Don Juan y la filosofía
Por Leonarda Rivera
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Don Juan y la filosofía muestra que de Søren Kierkegaard a Eugenio Trías, Don Juan persiste como una de las figuras más potentes de la pasión. Pero también es capaz de escenificar otros problemas, como el de la soledad en María Zambrano, o puede incluso aparecer como un emisario de la razón vital, tal y como lo presentara Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo (1923).
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Don Juan y la filosofía - Leonarda Rivera
GASSET
INTRODUCCIÓN
Desde los orígenes de la filosofía los pensadores han usado a los personajes conceptuales como un recurso narrativo para expresar ideas o conceptos. Este libro toma a la figura de Don Juan como un personaje conceptual,¹ por lo que no se trata de un estudio de literatura comparada sino que explora la obra de algunos filósofos en las que Don Juan ha intervenido, así como algunos problemas propios de la filosofía que esta figura parece escenificar como, por ejemplo, el problema de la libertad.
La primera vez que Don Juan aparece como un personaje conceptual dentro de la filosofía es en la obra de Søren Kierkegaard, a mediados del siglo XVIII, quien lo pone como una de las metáforas del estadio estético (Los estadios estéticos inmediatos o el erotismo musical, 1843). En su obra, Don Juan aparece como la encarnación de la infinita potencia de la pasión, una potencia que sólo puede ser mostrada a través de la música, de ahí la fascinación de Kierkegaard por la versión musical de Mozart.
Durante la primera mitad del siglo XX los filósofos españoles también se acercaron a Don Juan como uno de los grandes motivos (el otro es el Quijote) o lugares de la cultura española; abundan trabajos críticos y recreaciones de este personaje entre los escritores y filósofos de las generaciones del 98, 14 y 27. Sin embargo, en el siglo pasado, el interés por esta figura va más allá del contexto español: Ian Watt en su libro, Mitos del individualismo moderno (1967), lo pone como uno de los lugares emblemáticos de la cultura moderna, mientras que Albert Camus se acerca a él en El mito de Sísifo (1942), y Otto Rank desde el psicoanálisis en su Don Juan Legend (1924).
El siglo XX parece haber visto en Don Juan un espejo en el que se había reflejado a sí misma la Modernidad, pues en parte esta figura parece encarnar el tipo de hombre que la Modernidad soñó, es decir, un hombre enfrentado a Dios, asombrado y curioso ante el deseo; un inquieto vigía de las pasiones, sin embargo, parece encarnar también uno de los problemas que la Modernidad acarreó: la soledad.²
El Don Juan barroco nació de un sueño,³ hermano cercano al sueño de Segismundo y de su terrible duda de si la vida es real o sólo un sueño, una duda que por cierto a mediados del siglo XVII Descartes tomara para afianzar el conocimiento objetivo de la razón humana.⁴ Sin embargo, no fue, el de Don Juan, un sueño de su imaginación sino algo más antiguo y más profundo: fue el sueño de la carne, el sueño de las entrañas.
En su libro España, sueño y verdad (1965), María Zambrano subraya que Don Juan, como todos los personajes clásicos, encarna la pesadilla de pisar la raya y pagar una prenda. La transgresión en este caso es su desafío a los muertos y a la divinidad; la prenda, el asesinato del padre de la mujer que le estaba destinada para las nupcias (según la versión de José Zorrilla). Zambrano piensa que tal vez en el momento en que el hombre occidental está fiando su ser a la originalidad más absoluta, fruto de una transgresión, lo que está haciendo en realidad es simplemente reproducir una culpa originaria.
De Søren Kierkegaard a Eugenio Trías, Don Juan persiste como una de las figuras más potentes de la pasión. Pero también es capaz de escenificar otros problemas, como la soledad en María Zambrano, o puede aparecer incluso como un emisario de la razón vital, tal y como lo presenta Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo (1923). Sin embargo, dentro del discurso filosófico hay también quienes intentaron eliminarlo como Miguel de Unamuno.
No es pues la literatura comparada el eje de este libro, sino algunos problemas ontológicos que a lo largo de los siglos los filósofos han visto en ese personaje al que Tirso de Molina diera vida. En algunos capítulos de este libro, Don Juan aparece acompañado de Fausto (de Christopher Marlowe), y en otros de Don Quijote. Cabe señalar que las figuras literarias intervienen en diferentes planos y momentos dentro del pensamiento español del siglo XX, por ejemplo, el Quijote es una figura central en uno de los primeros libros de Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote (1914). Pero no es el único personaje de la literatura española que interviene en la creación de conceptos filosóficos, ahí están también personajes como Segismundo, o algunas figuras de la narrativa de Pérez Galdós o de Azorín.
