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¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños: Contiene como chiquicientas definiciones
¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños: Contiene como chiquicientas definiciones
¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños: Contiene como chiquicientas definiciones
Libro electrónico244 páginas2 horas

¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños: Contiene como chiquicientas definiciones

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Este es un diccionario bastante atípico. En principio, se trata de una obra pensada para ayudar a los visitantes argentinos a comprender palabras y expresiones uruguayas como boniato, lampazo, champión o caldera. Pero ¿es solo eso?…

Su subtítulo: Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños, bien podría haber sido Pequeño diccionario para el desprolijo que todo rioplatense lleva dentro, y resultaría un buen complemento. O Pequeño diccionario para armar tremendas polémicas en las tertulias de boliche con la barra de amistades, y resultaría un perfecto título futurológico. Pequeño diccionario para atizar sensibilidades varias, sin duda, también aplicaría.

La propuesta de Gustavo Fripp encierra todo eso y más, y nos invita incluso a participar activamente, sabiendo que pocas cosas suelen entusiasmar más a los hablantes de una lengua que discutir sobre ella, sobre el vocabulario propio y ajeno.

Por añadidura, el autor nos propone reencontrarnos con un estilo de humor irreverente, común en ambas orillas, que recupera la carcajada como una consecuencia natural de la crítica y del ejercicio de mantener la mente afilada para resistir tiempos duros.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2020
ISBN9789974872370
¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños: Contiene como chiquicientas definiciones

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    ¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños - Gustavo Fripp Rojas

    Ilustración de portadaIlustración

    Nota de los editores

    Entregamos este libro con la esperanza de que disfruten su lectura tanto como nosotros. Es un diccionario atípico: irreverente, polémico e hilarante. Y es un gran esfuerzo de un solo autor: Gustavo Fripp Rojas.

    Perfectible como cualquier diccionario, pero meritorio de todas formas, se trata de una obra pensada, primero, para ayudar a los visitantes argentinos a comprender palabras y expresiones uruguayas. Y luego, de yapa, nos propone reencontrarnos con un estilo de humor que nos es común en ambas orillas.

    En las explicaciones de cada entrada y en los ejemplos elegidos abundan las referencias culinarias, en especial, al mate, al vino y al asado, como no podía ser de otra manera si consideramos que el texto nació orientado hacia el turista porteño y, por ende, requiere que aparezcan los típicos tópicos que nos hermanan con los argentinos, casi como una marca de autenticidad. Esta misma lógica se refuerza si nos atenemos a lo que dice el propio Fripp sobre sí mismo, al presentarse como un trabajador del medio gastronómico, a cargo de un emprendimiento pequeño, primero en Colonia del Sacramento, principal ciudad turística del litoral uruguayo, visitada por extranjeros durante todo el año, sobre todo, argentinos, y actualmente en Montevideo, en la mítica calle Tristán Narvaja, zona de libros y boliches.

    Pero que el autor no nos engañe: Fripp es mucho más que un gastrónomo. Ha publicado numerosos artículos de opinión en medios de prensa uruguayos, y fue el inteligente editor de la revista de sátira política Oligarca Puto!, publicación intencionalmente under que se volvió un referente casi de culto en la segunda década del s. XXI.

    No es casual entonces que nos traiga este llamativo trabajo, que aunque comenzó con la simple intención de colaborar con los turistas porteños que llegaban a su establecimiento y terminaban despistados por el palabrerío yorugua, luego, al avanzar, y sin dejar de lado el cometido inicial, permitió que asomaran a lo largo de la obra los chistes fuera de lugar, deliciosamente incorrectos, maliciosamente descarados. Humor que también sirve para pensar el mundo, para experimentar una carcajada como una consecuencia natural de la crítica y del ejercicio de mantener la mente afilada para resistir los tiempos duros. Un estilo que tiene su herencia en las revistas El Dedo y Guambia de Uruguay, y en la revista Humor de Argentina, emparentado incluso con la más reciente Revista Barcelona.

    ¿Es un diccionario? Sí, sin duda. Fripp nos ayuda a comprender términos y expresiones; logra explicar los giros del lenguaje con su particular estilo, con sus elecciones de entradas de diccionario a veces convencionales, a veces aparentemente caprichosas, pero que revisten la lógica de la conversación mano a mano, del haber necesitado explicarle al amigo argento o al turista confundido que la palabra extraña en el menú no es una comida exótica, sino algo que come seguido, o que la otra palabra que entendió como una sola en realidad son dos, o que aquella que le pareció una grosería tiene un significado inofensivo, o que el mismo término con el que un rato antes alguien había indicado que algo estaba saliendo muy bien, en otro contexto puede significar que algo está saliendo muy mal. O incluso significa lo mismo que para él, pero Fripp se la traduce al uruguayo. Y así se va construyendo este primer noble esfuerzo de arrimar a los porteños (y no porteños) explicaciones sobre cómo hablamos los uruguayos. Y más, incluso: sobre quiénes somos.

