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CFT 06 - La Iglesia: Cuerpo de Cristo: Curso de formación teologica evangelica
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CFT 06 - La Iglesia: Cuerpo de Cristo: Curso de formación teologica evangelica

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Estructurado en ocho partes y 53 lecciones, el tomo sexto del CURSO DE FORMACIÓN TEOLÓGICA EVANGÉLICA constituye en si mismo uno de los textos de Eclesiología más completos y pedagógicos disponibles. Partiendo de un completísimo estudio obre la naturaleza y fundación de la Iglesia, entra de lleno en un análisis profundo de sus ministerios, autoridad y estructura de gobierno para terminar con una visión de sus ordenanzas y su misión en el mundo. Es, pues, un texto ideal para la asignatura de Eclesiología en institutos bíblicos y seminarios de Teología.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 1973
ISBN9788482677491
CFT 06 - La Iglesia: Cuerpo de Cristo: Curso de formación teologica evangelica

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    Excelente material de estudio, debe estudiarse con determinación y paciencia, altamente recomendado

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CFT 06 - La Iglesia - Francisco Lacueva Lafarga

INTRODUCCION

Si el caballo de batalla de la lucha teológica, en el siglo XVI, entre la Reforma y Trento, fue el tema de la justificación por la fe sola, que fue justamente señalado por los grandes Reformadores como el «articulus stantis et cadentis Ecclesiae», hoy el caballo de batalla es, sin duda, la naturaleza misma de la Iglesia, de modo que el concepto correcto, es decir, bíblico, de Iglesia y del ministerio en la misma viene a ser indispensable para entender adecuadamente el hecho y el alcance de nuestra membresía en el Cuerpo de Cristo y el punto álgido en el debate ecuménico.

«Estamos en el siglo de la Iglesia» —ha dicho con razón O. Dibelius—.¹ En las cuatro décadas que van de 1925 a 1965, se ha hablado y escrito acerca de la Iglesia más que en los cuatro siglos que van desde la Reforma hasta 1925.

Este hecho implica que el tema de la Iglesia ha llegado a adquirir en nuestros días una suprema importancia en el plano ecuménico. Todas las grandes confesiones que se precian del nombre de «cristianas», se están poniendo rápidamente de acuerdo en materias tan importantes como la justificación por la fe,² la soberanía de la gracia de Dios, la autoridad suprema de las Sagradas Escrituras, el sacerdocio común de los fieles, etc., pero el concepto de «Iglesia» sigue constituyendo la gran barrera entre Roma y la Reforma. Ya en 1948 decía W. A. Wisser’t Hooft, entonces Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias: «Si existiera una eclesiología aceptable para todos, el problema ecuménico estaría resuelto.»³ En efecto, el día en que nos pongamos de acuerdo acerca del concepto de Iglesia y, sobre todo, acerca del concepto de ministerio en la Iglesia, y del alcance y función del carisma correspondiente, la unidad de los cristianos será una realidad visible.

No cabe duda de que, a la sobreestimación de la institución eclesial por parte de la Iglesia de Roma, sucedió la subestimación protestante de la iglesia visible y el énfasis puesto en la salvación individual. Es curioso constatar, sin embargo, como nos lo hacía notar V. Fábrega,⁴ que, a pesar del absolutismo institucional que en la Contrarreforma provocó la relativización individualista de la Iglesia, llevada a cabo por la Reforma, con todo, Ignacio de Loyola enfatizó el aspecto individual de la salvación, aunque en las reglas de discernimiento de espíritus se muestra tan reaccionario y absolutista como Trento. Y P. Fannon⁵ no duda en escribir: «Desde la Contra-Reforma se ha desarrollado entre nosotros una eclesiología burocrática, en oposición a las nociones de Iglesia del Nuevo Testamento y de los Padres, que eran más profundas y más realistas.»

