Heidegger y el nacionalsocialismo
Por Eduardo Carrasco
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Heidegger y el nacionalsocialismo - Eduardo Carrasco
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Introducción
Todos los que nos hemos interesado en la obra de Martin Heidegger, hemos experimentado el mismo desconcierto al ir enterándonos, cada vez con documentos más contundentes, que su compromiso con el nazismo no fue un episodio insignificante en su vida, sino una elección fundada en sólidas convicciones y no del todo desligada de su pensamiento. El libro de nuestro compatriota Víctor Farías, Heidegger et le nazisme,¹ si bien no llegó a abordar filosóficamente los problemas derivados de este compromiso, abrió un debate en el que han participado casi todos los filósofos contemporáneos, el cual no ha cesado de entregar importantes contribuciones al problema de las relaciones entre filosofía y política en nuestro tiempo. Pero, más allá del lado escandaloso de estas revelaciones y de otras sobre la vida íntima del filósofo alemán que el periodismo se ha encargado de difundir, no cabe duda de que el compromiso de Heidegger con el nazismo plantea interrogantes que van mucho más allá de su propia filosofía y que el pensamiento actual no podría soslayar. Felizmente, efectivamente no lo ha hecho, y las valiosas contribuciones que se han acumulado, tanto en torno a este asunto, como sobre sus derivaciones, han transformado este tema en un gran problema filosófico. No se trata en él, por cierto, de la persona de Heidegger, cuyas características individuales lo muestran certeramente como un personaje bastante cuestionable y muy alejado de los que podrían considerarse valores atribuibles a los héroes de nuestro tiempo. Los testimonios de quienes lo trataron íntimamente son apabullantes: por ejemplo, el de Jaspers en una carta dirigida a Hannah Arendt: "¿Se puede, en tanto que alma impura –es decir, en tanto que alma que no siente su impureza y no busca constantemente escapar de ella, sino que continúa viviendo aturdidamente en la suciedad– se puede ver lo que hay de más puro en la falta de sinceridad? ¿O bien conocerá él todavía una revolución? Yo soy más que escéptico, pero no lo sé.² Y la respuesta de Hannah:
Lo que usted califica de impureza, yo lo llamaría debilidad de carácter, pero en el sentido en que él, literalmente no tiene carácter, seguramente ni siquiera un carácter particularmente malo".³ Por lo tanto, el filósofo alemán está lejos de presentarse a nuestros ojos como un ejemplo de vida, a pesar de sus incuestionables logros en el terreno del pensamiento. De ahí que podamos adelantar desde ya lo que podría valer como conclusión de este libro sin que por ello hagamos inútil su lectura: no existe explicación válida sobre el compromiso de Heidegger con el nazismo si se entiende esto como la búsqueda de una justificación de este acto. Si nos ubicamos en lo que tiene de grande su filosofía, las motivaciones de su compromiso solo podríamos descubrirlas en su debilidad de carácter, en el miedo, en un orgullo nacional herido, en sentimientos de inferioridad, en mezquindades nacionalistas y hasta en una buena cuota de ignorancia sobre asuntos históricos y políticos, pero de ninguna manera en razones decisivas que broten de los verdaderos aportes de su pensamiento. El valor de una obra, como la historia lo demuestra cada vez de un modo más fehaciente, no siempre se corresponde con la vida de quienes la han hecho posible. Por tanto, lo que interesa en todo este asunto es precisamente lo que esta vida revela a pesar suyo, lo que podría quedar oculto si la reflexión responsable no se volviera hacia ello, y que está conformado por temas que en su mayor parte tienen que ver con los grandes errores que la humanidad ha cometido en su errabunda marcha durante el siglo XX. Quien escribe estas páginas, aunque por decisiones que siguen una ruta políticamente opuesta a la de Heidegger, no se siente ajeno a estos errores, y eso lo aleja de la tentación de erigirse en juez, lo que generalmente solo es un modo de agregar confusión en un asunto de por sí complejo.
