Gestos de aire y de piedra: Sobre la materia de las imágenes
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La obra del psicoanalista Pierre Fédida, a quien de cierta manera dedica este libro, y la del artista contemporáneo Pascal Convert son reunidas aquí para pensar de manera diferente el llamado trabajo del duelo. Esta reflexión se ve enriquecida por un amplio repertorio de expresiones artísticas (escultura, pintura, música, poesía), que iluminan una poética de la ausencia y que revelan lo que Fédida llamó la obra de sepultura.
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Gestos de aire y de piedra - Georges Didi-Huberman
Georges Didi-Huberman
Gestos de aire y de piedra
Sobre la materia de las imágenes
Traducción del francés de Melina Balcázar
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Índice
Gestos de aire y de piedra
Acentuar la verdad
El inspirado
Orificios sensibles
Crisis de asma y olores del tiempo perdido
Pensamiento de la ausencia y poética del aire
Decir, soplar tempestuosamente
Rechazo a concluir
El intervalo; el entre y la cavidad
Del objeto al objuego
El baile ilumina el duelo
Viento que cobra forma
Respiración y alucinación
Formantes, soplo, emociones
Respiros y espíritus
Clínica del aire
Nacimiento, coito, sueño, agonía
El thymos griego
Supervivencias: el tiempo respira
Epos anacrónico y reminiscente
Soplo de la voz y soplo de la imagen
El aura cantada
Neumas
Composiciones de soplos
Sueño, palabra, imagen
La imagen, soplo indistinto
Una impronta de la palabra de los muertos
Aire y piedra
El entre transparente y la cavidad opaca
Los espejos no podrán hacer nada
Aria y materia de las imágenes
Aurai de mármol y de viento
La obra de sepultura: aire de la danza y piedra de la tumba
Dichtung: poesía y densación
Mostrar: dejar sin aliento al lenguaje
La emanación de los ancestros
La genealogía materna de la imagen
Lo indistinto, lo inmanente
Notas
Sobre este libro
Sobre el autor
Canta Mares
Créditos
Stein, wo du hinsiehst, Stein.
(Piedra, por donde miras, piedra).
De umbral en umbral
Paul Celan
Diríamos entonces que lo que llamamos imagen es, por un instante, el efecto que produce el lenguaje en su brusco ensordecimiento. Saber esto implicaría saber que, en la crítica estética tanto como en el psicoanálisis, la imagen es detener el lenguaje, el instante abismal de la palabra.
El soplo indistinto de la imagen
Pierre Fédida
La palabra más justa no es, en absoluto, la que pretende decir siempre la verdad
. No se trata siquiera de decir a medias
esta verdad, ajustándose teóricamente a la falta estructural que, de modo inevitable, deja una impronta en las palabras.[1] Se trata de acentuarla. De iluminarla —fugitiva y fragmentariamente— mediante instantes de riesgo, de decisiones con trasfondo de indecisión. De darle aire y gesto. Para luego dejar el espacio necesario a la sombra que se cierra, al fondo que se vuelca, a la indecisión que es también una decisión del aire. Es entonces una pregunta, una práctica de ritmo: aliento, gesto, musicalidad. Por tanto, una respiración. Es acentuar las palabras para que las ausencias bailen y darles fuerza, consistencia de medio en movimiento. Y acentuar las ausencias para que las palabras bailen y darles fuerza, consistencia de cuerpos en movimiento.
Pierre Fédida poseía el gran arte —psicoanalítico, filosófico, poético— de acentuar la verdad, a la que consagró toda su vida. Sus textos parecen difíciles porque nos dejan durante largo tiempo en lo abierto y en la errancia de la pregunta no resuelta. Pero se revelan determinantes cuando, sin prevenir, dan un golpe y un destello se produce. Después este destello se retira dejando una cauda y, de nuevo, nos encontramos sin nada, como suspendidos en el aire. Este estilo caracterizaba también su palabra hablada, su elocución, el fraseo de su pensamiento en acción: no era del todo un acento
, sino la acentuación singular de los tiempos de la frase donde paradójicamente se mezclaban lo cortante, lo repentino de los principios o finales de las palabras (su manera tan tajante de pronunciar la palabra sangre
, por ejemplo, en la grabación que realizó del cuento de Blanca Nieves, en una versión de los hermanos Grimm[2]) con la extraordinaria suavidad, o vapor, de las palabras femeninas de las que alargaba su mudo final hasta que se volvían un soplo: neige, reine, belle, Madame…[3] Con frecuencia, Pierre dejaba a su interlocutor como suspendido de estas vocales mudas y empañadas, de esas caudas de respiración, como para devolverlo —y ahí residía todo el arte de la palabra— a su propia rastra de ausencia o de deseo.
*
Le faltaba el aire (era un suplicio asistir a eso, impotente). Oscuramente, supo extraer de su experiencia misma un conocimiento fundamental y, con él, un arte de la palabra y de la escucha, que me parece lo convertía en el terapeuta inspirado por excelencia, el interlocutor capaz de respirar
—aun antes de haberla interpretado— la palabra del paciente. Lo que un día llamó su proyecto psicopatológico
recurría explícitamente a una tradición trágica, aquella que, en el Agamenón de Esquilo, el Himno a Zeus llama el conocimiento mediante el padecer
(pathei mathos). Un saber del cual el sueño es el guardián y del cual el sueño —esa construcción de castillos de aire
, como lo dice la lengua de Freud (Luftschlösser)— sería el espacio mismo del llamado, un espacio "hecho de imágenes, de memoria y de
intensidad sensorial".[4]
Merleau-Ponty escribió acerca de nuestra experiencia sensorial —del mundo alrededor, del cuerpo dentro— que en la vida ordinaria no podríamos captarla, esta experiencia, porque está disimulada bajo sus propias adquisiciones
, es decir, bajo la capa y el confort de sus propios hábitos. Sin embargo, cuando el mundo de los objetos claros y articulados se encuentra abolido, nuestro ser perceptivo, amputado de su mundo, dibuja una espacialidad sin cosas
,[5] que es una manera de confrontarnos con ésta en tanto que ausencia, es decir, cuestión vital. Esto es lo que ocurre con el aire: cuando creemos que nos desplazamos con libertad, ya no lo vemos ni lo sentimos. No lo percibimos como elemento vital —aunque no por eso se convierta en algo
que podamos aislar—, sino cuando el polvo lo contamina, cuando se vuelve volutas de humo, o es violento en la tormenta o cuando, al ahogarnos, nos falta. Nunca lo sentimos mejor —como materia, medio, necesidad— que cuando la impureza reina y la respiración se entrecorta.
*
En su gran libro sobre la imagen del cuerpo, Paul Schilder escribe:
las partes más importantes