Discursos I
Por Elio Aristides
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Durante el siglo II d.C., en el territorio griego sometido al Imperio Romano, se vivió la época denominada Segunda Sofística, un renacimiento cultural en que la retórica se fijó en los modelos clásicos y los grandes prosistas prescindieron de sus inmediatos predecesores helenísticos para copiar y comentar a los autores del período áureo ateniense.
En este contexto se destacó el sofista y retórico Elio Arístides (117-189 d.C.), que gozó de enorme fama en la Antigüedad: como himnógrafo, diarista, panegirista, consejero y declamador, es una figura clave en la transmisión del helenismo. Tras cursar estudios en Atenas y Pérgamo, viajó a Egipto, Cícico y Roma, en una serie de viajes que le aportó una visión general del hombre y sus sociedades. Vivió muchos años en la costa jonia –Esmirna, Pérgamo, Éfeso–, ejerciendo como conferenciante y maestro. Enfermo, tal vez hipocondríaco supersticioso, fue a Pérgamo para pedir curación al dios Asclepio, y en esta ciudad permaneció diez años a la espera de un remedio que, a su parecer, se le fue revelando en una serie de sueños. Mientras aguardaba estableció relación con varios personajes eminentes del Imperio Romano que también acudían a Pérgamo y a Asclepio: Marco Aurelio, por ejemplo, quien para complacerle reconstruyó Esmirna después de un terremoto.
Entre los temas recurrentes y predilectos de sus discursos figuran los piadosos, reflejo de su intensa vida espiritual (que algunos calificaron de superstición), con una serie de himnos en prosa a dioses y diosas, la alabanza de la armonía cívica, la historia clásica y los panegíricos de ciudades, dentro de la tradición encomiástica.
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Discursos I - Elio Aristides
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 106
Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL.
Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por JUAN GIL.
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1987.
En la Introducción general, la parte I es de Fernando Gascó; las partes II, III y IV son de Antonio Ramírez de Verger.
Las traducciones, con sus introducciones y notas, han sido llevadas a cabo por: F. Gascó (Panatenaico) y A. Ramírez de Verger (Contra Platón: en defensa de la Retórica).
REF. GEBO219
ISBN 9788424931339.
INTRODUCCIÓN GENERAL
I. LA VIDA
Las fuentes
La información para documentar la vida de Publio Elio Aristides Teodoro¹ nos ha llegado por distintos medios. Sin duda los datos más abundantes y fiables, a pesar de sus peculiaridades, proceden de sus Discursos Sagrados, una obra elaborada como acción de gracias al dios Asclepio por la ayuda que le había otorgado en el pasado. Se trata de una serie de escritos que, aun sin tener una inicial pretensión autobiográfica incluyen, aunque de forma un tanto errática, el conjunto de noticias más interesantes sobre la vida de Elio Aristides².
La relevancia literaria y social que alcanzó Aristides explica la atención que en autores posteriores mereció su obra y personalidad³. Cronológicamente la primera biografía que se nos ha conservado fue compuesta por Filóstrato (primera mitad del siglo III) e incluida en sus Vidas de los Sofistas⁴. Contamos además con unos Prolegomena a Aristides que contienen una biografía fruto de agregados de diversas épocas (desde el siglo IV al IX) y que en su núcleo más digno de crédito procede de Sópatro (siglo IV)⁵. La Suda también dedicó uno de sus artículos, conjunción de dos biografías distintas, a Elio Aristides⁶.
Merecen igualmente ser destacadas, como indicaciones que permiten fijar la cronología de algunas de sus obras y actividades, las subscriptiones que aparecen en algunos manuscritos⁷.
Por fin, contamos con una serie de epígrafes que, además de reiterar distintos aspectos ya conocidos de la vida de Elio Aristides, en especial su religiosidad, han permitido determinar con mayor exactitud, al menos, por medio de alguno de ellos, el lugar en donde tenía sus propiedades⁸. La brillante reconstrucción realizada por Herzog de un epígrafe del Asclepieon de Pérgamo, en donde se recogen un conjunto de avatares presuntamente de la vida de Elio Aristides, ha sido puesta en duda por Behr⁹.