Lo peor sería concluir que quienes hemos buscado alejarnos de los desvaríos de nuestra época, pensemos ahora que tenemos en nuestras manos el cetro de la verdad y que hemos por fin recuperado la inocencia. La vida humana sigue un extraño derrotero que al mismo tiempo que la libera de los excesos del pasado, la encadena a otros nuevos, sin que jamás se pueda tener el derecho a juzgar desde la transparencia de una justicia definitiva. En los asuntos políticos, ninguno de los que han participado en ellos debería sentirse libre de pecado
, y si hasta los más grandes se han equivocado, ello es suficiente razón como para atenuar nuestros juicios y para que, en la medida de nuestras fuerzas, intentemos comprender estos hechos con un espíritu más sereno y ecuánime. Lamentablemente, los que han sentido la necesidad de condenar a Heidegger sin poseer la capacidad de distanciamiento requerida para encarar un tal juicio, solo han logrado enlodar el prestigio del filósofo en una medida mucho mayor de lo que justifican los hechos. La violencia de los discursos ha llegado a niveles tan indignos, que por su exceso hacen difícil tomarlos en cuenta en un trabajo serio como el que encaramos en estas páginas. De ahí que, más que entrar en el análisis de las diferentes diatribas en contra del filósofo hechas durante estos años, lo que nos interesa es ante todo intentar comprender el porqué de los entusiasmos que en el siglo XX nos hicieron a muchos –a algunos hacia la derecha, a otros hacia la izquierda– desviar la ruta, pero, de manera más general, buscamos también contribuir a aclarar el tema siempre abierto de las relaciones entre filosofía y política. ¿Tiene derecho un filósofo a comprometerse de manera tan radical como lo hizo Heidegger con un partido político? ¿Queda su pensamiento invalidado por el hecho de haberse mostrado el nazismo como un monstruoso error político que nadie quisiera hoy día resucitar? ¿Son los logros del pensamiento contaminados por las posiciones políticas de quienes las han asumido? Estas son algunas de las interrogantes que nos sirven de punto de partida y a ellas buscaremos encontrar una respuesta válida y equilibrada.
Lamentablemente, como decíamos, estos temas han sido objeto de debates públicos que le han restado lucidez a algunas de las respuestas que se han dado, debido a la obsesión de definirse en pro o en contra de Heidegger, como si las decisiones en este plano fueran equivalentes a tomas de posición irreconciliables con el distanciamiento propio del pensamiento filosófico. Pero el nazismo es un fenómeno político extraordinariamente complejo y los problemas que él suscita no pueden ser resueltos con simples rechazos o condenas –lo que finalmente termina siendo un modo de caer más hondamente en el juego de esta peligrosa tendencia–. Importantes contribuciones a la filosofía en nuestro tiempo tienen que ver directamente con el análisis de esta tendencia, con las conclusiones que surgen de él y, como era de esperar, ellas van mucho más allá de la simple descripción o de la fundamentación de su descarte. Las obras de Adorno, Benjamin, Bataille, Habermas, Foucault, Levinas, Derrida, Agamben, Lyotard –por poner solo algunos ejemplos– se han adentrado en temas surgidos del análisis del nazismo que nos han permitido descubrir aspectos de nuestra propia realidad que habrían permanecido ocultos sin esos esfuerzos de reflexión. El nazismo, lejos de ser un tema ya resuelto por el desastre alemán, es un fenómeno que por su carácter excesivo muestra aspectos de la vida actual que nunca deberían ser descuidados o menospreciados, porque son constantes amenazas a una convivencia basada en el respeto mutuo y en los valores democráticos. Pero, por otra parte, a partir de los análisis críticos del nazismo, es la democracia misma la que también ha sido puesta en el sillón de los acusados: ello ha sido así, porque este movimiento surge desde la democracia, aprovechándose de sus debilidades, pero también de las oportunidades que ella misma hace posible. Es una crítica corrosiva que se abre paso por los caminos que ella misma ha hecho posible; por eso, si se desea hacer una revisión exhaustiva de sus peligros, los temas de la legitimidad y de los límites de la democracia se hacen insoslayables.
No es exagerado decir que la relación de Heidegger con el nazismo a partir de la primera polémica suscitada en Francia en 1944 por la revista Les Temps Modernes, posteriormente debido a la publicación del libro de Farías y, más recientemente por el libro de Emmanuel Faye,⁴ ha despertado un interés enorme en los medios filosóficos. Es cierto que dicha polémica ha tenido su centro en Francia, y que en Alemania y en otros países ha sido seguida con interés, pero sin despertar las pasiones que ha suscitado en los medios filosóficos galos. También es cierto que Francia se presenta como el país que, desde los tiempos de la guerra, con mayor interés ha estudiado la obra de Heidegger. Las importantes contribuciones de Sartre, Merleau-Ponty, Levinas, Beaufret, Derrida, Foucault, Kostas Axelos, Jean Greisch, Lacoue-Labarthe, Courtine, entre muchos otros, así lo demuestran. Pero la verdad es que casi todos los filósofos del siglo XX y hasta los más recientes, desde diferentes perspectivas se han encargado de abordar los temas heideggerianos y casi todos ellos han ido a parar al problema de las relaciones del filósofo alemán con el nazismo. Si bien hemos podido conocer y reflexionar sobre muchos de estos trabajos, nuestro propósito no es ahora someter a discusión sus conclusiones, pues lo que hemos buscado a través de los ensayos que aquí se presentan, ha sido tratar también nosotros de encontrar directamente una respuesta a las interrogantes que plantea este espinoso asunto.
