuando su pueblo no percibe ninguna salida, y tienen delante de sí el Mar Rojo y a sus espaldas un ejército que lo persigue, el Señor le dice: ¡Adelante! Obra así para probar su fe. Cuando os confronten tales circunstancias, id adelante, confiando en Jesús. Andad paso a paso en el camino que os señala. Os sobrevendrán pruebas, pero id adelante. Adquiriréis así una experiencia que confirmará vuestra fe en Dios y os hará idóneos para servirle más fielmente (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 218).

Capítulo 2

Nuestra necesidad de la oración

La oración es tan esencial como el alimento diario. La oración cotidiana es esencial para crecer en la gracia, y aun para la misma vida espiritual, así como el alimento físico es indispensable para el bienestar temporal. Debemos acostumbrarnos a elevar a menudo nuestros pensamientos en oración a Dios. Si la mente divaga, debemos traerla de vuelta; mediante el esfuerzo perseverante se transformará por fin en algo habitual. Ni por un momento podemos separarnos de Cristo sin peligro. Podemos tener su presencia que nos ayude a cada paso únicamente si respetamos las condiciones que él mismo ha establecido (Mensajes para los jóvenes, pp. 112, 113).

Orar es una necesidad espiritual. Aunque Cristo había dado la promesa a sus discípulos de que recibirían el Espíritu Santo, esto no disminuyó la necesidad de la oración. Oraban con más fervor aun; y continuaban orando de común acuerdo. Quienes están comprometidos ahora en la solemne obra de preparar a un pueblo para la venida del Señor, también deberían continuar en oración (Gospel Workers, 1892, p. 371).

Pero [los discípulos de Jesús] no habían escuchado la amonestación repetida: Velad y orad. Al principio, los había afligido mucho el ver a su Maestro, generalmente tan sereno y digno, luchar con una tristeza incomprensible. Habían orado al oír los fuertes clamores del que sufría. No se proponían abandonar a su Señor, pero parecían paralizados por un estupor que podrían haber sacudido si hubiesen continuado suplicando a Dios. No comprendían la necesidad de velar y orar fervientemente para resistir la tentación (El Deseado de todas las gentes, p. 639).

La experiencia de los discípulos en el Getsemaní contiene una lección para el pueblo de Dios de hoy… Ellos no se dieron cuenta de la necesidad de velar en ferviente oración para resistir a la tentación. Muchos hoy están profundamente dormidos como los discípulos. No están velando y orando para no entrar en tentación. Leamos y estudiemos cuidadosamente y a menudo esas porciones de la Palabra de Dios que tienen especial referencia a estos últimos días, indicando los peligros que amenazarán al pueblo de Dios (En lugares celestiales, p. 97)

La oración es la vida del alma. La oración es una necesidad porque es la vida del alma. La oración en familia, la oración en público, tienen su lugar, pero es la comunión secreta con Dios la que sostiene la vida del alma" (La educación, p. 252).

La oración es necesaria para la salud espiritual. Varias veces por día debieran consagrarse momentos preciosos, áureos, a la oración y al estudio de las Escrituras, aunque sólo fuese para memorizar un texto, a fin de que la vida espiritual pueda existir en el alma. Los intereses variados de la causa se constituyen en alimento para la reflexión y son una inspiración para nuestras oraciones. La comunión con Dios es sumamente esencial para la salud espiritual, y es en esa comunión solamente que podremos obtener la sabiduría y el juicio recto tan necesarios en la realización de cada deber (Testimonies for the Church, t. 4, p. 459).

El ejemplo de Cristo demuestra la necesidad de la oración. Si los que hacen oír las solemnes notas de amonestación para este tiempo pudiesen comprender cuán responsables son ante Dios, verían la necesidad que tienen de la oración ferviente. Cuando las ciudades eran acalladas en el sueño de la medianoche, cuando cada hombre había ido a su casa, Cristo, nuestro ejemplo, se dirigía al monte de las Olivas, y allí, en medio de los árboles que le ocultaban, pasaba toda la noche en oración. El que no tenía mancha de pecado, el que era alfolí de bendición, Aquel cuya voz oían a la cuarta vela de la noche, cual bendición celestial, los aterrorizados discípulos, en medio de un mar tormentoso, y cuya palabra levantaba a los muertos de sus sepulcros, era el que hacía súplicas con fuerte clamor y lágrimas. No oraba por sí, sino por aquellos a quienes había venido a salvar. Al convertirse en suplicante, y buscar de la mano de su Padre nueva provisión de fuerza, salía refrigerado y vigorizado como sustituto del hombre, identificándose con la humanidad doliente y dándole un ejemplo de la necesidad de la oración.

