Hacia una sociolingüística crítica
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Desde su inicio como campo de estudio en las décadas de 1960 y 1970, la sociolingüística ha sido parte de un debate por los significados del término y lo que abarca la propia disciplina. A partir del surgimiento de una serie de corrientes como el variacionismo, la etnografía de la comunicación,la sociología del lenguaje o los estudios críticos del discurso en el último tercio del siglo XX, esta rama de la lingüística empezó a hacerse nuevas preguntas y a desarrollar nuevas formas de contestarlas. Este volumen presenta un conjunto de artículos fundamentales para pensar la sociolingüística desde una perspectiva crítica y etnográfica. Constituye un aporte valioso para examinar el rol que está cumpliendo el lenguaje en la estructuración y cambio de la realidad social en este momento histórico.
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Hacia una sociolingüística crítica - Mercedes Niño-Murcia
Serie: Lengua y Sociedad, 40
© IEP Instituto de Estudios Peruanos
Horacio Urteaga 694, Lima 15072
Telf.: (51-1) 200-8500
Correo-e:
Web: www.iep.org.pe
ISBN: 978-9972-51-994-9
ISSN: 1019-4495
Primera edición digital: mayo de 2020
Asistente de edición: Yisleny López
Corrección de pruebas: Verónica Oliart
Diagramación: Silvana Lizarbe
Carátula: Gino Becerra
Cuidado de edición: Odín del Pozo
Digitalización: CreaLibros
www.crealibros.com
Índice
PREÁMBULO
1. La sociolingüística crítica: nombrando y situando el campo de estudio
Mercedes Niño Murcia, Virginia Zavala y Susana de los Heros
DESARROLLOS TEÓRICOS
2. De Saussure a la sociolingüística crítica: un giro hacia una perspectiva social del lenguaje
Gunther Kress
3. Nuevas coaliciones en la lingüística sociocultural
Mary Bucholtz y Kira Hall
4. Hacia un enfoque social del bilingüismo
Monica Heller
5. Deshaciendo la noción de adecuación: ideologías lingüístico-raciales y diversidad lingüística en educación
Nelson Flores y Jonathan Rosa
PROBLEMÁTICAS LATINOAMERICANAS
6. Sobre «lo silencioso» y «lo bilingüe» en las aulas con niños wichi en la provincia de Chaco
Virginia Unamuno
7. Comunidades de práctica en acción: género, trabajo de imagen y poder del habitus en una comisaría de mujeres y un centro feminista de intervención en momentos de crisis en el Brasil
Ana Cristina Ostermann
8. ¿A quiénes les pertenece el maya yucateco? Revitalización y políticas lingüísticas en Yucatán, México
Anne Marie Guerrettaz
9. ¿Códigos o prácticas? Una reflexión sobre el lenguaje desde la educación intercultural bilingüe en el Perú
Virginia Zavala
SOBRE LOS AUTORES
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La sociolingüística crítica:
nombrando y situando el campo de estudio
orla_bottom_sMercedes Niño-Murcia, Virginia Zavala y Susana de los Heros
EDITORAS
La sociolingüística nace como un campo de estudio en los Estados Unidos durante la década de 1960-1970 y a lo largo de su trayectoria ha ido adaptándose a ciertas corrientes intelectuales y filosóficas. 1 Aunque los manuales introductorios o libros que la describen la suelen definir como el estudio de la lengua en relación con la sociedad o en su contexto social, estas definiciones no nos especifican qué tipo de relación es la que se propone entre «lo lingüístico» y «lo social». Es más, a pesar de que las definiciones pueden dar la impresión de la existencia de un campo homogéneo, las concepciones sobre la relación entre lengua y sociedad que subyacen a ellas no solo son variadas, sino que incluso pueden ser irreconciliables.
