El tarot de los druidas
Por Pierre Ripert
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El tarot de los druidas - Pierre Ripert
manzano
LA CIVILIZACIÓN CELTA
En la actualidad apenas poseemos datos sobre la cultura celta porque los druidas favorecían la memoria y se negaban a utilizar la escritura para transmitir su saber. Además, los griegos y los romanos temían tanto a este pueblo que optaron por caricaturizarlo en vez de describirlo.
Para poder reconstruir la historia de este pueblo indoeuropeo y conocer su forma de vida no quedan más que algunas tumbas y ciertas leyendas que hablan de valor y de sangre. Pero estos vestigios nos han permitido saber que los celtas fueron unos guerreros formidables que no tenían miedo a la muerte: todos los grandes gobernantes de la Antigüedad se rindieron ante ellos, hasta que Julio César logró imponer la pax romana mediante la fuerza de las armas. Los celtas también fueron excelentes orfebres, grandes agricultores y hábiles carpinteros, además de un pueblo muy cortés que, sin embargo, tenía por costumbre cortar ritualmente las cabezas de sus enemigos con objeto de apoderarse de su energía. Los druidas celtas creían en la reencarnación y poseían unos conocimientos dignos de las grandes escuelas filosóficas de Grecia.
♦ Los druidas
La clase sacerdotal celta siempre poseyó un poder vinculado con las prácticas mágicas y adivinatorias. Ya desde la prehistoria, el chamán ocupaba un lugar especial dentro del grupo. Con el tiempo, este poder se vio reforzado y, en el pueblo celta, los druidas adquirieron un peso enorme en la toma de decisiones: eran los guardianes de la tradición, pero también mantenían contactos privilegiados con otros grupos étnicos. César deseaba destruirlos, consciente del peligro que representaban. Él mismo dice, en sus Comentarios a la guerra de las Galias: «[El conjunto de los druidas obedece a] un único jefe, cuya autoridad es infinita. Tras su muerte le sucede el más eminente en dignidad o, si varios candidatos poseen el mismo título, la elección se realiza mediante el sufragio entre los druidas que, en ocasiones, se disputan el puesto con las armas. En cierta época del año, los que viven en el continente se reúnen en la frontera del país de los carnutos [Chartres], que puede considerarse el punto central de toda la Galia. Gente de todas partes acude a este lugar para resolver sus desacuerdos, y acatan los juicios y las decisiones de los druidas. Se dice que su doctrina nació en [Gran] Bretaña y que, desde allí, se extendió hasta la Galia. En la actualidad, según dicen los historiadores romanos, aquellos que desean un conocimiento más profundo se reúnen en esta isla para instruirse.
»Los druidas no van a la guerra ni pagan ninguno de los tributos impuestos a los demás ciudadanos. Seducidos por semejantes privilegios, muchos galos intentan formar parte de esta clase, pero para ello es necesario aprender tal cantidad de versos que hay quien pasa más de veinte años en este noviciado. Aunque en la mayoría de los asuntos públicos y privados recurren a las letras griegas, no está permitido confiar los versos druídicos a la escritura. En mi opinión, esto tiene dos razones de ser: la primera, impedir que dichos conocimientos se extiendan entre el vulgo; la segunda, evitar que los discípulos se relajen en la escritura y descuiden así su memoria. El credo que intentan establecer afirma que las almas no perecen y que, después de la muerte, pasan de un cuerpo a otro. Esta creencia los impulsa a ser más valientes, pues elimina el temor de la muerte. El movimiento de los astros, la inmensidad del universo, la grandeza de la tierra, la naturaleza de las cosas, la fuerza y el poder de los dioses inmortales... Todos estos son, entre muchos otros, los tópicos en los que centran las conversaciones que tienen con los jóvenes».
La vida política y religiosa de los galos estaba dominada por el druidismo, término que utilizó César en sus Comentarios a la guerra de las Galias para referirse a esta poderosa clase social. Los druidas eran expertos en lo sagrado y sus funciones eran múltiples, pues abarcaban desde los ritos públicos y privados, la astrología y la adivinación, hasta la música, la poesía, la filosofía, la metafísica y la medicina.
