Voluntarios en prisión
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Después de tantos años de experiencia, estos dos autores, voluntarios, nos ofrecen un completo manual del voluntariado en el ámbito de las prisiones, escrito con lucidez y autocrítica. No defraudará a quien se acerque.
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Voluntarios en prisión - Cristóbal Sánchez Blesa
CRISTÓBAL SÁNCHEZ BLESA
XAVIER CAÑO TAMAYO
VOLUNTARIOS EN PRISIÓN
CIUDADANÍA EN LA SOMBRA
A los caballeros andantes no les atañe averiguar si los encadenados y opresos que se encuentran por los caminos están en aquella angustia por sus culpas o por sus gracias; solo les toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
PRÓLOGO
AULAS DE CULTURA EN LAS CÁRCELES
Un alumno telefoneó a un profesor cuando lo iban a ingresar en la prisión de Segovia. «¡No me falle!», susurró al teléfono, y el profesor no solo no le falló, sino que comenzó a llevar a otros profesores y alumnos universitarios como acompañantes. Esto sucedió hace más de veinticinco años. Después, el resto de reclusos que seguían la Universidad a Distancia pidieron que los dejaran participar. Así se hizo. Se plantearon torneos deportivos entre los internos y los voluntarios sociales, reforzados por sus compañeros de clase.
El ambiente era alegre y distendido, se llamaban por sus nombres y se miraban en los ojos. Ya no les aterraba ni avergonzaba salir a la calle con permisos de fin de semana, sabían que nadie los iba a mirar como a extraños. Cierto que hubo dificultades, pero nada grande se hace realidad sin sacrificio. Las grandes conquistas sociales se hicieron realidad porque alguien las soñó primero.
Pero les sucedía a personas ya reconciliadas consigo mismas y muchas veces con sus familias y hasta con la sociedad en la que habían delinquido. «El que la hace, si lo pillan, la paga», reza uno de sus aforismos. En las cárceles existen códigos de honor que conviene conocer, si queremos ser consecuentes. Pero una cosa es cumplir una condena y otra muy distinta añadir penas innecesarias en las condiciones de su cumplimiento.
De esta forma, la sociedad civil se fue implicando cada vez más al transformar a funcionarios e instituciones. Los prejuicios son enormes. «Cuando están ahí es porque algo han hecho», decían y aún dicen algunos. No comprendían ese «derroche» de medios y de calidades humanas con quienes purgaban delitos y hasta serios crímenes.
En octubre de 2003, el rector de la Universidad Complutense de Madrid inauguró el Aula de Cultura en el Centro Penitenciario de Soto del Real, que funcionaba desde hacía décadas.
El Prof. Berzosa ha estado al frente de una de las más antiguas universidades del mundo, siete veces centenaria, con cerca de cien mil alumnos y más de veinte mil profesores, con treinta Facultades y Escuelas universitarias y sesenta y cinco titulaciones, que está en la vanguardia de la investigación y destaca por la calidad de su enseñanza y por su prestigio internacional. Con todo eso, y a pesar de contar con más de treinta colegios mayores y residencias universitarias que acogen a centenares de alumnos, el rector empleó la mañana del primer sábado de octubre en inaugurar el curso en una prisión cercana a Madrid. En un módulo en el que vivían unos cien reclusos con estudios universitarios o preparándose para ingresar en la universidad en la convocatoria para mayores de veinticinco años.
Entre esos reclusos había no pocos extranjeros, sobre todo latinoamericanos, que encontraban en esta situación extraña en sus vidas la posibilidad de estudiar, formarse mejor y participar en actividades académicas y artísticas de rango no inferior al que podrían encontrar en un colegio mayor universitario.
Muchos de ellos salieron con una titulación y pudieron decir a sus familias que habían estado unos años en Europa «ampliando estudios» sin faltar del todo a la verdad.
Ese es el camino de la rehabilitación personal, de la reflexión con altura y con las debidas asistencias, para poder reinsertarse en una sociedad renovada porque ellos salen transformados. Al fin y al cabo, si el tiempo no existe, sino que lo vamos haciendo, el espacio se define por sus contenidos. De ahí que, al transformarnos nosotros, hacemos nuevas todas las cosas, los ambientes y nuestras relaciones humanas.
Esas Aulas de Cultura fueron creadas hace más de dos décadas por una asociación de voluntarios universitarios que comenzaron por ir a atender a un estudiante que ingresó en prisión, y se quedaron comprometidos para siempre. Desde entonces funcionan en varias ciudades de España.
