El codo del dibujante
Por Cristian Leontic
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El codo del dibujante - Cristian Leontic
CRISTIÁN LEONTIC
El codo del dibujante
EL CODO DEL DIBUJANTE
© Cristián Leontic
Inscripción Nº 232.515
I.S.B.N. 978-956-260-653-0
© Editorial Cuarto Propio
Valenzuela Castillo 990 / Providencia / Santiago de Chile
Fono / fax: (56-2) 792 6518 / 792 6520
www.cuartopropio.cl
Producción general: Rosana Espino
Ilustración portada: Verónica Leontic
(www.zorroculebra.com)
Diseño: Editorial Cuarto Propio
Edición electrónica: Sergio Cruz
Impresión: Dimacofi
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
1ª edición, octubre de 2013
Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile
y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.
con un pétalo no se limpia una alcantarilla
If a man understands a poem,
he shall have troubles
Mark Strand
I
Hoochie Coochie man
Soy el Hoochie Coochie man.
Recojo la basura los domingos por la mañana.
El frío me chupa los huesos
y el sol me ha partido la piel.
Me importa un carajo lo que sucede a mi alrededor.
Soy el Hoochie Coochie man,
y si los días siguen siendo un absurdo rompecabezas,
yo mismo recogeré la basura,
los domingos de cada mañana.
Apreciaciones
Las cortinas cerradas proyectan una tenue luz en el interior.
Los jarrones chinos yacen quebrados
a un costado de la escalera.
Perpleja,
una anciana permanece atada en el fondo del pasillo.
La casa está saqueada.
En el salón principal,
perplejos,
dos carabineros contemplan un cuadro de Kandinsky.
Magnífica catástrofe
Aunque no duela hay que decirlo:
era terriblemente chapado a la antigua.
Un fuerte código ético regía sus pasos.
Miembro fijo en juntas y directorios,
relucía en los más altos pináculos
y promovía el palmazo y la retribución.
Socio de clubes forrados en madera,
parlanchín ilustre de castas y museos.
Peinado con jopo o con lengua de vaca,
se paseaba campante por los barrios dorados
con colleras en forma de barril
y mocasines de cuero con taco ruidoso.
Chaqueta de tweed, barbita, reloj romano,
no había maniquí que replicara su estampa.
Enemigo acérrimo de poetas y malabaristas,
apóstol de la venia y el protocolo.
De misa diaria y confesión semanal,
despotricaba contra los vanguardistas revoltosos
y escupía a cualquier dogma revolucionario.
Pero al regreso de un viaje inconcluso,
nadie sabe cómo ni cuándo,
colgó del balcón una kufiyya
y se hizo un tatuaje en la nalga izquierda.
Y ahora por ahí anda feliz de la vida,
entre callejones y esquinas pintorescas,
escuchando a Micah P. Hinson
y dibujando con un piojo en las cejas.
Aperitivo nocturno
Alguien dijo que el asfalto rezuma el absurdo de una jornada
y que uno lo nota a través de la suela de los zapatos.
Alguien dijo que había oído algo parecido
pero que son las hojas las que rezuman ese absurdo,
y que uno lo nota cuando las ve caer y niegan con gestos
su caída.
Alguien dijo algo sobre tanques y misiles teledirigidos,
sobre tiranos y perturbados, sobre extranjeros en cualquier país.
Alguien dijo algo sobre enfoques sesgados
y ambiciosas propuestas
y que la mala hierba brota del mármol y del cristal.
Alguien dijo que el arte es un ojo abierto condenado
a la ceguera.
Alguien dijo algo sobre el hambre.
Alguien dijo algo de colosales represas levantadas
sobre tréboles de cuatro hojas.
Alguien dijo algo sobre cenizas y huesos ilustres,
sobre epitafios y refinadas losas
donde los nombres son borrados con los años.
Alguien dijo que para algunos el viento es su ataúd.
Alguien dijo que el ritmo de todo es la compensación
pero que la muerte no intercede
y que es la más real
de todas las realidades.
Entonces la velada continuó
hasta que rendimos un minuto de silencio al fracaso humano,
escoltados por oprimidos gestos,
papas fritas
y el ruido nocturno de un refrigerador.
La evolución indiscreta
Un largo cerco eléctrico sujeta las ramas en el deslinde
del predio.
Los frutos eventuales crecen ahora lejos de aquí.
Ya no son las espinas el arma letal que aguarda
la carne de algún pájaro ingenuo.
Ya no son bueyes ni vacas quienes defecan en este lugar.
Está el hombre y sus máquinas modernas,
la vocación de conquista.
Los ladrillos y los galpones han borrado la extensa pradera.
Los cielos de invierno los ensucian las chimeneas.
La maleza prende los cables de alto voltaje,
los motores el aire.
Los perros cómplices ladran histéricos como si fueran
tractores.
Un tablero de ajedrez o una cancha de golf sin jugar es lo mismo que un cementerio
Lee, aprende, escucha, promuévete.
De algo te puede servir,
sobre todo si no te basta con un ombligo.
O no hagas nada, como Oblómov.
O tatúate una hiena en la lengua
y provoca: una sonrisa sarcástica para todo.
Lúcete, flota como puedas.
Rompe filas, o conviértete en una fotocopia ambulante.
No lo recomiendo –depende– pero te puedes cortar las venas
en la tina y flotar en el agua teñida de rojo
como un barco de papiro deshaciéndose en el fuego,