Relatos
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Los relatos y recuerdos de infancia de Lampedusa. Un complemento imprescindible a El Gatopardo.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, duque de Palma de Montechiaro y príncipe de Lampedusa, ocupa un lugar destacadísimo en la literatura del siglo XX gracias a su única novela: El Gatopardo. Un libro que es el legado universal de este aristócrata siciliano discreto y taciturno, que apenas escribió nada más. Pero en ese «apenas» tienen cabida algunos textos extraordinarios, recuperados tras el triunfo póstumo de la novela. Aparte de un puñado de cartas enviadas durante sus periplos europeos y de las lecciones literarias a un círculo de jóvenes discípulos, la restante obra literaria de Lampedusa es la que se reúne aquí bajo el título de Relatos.
Son tan solo cuatro textos, conectados de algún modo –por el momento en que fueron escritos o por su tono y ambientación– con su obra maestra. Y de ahí el doble interés de estas piezas breves: por un lado iluminan la intimidad y la cocina literaria del escritor, y por el otro tienen un notabilísimo interés por sí mismas.
El libro se abre con unos «Recuerdos de infancia» que son evocaciones íntimas de personajes y escenarios de un universo que es la base de El Gatopardo; sigue el conciso cuento navideño «La alegría y la ley», en el que se atisban ecos de Chéjov y Pirandello, y a continuación la que probablemente sea la pieza más impresionante de este volumen: «La sirena», relato mitológico, sensual y melancólico, que despertó
la admiración entusiasta de Marguerite Yourcenar. Por último, «Los gatitos ciegos», un cuento destinado a convertirse en el primer capítulo de una segunda novela que Lampedusa no llegó a escribir.
El volumen se completa con introducciones específicas a cada uno de los textos, reproducciones de manuscritos, un fragmento de una primera versión de «La sirena» y algunas fotografías. Todo este material ayuda al lector a contextualizar la escritura de cada una de las luminosas joyas literarias aquí reunidas.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, 1896 - Roma 1957) pertenecía a una familia aristocrática, participó en dos guerras mundiales y viajó extensamente por Europa. Decidió dedicarse a la literatura en los dos últimos años de su vida y escribió El Gatopardo, su única novela, publicada póstumamente en 1958, galardonada con el Premio Strega y convertida en una de las obras imprescindibles del canon novelístico del siglo XX.
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Relatos - Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Índice
Portada
Introducción
Recuerdos de infancia
Introducción
Los recuerdos
Infancia
La alegría y la ley
Introducción
La alegría y la ley
La sirena
Introducción
La sirena
Fragmento de una primera versión
Los gatitos ciegos
Introducción
Los gatitos ciegos
Créditos
Notas
INTRODUCCIÓN
Recientemente, con ocasión de una nueva edición inglesa publicada en marzo de 2013, he releído y revisado los «Recuerdos de infancia». He querido transcribir el texto íntegro, incluso cuando parece una mera evocación de recuerdos afectivos y por tanto perdurables.
El manuscrito original se presenta como un borrador. Este borrador es una especie de sueño de deseo redactado con la furia y la incongruencia del despertar, la supresión del orden temporal secuencial y la representación por instantes de pulsión emotiva, casi un autoanálisis sobre el itinerario de su propia libido vital. En la primavera de 1955 Lampedusa ha terminado y pulido la primera parte de El Gatopardo. La idea de encerrar la novela en el lapso de veinticuatro horas (siguiendo el modelo de Ulysses) es abandonada. Lampedusa ha leído Henry Brulard (a mediados de junio de ese año) y se propone emular su «método hasta en lo de dibujar pequeños planos de las escenas principales».
En la Introducción el autor declara que quiere dividir estas «Memorias» en tres partes: «La primera, Infancia
, llegará hasta mis años de instituto. La segunda, Juventud
, hasta 1925. La tercera, Madurez
, hasta el presente, cuando considero que comienza la vejez.» «Los recuerdos» (escritos antes de la Introducción) evocan aquellos anteriores a una conciencia cronológica de los acontecimientos. Se impone con fuerza el deseo de reapropiarse de la «casa», el palacio Lampedusa destruido en el bombardeo del 5 de abril de 1943. Para hacer palpable el carácter visual de la memoria, Lampedusa esboza dos «pequeños planos»: el tocador de su madre y un plano general de la planta baja.¹ Siguen varias hojas en blanco, lo cual indica una probable interrupción temporal en la redacción de la Introducción. Y después viene «Infancia. Los lugares», el proyecto anunciado empieza a plasmarse. Estamos precisamente en la sección «Infancia», título que se colocará antes de los dos lugares examinados. El primero es el palacio Lampedusa, el segundo el palacio Filangeri di Cutò, en Santa Margherita Belìce. La descripción de la casa natal es minuciosa, con un flujo y reflujo de la conjunción entre imágenes y afectos. Como si Giuseppe quisiese recuperarla, saborearla rincón por rincón y parte por parte. En «Infancia. Los lugares. Las otras casas», el escritor enumera las «dependencias» campestres que aumentan el atractivo de la «casa matriz»: el palacio Filangeri di Cutò en Santa Margherita Belìce, la villa Cutò en Bagheria, el palacio de Torretta, la casa de campo de Reitano. Otro subtítulo: «El destino de esas casas». A continuación, la parte más extensa de «Los recuerdos»: la larga, alegre y al mismo tiempo angustiante narración de una infancia feliz en el seno materno, encarnado por el palacio Filangeri de Santa Margherita y sus dependencias campestres. Esta exploración se interrumpe con un inserto: «El viaje». Se reanuda con una enumeración de objetos desusados –mantelería antigua, material de escritorio, algunos retratos de notables locales– y concluye con las primeras clases de lectura que una rústica y eficiente maestra primaria imparte al principito de ocho años.