El Concilio Vaticano II dio, en nuestra opinión, como suele decirse, «una de cal y otra de arena». Muchas de sus expresiones, como «pueblo santo de Dios»,⁶ y una «Iglesia que encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación»,⁷ podrían parecer salidas de la pluma de Calvino, pero el énfasis en la institución jerárquica y el carisma de la infalibilidad nos convencen de que el «clima» oficial no ha variado respecto al punto álgido del debate ecuménico. Digo «oficial» porque es preciso reconocer el mérito que suponen los esfuerzos hechos por muchas de las llamadas «comunidades de base» en tomar conciencia del papel y responsabilidad que competen a cada miembro de iglesia, así como del lugar y función de la iglesia local, como verdadera «comunidad de creyentes». Dice así Manuel Useros:

«El misterio escondido del pueblo de Dios en la tierra se manifiesta en la realidad concreta de la existencia personal, cuando surge y se desarrolla la comunidad de creyentes. Es ésta el espacio donde la verdad cristiana se hace opción transformadora, conversión, confesión de fe y compromiso, donde los sacramentos se hacen celebración, donde los imperativos evangélicos se hacen testimonio de vida, donde la comunión en Cristo se hace fraternidad y servicio; es la comunidad cristiana el espacio donde realmente la obra de salvación se hace historia.»

Esto no quiere decir que los obstáculos para un mejor conocimiento de la íntima naturaleza de la Iglesia de Cristo hayan desaparecido en nuestros días. Hoy más que nunca se puede hablar de «crisis de la Iglesia», puesto que, junto a un grupo minoritario que se esfuerza en repensar y reformar la Iglesia de acuerdo con el Nuevo Testamento, tomado como infalible Palabra de Dios, el Modernismo bíblico y el Humanismo existencialista⁹ están adulterando el mensaje de Dios y el concepto escritural de Iglesia en círculos cada día más extensos de las grandes confesiones llamadas «cristianas», sin excluir a ninguna. El liberalismo en exégesis, el existencialismo en la cultura, y el excesivo «compromiso social» de casi todos los grupos progresistas de la «Nueva Catolicidad» nos obligan a mirar con recelo los anhelos, en los que no dudamos que el Espíritu de Dios tiene Su parte, de muchos individuos y grupos que, deseando vivamente una verdadera reforma de su Iglesia, no aciertan a comprender el fallo fundamental del sistema.

Con todo lo que llevamos escrito, no queremos insinuar que la suprema importancia del tema de la Iglesia radique en su actualidad como tema de estudio o de debate ecuménico. Su importancia deriva primordialmente de la propia voluntad del Señor, así como de nuestra misma condición de creyentes, salvos para la gloria de Dios.

Por el Nuevo Testamento, está claro que Jesucristo tuvo interés en fundar Su Iglesia (Mat. 16:18), que la amó y Se entregó a la muerte por ella (Ef. 5:25). El coste del precio que pagó para rescatarla nos da idea del valor que la Iglesia tenía a Sus ojos. Cristo murió para reunir en uno los dispersos hijos de Dios (Jn. 11:52). Este único Cuerpo de creyentes redimidos que es la Iglesia, ha sido elegido para ser en la tierra «columna y baluarte de la verdad» (1.ª Tim. 3:15), para proyectar esa verdad salvadora hacia el mundo entero (Mat. 28:19), e incluso para darla a conocer «a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Ef. 3:10).

El lugar que la Iglesia ocupa en el Nuevo Testamento es muy importante: el Libro de Hechos es un recuento de fundaciones de iglesias tras el impresionante descenso del Espíritu en Pentecostés; a las iglesias son predominantemente dirigidas las Epístolas apostólicas (mención especial merece la 1.ª de Pablo a los corintios); la Epístola a los fieles de Efeso viene a ser como un resumen de «Teología de la Iglesia»; y es a las siete iglesias del Asia Menor a las que el Espíritu dirige, en el Apocalipsis, la revelación de los planes de Dios para el futuro, junto con Sus promesas, alabanzas y reprensiones.

Por lo que toca a nosotros, los miembros de la Iglesia, recordemos que por la Iglesia nos ha sido transmitido el Evangelio;¹⁰ una vez nacidos de nuevo, por el mensaje de la Iglesia y el poder del Espíritu, la Iglesia nos ha nutrido, educado, corregido y hecho crecer (cf. Ef. 4:11a). Dentro de la Iglesia, hemos hallado las oportunidades de comportarnos cristianamente y de extender el radio de acción de nuestro ministerio y de nuestro testimonio.

Si se ha dicho bien que «los hombres no son islas», con mayor razón hay que recalcar que un cristiano solitario no puede existir; incluso viene a ser una contradicción en sus propios términos. El Nuevo Testamento desconoce un cristianismo individualista. Tan pronto como alguien nace de nuevo y cree en el Señor, Dios lo añade a la Iglesia (Hech. 2:41, 47), es decir, a la «comunidad de los creyentes o cristianos».¹¹ «Estar en Cristo» y «estar en la Iglesia» son fórmulas que se implican mutuamente, porque el ser miembro de Cristo comporta el ser co-miembro de los demás miembros del mismo Cuerpo.

