El clavo ardiendo: Claves de las adicciones amorosas y los conflictos en las relaciones de pareja sanas y patológicas
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Así comienza esta obra. A través de un lenguaje claro y divulgativo, el lector encontrará en ella claves sobre cómo se originan en la pareja el amor y sus conflictos. El autor, a través de teorías actuales de psicoterapia, neurociencia y antropología, nos muestra a la pareja como un sistema complejo en el que una gran variedad de factores influyen tanto en el origen como en el mantenimiento de relaciones, independientemente de que sean sanas, adictivas o conflictivas.
Las explicaciones accesibles, acompañadas de diversos casos, con referencias al cine y a personajes literarios, se deslizan entre las líneas provocando que el lector descubra cuestiones tales como por qué es tan importante el inicio de la relación y por qué elegimos repetitivamente determinadas parejas, por qué sufrimos con relaciones negativas que aun así no abandonamos o por qué se experimenta miedo al compromiso.
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El clavo ardiendo - Luis Raimundo Guerra Cid
Colección Con vivencias
38. El clavo ardiendo. Claves de las adicciones amorosas y los conflictos en las relaciones de pareja sanas y patológicas
Segunda edición (en papel): diciembre de 2014
Primera edición: junio de 2019
© Luis Raimundo Guerra Cid
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. — 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 — Fax: 93 231 18 68
www.octaedro.com — [email protected]
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ISBN (papel): 978-84-9921-437-5
ISBN (epub): 978-84-17667-72-6
Ilustración de la cubierta: Javier García Mora
Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila
Realización y producción: Editorial Octaedro
El modo en que nos relacionamos —con nosotros mismos y con los demás— es el más fiable instrumento de medida de nuestra salud mental.
A mis pacientes
PRÓLOGO
El autor del libro que tengo el honor de prologar es psicoanalista y antropólogo y, como veremos, integra admirablemente en el texto sus saberes de manera armónica y sin disonancias. Que yo sepa, su caso no es enteramente nuevo ya que dos investigadores, George Devereux y Geza Roheim, fueron también psicoanalistas y antropólogos, pero se trata de una situación muy distinta, ya que los dos, en sus escritos, enfrentaron ambas disciplinas, tomando radical partido por las teorías psicoanalíticas en su polémica con las investigaciones de la antropología, con lo cual contribuyeron al distanciamiento e ignorancia mutuas. En contraposición a esto, podemos decir que uno de los mayores méritos del libro que ahora nos ocupa es el de que en él se conjugan, admirablemente, los conocimientos antropológicos con los psicoanalíticos y los neurocientíficos. Para una mayor comprensión será mejor hacer un poco de historia.
Hasta ahora, pues, las relaciones entre el psicoanálisis y la antropología no han sido buenas. La disputa arranca de antiguo y tiene como punto principal de discordia la exigencia de los psicoanalistas de que los antropólogos confirmen la veracidad de las principales hipótesis y conceptos psicoanalíticos —específicamente la existencia del complejo de Edipo en todos los seres humanos, independientemente de cualquier circunstancia histórica y social, cosa que las investigaciones antropológicas han refutado por entero, a excepción de los juicios emitidos por los ya citados Devereux y Roheim. Tampoco ha sido confirmado por la antropología que en todos los seres humanos, sin excepción, la evolución de la psicosexualidad tenga lugar siguiendo las etapas descritas por Freud.
Quien primero discutió las tesis freudianas fue, en Gran Bretaña, Malinowski, a través de sus investigaciones en las islas Trobriand, investigaciones en las que describió el sistema matrolineal en el cual los deseos incestuosos del muchacho se dirigen hacia sus hermanas, mientras la rivalidad y competividad se centra en el tío materno. Malinowski fue duramente contestado por Ernest Jones a través de la Sociedad Británica de Psicoanálisis, y más tarde por Geza Roheim.
Pero desde Malinowski hasta la actualidad, la lista de antropólogos, conductistas, sociólogos y psicoanalistas que se han opuesto a la idea de la universalidad del complejo de Edipo, considerándolo un producto de la organización social propia de la civilización occidental, es muy extensa. Como figuras destacadas en este sentido podemos citar a Abram Kardiner, Karen Horney, Erich Fromm, Roger Bastide, Lévi-Strauss, etc. En general, dentro del psicoanálisis relacional el complejo de Edipo es considerado como un factor muy secundario, propio de determinadas estructuras familiares.
En el sentido que estoy comentando, podemos considerar el libro de Guerra como el libro que muchos hemos estado esperando, un libro en el que se aúnan antropología y psicoanálisis para fecundarse mutuamente, sin perderse en inútiles discusiones y descalificaciones.