Su naturaleza era sin mancha de pecado. Como Hijo del Hombre, oró al Padre, mostrando que la naturaleza humana requiere todo el apoyo divino que el hombre puede obtener a fin de quedar fortalecido para su deber y preparado para la prueba. Como Príncipe de la vida, tenía poder con Dios y prevaleció por su pueblo. Este Salvador, que oró por los que no sentían la necesidad de la oración, y lloró por los que no sentían la necesidad de las lágrimas, está ahora delante del trono, para recibir y presentar ante su Padre las peticiones de aquellos por quienes oró en la tierra. Nos toca seguir el ejemplo de Cristo. La oración es una necesidad en nuestro trabajo por la salvación de las almas. Sólo Dios puede dar crecimiento a la semilla que sembramos (Testimonios selectos, t. 3, pp. 379, 380).

Jesús presentó la necesidad de la oración. Instó a los hombres a reconocer la necesidad de la oración, el arrepentimiento, la confesión y el abandono del pecado. Les enseñó a ser honrados, tolerantes, misericordiosos y compasivos, recomendándoles amar no sólo a quienes los amaban, sino a los que los odiaban y los trataban despectivamente. En todo esto estaba revelándoles el carácter del Padre, quien es longánimo, misericordioso, lento para la ira y lleno de bondad y verdad (Consejos para los maestros, padres y alumnos, p. 30).

La oración fue una necesidad para Daniel. Daniel estaba sujeto a las más severas tentaciones que pueden asaltar a los jóvenes de hoy en día; sin embargo era fiel a la instrucción religiosa recibida en los primeros años. Se hallaba rodeado por influencias calculadas para trastornar a los que vacilasen entre los principios y las inclinaciones; sin embargo, la Palabra de Dios lo presenta como un carácter intachable. Daniel no osó confiar en su propio poder moral. La oración era para él una necesidad. Hizo de Dios su fortaleza, y el temor del Señor estaba constantemente delante de él en todas las transacciones de la vida (La temperancia, pp. 134, 135).

El progreso espiritual depende de la oración. Si hubiere más oración entre nosotros, más ejercicio de la fe viviente y menos dependencia de los demás, habríamos avanzado mucho más en inteligencia espiritual de lo que avanzamos hasta aquí. Necesitamos una vivencia profunda e individual del corazón y el alma. Entonces seríamos capaces de decir lo que Dios está haciendo y cómo está trabajando. Necesitamos tener una experiencia viviente en las cosas de Dios; no estamos seguros a menos que la tengamos. Hay quienes tienen una buena vivencia con Dios, y hablan acerca de esto, pero cuando repasamos dicha vivencia, nos damos cuenta que no está de acuerdo con un así dice Jehová. Si hubo un tiempo en nuestra historia en el que necesitamos humillar nuestras almas delante de Dios, es ahora. Necesitamos ir a Dios con fe de que todo está prometido en la Palabra, y luego caminar en toda la luz y el poder que da Dios (Review and Herald, 1 de julio, 1909).

La oración: una necesidad diaria. La religión debe comenzar con el vaciamiento y la purificación del corazón, y debe ser nutrida por la oración diaria (Testimonies for the Church, t. 4, p. 535).

Es tan conveniente y esencial para nosotros orar tres veces al día como lo era para Daniel. La oración es la vida del alma, el fundamento del crecimiento espiritual. En el hogar, delante de la familia y ante los compañeros de trabajo deberíamos testificar de esta verdad. Y cuando tengamos el privilegio de encontrarnos con nuestros hermanos en la iglesia, hablémosles de la necesidad de mantener abierto el canal de comunicación entre Dios y el alma. Digámosles que si ellos encuentran corazón y voz para orar, Dios encontrará las respuestas a sus oraciones. Digámosles que no descuiden sus deberes religiosos. Exhortemos a los hermanos a que oren. Debemos buscar para encontrar, debemos pedir para recibir, debemos llamar para que las puertas se nos abran (Signs of the Times, 10 de febrero, 1890).

En el servicio del sacerdocio judío continuamente se nos recuerda el sacrificio y la intercesión de Cristo. Todos los que hoy acuden a Cristo, deben recordar que los méritos de él son el incienso que se mezcla con las oraciones de los que se arrepienten de sus pecados y reciben perdón, misericordia y gracia. Nuestra necesidad de la intercesión de Cristo es constante. Día tras día, mañana y tarde, el corazón humilde necesita elevar oraciones que recibirán respuestas de gracia, paz y gozo. Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios (Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1078).

Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios

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