En cuanto al método para una correcta Eclesiología, una genuina investigación no puede comenzar por «considerar la Iglesia según existe ahora» y tratar luego de modificar, o mejorar, sus estructuras; ni siquiera es correcto el remontarse a los tiempos de la Reforma, lo cual equivaldría a depender de una tradición humana, sino que es preciso volver decididamente a un estudio sereno, profundo y sincero del Nuevo Testamento y estar todos dispuestos a empezar desde allí.¹²

Para comodidad del lector estudioso, dividiremos este Tratado sobre la Iglesia en ocho partes: 1) Naturaleza de la Iglesia; 2) Fundación de la Iglesia; 3) Membresía; 4) La autoridad en la Iglesia; 5) El ministerio en la Iglesia; 6) Notas y dimensiones de la Iglesia; 7) Las Ordenanzas o Sacramentos de la Iglesia; 8) La Iglesia en el mundo. Añadiremos un breve apéndice sobre «La Iglesia hoy: su situación, causas y remedios».

Estamos abiertos al diálogo y a toda crítica constructiva. No hay obra humana perfecta; si la Iglesia, aun teniendo un fundamento divino, es imperfecta por lo que afecta a sus miembros, hombres siempre imperfectos, ¡cuál no será la imperfección de todo libro que se atreva a desvelar el «misterio» que es la Iglesia de Cristo! Sin embargo, estamos convencidos de que el empeño en estudiar con oración y sinceridad, desde las páginas del Texto Sagrado, todo lo que acerca de este «misterio» se nos ha revelado, obtendrá como fruto un enriquecimiento espiritual de nuestras almas y un paso más en el peregrinaje hacia la culminación de la unidad (cf. Ef. 4:13), que es la meta del «varón perfecto».

Mi gratitud a cuantos, con sus preguntas y sugerencias, me han ayudado en esta tarea (difícil, pero no ingrata), especialmente al escritor evangélico D. José Grau y a la «Misión Evangélica Bautista en España», bajo cuyos auspicios se publican los volúmenes de este CURSO DE FORMACION TEOLOGICA EVANGELICA.

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1. Citado por A. Kuen, Je bâtirai mon Eglise, p. 13.

2. V. el libro, ya famoso, de H. Küng. Rechtfertigung (Justificación), que en la década del 60 causó un impacto formidable en los círculos teológicos, tanto católicos como protestantes. También P. Fannon, La faz cambiante de la Teología, pp. 53-56.

3. Citado en la revista Concilium, abril de 1970, p. 15, nota 9.

4. En un cursillo sobre Aspectos eclesiológicos en el Libro de Hechos, dado en el otoño de 1970 en la Facultad de Teología «San Francisco de Borja» de San Cugat del Vallés (Barcelona).

5. O. c., p. 57.

6. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, passim.

7. Id., punto 8.

8. Cristianos en comunidad, p. 13.

9. V. mi libro Catolicismo Romano, pp. 71-85, así como J. Grau, Introducción a la Teología, pp. 202-214.

10. Este es, en nuestra opinión, el verdadero sentido de la discutida frase de Agustín de Hipona: «Si no fuera por la Iglesia, yo no creería en el Evangelio.»

11. Dejamos para más adelante el papel del bautismo en este «añadir a la Iglesia».

12. V. M. Lloyd-Jones, Qué es la Iglesia, pp. 1-10, y A. Kuen, o. c., pp. 11-17.

Primera parte

Naturaleza de la Iglesia

LECCION 1.ª

NOCION DE IGLESIA

1.Etimología de la palabra iglesia.

Como advertía V. Fábrega en su cursillo sobre Eclesiología del otoño de 1970, cuando una persona pronuncia el vocablo «iglesia», el primer contenido que la Semántica tradicional ofrece al hombre de la calle es el de un edificio cúltico (ir a la iglesia); en segundo lugar, viene la acepción equivalente a jerarquía (¿quién manda en la iglesia?); la tercera acepción afecta al aspecto confesional (Iglesia Católica, Anglicana, Luterana, etc.); finalmente, topamos con el único sentido bíblico del término «iglesia»: comunidad de creyentes cristianos.