Ya en el mismo prefacio, Guerra nos aporta profundas reflexiones acerca de los más arduos «cómos» y «porqués» de las relaciones de pareja, del enamoramiento, de las disfunciones amorosas, de su patología, del significado del otro en el amor. La idea fundamental que plantea, alrededor de la cual se desarrollará después todo el texto, es la importancia fundamental para el ser humano del amor, amar y ser amado. El amor se presenta en la vida de muy diversas formas: de pareja, paterno/filial, amistad, ideales, amor al prójimo, etc. Guerra se centra en el amor de pareja, que tanto para él como para mí es el más significativo y específico en la vida de los humanos e incluye la sexualidad en sus aspectos más elevados y alejados de la pura instintividad. Voy a centrarme unos momentos en este punto, el porqué de esta enorme relevancia que posee el amor de pareja en la vida de los humanos, que nos plantea Guerra.
Pienso que el amor de pareja constituye una de las formas de lo que el antropólogo L. Duch llama «estructuras de acogida». El ser humano nace indefenso, desvalido y necesita ser acogido por la madre y el entorno de esta, a cuyo conjunto llamamos la «matriz social», la cual constituye un útero que substituye al útero biológico de la madre, que ha acogido al recién nacido durante nueve meses. En un principio, esta nueva matriz provee las necesidades más elementales, tanto en lo biológico como en lo emocional, para hacer posible el crecimiento físico y mental del niño, el cual, en un breve espacio de tiempo ha de pasar del «caos» al «cosmos», del «estado de naturaleza» a la inmersión en una cultura determinada, aquella en el seno de la cual ha nacido y de la cual ha de formar parte. Pero el ser humano es contingente, precario, siempre con la perspectiva de la enfermedad y la muerte ante él, siempre sujeto a lo imprevisible, al azar, a la buena o mala fortuna. No ha decidido por sí mismo nacer ni vivir, se halla en un mundo, una sociedad y una cultura que él no ha elegido y debe orientar su vida, trazar un camino a seguir para construir su propia individuación y su identidad, diferente al mismo tiempo que igual al otro; diferencia en la igualdad, para poder seguir perfilando su individualidad y mantener una evolución propia durante todo el curso de su existencia hasta el mismo momento de la muerte. Pero para que ello sea posible ha de contar con un tejido social, distinto en cada etapa de su existencia, que facilite y moldee, respetando al mismo tiempo su individualidad, el despliegue de sus potencialidades innatas. La concreción de este tejido social facilitador del desenvolvimiento es lo que podemos llamar estructuras de acogida que, como una continuación de la acogida materna que hace posible que el niño inicie su evolución en los primeros años de su vida, otorguen al ser humano aquellos elementos materiales, emocionales e interpersonales precisos para una continuación ininterrumpida de su despliegue existencial. Y ello porque para el ser humano, a diferencia de lo que ocurre con los animales, el equipo instintivo es —¡afortunadamente, porque de lo contrario no sería humano!— pobre e insuficiente. Por eso Nietzsche decía que el ser humano es «un animal no fijado», porque nunca está totalmente limitado y constreñido por su naturaleza biológica y su instintividad, ni totalmente reducido y acotado por el entorno social y la tradición cultural en la que vive. Las estructuras de acogida son, pues, las distintas configuraciones sociales que en los diferentes y progresivos períodos de su existencia, y en los graduales niveles de su desarrollo físico y mental, acogen al ser humano y le permiten construir su propia realidad y su particular visión —tanto en el sentido emocional como en el intelectual— del mundo y de la vida, de la que no podemos decir que es exterior a él puesto que, a la vez, forma parte de él mismo. Esta última es, precisamente, una de las cuestiones más complejas con las que ha de enfrentarse el ser humano, en la realidad práctica y en su filosofar. Y ahí radica —y pido perdón al lector por la digresión necesaria para llegar a este punto— la relevancia exquisita e imponderable que alcanza la relación de pareja en la vida humana: la relación de pareja constituye, después de la matriz relacional, la más importante estructura de acogida que la vida ofrece a hombres y mujeres. Y por eso hombres y mujeres la buscan desesperadamente, y cuando fracasan vuelven a intentarlo una y otra vez, siempre con la esperanza de hallar una relación en la que sentirse acogidos y que cure las heridas que les inflige la vida. Cuando la verdadera relación amorosa llega a su plenitud, una plenitud que es el darse el uno al otro, puede decirse que se ha conseguido construir la estructura de acogida más perfecta que la vida puede ofrecer.
