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El catecumenado de adultos
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El catecumenado de adultos

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Presentación del proceso de catecumenado de adultos: cómo suscitar y acompañar lo que han de pasar por dentro las personas para que lleguen, como adultos, a la profesión de fe. Eso solo será posible si el catequista y la comunidad contagian la fuerza liberadora de la fe como gracia, o sea, como don, proyecto y tarea.
IdiomaEspañol
EditorialPPC Editorial
Fecha de lanzamiento10 dic 2013
ISBN9788428826006
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    El catecumenado de adultos - Jesús Sastre García

    Didajé

    La Didajé o Enseñanza de los Doce Apóstoles es un breve documento catequético de los primeros cristianos, destinado probablemente a dar la primera instrucción a los neófitos o a los catecúmenos. En él se enumeran de forma clara y asequible a todos las normas morales, litúrgicas y disciplinares que han de guiar la conducta, la oración y la vida de los cristianos.

    La Colección Didajé quiere ser un instrumento de ayuda a la iniciación cristiana y a la formación permanente de los cristianos actuales. En esta obra se reflexiona sobre algunos aspectos propios y específicos de la catequesis de adultos de inspiración catecumenal.

    PRESENTACIÓN

    Catequesis de adultos, fe adulta

    El título no pretende unir sin más dos elementos importantes en sí mismos o por la relación que puedan tener entre ellos. Al referirnos a la catequesis de adultos, y con mayor razón si es un catecumenado, estamos hablando de algo inherente a la parroquia: la iniciación cristiana de adultos en el momento actual. Las parroquias son comunidades iniciáticas, pues en ellas se nace, se vive y se transmite la fe. Lo que vamos a comentar en estas líneas también es extensible a muchas comunidades cristianas no parroquiales.

    «La catequesis de adultos, al ir dirigida a hombres capaces de una adhesión plenamente responsable, debe ser considerada como la forma principal de la catequesis, a la que todas las demás, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan» (DCG 20, 1971; cf. CT 43).

    «La catequesis facilita al adulto la posibilidad de vivir el proceso de convertirse en creyente maduro» (CA 87).

    Sabemos que el modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal; este se constituye en inspirador y estructurador de todos los procesos de educación de la fe. Este es el gran desafío para la pastoral de la Iglesia según Juan Pablo II:

    «Consiste frecuentemente no tanto en bautizar a los nuevos convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y a su Evangelio: nuestras comunidades tendrán que preocuparse seriamente por llevar el Evangelio de la esperanza a los alejados de la fe o que se han apartado de la práctica cristiana» (EE 47).

    A la hora de plantear la pastoral de adultos, dos preocupaciones cobran especial relieve:

    Las respuestas son complejas y requieren el concurso de muchos elementos; algunos de estos elementos no dependen de nosotros, pero sí podemos influir en ellos. Algo está muy claro: la formación renovada de los catequistas y el papel de las pequeñas comunidades eclesiales son los puntos de apoyo del desarrollo de los itinerarios formativos y de la inserción comunitaria de los que finalizan los procesos de maduración de la fe.

    En Europa varios episcopados y algunas asociaciones de catequetas han planteado y descrito un «nuevo paradigma para la transmisión de la fe» Optar por el nuevo paradigma implica superar definitivamente el modelo pastoral de cristiandad. El punto de partida de cualquier proyecto ha de ser el análisis de la realidad pastoral que tenemos y de los retos que nos plantea; no se trata de retoques, sino de renovación en profundidad.

    Al tiempo, hay que recuperar la importancia del primer anuncio, la comprensión formativa de los procesos de fe, la construcción de itinerarios desde las competencias experienciales y las experiencias fundamentales, y el protagonismo de los participantes, que no son destinatarios de acción catequética, sino sujetos de la construcción de su identidad cristiana. Ahora bien, un modelo es eficaz en la medida que la institución que lo aplica encarna en sí misma y en su posicionamiento social lo que pretende hacer: la formación de adultos con fe adulta y que como tales se implican corresponsablemente en la vida de la Iglesia.