Dentro de la lingüística, la sociolingüística es uno de los campos más diversos. Desde su inicial conceptualización en la década de 1960, la sociolingüística se desarrolló como un campo fragmentado. (Bucholtz 2003) y carente de coherencia teórica (Raiter y Zullo 2004). A partir del surgimiento de una serie de corrientes tales como el variacionismo, la etnografía de la comunicación, la sociología del lenguaje o el análisis crítico del discurso en las décadas de 1960 y 1970, esta rama de la lingüística se empezó a hacer nuevas preguntas y a desarrollar nuevas formas de contestarlas. Es más, algunas vertientes de la sociolingüística han ido tomando distancia de su versión más clásica para abordar el uso de la lengua desde la noción de práctica y en el marco de un vuelco hacia una perspectiva más posestructuralista, poscolonial, crítica y etnográfica (Codó, Patiño y Unamuno 2012; García, Flores y Spotti 2017; Martin-Jones y Martin 2017). En consecuencia, en los países del norte global han surgido términos como el de lingüística sociocultural (Bucholtz y Hall 2008), sociolingüística etnográfica y crítica (Heller 2011, Codó et al. 2012), análisis etnográfico y sociolingüístico del discurso (Blommaert 2005), sociolingüística crítica y construccionista (Bell 2014), etnografía lingüística (Tusting y Maybin 2007), y sociolingüística crítica (Kress 2001), entre otros. Estos intentan nombrar el campo en su carácter más interdisciplinario al integrar la sociolingüística con la antropología lingüística y su tradición etnográfica, y con el desarrollo de la teoría contemporánea. En Latinoamérica, la perspectiva glotopolítica, difundida por Elvira de Arnoux en el cono sur (2014), está cobrando cada vez más fuerza más allá de las fronteras de nuestro continente. En diálogo con los enfoques mencionados anteriormente, se propone como una apuesta interdisciplinaria «dirigida hacia los lugares donde el lenguaje y la política resultan inseparables» (Del Valle 2017: 17). Sin embargo, también existen otros desarrollos de la sociolingüística crítica con tradición etnográfica en Latinoamérica y España que no reciben el mismo apoyo por parte de la sociolingüística «central» o hegemónica y que se plantean temas centrales para nuestros contextos del sur global (Codó et al. 2012). En Bolivia, por ejemplo, una maestría en sociolingüística se propone desarrollar una ‘Sociolingüística del Sur’ que avance «hacia un pensamiento holístico, complejo y transdisciplinar de las lenguas y culturas indígenas» (Arratia y Limachi 2019: 7).2
Como se puede apreciar, la sociolingüística como campo es parte de un debate por los significados del término y lo que abarca la propia disciplina. De hecho, lo que se entiende por sociolingüística depende del contexto. Así, por ejemplo, en Estados Unidos no se entiende lo mismo que en Europa o que en Brasil; y en un departamento de lingüística no se entiende lo mismo que en uno de educación. Nosotras mismas como editoras nos consideramos sociolingüistas, pero tenemos trayectorias distintas y nos hemos acercado de modo diferente a los distintos subcampos que discutimos más adelante. Esta es la razón por la cual no ha sido fácil escribir una introducción como esta. Además, somos conscientes de que estamos eligiendo y dejando de lado a muchos autores, y que el campo de estudio se desarrolla todos los días a una velocidad avasallante, imposible de seguir a cabalidad. En todo caso, en este libro, abogamos por una sociolingüística que sea un campo de estudio amplio en torno al lenguaje3 en su contexto sociocultural, que coloque a las prácticas lingüísticas en el centro del debate en torno a la justicia social y que pueda integrar (en lugar de separar) teorías y métodos de varias tradiciones para proveer nuevas herramientas de análisis en una sociedad globalizada. Después de todo, las líneas que separan tradiciones como la antropología lingüística y la sociolingüística (entre otras) se han vuelto cada vez más tenues (véase Bucholtz y Hall en este volumen). Este campo, que llamaremos sociolingüística crítica, se inserta en una perspectiva posestructuralista que se distancia de conceptualizaciones positivistas del lenguaje y la sociedad; y que tiene la práctica social como unidad de análisis y no la lengua como sistema abstracto. Como afirma Kress en el artículo que incluimos en este volumen, «la práctica lingüística debe ser vista como una más entre las muchas prácticas sociales y culturales que son importantes». Creemos que una sociolingüística crítica e interdisciplinaria podría ser más explicativa al abordar las problemáticas latinoamericanas.
1. Desarrollo histórico de la sociolingüística
En esta sección resumimos brevemente fases o enfoques predominantes de los estudios sociolingüísticos desde sus inicios, en Estados Unidos, a finales de la década de 1960.