Unas palabras más en torno a la relación de pareja en el sentido que he estado comentando. Ahora está ya admitido por los antropólogos, y por un número cada vez más significativo de analistas, que el ser humano no tan solo es esencialmente relacional, sino que él mismo es relación, de manera que sin relación no es, en virtud de su propia constitución biológica. Y por ello podemos decir que es intersubjetivo, porque necesariamente ha de construir su subjetividad, su self, a través del intercambio emocional con el otro que le lleva a reconocer la subjetividad del otro y, al mismo tiempo, la suya. El pensamiento psicoanalítico moderno, apoyado por la biología y la neurociencia, camina en esa dirección. Y, por tanto, no es aventurado afirmar que una exitosa relación de pareja es la mejor oportunidad que puede darse para el crecimiento, armonización y consolidación del self. En los estados patológicos de la mente, paciente y terapeuta crean un campo intersubjetivo, ese tercero del que nos habla Guerra en algunos momentos de su libro, para que, mediante la mutua comprensión y reconocimiento del mismo, uno y otro vayan modificando y reconfigurando la propia subjetividad.
A lo largo del libro nos vamos encontrando con muchos pasajes que atraen la atención del lector, ya sea desde el punto de vista antropológico, psicoanalítico, sociológico o, simplemente, humano. Detenerme en las ideas que suscita cada uno de ellos requeriría, por lo menos, otro volumen. Deberé contentarme con añadir pinceladas referentes a aquellos por los que personalmente me siento más atraído.
Tal vez habría sido necesario decir que, aunque el título del libro hace pensar que en él hallaremos, únicamente, referencias a la patología amorosa, nos encontramos con que la primera parte más bien constituye un tratado de aquello que concierne a la buena salud de la pareja y a puntos de reflexión acerca de lo que es necesario para establecer una relación positiva y mantenerla. Por ejemplo, cuando Guerra se refiere a la importancia de las condiciones iniciales en las que ambos componentes se sienten atraídos el uno por el otro. Mi experiencia, como clínico, es la de que un factor muy importante en el fracaso de las relaciones de pareja, constituidas como matrimonio o no, se debe en el momento presente a una falta de cuidado, de preocupación por las circunstancias que rodean el comienzo de la relación y a la falta de una cierta programación de aquello que se espera de la persona con la que se decide compartir la totalidad de la vida o, por lo menos, una parte muy importante de ella. Cuando flota en la mente la idea que se ha hecho popular con el eslogan de «mientras dure», el fracaso está casi asegurado. La relación de pareja es un asunto plenamente emocional, pero no solo emocional, y cuando la elección del otro tiene lugar tan solo sobre las bases de la atracción física se unen los cuerpos, pero no las mentes y la verdadera comunicación, que es comunión de afectos, de preferencias, de significados, de esperanzas y de proyectos vitales no llega a tener lugar.
En este sentido, me parece muy acertado que Guerra mencione ampliamente las pautas que ofrece Erich Fromm, en su libro El arte de amar, para que nazca y se mantenga una relación amorosa fecunda y duradera. El pensamiento de Fromm ha alcanzado una gran difusión en el ámbito social y cultural, pero, tal vez precisamente a consecuencia de su lenguaje claro y sencillo y al hecho de centrarse en cuestiones de interés social —lo cual le llevó a una gran aceptación por parte del público en general— fue poco apreciado por los psicoanalistas clásicos o tradicionales, apegados a sus convicciones de que el psicoanálisis es una ciencia que se basta a sí misma, sin necesidad de diálogo con las otras disciplinas científicas. En la actualidad, el psicoanálisis relacional ha puesto de manifiesto la imprescindible necesidad de que el psicoanálisis entre en el diálogo interdisciplinar, especialmente con las neurociencias, las ciencias cognitivistas, la antropología y la filosofía, y ello ha hecho que el pensamiento de Fromm esté siendo recuperado por analistas, sociólogos y pensadores en general.
Muy en línea con Fromm, Guerra nos ofrece, también, su propia perspectiva de en qué consiste el verdadero amor a la pareja y el matiz emocional de entrega al otro, cesión de la propia personalidad, apoyo, incondicionalidad y donación para que el amor mutuo profundice y florezca. Como clínico puedo afirmar que, si las orientaciones que nos ofrecen tanto Fromm como Guerra no se hubieran dado de lado en esta época de crisis que se considera económica pero que, en el fondo, es la consecuencia de una crisis de valores, no asistiríamos al elevadísimo número de rupturas matrimoniales y de pareja que en la actualidad se produce, ni habría tantos niños deambulando del hogar materno al paterno y viceversa.