Este libro incluye cuatro pequeños apéndices que pueden verse como notas a pie de página extendidas que contextualizan el panorama del pensamiento español del siglo XX, en ellos se explica también el origen de algunos conceptos que aparecen en este libro.
¹ Los personajes conceptuales han acompañado a la filosofía desde sus orígenes. Gilles Deleuze y Felix Guattari se preguntan en su libro ¿Qué es filosofía? si acaso Sócrates no fue en realidad un personaje conceptual para Platón. Los personajes conceptuales intervienen en la obra de algunos filósofos, ayudándoles a crear conceptos filosóficos. Søren Kierkegaard es un gran exponente de estos personajes. Éstos no necesariamente representan al filósofo, incluso pueden personificar su contrario. A lo largo de la historia los pensadores los han usado como recurso narrativo, o más precisamente, discursivo, para expresar ideas o conceptos. Los más sobresalientes de Kierkegaard son Don Juan, Abraham, El judío errante, Antígona, y en Los estadios estéticos inmediatos o el erotismo musical probablemente la propia Elvira, otro personaje de Don Giovanni de Mozart. Mientras que Friedrich Nietzsche, aparte de su Zaratustra, elaboró numerosos personajes conceptuales, como el loco
de La gaya ciencia famoso por su sentencia postrera que anuncia la muerte de Dios.
² Cf. José Lasaga Medina, 2004, Las metamorfosis de Don Juan. Ensayo sobre el mito de Don Juan, Madrid, Ediciones Síntesis.
³ María Zambrano, 2010, El sueño creador, México, Universidad Veracruzana.
⁴ Es común encontrar en trabajos sobre la hipótesis del sueño en Descartes citas del monólogo de Segismundo, esa emblemática figura que Calderón de la Barca diera forma. Las preguntas que se plantea a sí mismo Segismundo tienen su correlato en la filosofía de Descartes, no sabemos si éste se ilumina desde Calderón de la Barca o viceversa, lo que sí es que las obras pertenecen a la misma época, La vida es sueño (1633?) y las Meditaciones metafísicas (1641). La posibilidad de confundir el sueño con la vigilia es una cuestión clave en Descartes para saber el grado de certeza que puede alcanzar el hombre. Incluso, llega a sostener la hipótesis del genio maligno, entendido como la posibilidad de que nuestro espíritu sea controlado por algo que escapa a nuestra conciencia.
DON JUAN Y LA PARADOJA DE LA LIBERTAD
Dios no quiere hacerlo todo, para no quitaros el libre
albedrío y aquella parte de la gloria que os corresponde.
MAQUIAVELO
Don Juan es uno de los fenómenos más extraños en la historia de la literatura, aunque en principio no pertenezca a ella; hijo de la Edad Media y de la teología, pertenece a la misma estirpe de sacrílegos que el doctor Fausto pero, a diferencia de éste, Don Juan no necesita del diablo para dar rienda suelta a sus deseos.¹
El Don Juan de Tirso de Molina (1630) ejerce el libre albedrío a sus anchas.² En él, la voluntad (voluntas) se confunde con la libertad (libertas). Audaz e insolente, no acude al diablo para mover las piezas del ajedrez a su antojo. No hay un acto previo en donde Dios y el Diablo decidan ponerlo a prueba. Tampoco existe un oráculo o una bruja que le adviertan sobre su futuro. El Don Juan de Tirso de Molina es la encarnación del hombre moderno que, sin embargo, se sigue moviendo dentro de un mundo donde la libertad está ligada al bien y al mal.³ Como buen hijo del barroco, Don Juan sabe que su salvación dependerá de sus actos. Pero también sabe otra cosa: la vida es fugaz y engañosa y la juventud la única etapa en la que el cuerpo tiene la fuerza y gallardía suficientes como para retar al mismísimo diablo. Don Juan sabe que después de la muerte habrá que pagar por sus actos, pero ese escenario es tan lejano como la vejez de la juventud: Si tan largo me lo fías
repite una y otra vez. Lo que le importa es el carpe diem barroco, el disfrute del instante, del momento. Recordemos también que el barroco representa el tiempo del memento mori, de la vanitas que recuerda el sueño de la vida, su fugacidad y sinsentido, la contemplación morbosa del humo y de la nada.