    Las páginas de este libro no son un texto de catequesis ni una exposición teórica sobre la catequesis de adultos, sino una reflexión desde la praxis pastoral para subrayar algunos aspectos esenciales en la catequesis de adultos, pues de ellos depende tanto el nuevo modelo como su adecuado desarrollo. Si logran concientizarnos un poco más en esta tarea prioritaria y urgente, habrán cumplido su cometido.

    1

    Cómo evangelizamos a los adultos

    Al responder a esta pregunta, tenemos que referirnos a aspectos generales, sabiendo que hay parroquias que responden adecuadamente a la misión evangelizadora. Con todo, podemos afirmar que los catecumenados, especialmente de jóvenes y adultos, tienen poca presencia y entidad en nuestras parroquias.

    Hablando de Europa, Juan Pablo II constata una serie de deficiencias que reclaman un nuevo anuncio misionero capaz de desencadenar procesos de maduración de fe. En concreto, cita las siguientes carencias (cf. EE 47):

    1. CONSTATACIONES EN LA CATEQUESIS DE ADULTOS

    Hace casi veinte años en un libro sobre catequesis de adultos se afirmaba:

    «Las personas implicadas efectivamente en muchas experiencias de catequesis de adultos, especialmente en Europa, son prevalentemente de clase media (o media alta), por encima de los 40 años de edad, sobre todo mujeres. Solo en una mínima proporción se consigue interesar a los adultos jóvenes, a los obreros, a los pobres, a los marginados»¹.

    Hoy la situación no ha mejorado en la mayor parte de las parroquias.

    Todo esto nos lleva a preguntarnos en qué medida nuestras comunidades parroquiales se nutren de cristianos con fe adulta, y en qué medida las catequesis propician la experiencia de conversión.

    La «nueva evangelización», que tanto hemos repetido, ha calado poco en nuestras parroquias; predomina en muchas de ellas una cierta atonía pastoral en clave de mantenimiento, pero falta el hilo conductor de la pastoral, los procesos de iniciación cristiana. Recuperar la institución del catecumenado, que tantos frutos dio en los primeros siglos del cristianismo, sería el modo de alumbrar un nuevo modelo pastoral para nuestro tiempo. Nuevo, aunque antiguo, pues llevamos muchos siglos embarcados en otro modelo pastoral, propio de la Iglesia de cristiandad.

    «La catequesis atraviesa hoy una coyuntura altamente problemática, sobre la base de una grave crisis del lenguaje global del cristianismo, es decir, del mensaje efectivo que los cristianos y la Iglesia transmiten a los hombres y mujeres de nuestro tiempo Se puede decir que el cristianismo actual, como hecho macroscópico y como lenguaje global, no resulta convincente y creíble a la mayoría de las personas, no hace brotar el deseo de hacerse cristiano, no se presenta como mensaje atrayente y significativo. Y ello no obstante los evidentes síntomas de vuelta a lo religioso y de reconquista de lo sagrado presentes en nuestra sociedad»².

    El Vaticano II nos proporcionó una nueva teología pastoral, pero la inercia de siglos ha pesado más que los esfuerzos de renovación en profundidad. Los procesos de iniciación o de maduración en la fe que llevamos son, en general, débiles, dispersos e inacabados; la consecuencia es fácil de adivinar: la adhesión a la persona de Jesucristo, el sentido eclesial de la fe y el compromiso con el Reino no llegan a darse o se abandonan pronto.

    En la práctica, nuestras parroquias siguen con el modelo de cristiandad, más o menos remozado por la eclesiología del Vaticano II y el talante pastoral de los responsables. Asumir un nuevo modelo implica poner en juego elementos nuevos, desprendernos de otros que hoy son ineficaces y recomponer el conjunto; el resultado final sería un «nuevo paradigma» para la iniciación cristiana.

