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La Biblia en su cultura
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¿Por qué el Dios de la Biblia -especialmente el del Antiguo Testamento- resulta tan violento y cruel? ¿Qué significan los pies de los serafines que aparecen en la escena de la vocación del profeta Isaías (Is 6) y, sobre todo, por qué los ocultan tan delicadamente a la curiosidad del lector u oyente?¿Por qué, según la literalidad del evangelio, debemos odiar a nuestro padre y a nuestra madre para ser discípulos de Jesús, aunque de esta manera infrinjamos el cuarto mandamiento del Decálogo, que manda justamente honrar a los padres? Estas son algunas de las preguntas a las que se trata de dar respuesta en esta obra. Las explicaciones que se ofrecen pretenden poner sobre la pista de la "encarnación" como criterio decisivo para valorar cabalmente los textos bíblicos.
Una aproximación a la biblia desde los contextos culturales en las que está escrita, a cargo de un especialista que trabaja esta materia pie de obra, como formador en numerosos cursos.
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La Biblia en su cultura - Pedro Barrado Fernández
LA BIBLIA
EN SU CULTURA
Pedro Barrado Fernández
Prólogo de Jesús García Recio
A los que habitan el Silencio,
vivos en el Amor.
PRÓLOGO
El autor se sincera en la página introductoria, haciéndonos a los lectores partícipes de la gestación del libro. Resulta que, de un buen número de notas de clase ha nacido la obra, por una exigencia previa que él define como la «necesidad» de hacer comprensibles a su auditorio páginas bíblicas que parecían herméticas. Y para ello ha echado mano de la filología que aclara las palabras, de la historia que explica los acontecimientos pasados o de la historia de las religiones que ayuda a comprender la experiencia de Dios.
La Biblia nos llega como texto escrito o declamado, nutrido de palabras y voces hebreas, arameas, griegas y latinas que es preciso leer y escuchar en lenguas que nos sean inteligibles, sobre todo en la materna. De ahí la necesidad de gramática, diccionario, crítica del texto, traducción, interpretación y buen uso de la metodología literaria para entender los pasajes que se lean o escuchen.
La Biblia se asienta sobre la roca firme de la historia de su tiempo, que es preciso conocer. La enmarca un cuadro geográfico a la vista de los ojos que tenga de frente el mapa del Oriente bíblico, que abarca la llanura mesopotámica a levante, Canaán y Anatolia en el centro, y, a occidente, el valle del Nilo, con las regiones griegas y romanas. A la geografía se suma la arqueología. Las excavaciones de los últimos dos siglos nos cercioran de la existencia de ciudades bíblicas: Ur, Babilona, Menfis, Hebrón, Antioquía, Tarso. La historia, por su parte, es testigo de gestas de los imperios babilonio, asirio, egipcio, persa o romano que cita el Antiguo y el Nuevo Testamento.
La Biblia narra una experiencia de Dios singularísima, a la que hay que prestar mucha atención. Sorprendentemente, él nació en Belén, acunado por la tradición religiosa judía, que aguardaba al Salvador. Pero sus señas de identidad no se reducen al judaísmo. El libro de familia del comienzo del evangelio de Mateo lo presenta como «hijo» de Abrahán, antes de decirle «hijo» de David. Y el repaso del Antiguo Testamento, que allanó su llegada, nos lleva, tras los pasos de Abrahán y Moisés, a las tradiciones religiosas de Mesopotamia y de Egipto, donde hunde sus orígenes la tradición religiosa del Viejo Testamento. Abrahán de Mesopotamia había sido llamado a fundar un pueblo. Y Moisés de Egipto fue escogido para llevar al pueblo a una tierra. Desde Mesopotamia y Egipto, a la vista de su experiencia de Dios, en compañía de Abrahán y de Moisés, cabe responder a la vieja y siempre actual pregunta sobre la encarnación de Dios, cur Deus homo?, ¿por qué Dios se hizo hombre?: se hizo hombre por obediencia a las oraciones y ritos de los pueblos de Abrahán y de Moisés, que pedían su nacimiento de vientre materno.