Infancia y formación
Elio Aristides nació en la región de Misia Oriental, probablemente en Hadriani¹⁰, una de las tres ciudades, junto con Hadrianutherae y Hadrianea, que deben su existencia y nombre al emperador Adriano que visitó esta zona en el año 123 y se interesó en promover en ella un desarrollo urbano a partir de comunidades con un ordenamiento tribal previo¹¹ —en su encomio a Roma elogiará precisamente esta actividad urbanizadora (XXVI 93 s. K)—. Gracias a una serie de horóscopos, que él mismo nos ofrece, se puede fijar la fecha de su nacimiento el 26 de noviembre del 117¹². Su padre se llamaba Eudemón y algunas fuentes dicen que fue sacerdote de Zeus y filósofo¹³. Por la muy escasa mención que de él hace Aristides, limitada a una sola referencia marginal (XLVIII 40 K), se puede deducir el pequeño espacio que ocupó en los afectos del sofista. Sin embargo, hay dos factores que constituyeron un importante fundamento para su desarrollo ulterior y que sin duda Elio Aristides debe a su padre: los recursos económicos con los que se financió su excelente educación y la ciudadanía de Esmirna. Aristides se vinculó con dicha ciudad desde su nacimiento, concediéndole prerrogativas superiores a las que concedía a la ciudad de Misia de donde procedía (L 73 K). Éste es un aspecto importante en la biografía de Elio Aristides, al que incluso algunos autores desde época bizantina le llaman «esmirneo»¹⁴, ya que una buena parte de su vida y obra aparecerá asociada a esta populosa, próspera y culta ciudad que ofrecía uno de los mejores marcos, entre los posibles, para la actividad de un sofista¹⁵.
La primera educación del futuro sofista fue encomendada a unos ayos (tropheis), quienes tuvieron un papel importante en la vida de Elio Aristides¹⁶. Fue precisamente uno de ellos, Epágato, quien le inició en la idea, por otra parte generalmente aceptada, de que los sueños eran un medio por el que los dioses se comunicaban con los hombres (L 54 K). Pero también después estos hombres y mujeres le siguieron acompañando a lo largo de su vida como amigos y colaboradores. Zósimo, el más importante de todos, estuvo con Elio Aristides en momentos decisivos de su evolución espiritual: le acompañó en el Asclepieo, contribuyó con sus propios sueños a orientarle y fue el hombre de confianza a quien Aristides recurrió en momentos de dificultad¹⁷. Incluso los nietos de estos ayos cumplieron una «importante función», pues Aristides pensó que su vida fue preservada en dos ocasiones a cambio de que la perdieran dos de ellos¹⁸.
En torno a los quince años marchó a estudiar con el gramático Alejandro de Cotieo. Con este personaje, que llegó a ser maestro de Marco Aurelio y de cuyas obras poseemos algunos títulos, adquirió Aristides su buen conocimiento de Platón y los líricos¹⁹. Esta formación hubo de completarla Aristides asistiendo a las conferencias y lecciones de los grandes sofistas de la época. Filóstrato menciona a Aristocles en Pérgamo²⁰ y la Suda a Polemón en Esmirna²¹. A ello se sumó una estancia en Atenas, que conservaba su prestigio de gran centro intelectual y en donde entonces vivía y enseñaba Herodes Ático, a quien la tradición también hace maestro de Elio Aristides²².
Una vez de vuelta en Esmirna muere su padre, y Aristides proyecta y emprende un viaje a Egipto en la primavera del 141. Tal actividad hay que entenderla como culminación de su período formativo, para lo que el país del Nilo presentaba diversos atractivos: Alejandría, el río de fuentes ignotas y crecidas inexplicables, sus costumbres y proverbial sabiduría²³. Allí probablemente trabó amistad con Gayo Avidio Heliodoro, que era prefecto de Egipto²⁴ y al que en el futuro recurrirá.
El culto profesado en Esmirna al dios Serapis, su reciente estancia en Egipto, en particular en Alejandría²⁵, donde era venerado bajo la advocación de Zeus-Serapis, y la especialización de esta divinidad como divinidad milagrosa a la que se podía recurrir en momentos de peligro, fueron razones suficientes para que Elio Aristides hiciera voto de componer un himno en su honor en caso de salir con bien de una tempestad que sufrió en su viaje de vuelta de Egipto a Esmirna. Es la primera obra que se nos ha conservado del sofista, se fecha en el año 142²⁶, y constituye el documento a partir del cual se puede comenzar a trazar la evolución espiritual de Elio Aristides. Es interesante destacar que, entre las opciones temáticas para desarrollar este himno²⁷, más a un dios tan versátil como era Serapis, escoge Aristides de forma decidida aquella que describe al dios egipcio como un dios salvador²⁸:
Cuál o de qué naturaleza sea el dios, quede para que lo sepan y digan los sacerdotes y narraciones de los egipcios. Será bastante si hacemos un encomio diciendo por el momento de cuántos bienes en favor de los hombres aparece como responsable y, a la vez, a través de ello mismo será posible contemplar su naturaleza (XLV 15 K).