Una vez respondidas estas inquietudes, que nos hemos propuesto despejar desde hace largo tiempo en cursos, seminarios, y en diferentes escritos, en caso de que pudiera sostenerse todavía la independencia de la filosofía, nos ha resultado ineludible abordar el problema más específico de los aportes heideggerianos al pensamiento contemporáneo, en el sentido de mostrar en forma clara, cuáles son éstos y de qué manera ellos nada tienen que ver con el nazismo. Por cierto, este último tema nos ha obligado a entrar de lleno en aspectos esenciales de la filosofía de Heidegger sin pretender ser exhaustivos, pero concentrándonos en aquellos que nos parecen fundamentales. En nuestro itinerario de pensamiento hemos podido constatar que lejos de confirmar la tendencia política nazi que Heidegger abrazó en los años treinta, estas ideas propiamente filosóficas van más bien en sentido contrario a sus posicionamientos políticos de esa época y pueden ser vistas como aportes de importancia para fundar una noción universal de humanidad. Esto permite comprender que la desviación política de Heidegger es claramente una falta de consecuencia con el espíritu filosófico en general, pero también una peligrosa voltereta que puso en riesgo sus avances y sus propias contribuciones en el terreno del pensamiento. Separar la paja del trigo es de suma importancia si se desea volver a recuperar la calma y hacerle justicia a uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo. No se trata solamente de condenar lo condenable, tarea justa y necesaria cuando los errores son demasiado grandes, sino también de reconocer lo que es grande en la exacta medida de su grandeza.
Los ensayos que aquí se editan, algunos de los cuales, en versiones diferentes a los que se presentan en este libro, han sido editados como artículos en la Revista de Filosofía de la Universidad de Chile, siguen todos una misma dirección que da su unidad a este escrito. Los temas tratados se abren todavía hacia nuevos problemas que esperamos poder abordar algún día. Por el momento, valga este esfuerzo que ojalá permita acercarse a una mejor comprensión, no solamente de las fatales decisiones que tomó alguna vez Heidegger, sino también de algunos de los enigmas más oscuros por los que hemos atravesado los hombres del siglo veinte.
El nacionalsocialismo
1
De acuerdo con la información que el propio Heidegger nos entrega en su Carta al Rectorado Académico, fechada el 4 de noviembre de 1945, él entró al partido nazi el 1 de mayo de 1933, esto es, algunos días después de haber asumido como rector de la Universidad de Friburgo. Este acto, lamentable desde todo punto de vista, ha dado lugar a esa aguda discusión entre filósofos que recién recordábamos, cuyas posiciones extremas son, por un lado, la de quienes desearían demostrar que toda la filosofía de Heidegger debe ser comprendida a partir de esta militancia –como una suerte de expresión filosófica de ideales políticos nacionalistas y antisemitas que se habrían mantenido constantes a lo largo de toda su vida– y, por otro lado, la de quienes han buscado exculpar al filósofo de su pasado nazi, intentando mostrar que su militancia, aunque haya sido un episodio grave, fue momentáneo, y afirmando, además, que ésta nada tiene que ver con su verdadero pensamiento, el que estaría a salvo de toda sospecha de contaminación política. La primera de estas tesis, a nuestro parecer, no es sostenible seriamente y demuestra un desconocimiento completo del pensamiento del filósofo, además de una incapacidad de comprender las complejas relaciones que han existido desde siempre entre filosofía y política. La segunda, si bien se asienta en el loable propósito de poner a salvo los logros filosóficos indiscutibles de uno de los pensadores más grandes del siglo XX, da una batalla en el terreno del adversario y se queda sin poner atención a hechos irrefutables que, por su importancia, no pueden dejar de influir en la comprensión que tengamos de su filosofía.