1.1 Desarrollos iniciales
En el marco de una hegemonía de la lingüística formal, a finales de la década de 1960 varios estudiosos de la lengua comenzaron a discutir temas importantes que no se tomaban en cuenta en los paradigmas existentes hasta el momento. En particular nos referimos a Labov, Hymes y Gumperz, que según Coupland (2016) serían los fundadores de la sociolingüística norteamericana. El variacionismo desarrollado por Labov (1972) se ocupó de la variación y el cambio en el lenguaje en el ámbito urbano —aspectos vistos como oscuros hasta esa época— y desarrolló métodos importantes para analizarlos. Primero se ocupó de aspectos fonológicos y más tarde de los morfosintácticos. Específicamente, esta corriente desarrolló correlaciones estadísticas sistemáticas entre la variación en la forma lingüística (fonológica, morfológica o sintáctica) y variables sociales de tipo demográfico (como género, edad, etnicidad, clase o estructura grupal) o de tipo contextual (nivel de formalidad, ambiente). Estos patrones sociolingüísticos encontrados constituyen enunciados descriptivos sobre la distribución sistemática de ciertas variables en la comunidad de habla.
Ahora bien, para el variacionismo, por lo menos para aquel más clásico, la relación entre lengua y sociedad subyacente suele ser aquella que concibe el uso de la lengua como reflejo de la sociedad, en el sentido de que se postulan categorías sociales como clase, edad, género o etnicidad entendidas como marcadas, codificadas o expresadas en el uso lingüístico. Los estudios iniciales de Labov, como el de Martha’s Vineyard, sirvieron de base para la lingüística variacionista y una elaboración sofisticada sobre la noción de identidad para la época. Sin embargo, el variacionismo posterior abre un campo sin explicar la compleja relación entre «lo lingüístico» y «lo social». Esto se puede observar en la forma en que el variacionismo formula sus hallazgos. Se hace alusión a variantes fonéticas que funcionan como «marcadores» sociolingüísticos o como «indicadores» de diversos grupos. En otras ocasiones, se señala que la pertenencia a un grupo social u otro «influye» tanto en la manera de hablar como en las actitudes hacia estas diferentes maneras de hablar. También se plantea que la variación lingüística es un «índice» de diferencias dentro de categorías sociales que son relevantes en una sociedad. En todos estos casos, vemos que los diferentes rasgos lingüísticos que las personas utilizan se asumen como un reflejo de categorías sociales y que el uso de los recursos lingüísticos no tendría el poder de impactar en estas categorías. Es más, en el marco de este paradigma, la relación entre diferenciación lingüística y otras formas de diferenciación social constituiría un proceso directo y natural, y las prácticas lingüísticas serían el producto de identidades preexistentes (García, Flores y Spotti 2017).
Conceptos como identidad o norma, y marcadores sociológicos como clase, etnicidad o género se utilizaron como elementos cerrados en sí mismos, que además se asumían como si existiesen anteriormente al análisis de las prácticas lingüísticas. Esto ha tenido como consecuencia que este paradigma no haya logrado explicar por qué la gente actúa lingüísticamente como se ha encontrado en muchos estudios (Cameron 1995). Además, aunque este tipo de sociolingüística buscó distanciarse de los paradigmas más formalistas que conciben al lenguaje como una competencia mental y abstracta —y que se preguntan por cómo es el sistema— su objeto de estudio no deja de ser ambiguo, pues no queda claro si aborda el sistema o la práctica lingüística.
