Diez ensayos
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Diez ensayos - Tomás Carrasquilla
Nota a la edición
En la valoración de una obra artística, el sentido crítico y la apropiación de un pueblo que reconoce en ella una forma superior de su cultura son esenciales. Para lograr estos objetivos son necesarios el conocimiento de la tradición, estudios comparados que establezcan las corrientes, tanto universales como particulares, que han dado forma al hecho artístico nacional, y una amplia divulgación de obras y autores.
La Universidad de Antioquia y la Alcaldía del municipio de Santo Domingo se han unido para ofrecer al público una nueva edición de algunas de las obras de Tomás Carrasquilla, enriquecidas con notas y glosario, paratextos que permiten al lector de hoy apropiarse de las fuentes y los referentes culturales, históricos y políticos del autor antioqueño, y así potenciar el goce estético de su obra.
Bien puede Rafael Maya disculpar la libertad que nos tomamos al transcribir aquí algunas de sus afirmaciones hechas al analizar las Homilías
de Tomás Carrasquilla y que, consideramos, pueden ser extendidas a los ensayos del escritor antioqueño.
En efecto: en su texto Los orígenes del modernismo en Colombia, escribe el crítico: Bajo las especies de novelista, había [en Tomás Carrasquilla] un crítico sagaz, penetrante, malicioso, capaz de todas las sutilezas y profundidades del pensamiento, y armado de un criterio que se asentaba en sólidas bases de historia, de filosofía y de estética. Además era un consumado hablista, que en ocasiones descendía, con gracia inimitable, a las rudezas y donaires del lenguaje popular y, en otras, disertaba con elegancia de profesor y de gran polemista, diestro en toda clase de razones y argumentos. […] Pocas páginas de combate existen en nuestra literatura que tengan esa arrogancia de ejecución, sin mancha de dogmatismo impertinente. Sin preocuparse mucho de las personas, Carrasquilla enfoca los problemas en abstracto, con templada pasión, y sin perder la ecuanimidad
.¹-²
1 Rafael Maya. Los orígenes del modernismo en Colombia. Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1961, pp. 114-115.
2 Los textos aquí recogidos fueron transcritos conservando los usos ortotipográficos y las grafías presentes en las ediciones tomadas como base; solo se intervinieron en aspectos ortográficos de unificación y actualización básicas.
Los autos
³
Ahí le va saliendo al Apocalipsis lo más peliagudo de su visión terrorífica; ya tenemos la gran bestia,⁴ con todos sus horrores, con todos sus encantos. Cuando en la alta noche vuela borrascosa, poseída de la brama, ya sea por los campos, ya sea por la urbe, pone espanto en los corazones infantiles y antojos irresistibles en el pecho del adulto. Al sacarles del dormir tranquilo de su lecho hogareño, lanza a los hombres al ensueño, y lanza a los chiquitines a la conseja diabólica contada por la abuela. ¡Si será la misma Venus Afrodita, que atraviesa frenética, brinda que brinda su copa envenenada! ¡Si será el Diablo, que viene con su cohorte, a llevarse todo avechucho que se duerme en pleno rosario y que no obedece a mamá!
Mira, pues, si será la gran bestia. Entretanto, la fiera, prolificada en otras tantas, brama y brama. Está como macho cabrío, urgido y desesperado; aquella con acordes arrancados a guitarrón monstruoso; la otra como un sapo que cantase a su amada los gorgoritos de la charca; la siguiente como un turpial encerrado entre el ramaje; y todas lanzadas en rítmico estruendo, cual si declamasen en coro la boda vertiginosa de la vida, con sus anhelos, con sus pasiones, con sus tormentos, con un paso seguro hacia la muerte.
¿Qué mucho, pues, que el monstruo trastorne a tantas gentes? ¡Y tanto como las trastorna! Las señoras timoratas y fervorosas se incorporan y exclaman: ¡Dios mío: va cargado de pecados mortales!
. Y rezando, rezando, piensan si el hijo o el hermano o el esposo estarán afuera de la casa. Los tales, que probablemente no tienen vocación de santos eremitas, piensan (si acaso están adentro) cada disparate al oír sus fragores, y si Pateta⁵ les tienta y se asoman, son perdidos: las pupilas del búho inmenso les fascinan. A su fulgor siniestro ven tremolar, al torbellino de la carrera, las puntas nacaradas o azules de las chalinas... ¡Dios les tenga de su mano! Dios les tenga, porque el alma sencilla tórnase alma bruja y ansía vuelo; y en pos de esos trapos tempestuosos, insignia de una promesa, corren impetuosos al aquelarre.
Mas no siempre despierta tentaciones el monstruo apocalíptico. A prima noche, cuando las gentes formales discurren por las calles, es de verlo sereno y acompasado, gallardeándose al dulce peso de las hermosas fashionables. Van ellas rostriplácidas desafiando a los transeúntes con miradas fugitivas, ceñidas las gentiles testas con el motoso birrete, medio veladas con sutiles gasas.
