Federico, no más silencio
Por Josefina Rillón
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Federico, no más silencio - Josefina Rillón
e-I.S.B.N.: 978-956-12-2852-8.
1ª edición: diciembre de 2015.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Asistente editorial: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2015 por María Josefina Rillon Reyes.
Inscripción Nº 251.612. Santiago de Chile.
© 2015 de la presente edición por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono 562-228107400. Fax 562-228107455.
www.zigzag.cl | E-mail: [email protected]
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo
ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio
mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización de su editor.
Índice de contenido
1 Yo, Federico, sigo siendo poeta
2 La lista negra
3 Sssscupa no má
4 Gringa chanta
5 ¡Dale oh, dale oh, dale oh!
6 Sofía Montero quiere ser tu amiga en facebook
7 La espera desespera
8 Milagros
9 Por dos pailas y un hot dog
10 Ataque de inspiración
11 Lo bueno y lo malo
12 Ciento cuarenta y cuatro horas y...
13 Apuñalada
14 Gálvez no existe. Filo con Gálvez
15 Armenio
16 El silencio de contreras
17 Un nuevo y último reencuentro
18 Sequía e inundaciones
19 Después de la tormenta, siempre sale el sol
20 Madurez
21 Sol, nubes. Nubes y sol
22 ¡Bingo!
23 Más allá de las muletas
24 Poesía cantada
25 Idea jugada
26 El maldito sobre
27 F.M.C
28 La hora de la verdad
29 Cuenta regresiva
30 Primer festival interescolar de la canción
31 Tercer lugar, segundo lugar, primer lugar y ganador
32 Llegó sin permiso
Para todos aquellos
que nos miran con los ojos del alma.
1 Yo, Federico, sigo siendo poeta
Gracias a que me puse las pilas con todo, y estudié como si fuera un clon del Choclo Quintana, uno de los más mateos de mi curso, logré pasar a segundo medio con puros azules en los exámenes finales.
La vuelta al colegio ha sido casi igual a la de todos los años. Digo casi, porque la mayoría de mis compañeros ha cambiado mucho. El Guatón subió como cinco kilos, al Quique le salieron quinientas espinillas y al Pelao por fin le aparecieron los bigotes, tantos que ahora se afeita día por medio.
Yo crecí algunos centímetros, aunque nadie se dé cuenta. Sigo igual de flaco, pero la espalda de todas maneras la tengo más ancha. Por eso, estoy seguro de que el entrenador me va a poner de titular en los partidos de básquetbol.
A De la Fuente, a Matías Hurtado y a Muñoz, no sé qué les pasó con el pelo. Hasta el año pasado eran totalmente chuzos y resulta que ahora son crespos.
La otra cuestión que nos ha cambiado a algunos en el curso es la voz, a veces nos salen gallitos cuando hablamos. A mí, por ejemplo, me pasa casi siempre. Otros, los más hormónicos ya parecen papás. Bueno, y todavía quedan unos pocos que nada de nada.
Las mujeres están igual. En las mañanas se saludan con puros chillidos. Después no paran de contarse todo lo que les ha pasado, desde que salieron del colegio hasta el día siguiente. Peor ahora que volvimos recién de las vacaciones y llegan a ahogarse de tanto hablar. Pero aunque se crean más grandes y prefieran juntarse con los de tercero y cuarto (porque, según ellas, nosotros somos unos cabros chicos) a mí me caen todas bacán.
Con las clases no ha pasado nada nuevo, siguen terrible de fomes. Lo que sí ya nos advirtieron que serán mucho más peludas, son las pruebas. Aparte, los profesores interrogarán a cualquiera, sin aviso y con nota.
Al primero que calzaron ayer en física fue a mí. Aunque me estaban hablando en chino traté de
contestar, pero el Cholo, que ahora es mi amigo, cachó que no iba para ningún lado y, no sé cómo, pudo arreglárselas para soplarme y que no nos pillaran. Gracias a eso, zafé.
¡Ah! También empezaron con la cuestión chata de la PSU. En estas tres semanas de clases nos han repetido la misma lata: que se acabaron las irresponsabilidades y las flojeras, que debemos prepararnos a conciencia para obtener un buen resultado en la prueba, porque de eso dependerá nuestro futuro.
Ha sido tanta la tontera, que a varios en el curso les ha bajado por hacerse los maduros delante de los profesores y de las mujeres. Se la pasan hablando de preuniversitarios, promedios o cuánto puntaje necesitan para entrar a la carrera que quieren, pero son unos chantas, porque yo sé que no están ni ahí con eso. Cómo será, que hasta el nuevo profesor de biología, que es el más relajado de todos, en la última clase se fue en volada y nos habló la hora entera de la importancia de ser alguien
.