Una adscripción tan clara a un partido como el nazi de parte de un filósofo de la talla de Heidegger, llevada a cabo en un momento en que muchos de los aspectos bárbaros del nazismo ya se habían mostrado claramente (1933), no puede dejar de tener consecuencias filosóficas de primer orden y es la expresión de un desvarío que necesita ser explicado. Si Heidegger entró en esta fecha en dicho partido, quiere decir que aunque posteriormente haya abandonado esas posiciones, por lo menos durante este periodo su pensamiento se acercó efectivamente al ideario del nacionalsocialismo. No se trata simplemente de un entusiasmo desde la distancia por un movimiento al que muchos alemanes de la época veían como un impulso hacia el renacimiento de Alemania, sino de un verdadero compromiso que se hizo público y que se expresó en acciones concretas y comprobables. Frente a esto, no podemos permanecer indiferentes y aunque reconozcamos la legitimidad que hay en la reparación de una equivocación, no podemos dejar de analizar esto en todos sus alcances, incluidos aquellos aspectos que nos obligan a revisar nuestro juicio personal, político y filosófico del personaje en cuestión. Que alguien evolucione desde un error hacia una verdad es algo que no debería sorprendernos si, tal como el propio Heidegger lo entiende, el conjunto de todo trabajo filosófico no es una obra, sino un camino. ("Wege – nicht werke"). Lamentablemente, en muchos aspectos, su actitud posterior a este compromiso nunca fue lo suficientemente exenta de ambigüedades como para despejar definitivamente los problemas que ella suscitó. Eso explica que se haya desencadenado una discusión que parece interminable sobre este tema, que con buenos motivos ha despertado la indignación de muchos y la necesidad de una cerrada defensa por parte de otros.
Pero, ¿Qué es el nacionalsocialismo? ¿Cuáles son sus planteamientos políticos esenciales? ¿Qué significación filosófica tenía entrar a militar en el partido nazi en la época en que se llevó a cabo este compromiso de Heidegger? ¿Qué explicación podemos extraer de sus propios pronunciamientos al respecto? ¿Por qué es condenable que un filósofo de su talla no haya sabido distanciarse de este movimiento político? Si deseamos hablar con propiedad y abordar el problema de esta militancia, lo primero que debemos hacer es acercarnos a una comprensión lo más acertada posible de lo que significa este movimiento.
Es cierto que hoy día cualquiera se siente en posesión de los antecedentes necesarios como para juzgar que un posicionamiento como este representa una amenaza a la libre convivencia entre los hombres y para advertir que la experiencia vivida por Alemania no debería ser repetida por ningún pueblo. Sin embargo, el universal rechazo de este ideario político y la repulsa frente a las atrocidades cometidas en su nombre viene de la constatación real de los desastres bélicos y de las responsabilidades que le cupieron a Hitler en el desencadenamiento de la guerra y en el genocidio. Este saber, con todo lo certero y contundente que pudiera ser, no basta para lanzar una condena personal por un hecho que se ha producido mucho antes de que estas situaciones extremas se hubiesen puesto en evidencia. Es un hecho: el nivel de claridad que existía en el año 1933 frente a los peligros del nazismo no es similar al que existe hoy día. A pesar de ello, tampoco es cierto que no se hayan podido prever en alguna medida estos peligros, pues muchos intelectuales y políticos lo hicieron, e incluso mucho antes del compromiso de Heidegger con el nazismo advirtieron del desastre que podía significar este movimiento para Alemania.
Pero una condena política comúnmente se funda en la posición favorable o contraria que adopte el que se hace responsable de ella y, por lo mismo, ella no hace otra cosa que reafirmar su adscripción previa a un determinado ideario político desde el cual juzga. Ahora bien, esta puede legitimarse o no ulteriormente, pero para ello es necesario que el que hace la afirmación abandone el terreno de la política y se ubique en una zona más objetiva y universal, la del pensamiento. Para un filósofo, la condena del nazismo no tiene gran eficacia si se hace desde otra militancia; es necesario fundarla en consideraciones más amplias, sobre la esencia y el destino de la humanidad, sobre la dirección de los acontecimientos históricos, sobre el poder de la verdad o la apariencia en los asuntos humanos, sobre lo que corresponde o no a una vida buena necesaria; es decir, si es que este tipo de valoraciones todavía tienen sentido, sobre fundamentos éticos y pensantes. La política activa es siempre expresión de un antagonismo, de ahí que las críticas que surgen en su seno estén necesariamente condenadas al relativismo: lo que afirma el que se ubica en una barricada, lo niega el que está en la barricada contraria; por eso, lo que buscamos no es solamente mostrar nuestro desacuerdo político con la posición que Heidegger haya tomado en un determinado momento, sino poner ante nuestra mirada sus motivaciones. Más deseamos comprender, que juzgar, aunque nuestro propósito tampoco sea ajeno a la posibilidad de expresar un firme rechazo a este paso en falso que el propio filósofo ha calificado de error
.