El término castellano «iglesia» (como sucede en catalán, vasco, gallego, portugués, italiano y francés) procede, a través del latín «ecclesia», del griego «ekklesía». Cuando se escribió el griego del Nuevo Testamento, este término servía, en lo profano, para designar una asamblea democráticamente convocada. De ahí que Hech. 15:4, 12, 22 nos ofrezcan un paralelo con las asambleas helénicas con su doble elemento: la «bulé», o grupo de dirigentes, y el «démos», o pueblo, que también toma parte en las deliberaciones. En el v. 12 aparece incluso la «multitud» o «pléthos», que habla, discute y comenta.

El vocablo «ekklesía» consta de dos partes: la preposición «ex» = de, que se convierte aquí en «ek» por aglutinación, y la forma nominal «klesía», derivada del verbo «kaló» = llamar; o sea, que significa «llamada de». El Nuevo Testamento usa más de cien veces este vocablo «ekklesía». Aunque en el griego del Nuevo Testamento dicho término no implique necesariamente una «segregación» o separación, sin embargo el concepto cristiano de «iglesia» la exige, como veremos más adelante.

2.El nuevo qahal.

Es interesante ver el uso del Antiguo Testamento a este respecto. El Señor, cuando fundó Su Iglesia, tenía, sin duda, en Su mente el concepto del «qahal» judío. Ni Mateo ni Lucas inventan el término ni introducen el concepto, sino que ya se encontraba como término técnico en la comunidad cristiana, como reflejo del antiguo «qahal». Por eso los LXX vierten el hebreo «qahal» por «ekklesía», ya que dicho término hebreo designaba «la congregación del pueblo de Israel», y, tras el destierro a Babilonia, parece ser que dicha palabra significaba tanto la comunidad del pueblo de Israel en sí misma, como la reunión en asamblea de tal comunidad, aunque esto último era expresado con mayor precisión con el término hebreo «edah», al que corresponde el griego «synagogué». El «qahal» englobaba la asamblea de hombres de Israel, mientras que el «’am» era el pueblo en general. La voz «qahal» se deriva de «qol» = voz o grito (así se ve no sólo la semejanza semántica con el término griego «ekklesía», sino también la similaridad fonética). Jer. 44:15 es la única excepción en que asisten mujeres.

Así el «Qehal Yahveh» es el «Pueblo Escogido» de Dios. Esto tiene una gran importancia para nosotros, puesto que el Nuevo Testamento empalma con el judaísmo tardío o «re-interpretado» después de la cautividad. El que hubiese perdido su soberanía política da a este judaísmo unas características peculiares. Tenemos también el caso de los esenios, según nos lo han descubierto los textos de Qunram, los cuales forman su propio «edah», creyéndose el verdadero «qahal», como resto fiel que se retira al desierto y ya no cree en el templo ni en el sacerdocio oficial, creándose su propia jerarquía y su propio sacerdocio.

La diferencia más notable entre el «antes» y el «después» de la cautividad de Babilonia está en que antes el «qahal» o «ekklesía» estaba ligado a la tierra repartida a cada tribu, mientras que después la tierra deja de ser un bien salvífico, siendo sustituida por la Ley o «Torah». Si observamos la identificación que el Nuevo Testamento hace entre el Logos (el Verbo Encarnado, Jesucristo) y la Torah, no nos extrañará que el remanente espiritual judío comprendiese y aceptase la nueva etapa centrada en el Cristo muerto y resucitado y entendiese el nuevo «qahal» o «ekklesía» como el conjunto de comunidades o congregaciones locales caracterizadas como «discípulos» o «seguidores de Jesús».

No ha de extrañar, pues, que, siendo la Iglesia el nuevo «Israel de Dios», las promesas mesiánicas hechas a Israel se hagan extensivas a la Iglesia,¹ la cual viene así a ser «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1.ª Ped. 2:9-10. Cf. Apoc. 1:6). Así, la Iglesia es la continuadora del «remanente» de la nación judía y, por tanto, acreedora al título de «pueblo de los santos del Altísimo» (Dan. 7:13-27. Cf. Rom. 9:8; 11:1-5; Gál. 3:29; 6:16).

3.Diferencias entre el qahal judío y la ekklesia cristiana.