Precisamente este rasgo de divinidad salvadora era lo que se hallaba tras la reciente popularidad en la época, incrementada por las narraciones de los aretólogos, de éste y otros dioses egipcios, así como de la difusión del culto de Asclepio y en parte del cristianismo. Aristides entendía que los «dioses egipcios» (Isis y Serapis) y Asclepio estaban prodigando sus dones entre los hombres de su tiempo de una manera especialmente generosa (XXVI 105 K). Como en tantos otros contemporáneos, la religiosidad de Elio Aristides se fundaba en la necesidad de establecer una relación personal con una divinidad que salvara, curara y confortara. En concreto Aristides atribuía a Serapis el haberle librado de la tormenta (XLV 13 y 33 K) y la mejoría de una enfermedad (XLV 34 K). La estima por Serapis no desaparecerá nunca de las devociones del sofista, e incluso bajo ciertas circunstancias entrará en pugna con la de Asclepio, que como veremos jugará un papel primordial en su religiosidad²⁹.
Viaje a Roma
El viaje a Roma que realizó en el 143 fue probablemente planeado por Aristides como un medio para darse a conocer como orador, y ciertamente las circunstancias eran propicias³⁰. En tiempo de los Antoninos, en un período en el que la retórica es un factor de importancia en la dinámica social, una práctica prestigiada y un adorno necesario en la educación de las clases dirigentes, Roma era para un sofista griego, además de la capital del Imperio, un lugar donde se podía apreciar su arte y alcanzar el favor (amicitia) de personajes relevantes entre los que destacaba, claro está, el Emperador³¹. Por este motivo, aun no siendo una de las típicas ciudades griegas en las que se desarrolló con mayor pujanza la Segunda Sofística, sí fue por su carácter de centro político y administrativo del Imperio un lugar en donde recalaron importantes representantes de la Sofística que venían buscando privilegios para ellos o sus ciudades o conseguir a través de amistades influyentes asentar una promoción social y profesional. Se trataba por tanto de un viaje normal y esperable en un sofista con talento como era Aristides. Por otra parte el año seleccionado por él constituía en sí mismo una prueba de lo fundado de sus posibles aspiraciones, además de una ocasión excepcional, pues en el 143 fueron cónsules Herodes Ático³² y Frontón³³. Ambos eran destacados hombres de letras: el primero de ellos había sido maestro de Aristides, y el segundo, aunque rival de Herodes, era un importante promotor de la cultura griega en Roma³⁴. También es ese mismo año se fecha un viaje a Italia y una declamación en Nápoles de Polemón, el importante sofista asentado en Esmirna³⁵ y otro antiguo maestro de Aristides, y, por fin, sabemos que el gramático Alejandro de Cotieo realizaba por entonces con Marco Aurelio aquellas funciones docentes que antaño había desempeñado con Elio Aristides³⁶. Estas circunstancias, que se agregaron al interés que de por sí podía tener Roma, sin duda contribuyeron a que Elio Aristides determinara emprender el viaje. Éste resultó mucho más largo de lo previsto y penoso en extremo³⁷, como consecuencia de un resfriado complicado en los inhóspitos albergues de la Via Egnatia.
En esta estancia en Roma, a pesar de su mal estado físico no aliviado por las atenciones que recibió de los doctores³⁸, se sitúa por lo general el que sin duda es su discurso más conocido: Discurso a Roma (XXVI K)³⁹. Este encomio a Roma es un elogio sin reservas de su excepcional capacidad de gobierno. Roma, con comportamientos, medidas y hallazgos políticos y administrativos que la distinguieron de otros imperios anteriores, fue capaz, según Elio Aristides, de instaurar un Imperio feliz, seguro y pacífico. De la misma manera que el triunfo de Zeus puso fin al desorden previo e inició un nuevo período en el Olimpo, así Roma con su Imperio (XXVI 103 s. K). Un punto de vista tal lo emite Elio Aristides desde la perspectiva de miembro de una clase privilegiada que mira con complacencia el orden impuesto por Roma, no sólo en sus consecuciones objetivas más evidentes en la próspera época de los Antoninos, sino por entenderlo una garantía de sus propios intereses. Por este motivo Elio Aristides, que tuvo auténtico aprecio por la ética y las pautas culturales creadas por Grecia —en especial por Atenas—, no tuvo empacho en criticar con duras palabras la histórica incapacidad de los helenos para alcanzar un ordenamiento político pacífico y estable⁴⁰, tema sobre el que volverá en otras obras. Así Elio Aristides, aun siendo un griego por su origen y formación, consideró el marco político impuesto por Roma como óptimo. En ello se diferencia de una parte de sus paisanos que no terminaban de encontrar un cauce adecuado para sus pretensiones políticas⁴¹ y que miraban el heroico pasado de Grecia con añoranza⁴².
