La insurrección que viene
Por Comité invisible
3.5/5
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Fiel a su compromiso con la libertad de expresión a ultranza y la propagación de materiales semióticos altamente peligrosos, Melusina ofrece al lector en lengua española el texto íntegro de este inquietante manifiesto.
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Comentarios para La insurrección que viene
84 clasificaciones4 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jul 6, 2024
Excelente. Una obra media profecia, media protesta, media culpa.... MTCajas - Calificación: 1 de 5 estrellas1/5
Mar 31, 2023
Gen-X Marxist daydreaming delivered in a puerile and snotty tone and sprinkled with forced 90's pop-culture references. At times, it reads like a parody of Fight Club. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jul 20, 2020
In bad times, one must write manifestos.
This is less than an active handbook for active resistance than an indictment, a prosecution, a rant. It has unreserved cynicism for not just the Negri-Imperial style of economic/political power, but also the easy comforting hedonism of the 1960s, and the 'organic' 'we can still enjoy the fruits of modern industry and extraction and not feel guilty about it' capitalism.
Being as picky as I am, I'd like more citations than fancy rousing slogans, more action than ignorant proclamation. Something substantial.
But not necessarily violence. The sort of people who win through violent revolution are typically not those that you would rather have run a country.
That is reserved for the very end, and they admit there is so much wrong with the present system, it's almost impossible to determine where to start, except smaller and on the local level - anarcho-communes. This is more interesting.
As much I must disagree with this, I'm more tempted to agree with them the longer I watch the RNC's Policy Committee on C-SPAN. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jul 20, 2020
i wish more literature like this reached fox news. makes being left sexier. the truth is on their side but that's it. good luck with the revolution guys.
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La insurrección que viene - Comité invisible
Insurrección
Introducción.
Puesta a punto
Todo el mundo lo reconoce. Esto va a reven-tar. Todo el mundo está de acuerdo, con el semblante sombrío o fanfarrón, en los pasillos de la Asamblea, como ayer se repetía en el bar. Uno se complace estimando los riesgos. Ya se detallan las operaciones preventivas de división en zonas del territorio. Y los festejos del nuevo año adquieren un giro decisivo: «¡Es el último año en el que habrá ostras!». Para que la fiesta no se vea totalmente eclipsada por la tradición del desorden se necesitan los 36.000 polis y los 16 helicópteros desplegados por Alliot-Marie,¹ la misma que, durante las manifestaciones estudiantiles de diciembre, espiaba ansiosa cualquier contaminación griega. Se escucha cada vez con más claridad, bajo los mensajes de calma, el ruido de los preparativos de una guerra abierta. Nadie puede ignorar ya su puesta en la práctica de forma anunciada, fría y pragmática, que ni siquiera se molesta en presentarse como una operación de pacificación.
Los periódicos aderezan a conciencia la lista de causas de esta repentina desazón. Está la crisis, desde luego, con su paro explosivo, su porción de desesperación y planes sociales, sus escándalos Kerviel y Madoff. Está la quiebra del sistema escolar que ya no es capaz de producir trabajadores, ni de clasificar al ciudadano; ni siquiera a partir de los niños de la clase media. Se dice que existe un malestar de una juventud que no encuentra correspondencia con ninguna representación política, que sólo sirve para responder a las bicicletas gratuitas que se ponen a su disposición con alunizajes.
Sin embargo, todas estas fuentes de inquietud no deberían parecer insalvables en una época en la que el modo de gobierno predominante consiste precisamente en la gestión de situaciones de crisis. Salvo que se considere que a lo que el poder tiene que enfrentarse no es ni a una crisis más ni a una sucesión de problemas crónicos, de desajustes más o menos esperados. Sino a un peligro singular: que se manifiesten una forma de conflicto y de posiciones que, precisamente, no sean gestionables.
*
* *
Todos los que, por todos lados, son ese peligro tienen que plantearse cuestiones menos ociosas que las relativas a las causas y probabilidades de movimientos y enfrentamientos que, en todo caso, ocurrirán. Como la siguiente: ¿qué eco tiene el caos griego en la situación francesa? Una sublevación aquí no puede ser pensada como una mera transposición de lo que ocurrió allí. La guerra civil mundial posee todavía sus especificidades locales y una situación de revueltas generalizadas provocaría en Francia una deflagración de otro tenor.
Los sublevados griegos se enfrentaban a un Estado débil, si bien gozaban de una gran popularidad. No hay que olvidar que la democracia se reconstituyó contra el régimen de los coroneles, hace exactamente treinta años, a partir de una práctica de la violencia política. Esta violencia, cuyo recuerdo no queda tan lejano, resulta todavía una evidencia para la mayoría de los griegos. Incluso los mandamases del ps local ya habían probado el cóctel molotov en su juventud. Como contrapartida, la política clásica conoce variantes que saben avenirse muy bien a estas prácticas y propagar, incluso en la revuelta, sus necedades ideológicas. Si la batalla griega no se ha decidido y terminado en la calle —a pesar de que la policía estaba visiblemente desbordada— es porque su neutralización se ha realizado en otra parte. No hay nada más agotador, nada más fatal, de hecho, que cierta política clásica, con sus rituales agostados, su pensamiento carente de pensamiento, su pequeño mundo cerrado.
