Melodía nocturna
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Kate estaba intentando curar las heridas de su alma y no se fiaba de las emociones que el atractivo O'Hara despertaba en ella. Por instinto, protegía su corazón. Pero nada la había preparado para la pasión arrebatadora que encontraría en los poderosos brazos de aquel hombre.
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Melodía nocturna - Bj James
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Bj James
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Melodia nocturna, n.º 968 - enero 2020
Título original: Night Music
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1348-102-9
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prefacio
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
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Prefacio
En desesperada respuesta a las necesidades del país, Simon McKinzie, inflexible y consagrado líder de la Guardia Negra, había sido llamado por el presidente de los Estados Unidos para formar una división aún más secreta de su grupo clandestino. Después de recorrer el mundo en busca de hombres para esta unidad, había reunido a la élite, aquellos que poseían habilidades y cualificaciones fuera de la norma. Hombres y mujeres con talentos extraordinarios para responder a extraordinarias demandas. Eran, en la mayoría de los casos, hombres y mujeres que habían presenciado multitud de infiernos, almas torturadas que habían mirado de frente la destrucción, la desolación más absoluta y que habían salido de ella más fuertes, más seguros de sí mismos, más fríos.
Llamados oficialmente la Guardia Negra, para aquellos pocos que habían tenido la desgracia de verse obligados a solicitar sus servicios, eran conocidos como los elegidos de Simon… los centinelas de Simon.
Prólogo
Al amanecer, un viento helado silbaba sobre las montañas. Un leviatán sin forma, lanzando nieve con tal fuerza que helaba la piel sobre los huesos.
Una fuerza asesina.
La muerte, vestida de blanco.
Entre un montón de metales quemados y retorcidos, un hombre y una mujer se apretaban el uno contra el otro para darse calor. Ella era frágil. Su melena de brillante color castaño escapaba de un gorro de lana y caía sobre su cara mezclando hielo y fuego. Él era fuerte, fibroso, su piel oscurecida por el viento, su pelo, espeso y corto, tan negro como blanca era la nieve.
Abrazándola, ofreciéndola todo el calor del que era capaz, él le hablaba al oído. Sus labios se movían sobre los rizos brillantes, calentando una mejilla cerúlea con su aliento. Mientras la calmaba con promesas, un muro de nieve se levantaba a sus espaldas. El malicioso regalo de un monstruo, dándoles un mínimo de protección, mientras escondía la ennegrecida y destrozada avioneta, a su piloto y a su única pasajera.
Sin embargo, el muro ofrecía una sombra de esperanza contra la tormenta. Y la esperanza era tiempo. Tiempo para sobrevivir, quizá tiempo para morir.
Ella era una extraña en la montaña. Siempre se había quedado atrás cuando la avioneta despegaba, llena de montañeros que su marido guiaría a la cumbre, y no podía comprender la gravedad de la situación. Y, mientras él pudiera mantenerla en la ignorancia, lo haría. Se lo había prometido a sí mismo desde el principio. No como piloto, sino como amigo.
Durante tres días mantuvo su promesa. Y la mantendría hasta el final. Mientras hubiera una sombra de esperanza, ella se agarraría a su voluntad de sobrevivir.
–Estamos esperando un milagro, Jock –murmuró ella, mirándolo con ojos enfebrecidos.
Lo había llamado Jock. El error envió una corriente de pánico a su corazón. Estaba alucinando, deteriorándose más de lo que el hombre había esperado.
–Calla –susurró, acariciando la mejilla femenina con una mano helada–. Hablaremos cuando se calme la tormenta.
Como si no lo hubiera oído, ella tomó su mano y la observó.
–¿Estás herido?
–La quemaduras se curarán.
–¿Quemaduras? ¿Cómo? –musitó la mujer, haciendo un esfuerzo.
–He tocado algo caliente –contestó él.
La mujer rio débilmente. Una caricatura del sonido que alegraba la vida de todos los que la conocían.