En el Asclepieo de Pérgamo
De nuevo en Esmirna, tras un desastroso viaje de vuelta⁴³, su atención se orientó hacia su delicada salud que tampoco pudo ser restablecida por los médicos de allí. Fue entonces cuando estimulado por una revelación de Asclepio depositó todas sus esperanzas de mejoría en la intervención de este dios⁴⁴. Él mismo lo cuenta:
Una vez que llegué de Italia, muy enfermo debido a las muchas fatigas e inclemencias del tiempo que sufrí en el recorrido por Tracia y Macedonia —pues incluso salí enfermo de casa—, estaban los médicos en un gran dilema no sólo porque no sabían qué remedio poner, sino porque no tenían idea de qué podía ser todo aquello. Lo más molesto y difícil era que tenía obstruido el paso del aire y con gran esfuerzo y desconfianza apenas respiraba de forma entrecortada y ansiosa. Me sobrevenían ahogos constantes en el cuello y temblores y necesitaba más abrigo del que podía soportar. Ello además de otras cosas inenarrables que me atribulaban. Pareció que podía ayudar que recurriera a las aguas termales, a ver si podía encontrarme más cómodo y soportar mejor el frío, pues era ya invierno y no distaba mucho de la ciudad. Allí por primera vez comenzó el Salvador a hacerme revelaciones. Pues me ordenó que saliera descalzo y yo grité en el sueño, como si fuera realidad, una vez cumplido en sueños el mandato: ¡Grande es Asclepio! (XLVII 5-7 K).
El sofista a partir de entonces mantendrá con el dios y hasta su muerte una intensa relación a través de los sueños que, según se evidencia en los Discursos Sagrados, serán considerados como un canal habitual de comunicación con la divinidad⁴⁵. Por ello mismo, los mensajes que entiende recibir durante el sueño se convierten en un punto de referencia más sólido y digno de confianza que el que le ofrece el mundo vigil, que a fin de cuentas no era sino el mundo de los hombres. Participa Elio Aristides con esta práctica y creencia en lo que es uso común entre sus contemporáneos⁴⁶, pero en una forma popular que desdeña las precisiones terminológicas de los intérpretes profesionales⁴⁷. No deja de ser digno de mención que el sofista, una persona tan refinada en tantos particulares, preste tan poca atención a la larga tradición teórica en la interpretación de los sueños, que además tenía un nuevo auge en su tiempo, como muestra la obra de Artemidoro. Esta despreocupación suya por la onirocrítica como ciencia, tal cual la entendía Artemidoro⁴⁸, insiste en un rasgo que ya se dejaba ver en el himno a Serapis, y es que su religiosidad no es fruto de una deducción teórica, sino resultado de una imperiosa necesidad de encomendarse a una divinidad concebida como única solución de sus dificultades. Esta relación con la divinidad de la que hablamos se verá estimulada de continuo por las enfermedades más o menos reales del sofista. De hecho la hipocondria constituye un elemento central en la personalidad de Elio Aristides⁴⁹. Pero al mismo tiempo se debe indicar que este tipo de aprensiones la comparten muchos contemporáneos del sofista, y así se explica el éxito que tuvieron las conferencias sobre temas médicos que Galeno pronunció en Roma o el aumento del culto de Asclepio o la frecuencia con que aparecen en el epistolario de Marco Aurelio y Frontón estas cuestiones⁵⁰.
Elio Aristides a finales del 145 fue al Asclepieo de Pérgamo en donde pasó dos años⁵¹. Dos conjuntos de factores se pueden señalar para explicar el florecimiento de este templo en la época en la que fue visitado por el sofista⁵². El primero sería de carácter general y estaría relacionado con la pérdida de significado de los dioses olímpicos y la creciente necesidad de divinidades salvadoras que se prestasen a una relación personal, como era el caso de Asclepio. El segundo estaría en relación con circunstancias más fortuitas, tales como que Flavio Earino, el favorito de Domiciano, procediera de Pérgamo o como que Hadriano emprendiera una serie de iniciativas constructoras en el Asclepion. Allí esperaba Aristides sanar de sus dolencias por medio de la incubatio⁵³. El ritual consistía sustancialmente en que, tras unos ritos de purificación, se hacía noche en el templo, en la confianza de que Asclepio durante el sueño realizara la cura del enfermo o prescribiera los medios para que éste recuperara la salud. Las divinas sugerencias, en ocasiones decididamente extravagantes, eran discutidas por la mañana entre el enfermo, sus amigos y los servidores del templo para su justa interpretación y, en su caso, puesta en práctica. El Asclepieo venía a dar, por tanto, un amparo institucional a lo que eran creencias y aspiraciones del sofista y de un buen número de hombres de su tiempo. El ambiente que allí se respiraba ha sido bien descrito por Festugière:
Imaginemos, en fin, el santuario donde el enfermo se alojaba; allí hay otros pacientes cuyo tratamiento es el mismo: esperan visiones nocturnas donde el dios les prescribirá un remedio. Durante el día estos pacientes, que son hombres de dinero, distinción y están desocupados, emplean su tiempo de la misma manera que en la actualidad se emplea el tiempo en los sanatorios y balnearios, hablando sobre sus enfermedades y sus tratamientos. Puesto que el doctor es un dios y les trata por medio de visiones, ellos las comparan: «Él me dijo...», «Bien, él me dijo...», etc. Al actuar así durante todo el día se mantienen en un estado de excitación religiosa, un estado que propicia los sueños nocturnos. Al día siguiente, como en el día de antes, emplean su tiempo interpretando los sueños, comparándolos u observando la ejecución de las prescripciones impuestas por el dios a uno u otro de su círculo; y todo es combinado con visitas al templo, y con conversaciones literarias. Pues esta pequeña sociedad es una sociedad ilustrada; sus miembros escriben, se muestran lo escrito, se animan y halagan mutuamente. Un medio en verdad extraño, chismoso y divertido, en ciertos aspectos ¡sorprendentemente moderno!⁵⁴.