    Breves comentarios para lingüistas y otros sabedores

    Las locuciones verbales que se incluyen como entradas independientes están ingresadas por el atributo o complemento (cara, estar de). También, las precedidas por artículos (mismo -a, el/la). El resto de las piezas léxicas pluriverbales se ingresaron de manera canónica, sin hacer inversiones (a la carrera, de bobera).

    Algunas entradas y acepciones no presentan ejemplos de uso pues el autor no lo consideró pertinente. Esto podría cambiar en futuras ediciones.

    Ciertas expresiones han resultado más escurridizas que otras al momento de asignarles una categoría gramatical (especialmente, los adverbios, las interjecciones y las locuciones). En una futura edición, algunos lemas podrían aparecer con una marca gramatical diferente, si la discusión continúa enriqueciéndose en el futuro.

    La información que aparece entrecorchetada enseguida de algunos lemas responde a varios tipos: variantes fonéticas o gráficas (bac [también ba]), información etimológica (batecló [de waterclós…]), vocablos impropios habituales y otros rasgos de pronunciación (abollado -da [­abollao -á]), complementos o sintagmas completos de los cuales proviene la palabra (credencial [por credencial cívica]), entre otros.

    En lemas con varias acepciones, si una de ellas se considera compartida con hablantes argentinos, se la incluye anticipada por el adverbio también, como aviso de que es común para hablantes de ambos países, pero sin extenderse en su definición (abicharse… 2. También agusanarse).

    Los avisos en palabras que presentan variantes (gráficas o fonéticas) no siempre se presentan igual. Depende de si la variante se usa en Argentina o en el español en general, entre otros aspectos. Así, palabras que presentan una sola variante fonética (croasán y cruasán) suelen incluirse en la misma entrada, entrecorchetados, enseguida del lema. Otros casos en los que la diferencia es más acentuada se ingresaron como entradas independientes (aunque una remita a la otra), ya sea por la ubicación de la variante gráfica (burucuyá y mburucuyá), por la cantidad (corasán y croasán) o porque en la oralidad podrían interpretarse como términos con significados distintos y no necesariamente relacionados, en vez de como variantes de un mismo término (rescatarse y recatarse). Si el lema corresponde a una variante comprendida como no estándar, se avisa con la abreviatura var. En los casos en que a un lema comprendido como variante estándar se le asocian variantes fonéticas o gráficas, o incluso sinónimos, se avisa entre corchetes mediante el adverbio también (chuco [también chucu]; chupa-chupa [también chupetín]). Los casos en los que no hay acuerdo sobre cuál variante proviene de otra se señalan de igual modo con el adverbio también, como en chuco/chucu (en una futura edición, algunos podrían cambiar).

    Se ha propuesto una marca alternativa (constr., por construcción) para algunos casos que, sin llegar a considerarse locuciones verbales (fijas), se construyen obligatoriamente con ciertos verbos, algunos de los cuales se incluyen en el lema (donado -da, estar… andar… ser un…). Aunque se trata de un criterio que no se encuentra en diccionarios convencionales, se entiende que, en esta obra, esta manera particular de lematizar esos usos ayudará al lector a comprenderlos mejor.

    En algunos ejemplos se usan vocablos impropios característicos de la oralidad, como sias por seás (seas; verbo ser, 2.a p. s. del presente del subjuntivo), o picá por picar (infinitivo). Como se identifican con facilidad en el contexto, se resolvió no señalarlos diacríticamente, para evitar el exceso de marcas en los artículos. Por el mismo motivo, se resolvió no señalar los contornos que aparezcan en las definiciones.

    Además, el autor incluyó algunos acortamientos, aumentativos y diminutivos, considerando la frecuencia con que aparecen en el habla uruguaya. Asimismo, las aféresis de las formas conjugadas del verbo estar son usadas hasta el agotamiento en Uruguay («…¡toy, toy, toy!»). Aunque resulte atípico para un diccionario, el autor decidió recoger varios de estos usos, para orientar al visitante extranjero si alguna vez escucha un término por el estilo y necesita ayuda para entender, en palabras del propio Fripp, «qué carajo es eso».

    Abreviaturas

    Agradecimientos

    A Ana Paula Villanueva, que me vino con la idea hace un par de años.