Uno de los temas por excelencia dentro de la filosofía ha sido desde sus orígenes la libertad. El Don Juan de Tirso de Molina y el Fausto de Christopher Marlowe encarnan dos visiones de la libertad.⁴ La primera obra está insertada en el discurso de la Contrarreforma y la otra en la Reforma luterana. Sin embargo, Don Juan y Fausto son dos caras de la misma moneda: el deseo. El doctor Fausto encarna la pasión por el conocimiento (curiositas)⁵ y Don Juan la pasión por la carne. Don Juan es un hombre que ama lo terrenal, lo efímero, el amor eterno en él es un instante, ahí otra paradoja. Don Juan se mete en el aposento de Isabela, una mujer de la realeza, pero también en la cabaña de Aminta, la campesina o de una pescadora. Las clases sociales no son una barrera para él. Don Juan disfruta de la noche, del frío, de la adrenalina que provoca el mirarse cara a cara con la muerte. Don Juan atraviesa cementerios de noche, con el olor de las hojas y la lluvia recién pasada. Don Juan no es un amante de absolutos ni de ideas sino de la tierra y de los seres finitos.
Mientras que Faustus⁶ pretende el conocimiento absoluto, viajar por el mundo, y pide excelsos mapas y manjares. Y cuando desea a una mujer piensa en la más hermosa que ha conocido la humanidad: Helena de Troya. Sin embargo, el Doctor Fausto, a diferencia de Don Juan, no puede saciar sus deseos por sí mismo. Su yo necesita del diablo. A cambio de 24 años felices
vende su alma por toda la eternidad.
Hay que mirar detenidamente sobre este punto: desde el Faustbuch (1587) el libre albedrío no depende únicamente del Doctor Fausto, porque hay un personaje asechando siempre a los buenos oídos protestantes: el diablo. El diablo tienta constantemente. Cuenta la leyenda que al propio Lutero le había hablado en su encierro en el Castillo de Warburg y en una de las ocasiones Lutero se defendió lanzándole su tintero. En el mundo protestante el diablo es un ser que asecha en todo momento. Así, vemos que insatisfecho de la vida y de los conocimientos que había adquirido por sí mismo, Fausto deja que Mefistófeles lo visite. En el protestantismo el hombre no es totalmente libre de elegir entre el bien y el mal porque la salvación no depende de los actos, sino de la gracia de Dios, y además el demonio está presente en cada instante como si fuera el aire mismo.
La primera traducción del llamado Faustbuch (1587) al inglés fue publicada en 1592, una fecha que presenta problemas a la hora de datar la obra de Christopher Marlowe. Aunque algunos de los especialistas sostienen que la versión de Marlowe pudo haberse escrito entre los años 1588-1593, e incluso hay algunos académicos que optan por una fecha aún más tardía.⁷ Por ejemplo, John Jump explora las marcadas similitudes entre la traducción del Faustbuch, The History of the Damnable Life and Deserved Death of Doctor John Faustus, y la obra de Marlowe, ya que el traductor al inglés había distorsionado algunas líneas, que luego aparecerán reproducidas en la obra de Marlowe.
Mientras que el ejemplar más antiguo de El burlador de Sevilla y convidado de piedra se encuentra en Barcelona y está fechado en 1630, aunque es posible que existiese otra edición anterior. Las dos obras pertenecen a tradiciones muy disímiles, mientras que el primer Faustbuch, obra en la que se basa la versión de Marlowe, se imprimió en Frankfurt, una ciudad luterana,⁸ el Don Juan de Tirso de Molina es hijo de la Contrarreforma.
En las dos obras el problema de la libertad se vuelve una aporía. A Fausto lo acompañan dos ángeles, uno bueno, el otro malo que coaccionan su libertad: si elige el bien será gracias al ángel bueno, si elige el mal será por culpa del diablo. Mientras que Don Juan es consciente de que sus actos, buenos o malos, serán saldados en la otra vida. Pero eso no le importa porque él vive para el instante. Se muda de ropajes constantemente. En el mundo de la Contrarreforma el concepto de libertad tiene que ver con el principio de salvación. ¿Y si no existiera Dios? Albert Camus decía que a él le daba la impresión de que Don Juan, después de retar al Convidado de piedra se había quedado solo, esperando. Don Juan estuvo toda la noche en vela y el agente del más allá nunca acudió a la cita porque en realidad no existía. De ser así ¿tendría sentido esa pasión que muestra Don Juan por quebrantar las leyes morales y las leyes de la ciudad? Solamente el siglo XX lo puede mirar bajo esta óptica. En realidad el Don Juan de Tirso vive en un mundo, el mundo de la Contrarreforma, donde Dios sigue ejerciendo un poder implacable. Don Juan no puede dudar de la existencia de Dios porque su mundo de creencias está asentado en un terreno donde la idea de salvación mueve las piezas del ajedrez. El siglo XVII en España aún siente la presencia de Dios con toda su fuerza, la misma Santa Inquisición se encarga de ejecutar y de vigilar los crímenes y castigos.
Cuando el siglo XX mira en retrospectiva al Don Juan de Tirso encuentra un cúmulo de contradicciones. Don Juan es un calavera, un burlador, pero con principios. Aunque suene raro, Don Juan es un caballero, es un