Su declaración más clara al respecto se encuentra en el texto publicado bajo el título: Extracto de una carta al Presidente de la Comisión Política de Purificación
escrita el 15 de diciembre de 1945.⁵ Allí se afirma lo siguiente: "En 1933, yo creía que Hitler, ahora que tenía la responsabilidad del pueblo entero, iba a ser capaz de elevarse por encima del Partido y de su doctrina y que todo volvería a entrar en sus cauces, sobre la base de una renovación y de un reagrupamiento para responder de Occidente. Esta creencia era un error, del que me di cuenta a causa de los acontecimientos del 30 de junio de 1934"⁶ (EP, p. 207-208). En realidad, existen motivos para pensar que este episodio no alejó del todo a Heidegger del nazismo, pero podemos considerarlo como la fecha que marca el comienzo de un proceso de distanciamiento que, como veremos, durará por lo menos hasta 1936.
Por otra parte, estas expresiones de Heidegger no son claras, pues si bien denotan un distanciamiento en relación con "el partido y su doctrina" –en la medida en que él espera que Hitler se ponga finalmente por encima de ellos– si pensaba de esta manera no se explica por qué él pidió su militancia en ese partido y, por lo tanto, por qué asumió públicamente precisamente esa política y esa doctrina. Las razones que él da en este texto tienen que ver con la tarea que él piensa que debe cumplir Alemania al encauzar su camino histórico hacia el verdadero destino de Occidente, como si el país fuera el principal responsable de la historia occidental y como si fuera eso lo que estuviera en juego en el surgimiento y desarrollo del nazismo. Se trataría de un movimiento que representaría la fuerza de la recuperación de la esencialidad occidental –principalmente debido a la persona de Hitler– aunque el partido y su doctrina
se presenten como un factor encubridor. El movimiento histórico surgido en ese momento en Alemania, que el nacionalsocialismo interpretaría a su manera un tanto equivocadamente, sería algo así como un resurgimiento de las fuerzas más puras de Occidente y, por ello, algo que él como filósofo se vería movido a apoyar. Pero también hay aquí una supuesta diferencia que se establece entre Hitler, y el partido y su doctrina
. Ambos no serían lo mismo y se manifiesta en este texto la esperanza de que en algún momento el Canciller alemán, al asumir el destino histórico de su pueblo, se hubiese ubicado por encima de estas dos instancias. Si se toma en cuenta que el libro Mi lucha fue publicado en 1925, esta afirmación muestra con mucha claridad la extrema liviandad e ingenuidad del filósofo en sus juicios políticos. Estas esperanzas débilmente fundadas son las que lo habrían conducido a cometer el error de su propio compromiso, actitud que habría comenzado a disiparse a partir del asesinato de Röhm y sus colaboradores más cercanos. Pero tampoco queda explicado en qué sentido la noche de los cuchillos largos
disuadió a Heidegger de su error: ¿Fue porque con ella se mostró definitivamente el carácter criminal y extremista del régimen y del propio Hitler? Que esta carta sea una explicación ante esos destinatarios encargados de borrar las huellas del nazismo en las universidades alemanas daría pie para pensar que es esta la causa. ¿Pero, un criminal ya no podía ser el gobernante por cuyas decisiones pasaba el destino de Occidente? ¿Por qué? ¿Acaso la historia occidental no está llena de acciones criminales ejecutadas por sus protagonistas? ¿Acaso esos asesinatos no se han constituido muchas veces en hitos esenciales en la historia europea? ¿Y podría afirmarse sin ingenuidad que ha sido precisamente la moral lo que ha guiado las conductas de quienes han desempeñado un papel decisivo en ella? Por otra parte: ¿Qué relación tienen estos actos con las motivaciones que ha tenido Heidegger para comprometerse con el nazismo y que ahora se han visto defraudadas? Nada de eso ha sido explicado por el filósofo. Si se trata de razones éticas, ¿Por qué nunca hubo de parte suya una condena de Hitler y del nazismo? ¿Por qué hubo un compromiso público con ese movimiento y ninguna condena pública de su parte cuando él descubrió su carácter criminal? Y si se trata de razones filosóficas, ¿Por qué éstas nunca se expusieron? O, si esto se hizo, tanto durante la guerra, como en la época posterior, ¿por qué siempre ocurrió de manera implícita, eludiendo llamar pan
al pan y vino
al vino? ¿Por qué su distanciamiento del nazismo tenía que ser interpretativo
y no explícito? Si la represión en contra de los oponentes al régimen puede justificar su silencio durante la guerra, queda por explicar por qué este silencio se prolongó hasta el final de su vida. Todo esto, como se ve, es muy confuso y requiere de una explicación. Pero, si queremos comprender y juzgar acertadamente estos acontecimientos, es prioritario acercarnos a una idea del nazismo que nos permita entender a qué adhería el filósofo en el momento de su compromiso.