El término druida, que empezó a utilizarse en el siglo I a. de C., tiene un significado similar al de vate y se utilizó hasta mucho tiempo después de que la religión cristiana lograra imponerse. Según César, los druidas más importantes residían en Gran Bretaña, a pesar de que su cónclave se celebraba en el bosque de los Carnutos, cerca de Chartres. El origen del término druida resulta confuso: los historiadores de la Antigüedad afirmaban que procedía de drus, «roble», mientras que varios especialistas en la civilización celta consideran que significa «muy erudito» o, lo que es lo mismo, «adivino» o «sabio». Sin embargo, no cabe duda de que este término guarda relación con el roble.
El druida recibía la iniciación sacerdotal y, gracias a ella, quedaba habilitado para conferir la iniciación real al jefe de la tribu. En la Galia continental de los tiempos de César, este privilegio había caído por completo en desuso, pero se restauró en la Galia insular (Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda) en tiempos del cristianismo.
El jefe de la tribu y los druidas compartían las funciones religiosas. Los druidas celebraban sacrificios humanos e inmolaciones de toros blancos tras la recogida del muérdago, aunque su función principal se centraba en la adivinación y en la interpretación de presagios. Disponían de una serie de privilegios, así como de autoridad jurídica y política. También se encargaban de instruir a los jóvenes.
Su creencia en la vida después de la muerte y en la transmigración del alma, así como sus grandes conocimientos de astronomía y medicina, se trasmitían siempre oralmente, al igual que sus poemas y sus epopeyas. Puede que los druidas supieran escribir, pero consideraban que su saber sólo debía transmitirse bajo el velo del secreto y mediante la iniciación oral del maestro al discípulo. Cada colegio druídico disponía de un santuario y una escuela propios, y varios colegios formaban una asamblea. Existe un parecido notable entre la doctrina de los druidas y la de los dóricos pitagóricos; probablemente, los dóricos y los celtas se encontraron en Europa central y recibieron unas enseñanzas similares. El orfismo, con sus cofradías de sacerdotes, su culto a los héroes, su mito del descenso a los infiernos, sus sacrificios humanos y su teoría de la inmortalidad del alma, también guarda muchas similitudes con el druidismo. Asimismo, el vocabulario religioso que utilizan tanto el druidismo como las religiones indoiranias es muy parecido. Todo esto indica que la institución druídica se engloba en un fondo indoeuropeo arcaico, anterior a la llegada de los pueblos celtas a la escena pública. De hecho, su origen podría situarse en tiempos de los reyes-sacerdotes-dioses.
Tras la conquista romana, la religión gala sufrió un ligero retroceso y el panteón indígena se asimiló al latino. El sacerdocio de los druidas también experimentó una situación análoga. Durante la época del emperador Augusto se aceptaba la presencia de los druidas, siempre y cuando no fueran ciudadanos romanos; sin embargo, Tiberio y, especialmente, Claudio persiguieron a los druidas durante su mandato. Entre los años 68 y 70 de nuestra era, los druidas profetizaron la caída de Roma y la transferencia de su poder a otras naciones. Durante el efímero reinado del emperador Vitelio, en 69 d. de C., un druida llamado Maric recorrió las orillas del Loira y el Allier fingiendo ser un enviado divino y el liberador de los galos. Mediante sus plegarias y sus exhortaciones, logró reunir un ejército de unos ocho mil hombres, pero los galos de la región de Autun consiguieron derrotarlo con la ayuda de algunas cohortes romanas. Maric fue capturado y condenado a enfrentarse a unas feroces bestias en el circo romano de Lugdunum (la actual Lyon). Los animales se negaron a devorarle, lo que provocó que el público se quedara estupefacto ante aquel milagro, pero Vitelio ordenó a sus guardias, más eficaces que las bestias, que acabaran con el condenado...
En el siglo III de nuestra era reapareció el clero galo, primero en la clandestinidad, y después de forma oficial. Las profecías reveladas en los santuarios galos influyeron en los emperadores Maximiano y Constantino. Este último, por ejemplo, tuvo una visión en un santuario de Belenos, en la que se veía a sí mismo escoltado por una victoria que sostenía unas coronas en su mano. Esta visión reforzó la credibilidad del clero galo, pues, según parece, Constantino era adepto de la doctrina druídica antes de convertirse al cristianismo.
En el siglo IV se vivió el apogeo de la religión gala