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La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra
La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra
La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra
Libro electrónico299 páginas5 horas

La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra

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Nuevo tomo de la Biblia de los Caídos.
Leer después del tomo 2 del testamento de Sombra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 dic 2018
ISBN9780463160466
La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra

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    Alguien de buen corazón que me lo pueda compartir y si tiene el tomo 2 del testamento de MAD aún mejor
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Saca de una bendita vez la siguiente parte, por favor
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Este universo da más vueltas que los planetas en nuestro sistema, pero siempre permanece con la calidad para mantenernos enganchados en estas obras. Gracias.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Intenso, conmovedor y me enganchó, sigo esperando el siguiente tomo para continuar con esta fascinante saga
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Atrapante, intenso y adictivo. Solo te deja con la necesidad de querer leer el siguiente tomo.
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    5/5
    Excelente, me pregunto, ¿Cuando saldrá el próximo libro?... No queda más que esperar.

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La Biblia de los Caídos. Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra - Fernando Trujillo

LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS

TOMO 3 DE LOS TESTAMENTOS DEL GRIS Y DE SOMBRA

SMASHWORDS EDITION

Copyright © 2018 Fernando Trujillo

Copyright © 2018 El desván de Tedd y Todd

Edición y corrección

Nieves García Bautista

Diseño de portada

El desván de Tedd y Todd

LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS EN FORMATO IMPRESO

La saga de La Biblia de los Caídos está siendo publicada en formato impreso por la editorial Panamericana.

Actualmente, diciembre 2018, la editorial ha publicado los cuatro primeros libros de la saga. La estimación es publicar dos nuevos tomos cada año hasta completar la saga.

SOBRE EL TOMO 3 DE LOS TESTAMENTOS DEL GRIS Y DE SOMBRA

Un asesino y un hombre sin alma, una confrontación cuyas consecuencias se ramificaron más de lo que nadie fue capaz de prever. Aún a día de hoy, a menudo reflexiono sobre cuántos sucesos derivaron de semejante choque de voluntades, sobre cómo habrían discurrido los acontecimientos de no haberse producido esta lucha o de haber sido otro el desenlace.

Sin embargo, he aprendido que es inútil especular sobre alternativas que nunca ocurrirán. Y mi deber es relatar los hechos tal y como sucedieron.

Esto es lo que pasó…

Ramsey.

Nota: Con el fin de evitar confusiones a la hora de leer estas crónicas, paso a detallar el orden de lectura correcto, la lista de tomos completa hasta la fecha:

-La Biblia de los Caídos. (Tomo 0)

-Tomo 1 del testamento de Sombra.

-Tomo 1 del testamento del Gris.

-Tomo 1 del testamento de Mad.

-Tomo 1 del testamento de Nilia.

-Tomo 2 del testamento del Gris.

-Primera plegaria del testamento del Gris.

-Tomo 2 del testamento de Sombra.

-Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra.

Alterar ese orden solo puede desembocar en mayor confusión y en una comprensión más pobre de cuanto se relata en esta historia.

Hecha la oportuna advertencia sobre el orden de los tomos, la elección es vuestra.

La Torre de Cristal, con doscientos cuarenta y nueve metros de altura, era el mayor rascacielos de Madrid y de España. En la última planta se extendía un jardín vertical, el más elevado de Europa. Eso era lo público y visible para el mundo corriente, pero encima se habían construido tres plantas más que la visión de los menores no podía percibir.

En el medio de la última planta, una runa ocupaba el centro de la estancia allí situada. Se había grabado en el suelo con el alma de tres magos que invirtieron seis meses en completarla. Aquella runa era de vital importancia para los magos y una de sus peculiaridades era que no se podía trazar a menos de cincuenta metros del suelo. Normalmente, la runa era el único elemento en esa sala; sin embargo, ahora había un objeto nuevo que ni siquiera pertenecía a los magos, un espejo de cuerpo entero con el marco de bronce, que descansaba en la pared del fondo. Frente al espejo, a seis metros de distancia, una unidad de magos se hallaba en formación.

Alineados a la perfección, separados por la misma distancia, mantenían la espalda recta y los ojos en el espejo. Vestían túnicas holgadas para una plena libertad de movimientos, sujetas a la cadera por un cinturón de tela, anudado al lado derecho. Las túnicas cubrían sus armaduras de cuero, finas y ligeras, ceñidas a la piel. Cada uno portaba una lanza más alta que cualquiera de ellos. La punta de la lanza era ancha y aplastada, similar al as de picas de la baraja francesa, con el fin de tener espacio para pintar las runas que la ocasión requiriera.