–¿Cómo alguien, profesor? ¿Qué somos ahora, entonces? –le pregunté, confundido.
–Alguien, joven… ¿cuál es su nombre?
–Federico Martínez, señor.
–Bueno, Martínez, por alguien me refiero a que la sociedad espera mucho de ustedes. Se necesitan profesionales serios y preparados, que aporten con el fruto de su esfuerzo y trabajo para hacer este mundo mejor.
Algo entendí, pero eso del aporte no mucho. Porque si estaba hablando de plata, claramente la sociedad no podría contar conmigo. Se sabe que los poetas jamás han tenido ni uno, nuestra riqueza está solo en la inspiración y en las palabras bonitas.
Lo peor es que ese día el tema no terminó ahí. En la casa mi papá siguió con la misma, y a la hora de comida nos dio un tremendo discurso a mis hermanas y a mí. Pero mi decisión estaba tomada y no pensaba cambiarla por ningún título universitario ni por un miserable peso. La vocación es la vocación, y la mía es la poesía, las musas y los versos. El problema es que por el momento no puedo llegar y decírselo así como así a nadie, menos a mi papá. Seguro que le da un ataque fulminante al corazón y hasta ahí no más llegaría con mis planes. Nada de escribir libros ni soñar con viajar por el mundo firmándolos. Además, por mi culpa nos quedaríamos huérfanos y mi mamá viuda. Para más remate, como soy el único hijo hombre, tendría que trabajar y mantener a la familia.
Lo mejor entonces, será seguir en las sombras. Pero como no pienso perder el tiempo pensando en la PSU, en las deudas, ni en la universidad, voy a ponerle con todo en lo que verdaderamente me importa: tener una musa de alma noble y pura. Que sea capaz de despertar en mí toda la inspiración que necesito para escribir versos llenos de sentimientos sinceros, profundos y románticos. En el fondo, una mujer que le dé sentido a mi vida de artista.
La Anita, mi vecina, aunque no lo supo nunca, fue la primera que llenó de esa fuerza mi corazón. Todo iba bacán con ella hasta que volvimos de las vacaciones. Mi musa dejó de ser la misma niña de mirada y sonrisa dulce a la que le hice grandes poemas. Llegó indiferente y agrandada. Tanto que, por su culpa, casi mando todo a la punta del cerro. Pero no, reaccioné a tiempo y me dije: un artista jamás se deja vencer
, y menos yo, Federico Martínez, que sí o sí seguiré siendo poeta.
Por eso señores, estoy aquí, repuesto y preparado para salir en la búsqueda de una nueva fuente de inspiración, como lo hicieron miles de veces Neruda, Huidobro, Bécquer y los demás. Ellos no se hacían atado, la cuestión era simple: a musa muerta, musa repuesta y listo. Aunque se demoraran un poco, con esa actitud siempre les iba bien. Lueguito aparecía en sus vidas una nueva y vuelta otra vez a lo suyo: escribir, escribir y escribir.
Como al final ya sé que por ahora mi vida estará en manos del destino, a él le dediqué estos versos:
Destino
El destino es mi dueño.
Solo él sabe dónde y cuándo
llegará una nueva musa
a reinar en mis sueños.
Aunque el tiempo pase
esperanza tengo
que la vida me traiga
el regalo que espero.
2 La lista negra
Por mucho que yo esté concentrado en mi búsqueda, el mundo no para y menos en mi colegio.
La semana pasada empezó, como todos los años en esta época, la campaña para elegir nueva directiva para el Centro de Alumnos y se presentaron como siempre dos listas. Nunca me he metido ni he participado en nada, porque me dan mucha lata las elecciones, todas, hasta las de presidente de curso. Me cargan porque los que van de candidatos, de repente les baja la buena onda y nos hacen la pata solo para que votemos por ellos. Pero este año no pude correrme. Diego, el hermano mayor del Guatón Fernández, quería ser presidente por la lista uno. Eso también me habría dado lo mismo, si es que mi vida no hubiera estado en peligro.
El lunes estábamos con el Pelao y el Quique conversando en el recreo, cuando se nos acercó urgidísimo el Guatón.
–¡Hey!, necesito que me ayuden con la campaña de mi hermano. La competencia con la otra lista está peludísima, por eso, tenemos que jugarnos con todo para que él gane.