Filología, historia e historia de las religiones para encarnar al Niño de Belén. Pedro da buena cuenta de todo ello. Diestro en la filología, para desentrañar términos o versos oscuros, y buen conocedor de la historia del Oriente bíblico y de los textos de sus tradiciones religiosas, que tan oportunamente cita, ha logrado su propósito de ayudarnos a «encarnar» la Biblia en su cultura.
JESÚS GARCÍA RECIO
Director del Instituto Bíblico y Oriental
León
INTRODUCCIÓN
Se podría decir que este libro nace de la necesidad. La necesidad de tener que explicar en las clases de Biblia qué significan, por ejemplo, los pies de los serafines que aparecen en la escena de la vocación del profeta Isaías, y que tan delicadamente ocultan a la curiosidad del lector u oyente. O por qué el Dios de la Biblia –especialmente el del Antiguo Testamento– resulta tan violento y cruel. O por qué debemos odiar a nuestro padre y a nuestra madre para ser discípulos de Jesús (aunque de esta manera violemos el cuarto mandamiento del Decálogo, que manda justamente honrar a los padres).
Las cuestiones y los ejemplos que van a aparecer en esta obra son solo algunos de los muchos que se podrían aducir. Unas veces se tratará de asuntos cuyo interés es casi anecdótico; otras, sin embargo, los temas resultarán relativamente importantes para la comprensión de la fe, puesto que ofrecen interpretaciones distintas a las acostumbradas, aquellas que han dado lugar a determinadas homilías o predicaciones, espiritualidades y teologías que muchas veces han marcado profundamente nuestra vida o nuestra visión de la fe.
En las páginas que siguen se encontrarán algunos casos en los que seremos testigos de cómo los textos bíblicos presentan semejanzas extraordinarias con elementos de otras culturas y religiones vecinas. Elementos variados, de carácter literario, social, cultural, político… Naturalmente, estamos empleando un concepto amplio de cultura, como el que refleja la tercera acepción del Diccionario de la Real Academia Española: «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.». En todo caso, si se traen a colación aquí todos esos elementos no es para transmitir la idea de que existe una dependencia directa de unas culturas sobre otras o de unos textos sobre otros –cosa la mayor parte de las veces muy difícil de demostrar–, sino más bien de que en ambos casos nos encontramos con concepciones semejantes porque unas y otras están inscritas en una cultura, si no común, al menos sí que comparte muchos de sus elementos e ideas.
En el fondo, la pretensión es colaborar en poner de relieve un elemento esencial de la fe cristiana: la encarnación. Ya el papa Pío XII, en la encíclica Divino afflante Spiritu (1943), comparaba –o al menos ponía en relación– la encarnación del Verbo en Jesucristo con la encarnación de la Palabra de Dios en la Biblia: «Porque así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas, excepto el pecado (Heb 4,15), así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error» (n. 24). Así pues, se podría decir que el objetivo de este libro es ayudar a «encarnar» la Biblia en su cultura (de ahí su título: La Biblia en su cultura). Naturalmente, hecho de forma modesta, sin pretensiones y abierto a todos los públicos, casi como las películas infantiles.
La mayor parte de las cuestiones –por no decir todas– que se abordan en las siguientes páginas han hecho acto de presencia en un momento u otro en las clases que desde hace años tengo la suerte de disfrutar sobre todo en la Escuela Juan XXIII de Hermandades del Trabajo de Madrid y en la Parroquia de San Dámaso de la capital, cuyo querido párroco –Juan Espinosa– ya nos precede en la casa del Padre. Vaya desde aquí mi agradecimiento a todas las personas que han participado y participan en esas clases –y por supuesto a las que las han propiciado–, porque me han ayudado más de lo que imaginan a escribir este libro, haciendo verdad, de paso, el dicho atribuido a Cicerón: «Si quieres aprender, enseña». Algunos de los textos que aparecen aquí vieron la luz originalmente en el suplemento «A hombros de trabajadores» del periódico MAS, que editan las Hermandades del Trabajo de Madrid. En todo caso han sido revisados y –en algún caso– modificados de cara a esta publicación.