Son cuadros vivos de gracia y poesía, de goce delicioso de vida sana y bien entendida, que despierta ideas consoladoras, sobre las tristezas cotidianas.
En nuestras tardes luminosas y reposadas, cuando estallan sobre el valle los besos de la brisa, corren y se difunden por doquier, ya en fila, ya dispersos, cargados de juventud y de alegría. Son como el aliento de la ciudad mercadante y levítica, que al fin rompe su monotonía, que al fin sacude su letargo y se regocija en el Señor, cantándole el salmo alado del vivir.
Los medio días dominicales, esas horas errantes de una pureza budista, de una laxitud morbosa, de soledades monásticas, anímanlos ahora los estruendosos aparatos.
Pasan con las beldades de la riqueza y de la moda, que ostentan sus galas recién desempacadas y, ya que no el donaire y la euritmia de sus cuerpos, sus palmitos realzados por el gesto de la dicha; la dicha de correrla, de sentir el recelo de chocar, de caer, de ser destripadas. Pasan los cachacones tomatragos, bullangueros y alborotados, que bajan a cada venta donde huela a ideal... Pasan los estudiantes, que estudian más en la vida que en los textos, más en los suburbios que en el claustro, más en las cantinas que en las aulas; estudios experimentales que en nada empecen a los que hagan en sus respectivos ramos, si los estudiantes son hombres de pelo en pecho y aprenden a evitarse los escollos y los vórtices de la vida.
En la imaginación caótica de los niños ejercen estas bestias mecánicas poderoso ascendiente. Son la brujería que los pasma y los transporta; son la eterna adivinanza de qué grita y no tiene boca, corre y no tiene pies
.
Rapaces conozco que deliran con autos, que cifran en los autos sus juegos infantiles, que los construyen con sus propias manos, que en autos se convierten ellos mismos, disparándose tumultuosos al son de las bocinas, que imitan a maravilla.
El auto, en fin, es ocasión de muchas sugestiones y de espectáculos muy gratos.
Algunos espíritus prácticos lo consideran oneroso e inútil todavía a nuestro medio y hasta perjudicial a nuestro actual estado de evolución.
Cierto que nuestras vías y nuestras calles no son, en lo general, para tales vehículos; cierto que no son muchas las distancias que tenemos que salvar, ni tantas las carreras que exige nuestra incipiente lucha. Pero, amén de ser el auto cómodo en todo tiempo, y un placer tan delicioso como lícito, amén de fomentar ciencias, artes y profesiones mecánicas, es elemento poderoso de modificación; de modificación en las costumbres y más aún en la ideología.
En esto, más que en todo, estriba la fuerza progresiva del automóvil. En efecto: modificar, conseguir puntos distintos de vista y diversos horizontes, aportar nuevas ideas y nuevas sensaciones, darle a la vida algún matiz imprevisto, evitar que nos petrifiquemos en la rutina práctica o especulativa, es progresar; es ponernos en el punto de elasticidad y adaptación que la vida, así individual como colectiva, reclama en toda época y en toda circunstancia.
Piensan algunos que esta automovilitis aguda que nos acomete actualmente a los medellinitas es pura novelería que remitiría en cuanto pase la boga. No es de creerse. Pasará la fiebre (ya va pasando un tanto), pero el auto ahí queda y quedará, porque la humanidad solo a influjo de fuerza mayor retrocede en sus conquistas.
¿Cuál será esa fuerza mayor? ¿La pobreza acaso? ¡Quién sabe! Nuestra inopia, con ser bastante, tiene más de lamento que de realidad.
El lloriqueo es peculiar del antioqueño, descendiente directo del compadre Facundo y de don Jeremías Tembleque.⁶
Querrá decir que, si gastamos auto, no habrá ahorro posible. ¡Mejor! El ahorro será muy sabio, será la base de un porvenir económico muy hermoso; pero es tan sórdido y tan buen profesor de avaricia que más vale el derroche. Sí: más vale destriparnos en auto que henchir una hucha que, una vez repleta, no tengamos el valor de mermarla. Mejor es morir de un porrazo que de miseria financiera.
3 Medio y fecha de publicación: El Liberal, Bogotá, 30 de diciembre de 1913.
4 Escrito por el apóstol Juan durante su permanencia en la isla de Patmos, el Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento. Su nombre significa revelación
y en él se profetiza la segunda venida de Cristo a la Tierra para llevar a cabo el juicio final de la humanidad. La alusión de Carrasquilla a la gran bestia se encuentra en el capítulo 13: Y vi una bestia que subía del mar, la cual tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre los cuernos diez diademas, y sobre las cabezas nombres de blasfemia. Esta bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como los de oso, y su boca como la del león
.
5 Nombre popular del diablo.
6 Mi compadre Facundo
es el título del relato de Emiro Kastos (seudónimo del escritor antioqueño Juan de Dios Restrepo, 1823-1894), en el que se hace una descripción crítica de las costumbres antioqueñas.
Jeremías, segundo de los grandes profetas