En Francia, nuestros burócratas socialistas más exaltados nunca fueron más que austeros infiltrados de asambleas, hombres de paja responsables. Aquí, todo concurre más bien para anihilar la menor forma de intensidad política, lo que permite que siempre se pueda oponer al ciudadano frente a los alborotadores y extraer oposiciones facticias de un depósito sin fondo: usuarios frente a huelguistas, los que revientan las manifestaciones frente a los que toman a la ciudadanía como rehén, gente valiente frente a la chusma.² Una operación cuasi-lingüística que va de la mano con las medidas cuasi-militares. Las revueltas de noviembre de 2005 y, en un contexto diferente, los movimientos sociales del otoño de 2007 han aportado algunos ejemplos de la forma de proceder. La imagen de los estudiantes pijos de Nanterre aplaudiendo al grito de «Viva la policía» la expulsión de sus condiscípulos por parte de las fuerzas del orden tan sólo nos ofrece un atisbo de lo que nos reserva el porvenir.³
Huelga decir que la vinculación de los franceses al Estado —garante de los valores universales, último bastión frente al desastre— es una patología de la que es complicado deshacerse. Se trata sobre todo de una ficción que ya no sabe durar. Incluso nuestros gobernantes la consideran cada día más como un inútil estorbo puesto que ellos, al menos, asumen el conflicto militarmente. Éstos a quienes no les acompleja enviar unidades antiterroristas de élite tanto para sofocar las revueltas en los suburbios como para liberar un centro de recuperación de residuos ocupado por asalariados. A medida que el Estado del bienestar se desmorona, amanece el enfrentamiento entre aquellos que desean el Orden y aquellos que no. Todo lo que la política francesa conseguía hasta ahora desactivar comienza a desencadenarse. Todo aquello que reprimió no quedará impune. Se puede contar con el movimiento que viene para encontrar, en el avanzado nivel de descomposición de la sociedad, el hálito nihilista necesario. Lo que no dejará de exponerlo a toda suerte de límites.
Un movimiento revolucionario no se propaga por contaminación sino por resonancia. Algo que se constituye aquí resuena con la onda de choque que emite algo que se constituyó allí. El cuerpo que resuena lo hace según su propio modo. Una insurrección no es como la extensión de la peste o un incendio forestal —un proceso lineal que se extiende progresivamente, por proximidad, a partir de una chispa inicial—. Se trata más bien de algo que cobra cuerpo como una música, y cuyos focos, incluso dispersos en el tiempo y el espacio, logran imponer el ritmo de su propia vibración. Consiguen ganar siempre mayor espesor. Hasta el extremo de que una vuelta a lo normal deja de ser deseable e incluso previsible.
Cuando hablamos de Imperio, designamos los dispositivos de poder que, preventivamente, quirúrgicamente, retienen todos los devenires revolucionarios de una situación. En este sentido, el Imperio no es un enemigo enfrentado a nosotros. Es un ritmo que se impone, una manera de hacer fluir y discurrir la realidad. No es tanto un orden del mundo como su discurrir triste, pesado y militar.
Lo que llega a nuestros oídos del partido de los insurrectos es un esbozo de una composición, de un lado de la realidad totalmente diferente, que desde Grecia hasta los suburbios franceses busca sus acuerdos.
*
* *
A partir de ahora resulta de notoriedad pública que las situaciones de crisis son igualmente ocasiones que se ofrecen a la dominación para que se reestructure. Así es como Sarkozy puede, sin que apenas parezca que miente, anunciar que la crisis financiera corresponde «al fin de un mundo» y que el año 2009 verá a Francia entrar en una nueva era. Este camelo de crisis económica sería, en definitiva, una novedad. La ocasión de una bella epopeya que nos vería, a todos juntos, combatir al mismo tiempo las desigualdades y el cambio climático. Algo que para nuestra generación, que nació justo en la crisis y que no ha conocido otra cosa —crisis económica, financiera, social, ecológica—, es, debemos confesarlo, relativamente difícil de admitir. No nos la pegarán con el golpe de la crisis, con el «vamos a empezar de cero» y el «bastará con ajustarse el cinturón durante una temporadita». En realidad, el anuncio de las desastrosas cifras del paro no nos suscita ningún sentimiento. La crisis es una manera de gobernar. Cuando este mundo parece no tener otra forma de sostenerse que mediante la gestión infinita de su propia derrota.
Querrían vernos detrás del Estado, movilizados, solidarios con una improbable chapuza de la sociedad. Pero resulta que nos repugna de tal manera unirnos a esta movilización, que puede ocurrir que uno decida más bien tumbar definitivamente al capitalismo.
Lo que está en guerra no son las maneras variables de gestionar la sociedad. Se trata, irreductibles e irreconciliables, de ideas sobre la felicidad y sus mundos. El poder lo sabe; nosotros también. Los residuos militantes que nos ven —cada vez más numerosos, cada vez menos identificables— se tiran de los pelos para que entremos en las pequeñas casillas de sus pequeñas cabezas. Y, no obstante, nos tienden la mano para ahogarnos mejor; en sus