Emergencia climática: Escenarios del calentamiento y sus efectos en España
Por Antonio Cerrillo
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La crisis climática recorre la geografía española y deja sus rastros en el deshielo de los glaciares de los Pirineos, la subida del mar en el delta del Ebro, las olas de calor más intensas en sus grandes urbes o los fenómenos meteorológicos extremos que sufre la costa mediterránea. Los bosques en llamas, los ríos con caudales menguantes y hasta las aves migratorias delatan esta transformación.
Antonio Cerrillo, periodista de 'La Vanguardia' especializado en temas de medio ambiente desde hace treinta años, ofrece una síntesis asequible y pionera de todos los problemas que la emergencia climática plantea en nuestro país, así como de las medidas que habrá que tomar para afrontarla. Un libro que cualquier interesado en estas cuestiones, y en nuestro porvenir inmediato, deberá leer.
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Emergencia climática - Antonio Cerrillo
Índice
Introducción
1. Las señales de la emergencia
1.1. Los límites de un planeta finito
1.2. El bucle del falso bienestar
2. Recorrido por los escenarios del calentamiento en España
2.1 Adiós a los glaciares de los Pirineos
2.2. Ciudades como hornos
2.3. El delta del Ebro, devorado por el mar
2.4. Ríos con menos agua
2.5. La primavera llega antes
2.6. Sucesos extremos en el Mediterráneo español
2.7. Las aves cambian sus rutas migratorias
2.8. Bosques en llamas en Galicia
2.9. Gases que calientan y ensucian la ciudad
3. Propuestas para una transición ecológica
3.1. El Hierro, laboratorio de energías renovables
3.2. ¡Los kilovatios son míos!
3.3. Cuidar el cuerpo y poner a dieta el planeta
3.4. Otra forma de moverse: el coche eléctrico
Epílogo: Tras la conferencia del clima de Madrid
Sobre el libro
Sobre el autor
Créditos
Introducción
El libro que tiene el lector entre las manos persigue, sobre todo, divulgar conceptos fundamentales en torno a los grandes debates sobre la crisis climática que han sacudido la opinión pública los últimos años.
Se compone de tres grandes apartados: el primero es una introducción general, en la que se pone especial énfasis en el conocimiento científico de este fenómeno y en los principales efectos que está ocasionando, con algunos apuntes sobre las posibles soluciones.
En un segundo bloque, analizando diversos casos, se dibuja una visión panorámica de las consecuencias que está teniendo la crisis climática en España, en un recorrido que pretende ilustrar cómo se están viendo afectados los diversos ámbitos, actividades y escenarios de la geografía española.
Por último, hemos incorporado cuatro textos adicionales que sirven de ejemplo de algunas de las propuestas de transición ecológica, mostradas como iniciativas puestas en marcha para revertir la actual situación.
En conjunto, el libro pretende atrapar este particular momento histórico en el que la crisis climática ha entrado a formar parte de la agenda social y política, y cuando la ciudadanía ha descubierto también el enorme poder destructor del actual modelo energético y económico, capaz de alterar el clima y agrandar las desigualdades sociales.
El debate en España ha cobrado tanta intensidad que el nuevo Gobierno salido de las urnas del 10-N del 2019, formado por PSOE y Unidas Podemos, declaró la emergencia climática el pasado 21 de enero del 2020.
El Ejecutivo tomó la decisión en respuesta al consenso generalizado de la comunidad científica que reclama acción urgente para salvaguardar el medio ambiente, la salud y la seguridad de la ciudadanía
. El Gobierno se comprometió a enviar al Parlamento el proyecto de ley de Cambio Climático, piedra angular de las políticas en esta materia, puesto que marcará la senda de descarbonización a largo plazo para asegurar la neutralidad climática (emisiones cero) en el 2050, incluida la meta de un sistema eléctrico 100% renovable.
1. Las señales de la emergencia
1.1. Los límites de un planeta finito
Vítores, aplausos, abrazos, sonrisas, mucha emoción… Era algo nunca visto antes en las veintiuna conferencias anteriores sobre cambio climático celebradas por Naciones Unidas. Era el 12 de diciembre del 2015. Se había conseguido lo que casi parecía imposible. Consenso pleno. Los representantes de 195 países lograron sacar adelante el acuerdo de París, el primer pacto mundial contra el calentamiento, un documento que recoge el compromiso de los países para aplicar políticas destinadas a atenuar sus efectos.
En la clausura de la conferencia se sucedieron las felicitaciones, en especial para el presidente de la conferencia, Laurent Fabius, quien logró el refrendo para el tercer borrador del acuerdo, y para el presidente François Hollande. Con aquella explosión de alegría quedaban atrás, al menos momentáneamente, los fantasmas de las frustradas cumbres del clima anteriores, especialmente la de Copenhague (2009), saldada con un estrepitoso fracaso.