    En esta renovación pastoral la parroquia, «como la Iglesia misma que vive en medio de las casas de sus hijos e hijas» (ChL 26), juega un papel insustituible. La parroquia es «como una célula» (AA 10) de la Iglesia diocesana.

    «Uno de los hechos más graves acontecidos en Europa durante el último medio siglo ha sido la interrupción de la transmisión de la fe cristiana en amplios sectores de la sociedad. Perdidos, olvidados o desgastados los cauces tradicionales (familia, escuela, sociedad, cultura pública), las nuevas generaciones ya no tienen noticia ni reconocen signos del Dios viviente y verdadero o de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros. Comprobamos que en proporciones altas no estamos logrando transmitir la fe a las jóvenes generaciones»³.

    Bastantes de los adultos que comienzan las catequesis con el paso del tiempo las dejan; muy pocos son los grupos de adultos que llegan a configurarse como pequeñas comunidades. Estos datos no han mejorado; al contrario, la quiebra entre Iglesia y sociedad se ha acentuado por la incidencia de algunos temas como son: los problemas de ética sexual y bioética, el papel de la mujer en la Iglesia, la ubicación de la Iglesia en la sociedad actual, etc.

    Teniendo en cuenta los logros y las dificultades, podemos decir que la catequesis de adultos en nuestro país no termina de arrancar, está en «estado de crisis».

    «Crisis de entrada y crisis de salida, por cuanto no llega a alcanzar a los adultos más significativos ni consigue formar a los «adultos comprometidos» que reclama la sociedad actual. Crisis de la calidad «adulta» de la catequesis misma, si se tienen en cuenta las experiencias de catequesis de adultos calificadas de «infantilizantes y decepcionantes»

    En el contexto de nueva evangelización, la transmisión de la fe interpela, especialmente, a la catequesis de adultos. En la manera tradicional de educación de la fe se constata fragmentación y discontinuidad debido a la falta de auténticos itinerarios. El planteamiento de la catequesis de adultos en línea catecumental a base de procesos de fe acompañados y finalizados es una novedad pastoral en nuestra Iglesia. Este itinerario puede recorrerse a través de varios caminos adaptados a la situación sociocultural y a las circunstancias concretas de los destinatarios.

    2. RETOS A LA TRANSMISIÓN DE LA FE

    Los cambios operados en el contexto sociocultural de nuestra sociedad ponen en cuestión la eficacia de los procesos de educación de la fe que hemos venido desarrollando. En un ambiente secularista y neopagano, el cristiano sin fuertes convicciones ve cómo se desdibujan sus creencias y compromisos.

    Ya Pablo VI avisó de la secularidad convertida en «secularismo»:

    «Hay que constatar en el corazón mismo de este mundo contemporáneo un fenómeno, que constituye como su marca más característica: el secularismo. No hablamos de la secularización en el sentido de un esfuerzo, en sí mismo justo y legítimo, no incompatible con la fe y la religión, por descubrir en la creación, en cada cosa o en cada acontecimiento del universo, las leyes que los rigen con una cierta autonomía, con la convicción interior de que el Creador ha puesto en ellos sus leyes. El reciente Concilio afirmó, en este sentido, la legítima autonomía de la cultura y, particularmente, de las ciencias. Tratamos aquí del verdadero secularismo: una concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios resultaría pues superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso por renegar de Él.

    Nuevas formas de ateísmo –un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino pragmático y militante– parecen desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización del consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este ‘humanismo’.