Se trata de transformar el ambiente carcelario durante la mañana del sábado. Profesores universitarios, artistas, directores de cine, novelistas de fama, presentadores de televisión, periodistas o investigadores desfilan cada semana por el aula habilitada en las dependencias de la prisión. Y así durante once meses al año, dos más que en cualquier curso académico. Hasta el punto de que en ningún colegio mayor universitario pueden presentar al final del curso un plantel semejante de conferenciantes.
Han pasado los años, y ver al rector de la universidad más prestigiosa de España inaugurando un curso semejante nos llenaba de satisfacción. Cuando los rectores de las universidades comparten su tiempo y su sabiduría en las cárceles es que algo se está transformando y anima a muchos a perseverar en la transformación de esta sociedad en otro mundo más solidario, más justo y más humano. Con la satisfacción de quienes alcanzaron los objetivos propuestos, porque pocos placeres son tan fuertes como ver avanzar las causas que parecen imposibles.
JOSÉ CARLOS GARCÍA FAJARDO,
PROFESOR EMÉRITO DE LA UCM,
FUNDADOR DE «SOLIDARIOS PARA EL DESARROLLO»
PRESENTACIÓN
Para tratar con soltura de la cárcel, antes hay que hablar de la sociedad. No es posible elaborar una teoría coherente de víctimas y verdugos sin tener en cuenta a los miles de damnificados que la ferocidad social produce en forma de excluidos. Nuestro posicionamiento, crítico a lo largo de estas páginas, instiga asimismo al sistema de justicia, ya que mucho atropello que vemos en prisión es deyección de los juzgados. Es un debate complejo, pero inevitable, que no excluye de responsabilidad sobre sus actos a ningún interno ni sobre la posibilidad de regenerar su futuro.
Hemos conocido las cárceles españolas a lo largo de veinticinco años y reconocemos el enorme progreso experimentado en su planta física y en su administración. Hoy las cárceles no son aquellas galerías gélidas y mohosas o sofocantes y llenas de hombres desocupados, chutándose y muriendo de asco. Ni los funcionarios ahora son aquellos personajes siniestros que procuraban dificultar la entrada de un terrícola en su pequeño mundo. Las leyes, sin embargo, la Constitución y la Ley General Penitenciaria, son las mismas, vigentes como el primer día.
Nos alegramos de las mejoras, las bendecimos, creemos por fin haber dejado atrás el siglo XIX, miramos asombrados avances enormes como el Consejo Social Penitenciario o los módulos de respeto. Pero no olvidamos que las cárceles están hoy más llenas que nunca, ni que existe un hueco enorme entre la formidable teoría penitenciaria y una deficiente aplicación. Ni que muchas personas siguen viéndolas como instrumento de venganza.
La primera redacción de este libro se llevó a cabo hace seis años, y era mucho más incisiva en la crítica. Afortunadamente la hemos tenido que matizar, porque no ha pasado en balde este último lustro, pero aún falta mucho para estar conformes con lo que vemos. Hemos elegido una estructura en la que se antepone lo funcional, aquello que pensamos que necesita el voluntario para introducirse en la prisión con herramientas adecuadas, para acabar en una reflexión sobre el origen y la filosofía de los últimos siglos de discurso y vivencia penitenciarios. De esta manera, acorde con nuestra formación como periodistas, avanzamos de lo concreto a lo abstracto, desde el qué al por qué.
La cárcel nos ha enseñado a no distraernos con lo circunstancial. La persona es la esencia, y a ella nos dirigimos, por más que sus adjetivos sean tan relevantes como «preso» o «delincuente». Hemos elegido un camino de gente corriente, como es el voluntariado, para acercarnos a una realidad estigmatizada. Dejamos la épica para titanes o bandoleros. Queremos ofrecer nuestra experiencia a otros voluntarios que quieran acercarse a la cárcel pertrechados con los útiles que nosotros hubiéramos deseado cuando empezamos.
Nuestro agradecimiento a los profesionales que nos han facilitado el trabajo, a nuestros compañeros voluntarios por su apoyo, a José C. García Fajardo por abrirnos el camino y, sobre todo, un agradecimiento enorme a los internos, que nos han dado su afecto, nos han ilustrado y nos han ayudado a ser más humanos.