Asyna era la única maga que no estaba en formación ni portaba arma alguna. El único pelo que se podía encontrar en todo su cuerpo era el de las pestañas, ningún otro le parecía de utilidad. No se afeitaba ni recurría a ningún tratamiento para librarse del vello. Sencillamente, no permitía que creciera. Era un rasgo habitual, aunque no obligatorio, en los magos que no tenían trato con los menores. Asyna era una maga pura, criada como tal desde que nació. No tuvo que modificar su vida ni reeducarse siendo adolescente o adulta como sí les había ocurrido a tantos otros que no habían tenido la suerte de saber quiénes eran desde su concepción.

A sus ciento dieciséis años, Asyna lucía el aspecto de una menor de cuarenta que se mantuviera en plena forma.

—Recargad —ordenó.

Los magos deslizaron la lanza hacia atrás para acercar la punta a las manos y la giraron de modo que la parte plana quedara hacia arriba. Se movieron a la vez, en perfecta sincronía. Repasaron la runa que reforzaba la punta del arma y volvieron a alzarla y colocarla sobre el hombro izquierdo.

Terminaron todos al mismo tiempo. Asyna estaba satisfecha. Al principio, cuando le informaron de los miembros que integrarían su unidad, se mostró escéptica. Había representantes de los linajes más influyentes, lo que manifestaba que las familias no terminaban de fiarse unas de otras. Pero sus dudas resultaron infundadas. Eran magos puros, después de todo, disciplinados y adiestrados. No se produjo el menor altercado o rencilla, y todos y cada uno se compenetraron desde el primer momento.

Llevaban dos días custodiando el espejo. Sin comer ni dormir, atentos, con el cuerpo, la mente y el alma preparados para cumplir con su cometido.

—El tiempo ha expirado —anunció Asyna.

Una maga abandonó la formación para adelantarse hasta el espejo. Los demás permanecieron en sus puestos. La maga se arrodilló y extendió el dedo índice, que deslizó sobre el suelo. La yema del dedo dejaba un rastro, una fina estela que ensombrecía las losas según iba trazando la runa con su propia alma. La última línea, de acuerdo a lo planeado, terminaba en el espejo y establecía la conexión.

La runa reaccionó al contacto, pero el resultado distó mucho de ser el esperado. Saltó un chispazo y la maga salió despedida hacia atrás, resbalando varios metros sobre el suelo. El resto de los magos de la formación apretaron las lanzas y apuntaron al espejo, cuya superficie arrojaba destellos y se ondulaba.

Asomó una pierna de mujer a través del cristal, seguida de la cadera, el pecho y el resto del cuerpo. La visitante observó a los magos presentes con indiferencia. Vestía informal, lo que provocó el rechazo de Asyna nada más verla.

—No se toca —dijo la recién llegada—. Es de mala educación curiosear.

Asyna se acercó a la mujer.

—Llegas tarde.

—¿Tú eres la máxima autoridad presente? No te conozco, preciosa.

—La máxima responsable en lo que a seguridad se refiere —aclaró Asyna—. ¿Nombre?

—Vela. ¿Todos estáis siempre tan tiesos? Relájate, jefa de seguridad, que no muerdo.

—¿Cuántos vampiros forman tu escolta?

—He venido sola, no necesito escoltas. ¿Es un error? Tal vez debería haber traído a más de los míos viendo que habéis intentado manipular el espejo. Si alguien vuelve a tocarlo, le clavaré mis colmillos en los ojos.

Asyna no se inmutó.

—No es mi cometido negociar contigo. Aquí cumplirás las normas o te expulsaré.

—¿Qué eres, un robot? —Vela repasó la formación de magos que la rodeaban—. Acabo de llegar y me encuentro a un maldito escuadrón de magos, armados con lanzas y apuntándome; y con que habéis intentado manipular el espejo para acceder a nuestro territorio. Puedo ser encantadora, graciosa y un montón de cosas más, pero no te equivoques —Vela abrió los labios para que vieran crecerle los colmillos—: no vais a sobrevivir si pretendéis engañarme.

Los magos dieron un paso al frente. Asyna alzó la mano y todos se detuvieron al instante.

—Te advierto que no estás en disposición de amenazar a nadie, vampiro.