–¿Ayudarte en la campaña? –le contestó el Pelao– ¡Ah no!, yo esa cuestión la encuentro terrible de fome.
–Yo también –dijo el Quique, pero además la remató con un comentario bien pesado–. No entiendo para qué hacer tantas cuestiones, si ya se sabe que va a ganar la uno, porque el Chico Palma es seco.
El pobre Guatón se puso rojo de rabia y cuando iba a contestarle, apareció el propio candidato haciéndose el simpático, cuando nunca antes nos había pescado.
–Y, ¿qué onda?… ¡No los reconocí! ¡Crecieron caleta en el verano! –nos dijo el muy mentiroso.
–Seba, les estaba diciendo lo de la campaña.
–Bacán, entonces ¿todos me apañan? –nos dijo seguro de que habíamos aceptado.
–No, no quieren.
–¿Qué?, ¿me están molestando? –nos miró harto menos simpático– ¿Cómo que no quieren? Parece que no están cachando. Si gano a ustedes les conviene, porque mi programa es mucho mejor que el de ese enano. Pero les digo altiro –ahí levantó un dedo–, si pierdo no anden arrepintiéndose. ¡Ah! y además, por irse en mala, los voy poner en mi lista negra.
–A mí me da lo mismo si me conviene o no. Tampoco me importa estar en tu famosa lista –lo paró al toque el Pelao–. Yo no estoy ni ahí con estas cuestiones.
–Ni yo –le dijo el Quique.
–Ya, entonces, si así nos vamos, filo con ustedes.
Hasta ahí no más llegó la buena onda de Diego con ellos.
–¿Este parcito de egoístas son tus amigos, Rodrigo? –le preguntó al Guatón cuando ya se habían ido.
–Eee..., sí, un poco.
Faltaba yo, que obvio que por estar oyendo lo que hablaban no alcancé a atinar.
–¿Y tú, Martínez? –me miró fijo con una cara que de verdad me dio un poco de miedo.
–Yo…, eee…, yo…
–Sí, tú. ¿Eres igual de poco hombre y mal amigo que ellos? Y, ¿también te da lo mismo que pierda y estar en mi lista negra?
–No, no, es que… –traté de explicarme– yo no sirvo mucho para las campañas y esas cosas –no le pregunté eso de la lista; para qué, con lo enojado que estaba me iba a mandar quizás a dónde.
–¡Nada que ver, Fede! Rodrigo siempre dice en la casa que tú eres lejos el más aperrado del curso y que siempre estás en todas –¿En todas?, pensé. ¿De dónde sacó eso el Guatón?, cuando nunca me eligen para nada y me la paso puro castigado–, así que dale no más y apáñame. Te juro que no te vas a arrepentir.
Ni siquiera oyó cuando quise decirle que todo eso era chiva y que también me daba demasiada lata ayudar en las elecciones, porque el parcito ya estaba en la mitad del patio tratando de convencer a otro grupo de giles como nosotros.
Me fui pensando en todo lo que había pasado mientras caminaba a la sala. Primero, me enojé conmigo mismo por pavo y no haber reaccionado como el Quique y el Pelao. Además, estaba eso de estar o no en su lista negra. ¿Qué onda? Todo era raro, muy raro.
Durante el resto del día seguí preguntándome lo mismo, pero preferí no decir nada. Hasta que por fin, a última hora y gracias al profesor Villegas y a su clase de historia, me llegó la respuesta que necesitaba.
Estamos pasando el Imperio Romano y los caleta de emperadores que tuvo. Uno que era terrible de malo, Lucio Cornelio Sila, se inventó una lista negra. O sea, ahí empezó a anotar a cuanto compadre se atreviera a desobedecerle o hiciera algo que al perla no le gustara. Se picaba con ellos, les hacía la vida imposible, los torturaba hasta que los volvía locos y cuando ya no le servían, porque estaban enfermos, los echaba del imperio.
Entonces, estaba claro. Diego Fernández era un matón como el emperador romano. Y, de puro picado con los que no querían ayudarlo a ganar, los iba a torturar a punta de bullying y quizás qué cuestiones más.
Se me vino altiro a la mente el pobre Guatón. ¡Qué brígido que tu hermano sea así de cruel! ¡Cómo podían ser tan distintos! Él, que a veces no más se le para la pluma, grita un poco y se pone mal genio, pero se le pasa altiro.
Para resumir y hacerla corta: o ayudaba o me iba cortado. No tuve que pensarlo mucho. Ninguna posibilidad de dejarme caer en depresión por