Simultáneamente al desarrollo del variacionismo, en la década de 1960 empezaron a surgir paradigmas más inclinados al trabajo etnográfico que buscaban estudiar el habla o la comunicación. El foco de análisis era claramente el uso y no el código lingüístico en sí mismo. Con la influencia de la teoría de los actos de habla, Hymes (1974) desarrolló la Etnografía de la Comunicación, que tenía como objeto de análisis los eventos de habla en el marco de los diferentes contextos socioculturales. Recordemos que hasta la década de 1960, en el marco de una lingüística de la oración, centrada en el código de la lengua, Sapir, Whorf y otros lingüistas y antropólogos buscaban la manifestación de la relación entre lengua y cultura en las categorías gramaticales y léxicas (Hill y Mannheim 1992). Con Dell Hymes, se dio una redefinición del locus de la relación entre lengua y cultura y, por ende, del objeto de estudio en cuestión. Este cambio teórico dio origen a desplazamientos metodológicos. Ahora con métodos etnográficos, Hymes se proponía el análisis de patrones de comunicación como parte integral de lo que las personas saben y hacen como miembros de una cultura en particular. Posteriormente, esto tuvo un impacto decisivo en el desarrollo de la antropología lingüística y específicamente en el de la socialización con el lenguaje, que se encargó de estudiar cómo niños, jóvenes y adultos aprenden a usar los recursos lingüísticos en diferentes comunidades de práctica como parte de prácticas culturales particulares (Ochs y Schieffelin 1984, de León 2010 para una compilación en español). Por su parte, tomando como base el trabajo de Hymes y Goffman (1959, 1974) sobre la interacción social, Gumperz fundó lo que hoy se conoce como la sociolingüística interaccional (Schiffrin 1994). Esta estudia el habla cotidiana en los diferentes contextos sociales y la forma como las personas interpretan y crean significados en el marco de sus interacciones, sobre todo en contextos bilingües y urbanos. Gumperz (1982) se concentró en los encuentros interculturales y en cómo negociamos inferencias a través de claves contextualizadoras y otros recursos de la comunicación (véase Heller 2018 sobre la vinculación entre los trabajos de Gumperz y la perspectiva glotopolítica).
Ahora bien, a pesar de que estos autores abrieron el campo de estudio de «la lengua en uso» —y que además plantearon una relación más dinámica entre lengua y sociedad— solían trabajar con presupuestos tradicionales sobre la sociedad y la cultura. Muchas veces se hicieron asociaciones entre una lengua, por un lado, y una cultura, una identidad o una comunidad específica, por otro, como si estas fueran unidades cerradas que se corresponden directamente o como si la identidad estuviera encarnada en la lengua (Heller 2007, Leeman 2015). Estas corrientes se desarrollaron en una época en la que se cuestionaban las miradas del déficit con relación a la diversidad lingüística y se reconocieron las diversas posibilidades de comunicación. El riesgo de estos marcos analíticos, sin embargo, era terminar reificando las diferencias al emplear paradigmas positivistas que intentaban buscar una verdad objetiva.
En los desarrollos iniciales de la sociolingüística, que Kress denomina el enfoque «correlacional» (véase el presente volumen), lo lingüístico estaba vinculado con lo social, pero de manera autónoma, es decir sin tomar en cuenta que los hablantes tienen agencia (Kress 2001). Mientras que, según los estudios labovianos los hablantes son conscientes de la relación entre algunos rasgos lingüísticos y las características del contexto social, en los de la etnografía de la comunicación sobre alternancia de códigos también se asume que el individuo conoce los códigos y cómo se vincula lo lingüístico con lo social. No obstante, se trataba de aproximaciones descriptivas, donde el papel del individuo se reducía a implementar el uso de los códigos «como comportamiento social adecuado» (Kress 2001). A pesar de que la elección entre códigos diferentes se veía influida por lo social, esta dimensión no intervenía en la organización del código, pues la lengua seguía siendo un sistema impenetrable y autónomo. Tal como ocurría con el paradigma saussureano, la agencia del individuo y sus acciones no tenían el potencial de modificar el sistema (véase Kress en el presente volumen).
Más o menos por los mismos años en que surgió el variacionismo, Joshua Fishman (1972) empezó a desarrollar la sociología del lenguaje, otra ala de la sociolingüística descriptiva. Esta abordaba el multilingüismo a nivel macro y se preguntaba quién habla qué lengua, con quién, dónde y cuándo; desde un enfoque funcional-estructural donde los sistemas lingüísticos se estudiaban en relación con su distribución social (véase Heller en este volumen). Es más, por aquellos años, el variacionismo y la sociología del lenguaje se constituyeron en los dos pilares de la sociolingüística: la perspectiva macro (la más sociológica) versus la perspectiva micro (la más lingüística) o, en la categorización de Fasold (1995), «la sociolingüística de la sociedad» y «la sociolingüística del lenguaje» respectivamente. Desde nuestra perspectiva, esta distinción no es apropiada, pues hoy concebimos la práctica lingüística como objeto de estudio.