Sin embargo, hay notables e importantes diferencias entre el «qahal» judío y la «Iglesia» de Cristo. Diferencias que los grandes Reformadores, especialmente Lutero y Calvino (siguiendo a Agustín), no tuvieron en cuenta. Dice A. Kuen: «El error fatal que más parece haber contribuido al establecimiento de ese sistema político-religioso al que se ha llamado la Cristiandad es, sin duda, la confusión entre la Antigua y la Nueva Alianza.»² Tres son las diferencias más notables:

A)Mientras el «qahal» estaba circunscrito por los límites de la nación de Israel, la Iglesia no conoce fronteras, subsistiendo supranacionalmente en cada localidad. Por eso, al candelabro de los siete brazos (símbolo de un solo pueblo, sobre el que reposaba la promesa mesiánica de los siete espíritus —V. Is. 11:2-3—) suceden en la visión de Juan siete candelabros, entre los que pasea el Señor Jesús, para designar a siete iglesias, excluyendo así la alusión a límites geográficos o jurisdiccionales que encierren la Iglesia y poniendo como centro de unidad la autoridad de «un solo Señor» (Ef. 4:5), Jesucristo, el Soberano, Salvador y Juez único de todas las iglesias (cf. Apoc. 1:12 y siguientes).

B)La historia de la salvación recorre en el Nuevo Testamento un camino inverso al del Antiguo Testamento: Dios comienza la historia de la redención escogiéndose una nación: una viña con muchas vides (Is. 5:1-7). Pero, a medida que el Mesías se acerca, se realiza un proceso de concentración: las promesas serán para los hijos de Abraham «según la fe», no según la circuncisión. Esta concentración alcanza su punto límite en Jesucristo: una sola vid con muchos pámpanos (cf. Jn. 15:1 y ss.). Así que, ahora, ya todos los escogidos lo son «en Cristo».³

C)Mientras la apelación de la Ley y de los profetas al pueblo de Israel se hace siempre en tono colectivo: «Observaréis... Escucharéis...», el Nuevo Testamento recalca el carácter personal —distributivo— de la llamada de Dios a la fe y a la salvación: «Si crees..., sígueme...» El Nuevo Testamento contiene más de 700 expresiones de este carácter personal de la llamada de Dios, en frases como «Cualquiera que..., Todo el que..., Si alguno...», etcétera. Esto tiene una importancia capital para el estudio de la Eclesiología en general y para el tema del Bautismo en particular.

4. Acepciones novotestamentarias del término iglesia.

El término «ekklesía» = iglesia, se usa en el Nuevo Testamento de tres maneras:

A)Para significar simplemente una «asamblea» (Hechos 19:32, 39, 41). Así se emplea en muy pocos casos y equivale entonces al término griego «synagogué» (compárese con Mat. 4:23; Hech. 13:43; Apoc. 2:9; 3:9).

B)Para designar el conjunto de los redimidos por Cristo (Ef. 5:25-27). La primera de las dos únicas veces que Jesús mencionó la palabra «iglesia» (Mat. 16:18) tomó este término en sentido universal, o sea, «el conjunto de los creyentes de todos los tiempos y lugares a partir de Pentecostés».⁴ Otros ejemplos en el Nuevo Testamento son: Hech. 9:4, 31; 1.ª Cor. 15:9; Ef. 1:22; 5:23-33; Col. 1:18, 24; Heb. 12:23.

C)Para designar una comunidad local o congregación particular de los creyentes o «santos», y éste es el sentido más corriente. La segunda vez que Jesús mencionó el término «iglesia» (Mat. 18:17) lo hizo para referirse a una comunidad local. En esta acepción en que la «iglesia» (con minúscula) se contradistingue como comunidad concreta y visible a la «Iglesia» (con mayúscula), realidad trascendente y misteriosa (aspecto invisible, sólo conocido por Dios), es como la Iglesia toma cuerpo y queda circunscrita en el tiempo y en el espacio, tiene su inauguración, se la puede convocar, se puede uno dirigir a ella, tiene expresión, desarrollo, decadencia, desaparición, etc. De las 108 veces que este término ocurre en el Nuevo Testamento, 90 se refieren a la iglesia local (cf. Hech. 8:1; 13:1; 14:23; 15:41; Rom. 16:5; Col. 4:16; 1.ª Ped. 5:13, etc.). Tertuliano, de acuerdo con Mat. 18:20, asegura: «Dondequiera que hay dos o tres personas, aunque sean laicos (es decir, no dirigentes de la iglesia), allí hay una iglesia.»