En esta «montaña mágica» pudo relacionarse Elio Aristides con los personajes de mayor rango social de la ciudad de Pérgamo y también con otros importantes que habían llegado a la ciudad atraídos por el Asclepieo. Entonces fraguaron una serie de amistades que influyeron de manera decisiva en Elio Aristides⁵⁵. Unos y otros le confirmaron en sus proyectos de orador, le introdujeron en círculos sociales restringidos, le dieron trabajo y Elio Aristides recurrirá con el tiempo a ellos para que con sus influencias le sacaran de apuros⁵⁶.
La retórica bajo el amparo de Asclepio
La forma en que este período, llamado por él de la «cátedra»⁵⁷, afectó al sofista fue determinante. Su estado físico mejoró y su decisión de proseguir su carrera como orador se consolidó. Todo ello quedaba de todas maneras sustentado en una confianza incondicional en el dios. El mejor indicio para confirmar esta fe de Aristides es la resolución con la que fue cumpliendo a lo largo de los años las «prescripciones paradójicas» del dios y los efectos benéficos que éstas tuvieron sobre él⁵⁸. Un ejemplo entre otros muchos posibles puede ratificar lo dicho:
Se me ordenó que hiciera muchas cosas sorprendentes. De las que me acuerdo están una carrera que tuve que hacer descalzo en invierno y montar a caballo al revés, cosa dificilísima. También recuerdo lo que sigue. Estando el puerto agitado por las olas levantadas por un viento de Suroeste y las embarcaciones en desorden hube de hacer una travesía en sentido contrario tras comer miel y bellotas, la purga así fue perfecta. Se hizo todo ello cuando el tumor estaba más inflamado y llegaba hasta el ombligo (XLVIII 65 K).
Las curas paradójicas, según creía Elio Aristides, evidenciaban el origen divino de las mismas. Si una persona se curaba de una enfermedad o mejoraba su estado por medio de una prescripción en principio no adecuada o incluso contraria para producir ese efecto, ello no podía deberse sino a la voluntad divina que se complacía sanando a su escogido:
Él (Asclepio) nos ha honrado del siguiente modo, curando catarros y resfriados por las aguas de los ríos y el mar, quitando las dificultades para recostarse por medio de largos paseos, añadiendo purgas inconcebibles a la imposibilidad de comer, prescribiendo hablar y escribir para la dificultad de respirar, de forma que si hay alguna razón para enorgullecerse con estas curas, no quede yo sin mi parte (XLII 8 K).
El carácter insólito de las prescripciones que recibe de la divinidad es, además de un signo evidente de su origen, un instrumento excelente para la vanidad del sofista, pues por su medio dejaba constancia de la singularidad de su caso y de su condición de elegido.
También jugaron sus males un importante papel en su vida literaria. La confianza tan decidida y unívoca que depositó Elio Aristides en Asclepio a causa de sus enfermedades hizo que el dios ampliara el ámbito normal de sus atributos, y se convirtiera en un dios que no sólo sanaba y le daba fuerzas para reemprender su carrera⁵⁹, sino que además actuaba como maestro, crítico y patrono de una faceta tan importante en la vida del sofista como era la literaria⁶⁰. Por ello la enfermedad que le llevó a recurrir a Asclepio, el dios sanador, y que le mantuvo unido a él por toda su vida, quedó asociada a su actividad literaria por medio del dios que le curaba, orientaba e inspiraba⁶¹. De esta función de su enfermedad eran conscientes Aristides y sus amigos:
En cierta ocasión, aquel Pardalas a quien yo calificaría como el mejor conocedor contemporáneo de la oratoria griega, se atrevió a decir y a sostener que consideraba que la enfermedad me había sobrevenido por un divino azar, para que asociado con el dios alcanzara esta excelencia (L 27 K).