2
En realidad, si hubiera que definir de un modo preciso qué significa el nacionalsocialismo
, nos encontraríamos en graves aprietos, pues, a diferencia de idearios políticos como el liberalismo, el comunismo o el socialismo, el nazismo no posee referentes ideológicos originales, claros, rigurosos y coherentes. La idea de unir el nacionalismo al socialismo fue formulada en Alemania a fines del siglo XIX, con distintas connotaciones políticas. Uno de sus sostenedores fue Adolf Stöcker, con planteamientos conservadores y antisemitas, y otro, ubicado casi en sus antípodas, fue Friedrich Naumann, con ideas liberales. Estas posturas nacionalistas, tanto en grupos derechistas como izquierdistas tuvieron una mínima influencia hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. A partir de esta fecha, esto cambia radicalmente y, debido principalmente a la acción de Hitler y de sus colaboradores, comienza la expansión de las tendencias nacionalsocialistas.
Este último movimiento introduce en la definición de lo nacional la idea de raza
, que va a ser central en la forma definitiva que adoptará esta ideología. Ella tiene su origen en los escritos de Gobineau y Chamberlain, y fue posteriormente retomada por Spengler, Rosenberg y otros, aunque en cada caso con diferentes incidencias de tipo político. Esta idea, siempre expresada de manera muy imprecisa y en cada caso con muy diversas connotaciones, mezcla características biológicas y antropológicas con valoraciones éticas, políticas y culturales sin fundar en ningún argumento sólido de qué manera podrían relacionarse estos aspectos. La prueba de la confusión de estas ideas, que finalmente sellaron el destino de millones de personas, son las interminables discusiones que tuvieron los legisladores alemanes que se ocupaban en redactar las tristemente famosas Leyes de Nürenberg
. Éstas versaban acerca de a quién debía considerarse jurídicamente un judío
, cuestión que no llegó a zanjarse nunca de una manera unánime, pero que no por eso dejó de causar la suma más gigantesca de dolor que ha vivido la humanidad en toda su historia.
La ausencia de una claridad programática fue también otro de los elementos característicos del nazismo, situación de la que Hitler se aprovechó para tomar medidas políticas oportunistas, muchas veces contradictorias entre sí y justificadas únicamente por estrategias de poder o por afanes expansionistas. Algunas veces, apoderándose de consignas izquierdistas, para posteriormente llevar a ejecución políticas más bien de ultraderecha y, otras veces, al revés, tomando reivindicaciones conservadoras para justificar políticas reformistas. Si bien durante su mandato fueron muchos los jerarcas nazis que exigieron mayor claridad en los posicionamientos políticos del partido, Hitler se mantuvo siempre en la reafirmación de sus propuestas del Programa Nacionalsocialista
promulgado en Munich en 1920, el cual, debido a su vaguedad, permitía toda suerte de interpretaciones y dejaba al dictador las manos libres para hacer lo que él mismo finalmente tuviera a bien decidir. A pesar de estas imprecisiones, puede configurarse una mínima coherencia en el nacionalsocialismo en los siguientes lineamientos que encontramos expuestos en sus documentos políticos:
- Un intento de recuperar ciertos ideales socialistas, muy expandidos en la Alemania de comienzos de siglo, pero uniéndolos a un sentido nacionalista y crítico del socialismo universalista
y economicista con bases marxistas. El nacionalismo permitiría superar en cierto sentido la lucha de clases y serviría para