Apóstoles de la razón: La represión política en la educación
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Las dictaduras de Mussolini en Italia, Salazar en Portugal y Primo de Rivera y Franco en España se valieron de un amplio abanico de mecanismos represivos para conseguir el control político-social sobre el profesorado, que presenta tanto notables analogías como divergencias entre los tres países. Los nuevos gobiernos "conscientes del poderoso instrumento de socialización y nacionalización que es la enseñanza" no quisieron dejar en manos de profesores antifascistas -los "apóstoles de la razón", identificados con el ideario ilustrado del siglo XVIII- la formación de las futuras élites dirigentes. Para Mussolini, Salazar y Franco la segunda enseñanza debía tener una función estratégica de doble importancia. Por una parte, como generadora de consensos favorables a la estabilidad de sus respectivos regímenes y, por otra, como espacio de formación de las clases dirigentes, afines a los nuevos proyectos políticos que con el tiempo garantizarían su perdurabilidad. El franquismo y el salazarismo siguieron el modelo del fascismo italiano y adoptaron políticas educativas muy similares para remodelar la sociedad y crear nuevos ciudadanos en las que la Iglesia católica desempeñó un papel dominante. Sin embargo, en la limpieza política del profesorado, no cabe duda de que la dictadura franquista puso en marcha una represión más sistemática dirigida a expulsar del "nuevo orden" a los docentes vencidos de la Guerra Civil. Esta obra ofrece así una aproximación a la historia contemporánea de estos tres países en una perspectiva comparada poco explorada en los estudios históricos, a través de un sólido y bien documentado análisis sobre la educación y la represión en las dictaduras del sur de Europa.
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Apóstoles de la razón - Margarita Ibáñez Tarín
Introducción
DE APÓSTOLES DE LA RAZÓN A INSTRUMENTOS DE LA REVOLUCIÓN NACIONAL
Europa vivió en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial un enfrentamiento mortal entre dos familias ideológicas diferentes. De un lado, la tradición ilustrada y el antifascismo; del otro, la antiilustración y el fascismo¹. Una guerra irreductible entre dos visiones antagónicas del mundo, un combate cultural en el que se enfrentaron valores, visiones del mundo y concepciones de la cultura que estaban en discordia en toda Europa desde hacía mucho tiempo. Como muy bien ha visto Hobsbawm, hacia los años treinta del pasado siglo, una guerra civil ideológica internacional
se abrió paso:
Y en esa guerra civil, el enfrentamiento fundamental no era el del capitalismo con la revolución social comunista, sino el de diferentes familias ideológicas: por un lado, los herederos de la Ilustración del siglo XVIII y de las grandes revoluciones, incluida, naturalmente la revolución rusa; por el otro, sus oponentes. En resumen, la frontera no separaba al capitalismo y al comunismo, sino lo que el siglo XIX habría llamado progreso
y reacción
, con la salvedad de que esos términos ya no eran apropiados.
Fue una guerra internacional porque suscitó el mismo tipo de respuestas en la mayor parte de los países occidentales, y fue una guerra civil porque en todas las sociedades se registró el enfrentamiento entre las fuerzas pro y antifascistas².
El choque ideológico llegó a su cenit, coincidiendo con la guerra civil española y con el ascenso de las dictaduras en Europa. La contienda Ilustración versus anti-Ilustración pasó a ser la raíz de una cascada de desafueros que convirtieron el oficio de enseñante en una profesión de riesgo no solo en España, también en otros países de nuestro entorno. Los profesores italianos, portugueses y españoles que trabajaban en los liceos y en los institutos de segunda enseñanza experimentaron con angustia cómo se desmoronaban sus torres de marfil y su prestigio social caía en desgracia. De mensajeros de la Ilustración
y apóstoles de la razón
³ pasaron a convertirse en meros instrumentos al servicio de la nacionalización de las clases medias, siguiendo los principios del nacionalcatolicismo y el fascismo.