Esta unión en la concepción de Elio Aristides entre la retórica, que era lo que daba sentido a su curación, y Asclepio confería a aquélla un valor sacro con múltiples implicaciones en la actitud del sofista respecto a su obra. Como primera instancia este vínculo sacro exigía de él, según entendía Aristides, una excepcional calidad moral («yo no dudaría en afirmar que el mejor orador es el mejor hombre». II 429 L-B)⁶², y en este estado de gracia como un poseído por los dioses (XXVIII 114 K)⁶³ se hallaba en situación de recibir de la divinidad revelaciones precisas sobre cuándo debía actuar y sobre el contenido de sus discursos⁶⁴. Concebida en estos términos la retórica adquiere una virtualidad que va más allá de lo humano y por ello tiene el poder de aliviar los males de Aristides⁶⁵ y por ello también crea un ámbito sagrado donde él oficia con una entrega absoluta como sacerdote.
La exención de cargos públicos
Tras este importante período en el Asclepion, en el que se fechan algunas de sus obras, Aristides volvió a Esmirna a finales del 147⁶⁶. El momento de la vuelta de Elio Aristides era interesante, pues recientemente había muerto Polemón⁶⁷. Este sofista, originario de Laodicea del Lico, había ocupado durante muchos años un lugar importante en la ciudad por su prestigio como profesor, su papel como conciliador entre grupos enfrentados, su generosidad a la hora de aceptar cargos públicos y sus brillantes actuaciones ante los emperadores en favor de Esmirna. Desde que la avanzada edad del sofista Escopeliano⁶⁸, su predecesor en Esmirna en prestigio y significado, así lo recomendara, la ciudad había convertido a Polemón en su «sofista oficial» y en calidad de tal usó sus servicios y le honró. Pero si alguien pensó que Elio Aristides era la persona indicada para sustituir a Polemón, pronto pudo darse cuenta de su error. Hasta el año 154 en el que finalmente consiguió una inmunidad definitiva⁶⁹, Aristides, a diferencia de lo que Polemón había hecho en sus días, rechazó todos los cargos públicos para los que fue propuesto por Esmirna o por Hadrianos⁷⁰.
Las razones por las que se pensó en Elio Aristides para que desempeñara estas responsabilidades se pueden adivinar. En teoría las personas con mayores recursos económicos, entre las que se hallaba Aristides y buena parte de los miembros de la Segunda Sofística, debían asumir de buen grado cargos públicos y liturgias en beneficio de sus comunidades⁷¹. Ello formaba parte de lo que se entendía que debía ser el comportamiento correcto de la aristocracia. La influencia y prestigio entre sus paisanos dependía de ello y, al mismo tiempo, se esperaba por este medio alcanzar un cierto reconocimiento de Roma en forma de exenciones y promoción social. Existía además una comprensible presión por parte de los grupos menos dotados económicamente para que sus conciudadanos más ricos contribuyeran con sus recursos y tiempo a mejorar algún aspecto de la vida pública de sus ciudades⁷². Por lo que sabemos, la puesta en práctica de este modelo se desarrolló bien en términos generales durante el siglo II, aunque tuvo algunos problemas, en especial por razones financieras o de simple insolidaridad, y quizás también por la falta de atractivo que sentía parte de la aristocracia griega hacia el desempeño de cargos públicos en un contexto político tan limitado por el control de Roma⁷³. Elio Aristides, con sus particulares razones, es uno de los testimonios que se pueden ofrecer a mediados del siglo II sobre la disfunción del sistema.