Vela endureció la expresión.

—¿Quién ha ordenado esto?

La respuesta vino del centro de la estancia, de detrás de la formación de magos.

—Es el protocolo, Vela.

De una pequeña nube de humo sobre la runa central salió Erik y caminó hacia el espejo. La formación de magos se dividió para dejarle paso y retomó la posición en cuanto Erik les sobrepasó.

—Así que esto es cosa tuya, Erik —dijo Vela—. ¿Por qué no me sorprende? ¿Lo organizaste todo para poder estudiar el espejo?

—No sé a qué te refieres —repuso el mago—. Traer el espejo fue una petición tuya. Me ofrecí a mantener esta reunión en vuestro territorio.

—Para poder estudiarlo. ¿Me tomas por tonta?

Erik mostró las palmas de las manos en gesto apaciguador.

—Estás sacando conclusiones precipitadas, Vela.

—Demuéstralo. Retira a ese miniejército o no habrá negociaciones.

Erik miró a Asyna.

—No es posible —respondió ella.

—No puedo alterar el protocolo de seguridad aunque quiera —explicó Erik a Vela—. En nuestra torre no corremos riesgos. Tendrás que confiar en mí o invitarme a seguirte a través del espejo. Te acompañaré solo, para que no tengas la menor duda respecto a mis intenciones.

—Disculpe, señor —intervino Asyna—. No puedo aceptarlo. También soy responsable de su seguridad y no consentiré que vaya sin protección.

Erik asintió.

—La decisión es de ella —le dijo a Vela—. Como te decía, Asyna está al mando en lo que a seguridad se refiere. Pero ahí termina su autoridad. Yo hablo en nombre de los magos y mi deseo es que nos entendamos.

—No me encandilarás con palabras, mago —repuso Vela—. Y tú, Asyna, o como te llames, ordena a tus esbirros que dejen de apuntarme con las lanzas o esta reunión terminará antes de empezar. Ya he sido demasiado paciente con vosotros.

Vela alargó las uñas al tiempo que retiraba los brazos hacia atrás y flexionaba las rodillas. Asyna se apresuró a colocarse delante de Erik para escudarlo.

—¡Atención! —ordenó a los magos— ¡Que Vela no dé un paso más!

Vela bufó, retiró el labio superior… Y cayó de rodillas al suelo con un gemido.

—¡Basta! —ordenó Erik—. ¡Deteneos! ¡Asyna, ordénaselo!

Asyna obedeció, levantó el puño derecho. Los magos mantuvieron la posición sin retirar las lanzas.

Vela tuvo que apoyar las dos manos en el suelo. Se le aceleraba la respiración por momentos, profirió un alarido que resonó en toda la torre. Empezó a manar humo de su espalda, de los brazos, de las piernas. Estaba envuelta en una nube negra cuando se desplomó en el suelo.

—¿Qué le habéis hecho? —gritó Erik—. ¡Exijo una explicación! ¡Asyna!

—¡Señor!

—Te ordené que no la tocarais.

—Hemos cumplido la orden, señor —respondió Asyna—. No tengo ni idea de qué le ha pasado, pero no hemos sido nosotros.

Erik se pasó la mano por el cabello con gesto pensativo.

—No es la mejor manera de iniciar las negociaciones —gruñó—. A menos que… Sombra.

—¿El asesino que nunca falla? —Asyna conocía de oídas a ese vampiro.

—Vela y Sombra mantienen un vínculo —asintió Erik—. Si ha sucedido lo que creo, Sombra ya no podrá presumir de ser infalible.

1

—Gris, tronquito, me estoy mareando. ¿Por qué no lo matas de una vez y me llevas al médico?

El miedo, una de las emociones mejor conocidas por Diego, se desvaneció en cuanto el vampiro quedó atrapado, mientras el Gris permanecía en pie, delante de él, imponente, vigilante, sin pestañear siquiera. Y un poco guarro, también. Seguía sin darle un buen lavado a la gabardina.

El sol teñía de amarillo las copas de los árboles de aquel maldito bosque. Faltaban minutos para que Sombra se convirtiera en un montón de basura humeante. Varias runas habían hundido el suelo unos dos metros alrededor del vampiro. Aquel malnacido estaba metido en un agujero a la espera de un buen bronceado. Frente al agujero aguardaba el Gris, con el cuchillo en la mano y la cabeza inclinada. El flequillo plateado colgaba sobre el rostro inexpresivo.