Durante el periodo de 1914 a 1945, se vivió en Europa una fractura traumática que no fue solo económica y social, fue también política y de legitimidad, e implicó el auge de discursos, ideologías y prácticas de violencia y un profundo cuestionamiento de las formas parlamentarias. En ese tiempo, la crisis de la democracia liberal corrió pareja a la irrupción de dos nuevos protagonistas políticos: el comunismo y el fascismo. Estos actores recién llegados se unieron a otros ya existentes en la vida política europea: el liberalismo y la socialdemocracia. En España y en Portugal, además, existía en ese tiempo un excepcional y potente anarcosindicalismo. Se trataba del único actor que constituía una nota diferencial dentro de la complejidad política e ideológica europea de esos años⁴.
En las aulas de los institutos españoles y de los liceos italianos y portugueses se abrió un debate entre modernidad y conservadurismo y, al mismo tiempo, se produjo un choque ideológico entre valores, visiones del mundo y concepciones de la cultura que estaban en discordia desde hacía mucho tiempo en Europa. España no estuvo fuera de esta disputa. En palabras de José Carlos Mainer: Nada de lo ocurrido en la España del primer tercio del siglo XX dejó de tener correspondencia con lo sucedido en otros lugares, ni tan siquiera aquello que parecía más obstinadamente propio como fue la importancia sociológica del anarquismo, la larga renuencia del socialismo al parlamentarismo burgués, el activo milenarismo republicano o el fuerte anticlericalismo
⁵.
El mismo enfrentamiento entre los citados bloques ideológicos que se venía gestando en Europa desde la Gran Guerra —un periodo clave que actuó como vierteaguas de los grandes cambios producidos en el mundo contemporáneo, en opinión de muchos historiadores— también se dio en España. Pese a no participar en el conflicto, hasta aquí llegaron con nitidez los ecos de la contienda a través de los debates entre aliadófilos y germanófilos y, sobre todo, con la agudización de la lucha de clases en la crisis de 1917, durante el trienio bolchevique en Andalucía y los años del pistolerismo en Barcelona.
La Primera Guerra Mundial puede ser considerada como la puerta de arranque de la contienda cultural que se vivió en la segunda enseñanza en toda Europa. En el caso español, existía desde los años veinte una clase media moderna e ilustrada que mostraba la misma división cultural e ideológica que sus contemporáneos europeos. Los profesores en Italia, Portugal y España vivían con igual recelo los acontecimientos dramáticos que amenazaban su seguridad. Alejandro Gaos, catedrático de Literatura en Valencia, reflexionaba al respecto en 1934:
La actual situación del mundo ha angustiado profundamente a todos los movimientos espirituales. No hay zona segura, ni atisbo limpio, ni esperanzas visibles. […] Pocas veces ha llegado la civilización a un trance tan difícil. Las raíces más hondas de la vida, sus jerarquías más añejas tiemblan al contacto elemental pero certero de la doctrina antiburguesa, y la ancha melodía de la tierra comienza a descomponerse con trágica velocidad. Van delimitándose con brío los dos frentes de lucha. A un lado, los hombres que todo lo esperan de la revolución del pueblo. A otro, quienes aún confían en las fuerzas y conductas tradicionales⁶.
Muchos profesores se identificaban con las nuevas tendencias del nacionalismo antiliberal reaccionario y del fascismo que se estaban imponiendo en Europa. Frente a ellos, otro sector importante del profesorado simpatizaba o se reconocía en los valores ideológicos de las distintas opciones de la izquierda. En esos años ni la derecha ni la izquierda constituían bloques ideológicos homogéneos. Entre los izquierdistas los había desde los más escépticos a los más entusiasmados con lo ocurrido en la reciente Revolución rusa, y la alianza natural de la derecha, abarcaba desde los conservadores tradicionales hasta el sector más extremo de la patología fascista, pasando por los reaccionarios de viejo cuño
⁷.