La microcomunicación es uno de los temas interesantes y novedosos que introduce Guerra, para una idónea comprensión de los mensajes que los miembros de la pareja intercambian entre sí. La neurociencia cognitivista nos ha enseñado que la recepción de la información no es únicamente lineal y secuencial, sino que, en virtud del principio del procesamiento de la información paralelamente distribuida, dos o más interlocutores están emitiendo y recibiendo mensajes no solo a través del sentido semántico de las palabras, sino también, paralelamente, mediante el tono, el ritmo, la modulación de la voz, los silencios y un sinfín de expresiones faciales, pequeños gestos que acompañan el lenguaje etc., y todo ello, tanto en la emisión del mensaje como en la recepción, transcurre, en gran parte, a nivel del inconsciente de procedimiento. Esto da lugar a que los componentes de la pareja no perciban conscientemente toda la dimensión de su relación y, por ello, en muchas ocasiones, cuando acuden al terapeuta explican que las cosas van mal entre ellos, que se sienten incómodos, irritados, desencantados, molestos el uno con el otro, sin saber por qué. En las sesiones de tratamiento el terapeuta ha de estar muy atento para captar esta microcomunicación implícita e inconsciente y ponerla al descubierto para que los sentimientos, quejas, protestas y demandas puedan ser objeto de debate y reflexión.
En el momento actual viene muy a cuenta la postura de Guerra frente a la insistencia de algunos que se creen científicos, pero que en realidad son «cientificistas», en proclamar a los cuatro vientos que el amor «no es más que» una cuestión de neuroquímica. Esta postura reduccionista que pretende ser científica es fruto de la ignorancia de lo que nos enseñan hoy en día las «ciencias de la complejidad». Cualquier fenómeno físico —y no digamos mental— es extremadamente complejo, sujeto a múltiples variables y contingencias, por lo que la posibilidad de reducirlo a un esquema o explicación simple y lineal que nos permita comprenderlo en su totalidad y predecir con exactitud su posible evolución ha sido abandonada por la ciencia. Como señala Guerra, ciertamente se han hallado algunas zonas del cerebro particularmente activas en las emociones propias del amor erótico, pero, muestra de la complejidad de los hechos es, por ejemplo, que las mismas zonas participan, con idéntica intensidad, en las emociones materno-filiales.
Se halla hoy en día muy admitida dentro del pensamiento psicoanalítico la idea, fruto de las investigaciones del Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico, de que durante el proceso psicoanalítico se producen en el contexto de la relación terapéutica determinadas situaciones, denominadas momentos de encuentro, en las que tiene lugar una modificación emocional de ambos componentes de la díada analítica. Guerra tiene el acierto de resaltar que, en muchas ocasiones, el «enamoramiento» puede ser comprendido como uno de estos momentos de encuentro explicados por el psicoanálisis.
En la época que estamos viviendo, los conflictos de pareja —matrimonial o de hecho— seguidos de ruptura están en pleno auge, tanto en España como en el resto de lo que se considera la civilización occidental. Al haber hijos de por medio en la mayoría de los casos, este hecho alcanza proporciones dramáticas. Debido a ello, la gran amplitud, y originalidad, con que el autor trata esta cuestión resalta la importancia de este libro. Me parece muy original su concepto de los conflictos de pareja como una afectopatología amorosa, a la cual se refiere como «un inconsciente común entre los dos miembros de la pareja y un desajuste severo en la gestión de las emociones y los afectos así como una distorsión en la valoración de dónde
(en qué tipo de personas) y para qué
». La clasificación de las diversas afectopatologías que establece Guerra me parece un excelente instrumento para que el profesional que desea ayudar a una pareja en conflicto tenga un esquema que le permita orientarse acerca de qué es lo que está sucediendo entre estos dos seres humanos.
También deseo decir algo sobre la referencia de Guerra al hecho de que muchos padres y madres proyectan su narcisismo en los hijos. Desafortunadamente, la sociedad actual, con su apetito desmesurado de fama, prestigio, dinero y poder, favorece que uno o los dos progenitores intente curar sus frustraciones y heridas narcisistas presionando al hijo/a para que sea una primera figura deportiva, o para que siempre obtenga las máximas calificaciones en la escuela, o, más adelante, especialmente en lo que concierne a las hijas, para que destaquen por su belleza y atractivo físico, etc. Naturalmente, solo en casos excepcionales el hijo/a puede satisfacer estas exigencias; muchas veces, como se ha comprobado repetidamente en la práctica, a costa de graves problemas emocionales intrapsíquicos e interpersonales.
Deseo, finalmente, decir algo acerca de la perspectiva de la familia como sistema que plantea Guerra en algunos momentos del texto. Me detendré unos momentos en esto, porque me parece de capital importancia. Sabemos ahora por la ciencia, especialmente por las ciencias de la complejidad y la teoría general de los sistemas, que los seres humanos, como todos los organismos vivientes pluricelulares, somos un sistema abierto, dinámico, complejo, compuesto de una multitud de elementos que interaccionan continuamente entre sí y con el medio externo que les rodea. Una de sus propiedades es la de la equifinalidad, término con el cual se significa que la evolución de un sistema abierto