El Niño sintió que el suelo se amortiguaba bajo sus pies. Se sentó en una roca para no caer. Cuando perdía sangre, se le nublaba la vista.

—Esto no tiene por qué acabar así —dijo el vampiro. El Gris no contestó—. No somos tan diferentes.

—Solo hay un final posible —replicó el Gris.

—¿Vas a suplicar, chupóptero? —se burló Diego.

—No es mi estilo —contestó Sombra y volvió a dirigirse al Gris—. En realidad, apelo a tu sentido común. No me gustaría tener que matarte.

El Niño alzó la vista y el sol le deslumbró. Durante varios segundos su visión quedó salpicada de manchas amarillas.

—El tipo le echa huevos o es idiota perdido.

—Yo he oído que matar es lo que más te gusta —dijo el Gris.

—Yo he oído algo similar de ti —repuso Sombra—. Nos parecemos más de lo que crees.

—Yo creo que no nos parecemos en nada.

—Ambos somos solitarios. A los dos nos arrebataron algo. Los dos hemos muerto, pero aquí estamos. No somos dueños de nuestro destino. Ansiamos recuperar nuestra vida y ser libres. Tú también tienes a alguien que te presiona, en contra de tus deseos. Ambos somos odiados y temidos. Mucha gente quiere matarnos.

La voz del vampiro era casi hipnotizadora. Diego se dio cuenta de que había algo seductor en sus palabras, algo que le invitaba a creerle. Miró al Gris, que seguía impasible. Eso le tranquilizó. Si de verdad el vampiro contaba con alguna habilidad de persuasión, el Gris sería inmune, seguro.

Diego se acordó de una vez en que intentó sacarle una sonrisa al Gris bombardeándole con los mejores chistes que conocía, algunos un poco guarros. Desistió pasada una hora, porque se le quedaba la boca seca. Nada, ni una mueca; era imposible alterar su estado de ánimo.

Así que Sombra podía decir lo que le diera la gana, que no conseguiría nada.

—Lo del padre Jorge no fue personal —prosiguió el vampiro—. Me ordenaron matarlo. Respondo ante otros vampiros.

—Ante quien te convirtió, imagino —adivinó el Gris—. Una mujer, de acuerdo a tus preferencias sexuales antes de tu conversión. Sí, te he investigado.

—Veo que sabes más de lo que… Entonces, entenderás que nunca quise matarte.

El sol cayó sobre los hombros del Gris. Ninguna sombra se proyectaba donde debería.

—No miento para salvarme —dijo Sombra—. ¿Ves miedo en mis ojos?

—La vista no es mi mejor cualidad.

—Yo me encargo de esto. —Diego se acercó al borde del agujero—. Pues no, no parece asustado, la verdad. Yo estaría acojonado. Definitivamente es tonto perdido.

—Solo queríamos llamar tu atención. —Sombra ignoró al Niño—. Maté a un hombre que no se puede matar, que se reencarna. El padre Jorge ya habrá nacido de nuevo.

—Y casi acabas conmigo —dijo el Gris.

—Un efecto colateral muy desafortunado que yo no pretendía. Ningún vampiro te quiere muerto. Solo quieren…

—Debiste haber calculado mejor las consecuencias. Por tu culpa, ahora Mario Tancredo tiene un alma bendecida por un ángel.

—¿En qué te afecta eso a ti? Eres un hombre inteligente y se puede razonar contigo. Te estoy ofreciendo un trato con un vampiro de los más importantes. Considéralo. Un aliado así no se puede rechazar porque hayamos tenido unos pequeños roces.

—Es tarde para eso —dijo el Gris—. Has matado a mucha gente, como al inocente cuyo ataúd ocupaste para llegar hasta el padre Jorge. Me has amenazado y estoy harto de que traten de matarme. Consideraré el trato del que me hablas, y me ocuparé de ello. Pero a mi manera. Podría pasar por alto esos pequeños roces, pero hay algo que has omitido y que no voy a tolerar. Considérate un mensaje, por si alguien más tiene la feliz idea de presionarme en el futuro.

—¿Qué es lo que he omitido y que tanto te ha ofendido?

—Mordiste al Niño.

—¡Eso! —se envalentonó Diego—. El muy cabrón igual me ha pegado algo. Por favor, dime que te cepillas los dientes después de morder a alguien.