El trabajo de estos autores que hemos discutido ha sido fundamental para el desarrollo de la sociolingüística como campo de estudio. Es más, en países anglohablantes, sus aportes han sido utilizados por autores contemporáneos en el marco de una perspectiva más etnográfica.4 Así, por ejemplo, Eckert (2012) desarrolla un variacionismo en sintonía con los nuevos desarrollos teóricos, en el que la variación constituye un recurso para la construcción situada del significado y donde el foco está en la práctica y no en las estadísticas abstraídas de esta. Por su parte, Blommaert y Rampton han retomado a Hymes y a Gumperz para discutir la importancia de la etnografía como práctica democrática y antihegemónica (Blommaert 2009a), con el fin de entender la noción de gubernamentalidad de Foucault (Rampton 2014), para trabajar la noción de repertorios (Blommaert y Backus 2011) y para alimentar la noción de estilo y estilización (Rampton 2017). Es más, otros investigadores están abordando el multilingüismo en contextos indígenas desde una perspectiva crítica y posestructuralista que problematiza la misma noción de lengua y categorías como las de «hablante nativo», «diglosia», «lengua materna» y «comunidad de habla» (Blommaert 2010, Pietikainen et al. 2016, Pennycook 2010, Heller 2011). El concepto de multilingüismo también ha sido cuestionado, dado que se asocia a lenguas y compartimentos cognitivos separados y grupos lingüísticos autónomos; y no se «adapta a las interacciones dinámicas entre lenguas y comunidades que refleja el término translingüe» (Canagarajah 2013: 7, nuestra traducción). Desde estas nuevas tendencias, se asume un enfoque más dinámico del significado social y se integra mejor lo social y lo lingüístico.
El variacionismo ha tenido mucha influencia en los estudios del español en Latinoamérica, aunque hoy en día quizás tenga más fuerza el análisis del discurso. Es más, en varios países latinoamericanos el término sociolingüística solo equivale a la perspectiva variacionista.5 Desde Argentina, Lavandera cumplió un rol fundamental en la renovación disciplinaria de la lingüística y en apostar por estudiar el lenguaje como instrumento de interacción social y discursiva. Formada con Labov en la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos, Lavandera volvió a Buenos Aires a mediados de la década de 1980. Desde ahí, tomó distancia de algunos presupuestos del variacionismo (1978), empezó a difundir una concepción del lenguaje que se alejaba de la perspectiva estructuralista y puso en agenda el análisis del discurso y de las ideologías lingüísticas. Esto contribuyó a redefinir el objeto de la sociolingüística en Argentina (véase Raiter y Zullo 2004), aunque lo mismo no ocurriera en otros países. En general, podríamos señalar que en Latinoamérica la mayor parte de los estudios en sociolingüística han estado marcados por una tradición objetivista (Codó et al. 2012) que ha privilegiado el análisis de tipo cuantitativo-correlacional inspirado en Labov, los trabajos dialectológicos dedicados a la descripción de aspectos particulares de las hablas americanas respecto de las peninsulares y aquellos sobre lenguas en contacto como productos y sistemas, y no como procesos ligados a prácticas sociales. Una excepción a esta tendencia fue el trabajo de Alberto Escobar (1972a, 1972b) en el Perú, que abordó la realidad plurilingüe desde un punto de vista de las estructuras de poder, en un contexto en el que se llevaban a cabo solo estudios filológicos. Con «su perspectiva ecológica de la lingüística peruana», y desde una mirada interdisciplinaria, Escobar fomentó la integración de la lingüística, las lenguas indígenas y la tarea educativa del país.
1.2 El análisis del discurso y la introducción de lo crítico
Mientras que la sociolingüística temprana no había teorizado de manera explícita el tema del poder, otras corrientes sí lo hicieron. Por ejemplo, la antropología lingüística en Estados Unidos y el análisis crítico del discurso en Europa constituyeron estímulos importantes para que la sociolingüística adquiera un matiz crítico (Coupland 2016). Hoy en día, sin embargo, a veces resulta difícil diferenciar la sociolingüística del análisis del discurso, pues los sociolingüistas siempre analizan diversos tipos de discurso y echan mano de las herramientas de variadas corrientes de este campo de estudio (Bell 2016). Sin embargo, en Latinoamérica, los analistas del discurso —o los que se dedican a la pragmática— no necesariamente se consideran sociolingüistas.