La aprobación del acuerdo de París simboliza tal vez uno de los momentos más lúcidos de la comunidad internacional, que pareció tomar conciencia por un instante de los límites biofísicos del planeta, en un momento de la historia en que ya nadie puede seguir ignorando las señales de alerta de un desarrollo insostenible.
La realidad es que la humanidad muestra un consumo cada vez más destructivo y un comportamiento más transgresor. En el 2019, a fecha 29 de julio, el hombre ya había agotado el cálculo estimativo disponible para hacer uso de los recursos naturales que le provee el planeta a lo largo de todo un año. Al ritmo de consumo actual, para saciar ese apetito, necesitaríamos el equivalente a 1,75 Tierras.
Cada año, la población mundial aumenta. Consumimos más recursos naturales de los que el planeta es capaz de regenerar o renovar anualmente. El mundo está consumiendo el equivalente a 2,7 hectáreas per cápita anuales para satisfacer esas necesidades. La cifra se obtiene considerando las demandas de consumo (de alimentos, recursos forestales, pastizales, pescado y urbanización e infraestructuras urbanas), traducidas en hectáreas de superficie equivalente, incluido el espacio forestal necesario para neutralizar las emisiones de gases invernadero. Y las emisiones de dióxido de carbono superan la capacidad de secuestro y absorción de los bosques.
El déficit ecológico crece año a año. Es como si ganáramos 1.000 euros al mes y nos gastáramos 1.750. Vamos incrementando la deuda; pero las consecuencias son imprevisibles y, además, las pagarán las futuras generaciones; o, mejor dicho, los jóvenes de hoy en día.
La sobreexplotación conduce a un agotamiento de recursos o, al menos, compromete su capacidad de regeneración en el futuro. Para hacer que funcione nuestra economía, estamos tomando prestados de la Tierra los recursos futuros. Esto puede funcionar durante algún tiempo. Pero es insostenible. La actividad humana deberá ajustarse inevitablemente a la capacidad ecológica de la Tierra. La cuestión es si elegimos llegar a esa meta por haberlo planificado o por la vía de un desastre. Está en juego la miseria o la prosperidad del planeta.
Estamos ante los efectos de una explotación masiva de minerales, talas de bosques tropicales y quemas de combustibles fósiles. Es como si nada frenara la idea de que los recursos y las fuentes de vida de este capital natural pueden ser extraídos, devorados y apurados hasta quedarnos con el esqueleto o el rastro final de ese agotamiento. Es el reflejo de un comportamiento social y económico que mide sus ganancias a corto plazo. Pero los efectos negativos a largo plazo de este modelo extractivista son cada vez más evidentes. Y ya son muy visibles.
Se aprecian en forma de erosión del suelo, en la deforestación de amplias zonas del planeta, la escasez de agua o la pérdida de biodiversidad.
Otra demostración palpable es, en este sentido, la acumulación de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, cuyo incremento es paralelo a la subida de temperaturas y sus secuelas (olas de calor, deshielos, ascensos del nivel mar, incendios y otros fenómenos meteorológicos extremos).
La concentración de CO2 y de otros gases que atrapan el calor en la atmósfera de la Tierra –y que, por tanto, provocan el cambio climático– alcanzaron el 2018 un nivel máximo sin precedentes recientes. ¿Responsable? La mano del hombre: la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) y las emisiones derivadas de las múltiples actividades que usan la energía fósil (automóviles, térmicas de producción eléctrica, industrias, calefacciones, sistema alimentario, residuos, turismo…).
La concentración media mundial de CO2 alcanzó en el 2018 un récord de 407,8 partes por millón, mientras que durante miles de años estos niveles habían permanecido estables, en unas 272 partes por millón.
La última vez que la atmósfera de la Tierra concentró una cantidad de CO2 comparable a la actual fue hace entre tres y cinco millones de años, y el resultado fue una temperatura entre 2ºC y 3ºC más alta, mientras que el nivel del mar se situaba entre 10 y 20 metros por encima del actual. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) constata que esta tendencia está desencadenando un cambio climático a largo plazo, acompañada por la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos y un mayor número de fenómenos meteorológicos extremos, entre otras consecuencias.
Desde antes de la Conferencia sobre Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro (1992), la humanidad era consciente del reto que tenía por delante. El acuerdo recogido en el Convenio de Cambio Climático (alcanzado en la capital brasileña) fue una primera aproximación (aunque una tibia respuesta) a un fenómeno que, si bien en sus inicios estuvo rodeado de ciertas incertidumbres, se ha revelado como una verdad inequívoca, respaldada y consolidada a través de cinco informes del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas y el consenso de miles de expertos.