En las aulas de los liceos italianos y portugueses y en los institutos españoles, la batalla entre los partidarios de estas dos ideologías antagónicas se saldó con la separación forzosa de la enseñanza de cientos de profesores precursores del antifascismo y de las ideas de la Ilustración, los apóstoles de la razón. Frente a ellos, se alzó una minoría de contrarrevolucionarios y una amplia masa de docentes ambiguos que permanecieron en la zona gris, dentro de un territorio de confort, bajo el paraguas de las dictaduras. Un extenso grupo de docentes, que oscilaron entre la adaptación forzada y la colaboración con una de las dos minorías activas. Profesores cuya actitud se transformó durante el conflicto y, sobre todo, en el periodo inmediatamente posterior. Dentro de esa vasta zona gris, compuesta por la masa informe de los que observaban indecisos, paralizados o incapaces de elegir su campo, y cuya actitud evolucionó, en algunos casos, a lo largo del conflicto
, en palabras de Enzo Traverso⁸, encontramos toda una variedad de grises. No podemos olvidar que la mayoría de los profesores de segunda enseñanza, tanto en nuestro país como en Italia y en Portugal, eran burgueses biempensantes; es decir, pensaban de acuerdo con las ideas tradicionalmente dominantes de signo conservador, y reaccionaron con arreglo a su clase. Eran funcionarios con un gran bagaje intelectual y moral, pero la guerra civil europea (1914-1945) subvirtió el orden establecido y quebró radicalmente su sistema de valores.
En los años treinta las cosas cambiaron para ellos muy rápido, la estimación social de la que gozaban antes de la guerra cayó en desgracia. Muchos profesores se vieron sobrepasados por los acontecimientos. Eran gentes de otra época, que tenían más de cincuenta años y habían conocido el mundo anterior a 1914, conscientes de pertenecer a una élite social e intelectual cuyos valores se desmoronaban. Había un grupo significativo de intelectuales que mostraron su compromiso con los valores del laicismo y la Ilustración. Algunos ya eran partidarios convencidos del liberalismo político y otros, los más jóvenes, abrazaron con entusiasmo el comunismo en esos años. Todos fueron considerados disidentes, marginados y heterodoxos con la irrupción del fascismo en Portugal, España e Italia en los años treinta.
Al menos una parte de estos heterodoxos perseguidos por las dictaduras provienen de una larga genealogía de enciclopedistas, ateos, masones, afrancesados y laicistas. En nuestro país esta estirpe de librepensadores se inicia en las últimas décadas del siglo XVIII. Justo en el momento preciso en que los herejes, los luteranos, los moriscos, los judaizantes, las brujas y las hechiceras dejaron de ser perseguidos por la Inquisición. Desde ese instante, los intelectuales modernizadores pasaron a ser calificados de extranjerizantes, antiespañoles y afrancesados
. Esa imagen de dudosa españolidad persiguió a las élites liberales hasta bien entrado el siglo XX y fue retomada después de la Guerra Civil por el franquismo⁹. Como es sabido, la intolerancia católica y nacionalista española se remontan a la reacción de la Iglesia y la monarquía frente a la Ilustración y al ideario de la Revolución francesa¹⁰.
En realidad, la persecución del ideario ilustrado y el antiintelectualismo que esgrimieron los gobernantes de las dictaduras del sur de Europa no constituían una novedad en las décadas centrales del siglo pasado¹¹. En la historia de España ya había existido el mismo hostigamiento bajo otras formas de control desde el siglo XVIII. Según Paul Aubert: Para los tradicionalistas españoles la catástrofe se inicia en el siglo XVIII con el impacto de las Luces, y se prolonga hasta el siglo XX a través del liberalismo decimonónico. La exposición de sus argumentos es constitutiva de la propaganda falangista y se prolonga hasta la dictadura franquista
¹².
La envergadura de la represión del colectivo docente de segunda enseñanza en las dictaduras del sur de Europa respondió a un plan superior de nacionalización de las clases medias y de adoctrinamiento ideológico de las nuevas élites. Se pretendía garantizar la perdurabilidad de los regímenes dictatoriales de Mussolini, Salazar y Franco. En Italia, según Patricia Dogliani: El fascismo fue la única experiencia contemporánea que tuvo un proyecto unitario y autoritario de transformación de la sociedad, de la mentalidad, de los roles de género y de las tareas destinadas a las generaciones y al individuo incluso en su esfera privada
¹³. Y en ese sentido, tanto el franquismo como el salazarismo siguieron el modelo italiano y adoptaron políticas educativas muy similares para remodelar la sociedad y crear nuevos ciudadanos. Las élites gobernantes de las tres dictaduras —conscientes del poderoso instrumento de socialización y nacionalización que es la enseñanza— pusieron en marcha mecanismos dirigidos al control social y a la sanción de conductas desviadas
en el orden ideológico, político, social o moral de los