    A la infinita y generosa paciencia de mis amigos argentinos, a quienes estuve atomizando a preguntas todo este tiempo para este trabajo, por todos los medios de comunicación posibles. En especial, a Paula Rusconi, a Lucas Caricato y a Soledad Suárez Cabretón, que fueron a quienes más atomicé. Y también a Nadia Rusconi, a Belito Wasinger, a Mateo Insourrille y a Sol Bidon-Channal.

    A la yorugua Tamara Torres, que decidió mudarse a ese lado del charco, y a la familia Fimognares, con quienes suele cenar a menudo, y con quienes aprovechaba a consultarles mis dudas sobre si usaban palabras como gargajo, garzo o pollo; lindo tema para acompañar los tallarines.

    A mi hermano argento, Tiaguito Fripp, por sus aportes futboleros y generacionales.

    Y de este lado del charco quiero agradecerle a Carlitos Kundeke González, que me consiguió prestado un diccionario de uruguayismos del sesenta y pico. Me dijo: «Cuidalo mucho, que no es mío», y me lo llevaron cuando me rastrillaron la mochila junto al termo del Fede Rivero, el mate y la cédula. Y apenas lo había ojeado.

    A Cristina Rojas, mi vieja, porque me ayudó a redondear el título, y porque a las mamás siempre tenemos que agradecerles, porque ya las bardeamos y las hicimos rabiar bastante cuando éramos más jóvenes.

    A Juanchi Bouvier, no me acuerdo por qué, pero por algo había anotado su nombre en el papelito de los agradecimientos.

    A Cecilia Bértola, por tirarme los propios piques.

    A Claudio Vilaró, por su dedicación para instalar, desinstalar, descargar los nosequé para instalar otros nosequé y así resolver los caprichos de la computadora cada vez que yo estaba por agarrarla a martillazos o revolearla por la ventana.

    A Viviana Rodríguez, por conseguirme el Nuevo diccionario de uruguayismos de Kühl de Mones y llevármelo bajo el granizo del temporal de Santa Rosa.

    A Gamal Ale, por dedicarme un cachito de su tiempo para desasnarme con algunos términos murgueros.

    A Emiliano y Martina Fripp, porque los amo y porque así no le venden los derechos de autor al Grupo Planeta el día que yo no esté y el diccionario venda millones de ejemplares en más de veintisiete idiomas y un dialecto.

    A todos los amigos y amigas que me inspiraron para ilustrar los ejemplos de uso de las palabras que se definen en este trabajo. En especial, a la Rubia, al Juampa, a Pierre y a Flo, que son algunos de esos amigos y amigas a los que quiero mucho y que me aguantaron abundante la cabeza.

    A Camu Pérez y al Tone, por hacerme el aguante en el boliche en pleno enero, cuando me tuve que abocar a la última parte del trabajo a contrarreloj, para que quede pronto para la edición.

    Al Gordo Walter Corrales Hellman’s, por tirarme la idea de hablar con la gente de Alter Ediciones cuando yo andaba como bola sin manija sin saber qué hacer con el diccionario, y a Lupita Rábidus, que inmediatamente se propuso para ilustrarlo y defendió su decisión con una porfiadez digna de una persona terca que empeña su palabra.

    A Manuel Carballa, de esa misma editorial, porque confió al instante en este proyecto, y en una reunión de menos de cuatro horas, y con solamente cuatro cervezas, nos comprometimos en sacarlo adelante juntos. Y también a Ana de León, de Alter, por el entusiasmo y la dedicación que puso desde el primer momento.

    A Yamila Montenegro, por sus consejos cuando nos propusimos ordenar la información para no quedar tan pegados delante de los lingüistas.

    Y espero no olvidarme de alguien (o que esos alguien no se enteren).