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VOLUNTARIADO Y CÁRCEL,
EXTRAÑA PAREJA
El complejo de normas que regulan el sistema penitenciario español es, sin duda, uno de los más avanzados, garantistas y humanos que podemos encontrar. Basta una lectura rápida a textos como la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria, o al Reglamento penitenciario que la amplía y concreta los detalles, o a normas más o menos formales como el Código deontológico de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, para comprobar la bondad de los fines de la institución. Muy clarificador es, asimismo, revisar los capítulos en que se divide el contenido de la web de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, donde encontramos precisa y abundante información sobre todo lo relacionado con el hecho penitenciario. Las palabras contenidas en la web lograrán tranquilizar en buena medida a familiares y amigos de los internos, así como a cualquier ciudadano preocupado por los derechos humanos. Servirán de modelo a juristas y expertos penitenciarios en otras partes del mundo, aportarán datos y criterios útiles para personal como los voluntarios y, sobre todo, son un fiel reflejo de lo que apunta el capítulo 25, artículo 2, de la Constitución española: «Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social». Es de agradecer el esfuerzo de transparencia informativa, máxime cuando los datos sobre las cárceles han estado siempre bajo el celemín.
Dicho esto, no podemos engañarnos y pensar que lo que dice toda esa literatura y otra responde a la realidad completa; ya nos parece bien que sirva de tendencia y de orientación, y que sirva para mejorar paulatinamente lo más retrógrado del sistema penitenciario. Nadie puede engañarse pensando que ese sistema descrito es el real y cotidiano, y nada más. Por el contrario, las carencias materiales y de personal condicionan muchas estrategias, los abusos de poder e incluso de derechos humanos son más frecuentes de lo deseado, la opacidad doméstica de las cárceles crea dudas al propio sistema, la seguridad condiciona siempre el tratamiento y la reinserción, los sucesivos endurecimientos del Código penal –piedra política filosofal para la eliminación de la delincuencia– y otros factores han dado como fruto unas cárceles superpobladas. La lentitud y las deficiencias en el sistema de justicia se manifiestan de manera directa en la vida de los presos, hasta el punto de poder afirmar que gran parte de las perversiones y extravagancias penitenciarias tienen una procedencia inmediata en los juzgados y en las leyes… En resumen, hay mucho que mejorar en nuestras cárceles para que la privación de libertad, sustancia punitiva, sea una plataforma para la regeneración de nuevos ciudadanos. Modestamente, muy modestamente, los voluntarios quieren contribuir a ese progreso por la vía de la humanización.
1. El voluntario y la institución
La buena relación del voluntario con los profesionales del establecimiento penitenciario no solo es esencial, además de inevitable para el buen desempeño de un proyecto. No mantener una relación de respeto y de colaboración se convierte enseguida en un perjuicio para el interno. Esto depende en buena medida del voluntario, pero también –y mucho– de la propia institución y de sus profesionales. A pesar de las mejoras indudables, todavía no existen unos canales de comunicación tan fluidos como debieran darse. A lo largo de estas páginas hablaremos de la relación entre el voluntario y los profesionales desde distintas facetas. La mayoría de los problemas, de los malentendidos o de las oportunidades baldías pasan por una falta de comunicación y trato entre unos y otros.
Durante muchos años, la institución penitenciaria ha visto con recelo el hecho de que personas externas entren en la cárcel. Al menos no se puede decir que lo hayan facilitado, a juzgar por las mil trabas diarias que han surgido tradicionalmente. Muchos, durante mucho tiempo, han pensado que el personal de fuera mira con ojos de espía su trabajo, considerándolos a ellos más carceleros que funcionarios públicos cumpliendo una labor de Estado al servicio de la ley. Han transcurrido los años y, si somos objetivos, el movimiento voluntario no ha creado tanta confusión ni problemas como algunos temían. De hecho se ha convertido en un cooperador positivo para las actividades del centro, las ha aumentado, las ha completado y las ha mejorado en la mayoría de los casos. Y también siendo objetivos, el cuerpo de funcionarios ha evolucionado en su conjunto, siendo mucho más permeable al exterior, más favorecedor, más amistoso. Los voluntarios, por su parte, a base de formación y tropezones, hemos ido perdiendo la apariencia y la mentalidad naïf que tan poco ayuda a un trabajo serio y determinado.
Acaso el cuerpo de funcionarios de prisiones acarrea como gremio la inercia vergonzante de ser descendientes de carceleros y verdugos, esbirros de esa mazmorra social en la que se esconde la ejecución del castigo, último eslabón del proceso de justicia penal. De hecho, pensamos que la mayoría de los errores de fundamento que se manifiestan en el entorno penitenciario proceden en realidad de la propia sociedad, abierta y democrática para unas cosas y despiadada para otras, y de su Administración de justicia, llena de demoras y arbitrariedades.
Es significativo que la cárcel, tanto en España como en otros países, esté inserta en el marco administrativo del Ministerio del Interior y no en el de Justicia (cierto que la conexión es máxima). El castigo, aún formando parte del sistema judicial, pasa a otras manos en el momento de la aprehensión y, más aún, en el de la sentencia condenatoria. El gozne esencial entre esos dos ámbitos, no obstante, lo constituyen los jueces, en especial los de vigilancia penitenciaria, de quienes hablaremos más adelante.