Por tanto, en la mayoría de los casos la palabra «iglesia» significa la congregación local de los santos, organizada conforme al Nuevo Testamento, ya sea grande o pequeña (incluso circunscrita a una casa; cf. 1.ª Cor. 16:19; Col. 4:15), y que se reúne periódicamente en un lugar (o en varios, según el número) de la localidad para propósitos religiosos. El Nuevo Testamento, como para evitar que la palabra «iglesia» pudiese ser tomada en el sentido de una organización mundial, nacional, etc., jamás dice, por ejemplo, «la Iglesia de Galacia», sino «las iglesias de Galacia» (en plural), o (en singular) «la iglesia de Dios que está en Corinto» (como para indicar la concreción visible de la Iglesia en una parcela determinada), o (también en singular) «la iglesia de los tesalonicenses» (como para indicar la pertenencia geográfica —local— de los fieles).

5.Noción bíblica de Iglesia.

De todo lo dicho se desprende que los términos «iglesia de Dios» o «templo de Dios» se aplican en el Nuevo Testamento, tanto a la Iglesia Universal, en sentido de realidad trascendente, como a una iglesia local (cf. 1.ª Corintios 3:16; 15:9; 2.ª Cor. 6:16; 1.ª Tim. 3:5). Esto nos lleva a una observación de primerísima importancia: LAS IGLESIAS LOCALES NO SON PROPIAMENTE PARTES DE UN TODO SUPERIOR QUE LAS ENGLOBE, SINO CELULAS LOCALES COMPLETAS EN LAS QUE LA IGLESIA UNIVERSAL SE CONCRETA Y MANIFIESTA. Es decir, la Iglesia de Dios no está compuesta de comunidades subordinadas, sino de creyentes individuales. Como dice H. Küng, «la iglesia local no puede decirse meramente que pertenece a la Iglesia, sino que es la Iglesia...; no es una pequeña célula de un todo mayor, como si no representara al todo... Es ella la Iglesia real, a la que en su propia situación local se le ha dado y prometido cuanto necesita para la salvación de los hombres en su peculiar situación».⁵ bis

Por ser «iglesia de Dios» (1.ª Cor. 1:2; 2.ª Cor. 1:1; 1.ª Tim. 3:15), o «edificio de Dios» (1.ª Cor. 3:9), o «iglesia del Señor» (Hech. 20:28) o «de Cristo» (Rom. 16:16), y aun cuando, con referencia a los miembros, pueda adoptar formas como «iglesias de los gentiles» (Rom. 16:4), «iglesias de los santos» (1.ª Cor. 14:33), «congregación de los primogénitos» (Heb. 12:23), nunca encontramos en el Nuevo Testamento expresiones como «iglesia paulina» o «petrina», a pesar de que Pablo y Pedro fundasen iglesias; ni tampoco «congregacionalista» o «presbiteriana», por más que dichas formas de gobierno pudieron existir en la primitiva Iglesia. La incongruencia es aún mayor cuando una denominación se llama a sí misma «Iglesia luterana», contra la expresa voluntad de Lutero, quien dejó dicho: «Yo os ruego que dejéis mi nombre y toméis el de cristianos. ¿Quién es Lutero? Mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie.»

6.Iglesia y Reino de Dios.

El término «Reino de Dios» («Basíleia tû Theû») se encuentra unas 100 veces en el Nuevo Testamento. Si examinamos tal término a la luz del Antiguo Testamento, veremos que tal concepto implica la intervención decisiva y soberana de Dios en la Historia. De ahí que el «Reino de Dios» se acerca con Jesucristo (cf. Mat. 3:2; 4:17; 12:28; Marc. 1:15; Jn. 16:11), porque Jesús ha comenzado a vencer el pecado, la enfermedad y la muerte, íntimamente ligados entre sí y con la derrota original, que puso al género humano bajo la esclavitud de Satanás.

Así se percibe la analogía que hay entre «entrar en el Reino de Dios» y «entrar en, o adquirir, la vida eterna» (cf. Mat. 18:3; 19:17; Marc. 9:43; 10:17; Luc. 18:17-18, 29-30). Ambos (el Reino y la vida eterna) se han acercado, están ya entre nosotros, al alcance de la mano (compárese Luc. 17:21 con 1 Jn. 3:14), para ser introducidos silenciosamente, por la fe, en nuestras almas, hasta prolongarse y perfeccionarse definitivamente en la era escatológica (comp. Mat. 25:34 con Marc. 10:30).