    Por otra parte, y paradójicamente, en este mismo mundo moderno, no se puede negar la existencia de valores inicialmente cristianos o evangélicos, al menos bajo forma de vida o de nostalgia. No sería exagerado hablar de un poderoso y trágico llamamiento a ser evangelizado.» (EN 55)

    ¿Sabremos responder adecuadamente a este «trágico llamamiento»? Bastantes estudiosos de la sociología religiosa concluyen sus informes diciendo que muchos de nuestros contemporáneos no poseen la «gramática elemental» de la vida; por lo tanto, el significado de las cosas, la búsqueda adecuada de la felicidad y la verdad, el sentido de la existencia, etc., no aparecen en su horizonte vital. Terminan asumiendo una antropología reduccionista basada en la autosuficiencia de cada uno, sin mayores aperturas e ideales.

    Esta constatación no significa que no se reconozcan otros valores que están presentes en nuestra sociedad, sobre todo en lo que podríamos llamar sensibilidades sociales. Nos referimos a la defensa de los derechos humanos, la libertad, la justicia, la solidaridad, la igualdad de género, la paz, la ecología, la interculturalidad, etc. (cf. EE 11-17). Estamos ante una situación religiosa que algunos denominan como «era postcristiana», caracterizada por una crisis de lo religioso que está más allá de las instituciones religiosas y que se puede llamar «crisis de Dios».

    Cabría añadir una pincelada más a esta situación: los creyentes representamos una tipología muy variada, alimentada por la incultura religiosa, la privatización de las creencias y la poca referencia a la Iglesia institución. El resultado final es que los que se autoposicionan como católicos no presentan unos perfiles homogéneos en los aspectos nucleares del Credo, los sacramentos y la moral católica.

    El peligro de esta situación es que termine por configurar dos tipos de creyentes: los que adoptan el modelo tradicional en actitud de defensa/huida del mundo, y los que acomodan la fe a los estilos de vida dominantes para terminar absorbidos por el ambiente.

    ❶ Educar en la fe en la sociedad actual

    Nuestros contemporáneos han vivido grandes acontecimientos: la crisis del Estado de Bienestar, la caída de los «muros», los avances tecnológicos, los fenómenos migratorios, la crisis económica producida por la especulación, el aumento del paro, el rostro pluricultural de las sociedad actuales, las nuevas pobrezas, etc.

    Todavía estamos muy seducidos por el deseo de autonomía y la creencia de que es fácil tomar decisiones y responder a los retos del futuro. El hombre actual al prescindir de los grandes relatos tiene mucha dificultad para dar sentido a lo cotidiano, para formular adecuadamente las grandes preguntas de la existencia humana y para responder a los retos de futuro que necesariamente pertenecen a un mundo globalizado.

    Todo esto, en efecto dominó, nos lleva a tener una actitud escéptica ente la búsqueda de la verdad y el ejercicio de los compromisos. Muchos de los bautizados han sido educados en la fe en la infancia y han tenido práctica religiosa, más o menos ocasional, hasta que la han abandonado al comienzo de la juventud. Con todo, en ellos permanece el recuerdo y la necesidad de lo sagrado; con frecuencia la búsqueda de lo religioso se hace como proyección de las necesidades personales, sin referencia objetiva (la autocomunicación de Dios en la Historia de la Salvación) y con la vuelta a los ritos religiosos como costumbre social en determinadas festividades.

    En algunos casos se puede llegar a la defensa de lo católico por motivos culturales, ideológicos o de clase social. Este reduccionismo en la manera de entender el universo religioso cristiano lleva inexorablemente a simplificar el sentido de la historia y los problemas sociales.

    Para poder llevar adelante la nueva evangelización se necesita enfrentarse con valentía y esperanza a la tozudez de la realidad; solo así se puede vislumbrar la necesidad de un nuevo paradigma para la educación de la fe que lleve a anunciar el Evangelio sin dar por supuesto que la primera y básica evangelización ya se ha hecho. En buena parte hay que comenzar de nuevo, desde el primer anuncio.

    Hay quienes siguen pensando que el problema fundamental de la transmisión de la fe es el de cuidar los contenidos íntegros de la fe para evitar la incoherencia entre creencias y

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