Vistas las carencias de este primer convenio –y ante la apremiante situación que se vislumbraba–, el protocolo de Kioto (1997) estableció las primeras obligaciones legalmente vinculantes para que las naciones desarrolladas redujeran sus emisiones un 5,2% (en horizonte 2008-2012 respecto a los niveles de 1990). Sin embargo, la globalización dejó en evidencia que esta meta era muy insuficiente, sobre todo cuando algunos de los países en desarrollo se convirtieron en potencias emergentes, en focos mundiales de gases, sin estar sujetos a restricción o freno.
Sin embargo, actualizar el protocolo de Kioto y construir un nuevo pacto, el primero realmente con compromisos para todos los países, fue muy complicado.
La disputa sobre los criterios de equidad en el reparto de esfuerzos entre países, cierta negativa a ser transparentes en la información ofrecida y la guerra comercial y de intereses entre las potencias postergaron el establecimiento de un marco legal internacional como respuesta al gran desafío que se venía encima. Hasta que, al final, se firmó el acuerdo de París (2015).
El pacto alcanzado en la capital francesa por 195 países estableció como primera meta detener el incremento de temperaturas por debajo de 2ºC (respecto a los niveles preindustriales) y proseguir los esfuerzos para contenerlos, incluso, en 1,5ºC. Este primer acuerdo, aceptado por todos los países (aunque al final Estados Unidos se desmarcaría), estableció por primera vez que todos los países presentarían a las Naciones Unidas planes de acción climática o contribuciones determinadas en el ámbito nacional incluyendo niveles diversos de reducción de emisiones con un horizonte a la vista del año 2025 o 2030.
Mucho más costó aclarar las reglas de funcionamiento de este pacto para concretar de qué modo los países presentan sus inventarios de gases y cómo se garantiza una verdadera transparencia de sus actividades y comportamientos a la hora de ser revisado y verificado por la secretaria del Convenio de Cambio Climático.
Sin embargo, hasta llegar a este punto, ya habían pasado más de 25 años desde que sonaron las alertas tempranas de los científicos: un plazo en el que no sólo no se había frenado el crecimiento de las emisiones de gases (con la excepción notable de la Unión Europea) sino que estas crecían de manera exponencial. Por todo ello, en estas dos décadas largas se ha ido agrandando la brecha entre la tendencia que muestran las emisiones de gases a la atmósfera y el recorte necesario para lograr un clima más estable.
Además, en estos años las evidencias del calentamiento se suceden como una letanía de récords. El año 2018 fue el cuarto más cálido desde que hay registros (a mediados del siglo XIX). Pero lo más relevante es la tendencia al calentamiento a largo plazo. Las temperaturas promedio para los períodos de cinco años (2015-2019) y de diez años (2010-2019) han sido las más altas registradas. Desde los años ochenta, cada década ha sido más cálida que la anterior. Se espera que esta tendencia continúe debido a niveles récord de gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera.
Evitar un calentamiento de 2ºC
Tres informes del IPCC han apuntalado las evidencias de que la humanidad está en una situación de emergencia climática (aunque no declarada).
La mejor información científica disponible concluye que el cambio climático ocasionado por el hombre ya está aquí. Y que sus consecuencias han sido observadas y documentadas.
El calentamiento del planeta es de 1,1ºC respecto a las temperaturas de la época preindustrial, lo que se traduce en temperaturas extremas, olas de calor más frecuentes, aumento del nivel del mar o disminución del hielo marino en el Ártico, entre otros cambios, aparte de los daños en los ecosistemas naturales. El fenómeno está siendo experimentado en muchas regiones terrestres y alcanza valores entre dos y tres veces superiores a la media en todo el círculo polar Ártico. Y la predicción marca una mayor incidencia de los fenómenos meteorológicos extremos.
En su informe El calentamiento de 1,5ºC (2018), el IPCC destaca que algunos de los impactos futuros previstos pueden ser duraderos e irreversibles
; y que, aunque los estragos del calentamiento podrían reducirse si se frenara el aumento de temperaturas a 1,5ºC, esa meta resulta ya tan ambiciosa, que se requeriría introducir cambios rápidos de gran alcance y sin precedentes
en el modelo energético y económico.
La previsión es que la mayor parte del planeta sufrirá impactos más acusados todavía si se da un aumento de temperaturas de 2ºC en comparación al escenario de 1,5ºC. Resulta perentorio, por tanto, contener el aumento en 1,5ºC para lograr un clima estable. Pero para conseguirlo, las emisiones de CO2 que produce el hombre deberían descender un 45% para el 2030 con relación a las del 2010 y continuar una senda descendente hasta alcanzar un balance neto de cero emisiones para el año 2050. Si nos contentamos con contener