El Reino de Dios es «de arriba» y «para arriba». También la Iglesia, como don de Dios, es de arriba y para arriba (Apoc. 21:1 y ss.). «Iglesia» y «Reino de Dios», sin embargo, no son sinónimos: La Iglesia, como «segregada» del mundo, surge de abajo, mientras que el Reino de Dios irrumpe desde arriba, no precisamente como un territorio donde Dios vaya a ejercer Su realeza, sino más bien como un ámbito vital en que Dios va a ejercitar Su soberana, poderosa, libre y graciosa iniciativa de salvación de los pecadores, aunque ello comporta también una exigencia de decisión radical por parte del hombre.

Podríamos decir que la Iglesia es el sector en que se encuentran dos círculos tangenciales que mutuamente se invaden: del círculo inferior, que es el mundo o cosmos sujeto a condenación, puesto bajo el Maligno (1.º Jn. 5:19), va emergiendo, por el don de la fe, el pueblo de Dios o «Iglesia», en la misma medida en que, por la gracia de Dios, irrumpe en el cosmos el círculo superior, o Reino de Dios; cuando el número de los elegidos se haya completado, la Iglesia habrá llegado al «éschaton» o meta final de la vida eterna.

CUESTIONARIO:

1. ¿De dónde se deriva la palabra iglesia? — 2. ¿Qué relación tiene la Iglesia de Cristo con el antiguo qahal judío? — 3. ¿Qué acepciones tiene el término iglesia («ekklesía») en el Nuevo Testamento? — 4. ¿Cuál es la noción bíblica de iglesia? — 5. ¿Qué analogía hay entre la Iglesia y el Reino de Dios?

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1. No entramos aquí en la discusión dispensacionalista, habiendo quienes, como L. Sp. Chafer, opinan que Mat. caps. 5-7 y 24-25 se refieren exclusivamente a Israel en la futura dispensación.

2. O. c., p. 55.

3. V. O. Cullmann, Historia de la salvación, pp. 179-182.

4. A. Kuen, o. c., p. 50.

5. De exhortatione castitatis, 7.

5 bis. En The Church, p. 85.

6. Citado por A. Kuen, o. c., p. 53.

7. V. Feuillet, Etudes joanniques, pp. 181-182.

LECCION 2.ª

CONCEPTO DE IGLESIA:

(I) LO QUE NO ES LA IGLESIA

1.La Iglesia no es un templo material.

Como ya dijimos en el punto 1.º de la lección anterior, hay muchos que, al oír la palabra «iglesia», inmediatamente piensan en un edificio o templo material, como si lo más importante fuese el lugar de reunión. Es cierto que el lugar de reunión tiene su importancia, como la tienen la capacidad del local, sus condiciones acústicas, su decoración sobria, digna y atractiva, que inviten al respeto y a la comunión fraterna, y el disponer de las convenientes dependencias anejas, con destino a la Escuela Dominical, reuniones de jóvenes, etc.

Sin embargo, no debemos perder de vista que un lugar sagrado es todo aquel en que dos o tres creyentes se hallan reunidos en nombre de Jesucristo (Mat. 18:20); este lugar bien puede ser un piso o una casa corriente (cf. Romanos 16:5). Los primeros creyentes judeo-cristianos «partían el pan por las casas» (Hech. 2:46), aun cuando también se reunían a orar en el Templo.

En su discurso en el Areópago de Atenas, el apóstol Pablo destacó que «el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas» (Hechos 17:24); y el mismo Señor Jesús había dicho a la mujer samaritana que «la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre...; los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:21, 23); es decir, desde el fondo de nuestro espíritu y guiados por el Espíritu de Dios hacia la realidad de un Dios que es Espíritu, superando así en la era mesiánica la antigua dispensación de símbolos y figuras. El templo vivo y verdadero del único Dios vivo y verdadero lo constituyen las personas de los mismos creyentes (cf. 1.ª Cor. 3:16; 6:19; 2.ª Cor. 6:16; Ef. 2:21).

Los peligros del «templo-centrismo» son bien notorios a lo largo de la historia. Los grandes templos macizos, con sus

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