1
UN TIEMPO VIOLENTO
Los desastres de la guerra
Una de las cuestiones que más llaman hoy la atención –y sin duda más escandalizan– es la de la violencia en la Biblia. En efecto, en la Escritura se pueden encontrar textos que denotan una violencia extrema, como este famoso versículo que algunos han calificado como el más repulsivo de toda la Biblia:
Dichoso el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca (Sal 137,9).
Es evidente que hoy no resulta aceptable asumir la violencia que expresa el versículo –de hecho, en la liturgia se omite su lectura, junto con la de los vv. 7 y 8 del mismo salmo–, pero también lo es que, para entenderlo cabalmente, debe ser leído en su contexto cultural y conforme a la mentalidad de aquellos que lo compusieron.
En cuanto al contexto cultural, en primer lugar hay que dejar constancia de la terrible «costumbre» de estrellar a los niños contra las piedras, como se puede comprobar en otros pasajes del texto bíblico. Así, el profeta Eliseo mantiene en Damasco la siguiente conversación con Jazael, que acabará convirtiéndose en rey de Siria:
Jazael le preguntó [a Eliseo]:
–¿Por qué llora mi señor?
Él respondió:
–Porque sé el mal que harás a los israelitas; incendiarás sus fortalezas, pasarás a cuchillo a sus jóvenes, estrellarás a sus niños de pecho y abrirás en canal a sus embarazadas.
Jazael le dijo:
–¿Cómo es posible que un pobre hombre como yo pueda llevar a cabo tan grandes hazañas? (2 Re 8,12-13).
A decir verdad, casi no se sabe qué es lo peor, si estrellar a los niños contra las piedras o calificar eso de «gran hazaña». En todo caso, otros tres textos bíblicos, todos ellos pertenecientes a libros proféticos, emplean la misma imagen, aplicada a distintas situaciones: Babilonia en el caso de Isaías, Samaría en el de Oseas y Tebas en el de Nahún:
Delante de ellos
estrellarán a sus hijos,
saquearán sus casas
y violarán a sus mujeres (Is 13,16).
Samaría tendrá su castigo,
por haberse rebelado
contra su Dios.
Serán pasados a filo de espada,
sus niños serán estrellados
y reventadas sus mujeres encinta (Os 14,1).
Con todo, también ella
fue hecha cautiva,
y tuvo que partir para el destierro;
también sus niños fueron estrellados
en las esquinas de todas las calles;
sus nobles fueron repartidos a suertes,
y todos sus grandes, encadenados (Nah 3,10).
Como se puede apreciar, estrellar a los niños contra las piedras parece una costumbre tristemente extendida por la región en que se compuso la Biblia (salvo que se trate de un topos literario, un lugar común en los relatos de conquista; en todo caso, ese lugar común sin duda habría tenido que nutrirse desgraciadamente de la realidad). Y no solo la de estrellar a los niños o abrir en canal a las mujeres embarazadas, sino otras prácticas que asimismo entrarían de lleno en el campo del sadismo.
Crueldad y poder
Así es como un rey asirio llamado Asurnasirpal (883-859 a. C.), probablemente uno de los más sanguinarios del Imperio asirio, describe en sus anales las atrocidades cometidas contra los habitantes de una ciudad –Suru– que se había rebelado contra su dominio:
Construí un pilar ante la puerta de la ciudad y desollé a los jefes que se habían rebelado contra mí, colgando su piel sobre el pilar. A algunos de ellos los sepulté en el pilar, a otros los empalé sobre las estacas encima
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