El borrador de las «Memorias» termina aquí. El escritor volvió a sumergirse en El Gatopardo y el cuaderno de las «Memorias» ya no volverá a abrirse.
Todos los escritores que han hablado de El Gatopardo –desde Eugenio Montale hasta Marguerite Yourcenar, desde Amos Oz hasta Javier Marías, desde Mario Vargas Llosa hasta Jorge Guillén– expresan admiración por la intensidad de la fabulación en Tomasi di Lampedusa, su contribución a la posibilidad de la supervivencia de la novela histórica como secuencia de datos sensibles, memorias subjetivas que emergen con la potencia propia de una experiencia mítica y por tanto indiferente al espacio y a las contingencias temporales. En este punto pierde sentido la pregunta por el carácter atrasado o anticipador del escritor. Muchos colegas han considerado que la obra de Lampedusa fue un momento importante de su formación. Han subrayado de qué manera, partiendo de Proust, privilegió la visión subjetiva y la antepuso a la verdad. Lampedusa, sin escrúpulos, con gusto y fruición, transforma la historia en apropiación personal. En este contexto, los «Recuerdos de infancia», como laboratorio de reminiscencias, es una etapa fundamental. La vida puede ser responsablemente feliz, aunque melancólica. Como borrador, «Los recuerdos» sugieren la recuperación de la historia como eclosión de signos indelebles. Y su revelación, a través de los lectores y los escritores anteriores o posteriores, aspira a contar la naturaleza humana como historia de afectos, datos sensibles, independientes de la documentación histórica y ampliamente compartibles como signo de la especie. Tomasi –como señala, entre otros, JeanPaul Manganaro, en una nueva edición francesa de los Relatos (París, 2014)– va más allá que Proust. En el ensayo introductorio, «Appartenances», Manganaro indica entre los antecedentes el Ulysses y Virginia Woolf; habría que añadir a T. S. Eliot, en particular su ensayo Hamlet and His Problems y la teoría del «correlato objetivo».
En 1989, al abrir casualmente un libro de la biblioteca histórica de Lampedusa, mi esposa Nicoletta encontró dos hojitas con el comienzo de otro recuerdo. Ese fragmento es todo lo que queda de la sección titulada «Las otras casas». En él se habla del palacio de la baronía de Torretta. De ese palacio quedan dos fotografías: una que corresponde a la descripción del escritor, con una fuente –único medio de abastecimiento de agua de la ciudad– delante de la fachada, y la otra, posterior a la construcción de un acueducto, en la que la fuente ha desaparecido. La fuente, construida entre el siglo XVII y el XVIII, parece más antigua que la fachada. El palacio es del XVIII. Una típica construcción de palacio de baronía, en este caso un ejemplo menor. También el palacio desaparecerá en la segunda posguerra, siguiendo el destino de los lugares amados por Lampedusa. Será derribado en 1950 y en su lugar se construirán las escuelas del pueblo: un edificio de ingeniería civil en el peor sentido de la palabra, cuyo pobre cemento armado va, para decirlo con la terminología tomasiana, decayendo lentamente. Giulio Tomasi había recibido el palacio de Torretta como dote de Rosalia Traina, sobrina de Francesco, arzobispo de Agrigento.
A los Tomasi de la segunda mitad del siglo XIX Torretta les recordaba la tisis que diezmaba a la familia. En vano a un tío del escritor lo habían enviado a su zona de colinas para que se recuperase respirando ese aire, y de tisis también murieron el único primo carnal del escritor –hijo de su tío Francesco– y los únicos dos varones Tomasi vivos al principio de los años cuarenta. Murieron de tisis poco después del final de la segunda guerra mundial, y con ellos se extinguió la línea masculina directa de los Tomasi. Además, Torretta era un lugar de la mafia. Los Tomasi que habían residido allí habían sufrido amenazas e imposiciones matrimoniales incluso antes de que ese pueblo entrase en el cuadro de honor internacional de la asociación con la «Tower connection», un terrible clan cuyos miembros eran oriundos de Torretta (Tower-Torretta). Aún recuerdo el tono sarcástico con que el escritor comentaba las redadas contra mafiosos después de los atentados de los años cincuenta. Los Di Maggio, los Badalamenti, los Gambino ocupaban casi siempre la atención de las crónicas, lo cual suscitaba su satisfacción: «¡Diantre!», «¡Oh!», «¡Faltaba más!», cuando, y era la mayoría de las veces, las familias mafiosas de Torretta se señalaban entre las protagonistas del contubernio.