El encargado de la cárcel, a lo largo de años, decenios y siglos, y más procediendo de una tradición secular de autoritarismo, como vivimos en este país, se sumerge en el cieno de la cloaca, aunque sea para limpiar; es el encargado último de la higiene, aquel que actúa de la manera más fría en la custodia del criminal y, en el imaginario colectivo, de alguna manera, se crea un cierto trasvase de rasgos de personalidad y de conductas entre las personas que viven bajo un mismo techo. El carcelero y el criminal están ambos a un lado diferente de una misma reja, que es tanto como decir a un margen y otro de la misma realidad.
Lo cierto es que nuestros funcionarios hoy son técnicos de la función pública, con estudios superiores en muchos casos o con una buena formación defendida en oposición pública; son trabajadores cualificados con una carga de responsabilidad importante sobre su puesto de trabajo. Sin embargo, el lastre de la historia penal universal es muy pesado y, desde luego, aún no asistimos a manifestaciones públicas de orgullo por parte de los miembros de este colectivo. Un director general de Instituciones Penitenciarias, en una ocasión, contaba a modo de broma que se alegró mucho cuando nombraron al primer director general de Inmigración, porque ya había alguien por debajo de él en la cadena trófica a quien poder sacudir públicamente más que a él. Exageraba, pero es cierto que cualquier pequeño ruido se amplifica y crea pánico enseguida, y por eso es mejor intentar guardar silencio en todo lo que toque a la cárcel. El método de la prudencia y el pasar inadvertidos, por no hablar de los secretos de la seguridad, a veces choca con la transparencia democrática.
En la última década se ha hecho mucho por integrar al voluntario como parte del centro penitenciario. No obstante, aún no podemos decir que disfrute del reconocimiento de pleno derecho ni que su trabajo forme parte esencial en los planes de la cárcel. Pocas veces son consultados respecto a las mejoras de los internos por parte de la Junta de Tratamiento u otros órganos. Poco se cuenta con ellos, ni muchas veces se les comunican formalmente decisiones que influyen directa o indirectamente en su trabajo. Se tienen que enterar por el propio desarrollo de su actividad de muchos de los cambios en la administración del centro o en el régimen disciplinario. Es cierto que, formalmente, los voluntarios participan en ámbitos tan importantes como el Consejo Social Penitenciario y en su equivalente local en cada cárcel, pero, a la hora de la verdad, son muchas las veces que se les ignora o se les ningunea, incluso en decisiones que les van a afectar de lleno. También es cierto que, en la mayoría de las ocasiones, se trata más de descoordinación que de mala voluntad. No es difícil llegar un fin de semana a una actividad ordinaria y descubrir con perplejidad que el módulo al que vas tiene jornada familiar, o actividad especial de la escuela, o cualquier otro evento que impide o dificulta la tarea, y nadie te ha dicho nada. El voluntario competente posee el orgullo de trabajar con una profesionalidad desinteresada y se puede ver menospreciado con la misma intensidad que cualquier otro buen trabajador.
No proponemos que el voluntariado sea absorbido por la cárcel como parte de la plantilla, aunque sin honorarios. Esto sería insano y viciaría su necesaria independencia a la hora de ejercer su función como ciudadanos de a pie. Lo que proponemos es un equilibrio, unas formas de coordinación sistematizadas, un mayor contacto entre las organizaciones y de estas con el propio centro penitenciario, coordinado todo por el personal de tratamiento. De la mejor coordinación saldrían ideas, se multiplicaría la actividad, se llegarían a concretar métodos de trabajo más eficaces y las posibilidades de derivación de internos hacia unas y otras actividades serían más ricas.
El cuerpo de funcionarios de prisiones posee un marcado espíritu gremialista que se aglutina en buena medida en torno a los sindicatos, quizá más agudizado por ese confinamiento en un centro cerrado y alejado como son sus lugares de trabajo. Entendemos que es un grupo profesional que ha sufrido problemas de inseguridad y que se ve amenazado cada cierto tiempo por grupos criminales o en el día a día por pequeños disturbios no habituales en otras ramas. Sin embargo, leyendo entre líneas los mensajes relacionados con la seguridad, con una mirada ajena, los mensajes de los tablones de anuncios o los aparecidos en medios de comunicación, en tantas ocasiones se exageran los extremos relativos al desorden y la indisciplina para conseguir otros beneficios exclusivamente laborales o para oponerse a medidas que puedan complicar su tarea.
Los argumentos de seguridad presiden la vida en prisión y, por