El sumo sacerdote de Asia, la primera liturgia para la que los esmirniotas pensaron en Aristides, se adaptaba a la perfección a sus características⁷⁴. En primer lugar, los sumos sacerdocios de Asia o asiarquías exigían como condiciones ineludibles que quienes los ocuparan fueran de noble linaje, ricos y tuvieran prestigio⁷⁵. Al mismo tiempo, y puesto que era un sacerdocio que se hacía cargo del culto imperial, se buscaban personas afines a Roma, quienes a su vez verían en esta dignidad un medio de promoción⁷⁶. Por último existía en Esmirna la tendencia a escoger sofistas para este cargo, y por ello lo detentaron tanto Escopeliano como Polemón y Evodiano⁷⁷. Los sofistas y rétores pertenecían por lo general a la aristocracia, y por tanto es normal que aparezcan en los cargos ocupados por miembros de este estrato social⁷⁸. Sin embargo creo que además de su origen social, se debe aducir, para explicar la frecuente selección de tales personas para las asiarquías en Esmirna y fuera de Esmirna, su capacidad oratoria. Probablemente se esperaba de ellos que defendieran con elocuencia, incluso si llegaba el caso ante el Emperador, las pretensiones de prioridad en rango y titulatura de las ciudades que representaban. Los asiarcas, al asistir en nombre de sus ciudades a las asambleas periódicas del koinon y al formar parte del cortejo procesional, cuyo orden era una de las cuestiones objeto de pugna entre las ciudades, se convertían por oficio en personas implicadas en el tema⁷⁹. Precisamente sabemos que, en fechas muy próximas al intento de designación de Elio Aristides para la asiarquía, los sofistas Escopeliano y Polemón —ambos fueron asiarcas, como hemos dicho— se vieron envueltos en la defensa de los privilegios de Esmirna⁸⁰, y que Antonino Pío tuvo que enviar una carta para calmar los ánimos de Esmirna, Pérgamo y Éfeso⁸¹. Así pues, por esta responsabilidad aneja al sacerdocio el rechazo de Aristides puede estar fundado no sólo en razones de salud y psicológicas, sino también en otras de carácter político. No cabe duda, y este es el motivo central sobre el que los demás se agregan como complementos, que para Elio Aristides no había nada ni nadie más importante que sus achaques, vida espiritual y escasa práctica oratoria, y que no aceptaba fácilmente, a no ser que su vanidad le inclinara a tomar una iniciativa⁸², que este ámbito personal se viera turbado por solicitudes externas. Pero es igualmente cierto que consideraba ridícula y anacrónica la rivalidad entre las ciudades griegas, y que por tanto una dignidad que tuviera entre sus funciones la defensa de privilegios que recrudecían las mencionadas rivalidades, había de ser considerada por él como inadmisible⁸³.
Después de declinar esta dignidad rechazó también en Esmirna ser sacerdote del templo de Asclepio, recaudador de impuestos (eklogeus) y prítano o miembro del consejo de la ciudad. También se opuso a ser nombrado irenarca de Hadrianos, una magistratura que desempeñaba funciones de jefe de policía y que por tanto se acomodaba poco al tono vital de Aristides⁸⁴. Para evitar estas elecciones recurrió, con una entereza inquebrantable y sorprendente en un hombre que se decía enfermo, a todos los medios a su alcance para conseguir librarse de esos para él dudosos honores. Los influyentes amigos⁸⁵ de Elio Aristides contribuyeron con sus cartas de recomendación a evitar que tuviera que desempeñar los cargos no deseados. A las tribulaciones de este período por el asunto de la inmunidad se añadió la muerte de su ayo Zósimo, en el 148, de la que tardó en recuperarse largos meses⁸⁶.
Jerarquía divina y mediación política
Tenemos además para esta época distintas noticias que ilustran aspectos varios de la vida y obra del sofista. En el 149 Aristides, viajero desafortunado, sufre de nuevo una tormenta en una travesía de Clazomenas a Focea, durante la que invoca la ayuda de Zeus, en cuyo honor compone un himno (XLIII K) una vez de vuelta en Esmirna⁸⁷. Esta obra, que ha sido tradicionalmente considerada un documento importante para establecer la concepción religiosa de Elio Aristides, ha suscitado cuestiones diversas. La primera subyace en el conjunto de la producción del sofista —y en buena parte de la literatura escrita por los autores de la Segunda Sofística—, y está relacionada con el problema de hasta qué punto Aristides compartía los conceptos expresados en el himno o, dicho de otro modo, si su aportación se limitaba a introducir un conjunto doctrinal no nuevo y de origen diverso en los moldes de la preceptiva retórica al uso⁸⁸. Las concepciones religiosas de sus contemporáneos⁸⁹ invitan a pensar que efectivamente Elio Aristides compartía una imagen de Zeus como un dios padre de sí mismo (autopator XLIII 9 K), de quien todo había surgido (XLIII 9 ss. K) y dependía (XLIII 23 K) y del que los dioses habían recibido unos poderes delegados (XLIII 25 K). También Asclepio, su divinidad tutelar, se beneficiaba de esta concesión de Zeus:
...Asclepio cura a los que para Zeus es grato curar... (XLIII 25 K).
Esta idea que establece una jerarquía entre los dioses olímpicos —y ésta es la segunda cuestión que suscita el himno— ni limita su número ni mezcla sus atributos, sino que los remite a una divinidad originaria y todopoderosa⁹⁰. Por esta razón no es adecuado hablar de monoteísmo en Elio Aristides, aunque una concepción como la que hemos dicho que mantiene, en donde se despoja a la divinidad suprema (Zeus) de los aditamentos mitológicos (XLIII 8, 22 K) y se le atribuye una función generadora y conservadora (XLIII 30 K) de todo lo que existe, hace pensar en una tendencia que se orienta hacia el monoteísmo⁹¹. Esta construcción teórica, sin embargo, carece de influencias en la religiosidad del sofista, que desde la época del Asclepion y salvo urgencias de ocasión se centra en Asclepio.