    Gustavo Fripp Rojas

    De cómo, cuándo, dónde y por qué terminé escribiendo este diccionario

    «¿Cómo un cocinero terminó escribiendo un libro que no es de recetas?», se podría haber preguntado más de uno si yo fuera Joël Robuchon, Narda Lepes o Sergio Puglia. Pero como no soy ninguno de los tres y, al contrario de ellos, a mí no me conoce nadie (salvo algún que otro acreedor que todavía me sigue buscando para cobrarme una cuenta), ninguna persona se hizo jamás esa pregunta, ni se la hará. Esto me da pie para contar que, gracias a este oficio, al que llegué por los tropezones de la vida y no por habérmelo propuesto —ni por haber hecho un curso en el Instituto Gastronómico Hotelero para ver cuán servil podía ser con los turistas con plata—, tuve la posibilidad, allá por el 2014, de abrir mi propio bolichito de comidas en la cada vez más bella Colonia del Sacramento, en Uruguay. Así que pude levantarme a las 11 de la mañana para ir a trabajar sin que ningún patrón impertinente me moleste y, también sin que ningún patrón impertinente me moleste, pude intercalar la cocina con, tal vez, la única pasión que tengo cuando me acuerdo que la tengo: escribir. Pico cebolla y morrón, pongo a saltear la carne picada para la bolognesa, me siento a escribir, vuelvo a la cocina, le agrego salsa de tomate, sal, ajo, perejil y una hojita de laurel, me siento a escribir otro poco, hasta que la salsa está pronta y emplato la pasta con ella. Le tiro un poquito de ciboulette picadito por arriba, lo mando a la mesa con mis mejores deseos de buen provecho, y me siento a escribir de nuevo. Pero claro, no podía escribir un libro de recetas porque las que cocino básicamente no son mías; muchas las aprendí gracias a buenos amigos cocineros y cocineras de verdad.

    Entonces, la pregunta del principio podría convertirse en una afirmación: ¿quién iba a decir que alguien con el oficio de la escritura sería capaz de hacer un huevo frito!

    No sé en qué momento, volviendo al boliche luego de hacer los mandados, fue que surgió la idea de introducir los viejos y queridos boniatos fritos en el menú, como entrada o para picar con una cervecita artesanal, o como guarnición de la bondiola a la cerveza o de una hamburguesa vegetariana hecha con una base de lentejas. No suele haber boniatos fritos en bares y restoranes, al menos en lo que se llama casco histórico de Colonia. La propuesta resultó llamativa y «¿qué es boniato, maestro?» se volvió entonces la pregunta recurrente de todos los turistas argentinos que se sentaban a comer. «Lo que ustedes conocen como batata», era nuestra didáctica explicación, a lo que los argentinos, invariablemente, respondían con un gesto de entre sorpresa y diversión que casi siempre terminaba con un «¡a mí traeme unas batatiiiitaaas, maestro!». A veces pienso que la popularidad de los boniatos fritos se debió, más que por la boniatitud en sí misma de la propuesta, a la curiosidad de los turistas argentinos por comer batatas con un nombre para ellos exótico.

    Algo similar sucedió con nuestros entrecot al tannat y entrecot a la pimienta: «¿Qué es entrecot, maestro?».

    Colonia del Sacramento, debo decir, es un punto privilegiado para observar y divertirse con las diferencias entre el lenguaje de los argentinos de Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires con el nuestro. Para ambos, es algo que siempre llama la atención, y un tema que ocupa algunas que otras conversaciones, de esas que generan cierta empatía típica entre hermanos que se quieren pero se pelean. Se da tanto entre colonienses y porteños que están turisteando como entre aquellos que se han venido a vivir a estos pagos.

    En su calidad de ciudad fronteriza, Colonia se ha ido convirtiendo, con el transcurso de los años y sin pausa, en el nuevo hogar de muchos argentinos y argentinas que vienen a buscar una tierra más tranqui para vivir; algunos de ellos se vinieron flechados por Cupido, y también están los que han llegado huyendo del macrismo, como antes de otros -ismos y algunas que otras -duras.

    También por ser una ciudad de frontera, antes de que existiera la televisión para abonados, solo se agarraban los canales atc, el 9, el 11 y el 13, además del canal 3 de acá, por lo que muchos nos criamos sin saber absolutamente nada de los canales uruguayos 4, 5, 10 y 12. Por eso conocíamos como Brigada A a la serie aquella con Mario Baracus que los montevideanos y otros llamaban Los Magníficos.

    Asimismo, era más fácil sintonizar una radio porteña que una de Montevideo —y lo sigue siendo—, y hoy día, en los bares, existe una buena probabilidad de que en vez de pasar un Peñarol-Nacional pasen un Boca-River. Muchas personas son hinchas de un cuadro de acá y de otro de allá, y algunos incluso son hinchas solo de un cuadro de allá.

    Como bien observó la Rubia, una amiga montevideana, los colonienses, además, hablamos lo que ella dio en llamar canario-porteño (porque los montevideanos le dicen canario a todo lo que sea del interior). Le decimos villa a nuestros propios cantes, y mezclamos ese típico acento de canario del interior con términos porteños (nótese que para los uruguayos todos los argentinos son porteños). No es nada extraño escuchar a los colonienses decir «bo, gurises, está pasado el chabón ese» o «joya, gurises, buenazo, lo dejamos pa septiembre, así lo hacemos tranca» o «anoche, después del cole, tomamos bocha de helado con el botija».

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