–Mi Jock nunca tiene miedo –susurró, acariciando su cara con dedos rígidos, congelados–. Nunca… –cada palabra era un esfuerzo sobrehumano, como si el aire no llegara a sus pulmones. En ese momento perdió el punto de concentración y sus ojos casi desaparecieron dentro de las cuencas.
–¡Joy, sigue hablando! –exclamó él, aplastando los labios contra la mejilla femenina, como habría hecho Jock, su marido–. Háblame, Joy.
–Nunca… nunca aprenderás, Jock –la voz parecía llegar desde muy lejos.
–No, cariño –murmuró él. No era Jock. Era Devlin O’Hara. Pero, para salvar su vida, sería la persona que ella quisiera–. Por eso te necesito –añadió. Ella asintió débilmente–. ¿Joy?
Joy intentó sonreír, como hacía siempre. Hasta en los peores momentos.
–Sigo aquí –su voz era un murmullo inaudible y temblaba como si no tuviera fuerzas para murmurar una sílaba más. Pero cuando levantó la mirada, en sus ojos había luz, la luz de un alma dulce y un corazón generoso–. No podía esperar que bajaras de la montaña. No podía esperar más para contártelo.
–¿Qué era tan importante, Joy? –preguntó el hombre. Como si también estuviera esperando la respuesta, el viento se calmó. El silencio, tan profundo como alta la montaña, era atronador. Envolviéndola en la tela que había conseguido rescatar de la avioneta en en llamas, Devlin la apretó contra su pecho y esperó. Mucho tiempo después, cuando creía que ella había olvidado la pregunta, con una voz que era un suspiro, Joy le contó la historia–. Yo no sabía nada…
Ella puso la palma de su mano sobre los labios masculinos.
–Sé que lo prometí, pero el médico me ha dicho que el riesgo no es tan grande…
Su voz recuperaba fuerza y Devlin, en profundo silencio, escuchó las razones por las que ella se había arriesgado a hacer aquel viaje.
Cuando terminó su relato, la abrazó con fuerza hasta que se quedó dormida. Después, él durmió también.
Cuando se despertó, tocó el cuello de la mujer para buscar el pulso. Los latidos de su corazón eran muy lentos, pero que siguiera latiendo era lo único importante.
La luz que atravesaba el muro de nieve era más brillante y Devlin decidió que era el momento. No quería dejarla sola, pero sabía que tenía que hacerlo. La cubrió con la tela antes de salir de entre las ruinas de la avioneta y se paró un momento para orientarse en aquel desierto helado antes de poner su plan en acción.
Más tarde, agotado más allá de lo que cualquier hombre hubiera podido soportar, con el sudor del esfuerzo helándose bajo su ropa, volvió a duras penas al refugio. Volvió junto a Joy.
Ella no se despertó y pronto él quedó también en silencio, en un sueño que era muy parecido a la muerte.
No se despertó cuando el helicóptero de rescate pasó sobre ellos. Ni cuando volvió a pasar tan bajo que con sus palas borró el mensaje que Devlin había escrito en la nieve. No se despertó cuando el equipo de rescate llegó al refugio.
–¡Hay supervivientes! –gritó un hombre.
Solo lo despertó una voz conocida y una mano sujetando su brazo. Pero no podía ver, sus ojos estaban quemados por la nieve.
–¿Jock?
–Soy yo, Devlin.
–He intentado darle calor, Jock.
–Lo sé –dijo el hombre. Nadie del equipo, ni siquiera Jock Bohannon, podía creer que aquel hombre hubiera resistido durante tantos días. Y era increíble que, en su estado, hubiera podido escribir un mensaje en la nieve–. Tenemos que sacaros de aquí.
Devlin se abrazó a Joy, su mente ofuscada por un solo objetivo.
–Tengo que cuidar de ella.
–Ya lo has hecho, amigo.
–¿Jock? –murmuró Devlin entonces, recordando–. Lo siento. Yo no sabía lo de su corazón.