Los aportes posestructuralistas (desde Foucault y Derrida) instalaron el «giro lingüístico» en las ciencias sociales y subrayaron la construcción discursiva de la realidad desde una perspectiva interdisciplinaria. Sabemos que este enfoque no niega la existencia de la realidad (y no asume que absolutamente todo es discurso), sino afirma que nunca tenemos acceso a ella de forma neutral y objetiva y que siempre nos encontramos con la inevitable mediación del lenguaje, cargado de ideologías sociales y de intereses diversos. Los analistas críticos del discurso tomaron las anteriores premisas para aportar en el análisis más fino, detallado y «micro» del uso oral y escrito del lenguaje. Ahora bien, los estudios críticos del discurso contienen una gama diversa de opciones teóricas. Entre estas se encuentran el enfoque histórico-discursivo de Wodak (Reisigl y Wodak 2001), el modelo de corte más cognitivista de Van Dijk (Van Dijk 1999), el análisis del discurso mediado de Scollon (Scollon 1998), la psicología discursiva de figuras como Potter y Wetherell (Edwards y Potter 1992, Billig et al. 1988) o el modelo de Fairclough, que se vincula más con la teoría social contemporánea (Chouliaraki y Fairclough 1999).
Los estudios del discurso en Latinoamérica han estado influidos por varias de estas corrientes, incluida la tradición francesa de los estudios discursivos (Maingueneau 1987, Pecheux 1969). En Argentina, por ejemplo, de Arnoux fundó en 1985 una cátedra entonces llamada semiología y análisis del discurso que buscaba estudiar el lenguaje en su funcionamiento social desde una perspectiva interdisciplinaria.6 No obstante, el enfoque se centraba en el análisis de textos escritos a través del trabajo historiográfico y no necesariamente de la apuesta etnográfica. Asimismo, en Latinoamérica (y sobre todo en países del cono sur) la lingüística sistémico-funcional y la influencia de Michael Halliday han cobrado mucha fuerza, sobre todo en la generación que se formó con Lavandera en la década de 1980. La Asociación Latinoamericana de Lingüística Sistémico-Funcional (ALSFAL), y figuras importantes como Mariana Achugar (en Uruguay) y Teresa Oteíza (en Chile), son muestra de esto. En general, se podría señalar que, en las últimas dos décadas, se ha desarrollado una comunidad amplia de analistas del discurso de variadas tendencias, muchos de los cuales están conectados con la revista Discurso y Sociedad fundada por Van Dijk y la Asociación Latinoamericana del Discurso (ALED). Ahora bien, aunque no podemos hablar de una sola versión de los estudios críticos del discurso, muchas corrientes comparten los siguientes dos aspectos que las acercarían a la sociolingüística crítica: 1) conciben el lenguaje como parte de la práctica social y 2) tienen un interés particular por la relación entre el lenguaje y el poder (Van Dijk 1993, Wodak 2001). Si bien esas dos características son parte esencial de lo que estamos denominando sociolingüística crítica, queremos hacer algunas precisiones al respecto.
A pesar de que los estudios críticos del discurso surgen como reacción a paradigmas de la lingüística del texto que se enfocan en textos orales y escritos como únicos objetos de investigación, a veces siguen tomando como unidad de análisis al texto y no a la práctica. Concebir la práctica como unidad de análisis tiene consecuencias en los ámbitos metodológico e interpretativo. En cuanto a lo metodológico, porque los datos no podrán consistir en textos aislados de su contexto y de los actores sociales que los producen y los consumen. A nivel interpretativo, porque para hacer el análisis tendremos que echar mano de categorías e información interdisciplinaria que siempre van más allá de los textos. Además, la noción del lenguaje como práctica social y no exclusivamente como texto difiere no solo del concepto de discurso de Foucault, sino también de una aproximación al discurso como uso de la lengua en interacciones cotidianas, que ha prevalecido en corrientes relacionadas, tales como la pragmática, el análisis de la conversación o la sociolingüística interaccional.7 Asimismo, con base en los estudios de Goffman sobre el concepto de imagen y su negociación en el discurso ha nacido el interés por comprender cómo en las interacciones sociales se negocia la cortesía y descortesía. Esto ha sido estudiado en el español en el mundo dentro de un marco comparativo por el grupo EDICE (Estudios de discurso de cortesía en español) fundado por Diana Bravo, investigadora argentina que trabaja desde Suecia (se puede consultar Bravo 2009, entre otros).