El fragmento sobre Torretta, anverso y reverso de una hoja, que se interrumpe en mitad de una frase y por tanto permite esperar el posible descubrimiento de una continuación, nos da la clave de un pueblo siciliano: la Sicilia desesperada, la que aparece en la lívida y desolada partida al alba de Chevalley al marcharse de Donnafugata.
Si visitáis la tumba de Lampedusa en los Capuchinos de Palermo, a menudo encontraréis flores. Pienso que las dejan unos lectores que en sus textos han encontrado algún pasaje que los ha reconciliado con la vida: los recuerdos del escritor han evocado una complicidad en los recuerdos del visitante. El estado magmático de los «Recuerdos de infancia» es similar a algunos esbozos que han quedado de El Gatopardo. En esas primerísimas redacciones la novela todavía es una histoire sans nom y los nombres de los protagonistas son distintos de los que conocemos. En ambos casos la escritura da la impresión de una relación taquigráfica como testimonio para la posteridad. En los «Recuerdos de infancia» el autor menciona posibles modificaciones del texto. A veces indica una secuencia distinta de los materiales restantes. Además, el manuscrito de «Los recuerdos» presenta diversas tachaduras. En parte se deben, sin duda, a la esposa del autor, pero otras son suyas. Algunas obedecen a un punto de vista común: se censuran hechos demasiado personales y ofensivos para parientes y amigos. Por ejemplo, el despectivo rechazo de la casa de la calle Butera («no es mi casa»), o la mención de la desusada opinión ortográfica del tío Pietro Tomasi della Torretta sobre la palabra «repubblica», que formaba parte de la moquerie malvada compartida con su primo el poeta Lucio Piccolo, y que reflejaba fundamentalmente el lado Cutò del carácter de ambos. Tanto Alessandro Tasca Filangeri di Cutò como sus hermanas Maria Tasca Filangeri y Beatrice Tomasi di Lampedusa nos han legado un vasto anecdotario de este tipo de bromas, una fama de lenguas viperinas que iba acompañada de la antipatía de sus víctimas: wicked jokes que lanzaban contra los familiares más cercanos y los amigos más queridos, y que también formaban parte (cómplice) de nuestra amistad.
Otras veces las tachaduras, sobre todo las que aparecen totalmente cubiertas con múltiples trazos de pluma, deben relacionarse con el traslado del texto a El Gatopardo: el pasaje donde se narra que don Onofrio había conservado la copa de «cognac» que el príncipe había dejado a medio beber está tachado con violencia y se ha descifrado por transparencia para la presente edición.
«Los recuerdos» no censurados revelan, pues, al lector y amigo la reconquista de la felicidad en un hombre de cincuenta y ocho años. El juego del privilegio aristocrático se expresa, además de en la nostalgia, en una fina y solapada malicia verbal, asociada a un anecdotario familiar rico y querido.
Además de un retorno a la luz, a la identidad después de haberse sentido perdido –una marginación debida a vicisitudes personales y, en el contexto siciliano, colectivas de su clase social–, los «Recuerdos de infancia» también revelan la manera de trabajar de Lampedusa cuando estaba escribiendo su obra maestra. Como señalé en el prefacio a El Gatopardo, la primera parte habría tenido que abarcar toda la materia de la novela en el lapso de veinticuatro horas: el autor la revisó minuciosamente muchas veces pero, incluso enriquecida con un flash-back (la conversación con Fernando II en Caserta), fue evidente que no agotaba la fábula siciliana y familiar. Aquí es donde entran en juego «Los recuerdos». El escritor siente la urgencia de contar más allá del esquema fijo que había elegido. Y el comienzo trae consigo su dolor. La casa Lampedusa ya no existe. El autor no morirá en el cuarto donde nació y donde esperaba morir. Sin embargo, al llegar a la exploración de Santa Margherita el timbre del recuerdo deja traslucir el consuelo de la memoria. La escritura se reduce a veces al apunte. Por ejemplo, la descripción del gran vestíbulo de Santa Margherita se interrumpe con un apunte enumerativo («Guardias particulares - gorros, uniformes, fusiles, liebres»), y este apunte se desarrollará en la descripción de la milicia privada que acompaña a don Onofrio en la bienvenida del príncipe. O bien, durante el viaje, después de la frase «La polvareda se alzaba» aparece en «Los recuerdos» un apunte: «Anna I, que también había estado en la India», observación que en la página 78 se transforma en «mademoiselle Dombreuil, la gobernanta francesa, que totalmente deshecha y recordando los años pasados en Argelia junto a la familia del mariscal Bugeaud, iba gimiendo: Mon Dieu, mon Dieu, c’est pire qu’en Afrique!»²
Y esta contaminación entre recuerdos y novela reaparece unas pocas líneas después: «Todo estaba blanco de polvo: las pestañas, los labios o las colas» (página 79). Indicios de una posible redacción en el