—Apártate, Niño —ordenó el Gris. El sol bañaba ya sus botas, llegaba hasta un palmo del borde del agujero en el que se encontraba el vampiro—. Quizá tengas tanto control como para no matarlo, pero corriste el riesgo y le mordiste. Cuando se sepa cómo has muerto, quienquiera que planee presionarme en el futuro por medio del Niño se lo pensará dos veces. Eso incluye a los vampiros que pensaron en doblegarme por ese método tan creativo.

—¿Es tu última palabra? —preguntó Sombra. El Gris asintió—. Así sea, entonces.

Diego había retrocedido por si se chamuscaba cuando Sombra ardiera bajo los rayos del sol. Por eso le impresionó verlo salir del agujero con un salto ágil y veloz, directo hacia el Gris, quien lo esperaba con el puñal por delante, bajo el sol. El Niño nunca había visto a un vampiro suicidarse de una manera más estúpida.

El cuchillo del Gris se hundió en el pecho de Sombra. El vampiro ni siquiera hizo amago de desviar el arma con uno de sus brazos, al contrario, los tenía extendidos, con el pecho completamente descubierto. Sombra se convirtió en una antorcha humana cuando la luz incidió en él. Y entonces cayó sobre el Gris.

La gabardina fue lo único que no prendió. El abrazo de fuego de Sombra envolvió al Gris, que soltó el cuchillo y trató de librarse del vampiro. El cabello ardía en llamas, también los puños, con los que golpeaba sin cesar, pero Sombra no se soltaba. Y ninguno de los dos gritaba.

Rodaron por el suelo, todavía abrazados. El Gris lanzaba puñetazos cada vez más débiles, Sombra se mantenía aferrado a él. Al chocar contra una roca, se separaron.

El Niño agarró una rama con las dos manos y corrió hasta ellos. El Gris trataba de apagar el fuego que lo devoraba. Su rostro era una masa deforme, negra y roja, asquerosa. El vampiro se había arrastrado hasta la sombra de un árbol y luchaba por ponerse en pie. De su pecho sobresalía el mango del cuchillo del Gris. Diego le atizó en la cabeza con todas sus fuerzas. La rama, tan gruesa como uno de sus brazos, se quebró. Diego se dijo que la mordedura le había dejado muy débil. El vampiro le empujó con una mano deforme y humeante, y el Niño cayó al suelo. Se levantó para agarrar otra rama.

—Morirá… —susurró Sombra—. Si no… le curas…

Solo tenía que llevarlo fuera de la sombra, para que el sol terminara de cocinar a ese bastardo, o retenerlo allí hasta que los rayos alcanzaran la parte en la que se encontraba. Podía hacerlo. Sombra apenas se tenía a cuatro patas y era obvio que no le quedaban fuerzas o le habría matado en lugar de empujarlo.

Entonces el Gris gimió. Diego volvió la cabeza y lo vio tendido en el suelo, inmóvil, vomitando humo por todos los poros del cuerpo. Escupió a Sombra, maldijo y corrió junto al Gris.

Si la gabardina también hubiera ardido, habría sido imposible tocarlo. El Niño se arrodilló, tuvo que cubrirse la nariz y la boca con el jersey para no tragar humo. También tuvo que cerrar los ojos, que le lloraban sin parar a causa del escozor. Se obligó a permanecer junto al Gris hasta curarlo por completo, aunque acabara intoxicado por el humo.

Tosía sin parar, cegado, cuando sintió un cosquilleo en las manos y… el Gris se levantó.

—Gracias, Niño. Quédate aquí.

Diego intentó ponerse en pie, pero las piernas le fallaban, así que se quedó tendido de espaldas. Aún tosía, aún le lloraban los ojos. Unos pasos se acercaron. No podía ver de quién se trataba.

—Soy yo, Niño.

—¿Qué ha pasado? No veo nada, joder.

—Escapó.

El Niño quería blasfemar, pero ni para eso le quedaban fuerzas. Se frotó los ojos y al fin pudo abrirlos.

El Gris estaba de una pieza, con el pelo y la piel intactos, excepto por las cicatrices que le causaban las runas que se grababa en el cuerpo, las únicas heridas que Diego no podía curar.

Por desgracia, no podía decirse lo mismo de su ropa.

—Tío, tápate con la gabardina, ¿no? Abróchatela, al menos, que se te ve la tranca ahí colgando. Qué asco.

2

La tumba era una más, sencilla,

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