De la misma época que el himno a Zeus parece ser A los rodios sobre la concordia, una de las pocas obras que Elio Aristides dedicó a una cuestión de interés sociopolítico. Rodas, una ciudad que visitó en su viaje a Egipto, sufría una confrontación social entre sus ciudadanos. El motivo del conflicto se menciona de manera poco explícita y parece estar relacionado con el pago de unos préstamos (XXIV 29 K). Se ha supuesto que lo que provocó la necesidad de estos préstamos fue el terremoto del 142 mencionado repetidamente por Elio Aristides en el discurso (XXIV 3, 53, 59 K)⁹².
La forma en la que actuó Elio Aristides en relación con este problema surgido en Rodas —enviando este discurso conciliador, ya que por motivos de salud no podía trasladarse (XXIV 1 K)—, coincide con el modelo ofrecido por Plutarco medio siglo antes en sus Consejos políticos⁹³. El tratado del autor de Queronea es una «carta abierta» dirigida a Menémaco, un joven de Sardes que estaba pensando en dedicarse a la política. En ella intentaba definir Plutarco los términos en los que se debía desarrollar una actividad política en un contexto histórico en donde la dominación romana se entendía ya por una parte de la aristocracia griega no sólo como un fenómeno inevitable, sino también como un fenómeno positivo⁹⁴. Las nuevas circunstancias habían creado además de unas nuevas perspectivas y tareas, un nuevo tipo de problemas a los que se debía y pretendía dar respuesta —básicamente los que aparecen en el libro décimo del epistolario de Plinio el Joven y en los discursos de Dion Crisóstomo. Entre otras cosas pide Plutarco, con una crudeza que sorprende, que se asuma con plena consciencia, por parte del político que va a ocupar un cargo en una ciudad griega, la situación de sometimiento que Grecia tenía con respecto a Roma:
Viniendo a ocupar cualquier magistratura... debes decirte a ti mismo: «gobiernas, siendo a tu vez gobernado, una ciudad sometida a los procónsules, delegados del César...». Es necesario que dispongas bien la clámide y que del generalato pases tu atención a la tribuna de los oradores y que no confíes ni te enorgullezcas con la corona, pues las calzas del procónsul están encima de tu cabeza (813 D-E)⁹⁵.
Es interesante añadir que esta situación de dependencia, en donde la autonomía de las ciudades griegas está circunscrita a los márgenes fijados por el ordenamiento administrativo impuesto por Roma, es juzgada positivamente por Plutarco:
Se participa de la libertad que los dominadores han distribuido entre los pueblos y más libertad no sería mejor (824 C).
En un contexto de prosperidad, paz y bienestar que Plutarco señala como existente en su época (824 C), resta como función primordial del político griego velar por la concordia de su ciudad (824 D ss.), evitando en último extremo que los problemas que en ella puedan existir exijan una intervención romana:
Si el político no puede conservar la ciudad sin problemas, intentará con discreción atender y curar el conflicto y revuelta de la ciudad en su seno, de forma que no haya necesidad de médicos y remedios foráneos (815 B).
Descrito y aceptado en estos términos, el insoslayable poder de Roma se convierte en el último argumento que puede utilizar al menos una parte de la aristocracia griega con intención de sosegar los ánimos de sus conciudadanos más levantiscos. No se trataba sólo de una opción realista que pretendía que se aceptara lo irremediable de la situación; hemos de entenderla también como una opción interesada que se complacía en el control romano por considerarlo garantía de estabilidad social y de ciertos privilegios. Por otra parte, el que hubiera griegos encargados de recordar a sus paisanos que Maratón, Eurimedonte y Platea quedaban muy lejos (814 C)⁹⁶, en tanto que las calzas del gobernador estaban próximas, no dejaba de ser para Roma una forma de ejercer un control delegado. El mutuo beneficio derivado de la aceptación de este estado de cosas en un contexto de prosperidad económica en donde los conflictos sociales no se presentaban como insolubles, hizo que el modelo trazado por Plutarco se reprodujera y tuviera un notable éxito durante el siglo II d. C. Los sofistas, entre los que se encuentra Elio Aristides, con su origen noble y su afinidad con Roma, suelen ser unos buenos exponentes de esa aristocracia que se encontraba por lo general satisfecha en esta situación y que con tal motivo consideraba una tarea adecuada recordar a sus paisanos la felicidad de los tiempos presentes y los peligros de la facción⁹⁷. La manera en que