Como veremos más adelante, la noción de «práctica social» implica añadir una dimensión sociológica del discurso que las perspectivas enfocadas solo en la interacción interpersonal no toman en cuenta. Un buen ejemplo de cómo se pueden utilizar las herramientas del análisis de la conversación dentro del paradigma de la sociolingüística crítica constituye el estudio de Ostermann sobre las interacciones entre instituciones y víctimas de violencia doméstica incluido en este volumen.
Finalmente, presentamos la noción de poder utilizada en este volumen. Los estudios críticos del discurso intentan desnaturalizar o deconstruir las imágenes, significados y demás dispositivos que se instalan en el «sentido común» de las personas para legitimar la desigualdad y la jerarquización social. En tal sentido, tratan de revelar la función que tiene la práctica discursiva en el mantenimiento del orden social, sobre todo en la reproducción de aquellos vínculos sociales que involucran relaciones de poder inequitativas. Sin embargo, algunos investigadores nos alertan sobre la forma cómo a veces se ha abordado el concepto de poder. Para estos, el riesgo consiste en asumir una visión determinística del cambio social, además de dar por sentada la existencia de grupos sociales como previos a la práctica discursiva. En otras palabras, a veces se utilizan categorías como raza o etnicidad sin problematizarlas y se conceptualizan las relaciones de poder como si estas fueran estáticas y se reflejaran en dicotomías fijas, tales como opresor/oprimido o mayoría/minoría (Blommaert 2005, Pietikainen 2016).
Al respecto, queremos defender la idea de que el poder no constituye un dispositivo que posee un grupo en particular sino, más bien, una estrategia en juego que circula por toda la sociedad y que se ejerce desde circunstancias concretas. Sin embargo, tal como lo ha señalado Blommaert (2005), el análisis no debe partir de presupuestos a priori sobre las relaciones de poder existentes que luego se proyectan en el uso del lenguaje, como si se tratara solamente de un ejercicio de tipo «confirmatorio». En realidad, es preciso reconceptualizar la noción de poder como un dispositivo que se construye en el nivel micro de la interacción discursiva a medida que esta se va llevando a cabo. Esto quiere decir que ni siquiera a nivel de un evento comunicativo podemos plantear que el poder sea propiedad de una sola persona, pues —como constructo dinámico— este se va negociando de formas complejas a través del uso de los recursos lingüísticos. Consideramos que esta perspectiva enriquece el tratamiento que se le ha dado al tema del poder en la literatura más tradicional de las ciencias sociales.
En general, una sociolingüística de índole crítica se centra en cómo funciona el poder en las prácticas lingüísticas (Kress 2001). Para Kress, por ejemplo, es precisamente el poder lo que da lugar a las diferencias en el uso de la lengua, pues este siempre está en juego en todas las (inter)acciones lingüísticas. En una sociolingüística de este tipo, la acción social es un efecto de las relaciones de poder y la agencia de los individuos se explica en el marco de sus posicionamientos sociales en este campo de poder. Es más, lo social no está fuera del signo lingüístico, sino dentro de él: el signo se transforma según los intereses de quien lo ha creado, de acuerdo con el contexto en el que se encuentra (Kress 2001).
Nos parece importante la distinción que se hace en los estudios críticos del discurso (basado en el marco de la lingüística sistémico funcional de Halliday de 1978) entre la dimensión representacional y la dimensión interpersonal del lenguaje, ya que, por lo general, se cree que este es constitutivo solo a nivel de las representaciones sociales. Antes del surgimiento de la pragmática, la lingüística enfatizaba la función referencial del lenguaje, como si este solo sirviera para hablar «sobre» cosas y no para actuar en el mundo. Sin embargo, los análisis de diferentes tipos de textos —y sobre todo de interacciones— han demostrado que el lenguaje nos permite interpretar la realidad, construir objetos y eventos del mundo, además de relacionarnos con nuestros interlocutores de distintas maneras y construir diferentes identidades dependiendo de las circunstancias. Cada vez que interactuamos con alguien estamos diciéndole (o negociando) cómo queremos que nos vea y estamos estableciendo un tipo de relación con él o ella. Creemos que este aspecto interpersonal, como algo emergente de interacciones situadas, es un aporte fundamental.
Nos gustaría precisar un último aporte de la perspectiva posestructuralista y crítica. El análisis de la forma en las prácticas lingüísticas no se hace ni para confirmar una realidad «objetiva» que existe fuera del lenguaje, ni para confirmar una realidad que ha sido construida previamente por medio del lenguaje. Más bien, el análisis de la forma de estos eventos comunicativos ayuda a ver cómo se negocian identidades y se puede construir la realidad. A veces cuando los sociólogos o psicólogos hacen una entrevista buscan que el lenguaje utilizado «refleje» o «corrobore» ideologías existentes o procesos cognitivos subyacentes. Sin embargo, como los psicólogos discursivos nos informan, las actitudes, las emociones y la memoria, por ejemplo, se construyen a través de la interacción social. Se observa también que es difícil reconciliar la variabilidad característica del habla de la gente con la idea de que el lenguaje simplemente «refleja» procesos cognitivos y estructuras subyacentes estables (Edwards y Potter 1992). Para el analista del discurso, el recuento de una persona en una entrevista es conceptualizado como un acto discursivo que se construye en un contexto específico para un propósito particular y que, por lo tanto, hay que mirar como locus de construcción. La entrevista, entonces, no refleja de manera transparente «objetos» (considerados como reales o construidos) que existen a priori, sino que construye estos «objetos» a partir de una manera determinada de usar el lenguaje. Concebir al lenguaje como acción implica rescatar la dimensión agentiva del hablante en el marco de prácticas sociales situadas que se inscriben en propósitos particulares. Desde esta perspectiva, hay que mirar lo que sucede cuando se usan los recursos lingüísticos en situaciones concretas y no solo investigar el lenguaje como si este fuera un medio que nos permite llegar a los sentimientos, opiniones, información e ideologías, por ejemplo.
1.3 La antropología lingüística y la perspectiva etnográfica
Como dijimos anteriormente, la antropología lingüística es un campo de estudio basado en la etnografía que surgió en la década de 1980 en Estados Unidos y que aborda temas comunes con la lingüística etnográfica de Gran Bretaña (Tusting y Maybin 2007). La apropiación temprana de una perspectiva construccionista del lenguaje por parte de este campo de estudio ha tenido gran influencia sobre la sociolingüística. Desde el estudio de instancias concretas de prácticas con el lenguaje y su multifuncionalidad, la antropología lingüística ha abordado muchas temáticas, tales como la socialización con el lenguaje, las prácticas de literacidad, las ideologías lingüísticas y el multilingüismo en el marco de la globalización, entre otras (Ahearn 2017). En Latinoamérica, y particularmente en los países de habla hispana, este campo de estudio todavía no está muy difundido, a pesar de la importancia que ha tenido y sigue teniendo la etnografía en las disciplinas de las ciencias sociales. Quizás porque el énfasis se ha puesto en el estudio de la lengua como sistema y no como práctica, desde la lingüística se han privilegiado las descripciones y tipologías de las lenguas originarias, los estudios sobre políticas lingüísticas desde perspectivas históricas y aquellos de las lenguas en contacto o el plurilingüismo alejados de los procesos sociales que los enmarcan (Codó et al. 2012).
En el marco de los nuevos estudios de literacidad en Latinoamérica se han desarrollado importantes análisis etnográficos sobre literacidad desde problemáticas locales en diversas comunidades (Zavala et al. 2004, Kalman y Street 2009, Salomon y Niño-Murcia 2011). Además, se han hecho trabajos sociolingüísticos de corte más etnográfico (Codó et al. 2012), y sobre lenguas indígenas en particular (Unamuno 2011, 2015; Lagos, Rojas y