Ecologías de aprendizaje: Educación expandida en contextos múltiples
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A. En tanto ecologías personales del aprendizaje (conformadas a lo largo y ancho de la vida, lifelog/lifewide learning).
B. En tanto ecologías de recursos, usando las herramientas culturales y ambientales por parte del individuo (Luckin)
C. En tanto ecologías comunitarias, generadas en las vivencias y relaciones experimentadas en ecosistemas culturales diversos (Haythornthwaite).
D. En tanto ecologías de saberes, donde se reconozcan los saberes de agentes y comunidades (Santos). Ecologías de Aprendizaje nace de la investigación desarrolada a partir del trabajo de campo en Comunidades de Prácticas (con escenarios virtuales y presenciales) con el propósito de obtener unos resultados que permitan comprender los nuevos procesos de participación, comunicación y educación, desarrollados en contextos institucionales, no formales e informales; todo ello a la luz de los aprendizajes serentípicos, ubicuos, invisibles y permanentes que se producen en el actual desarrollo de la sociedad del conocimiento y la información.
Saberes compartidos, inteligencia distribuida, conexiones, educación expandida, son conceptos que han ayudado a sus autores a comprender espacios heterogéneos donde la educomunicación humana se despliega, y va generando entornos adecuados para el florecimiento de culturas activas y participativas, abiertos a la sensibilidad estética y al compromiso cívico, que apuesten por la creación y distribución del conocimiento personal a la multialfabetización colectiva. Los autores de los diferentes capítulos son investigadores de la red REUNI+D (Red Universitaria de investigación e Innovación Educativa) y del proyecto ECOEC en el que participan tres grupos de investigación (Icufop, Universidades de Granada y de Valladolid; Procie, Universidad de Málaga; y Nodo educativo, Universidad de Extremadura).
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Ecologías de aprendizaje - Juan Bautista Martínez Rodríguez
Granada.
Rocío ANGUITA MARTÍNEZ
¹
Inés RUIZ REQUIES¹
Las ecologías del aprendizaje donde viven y aprenden las y los jóvenes del siglo XXI tienen poco (casi nada) que ver con los contextos educativos formales y mucho con el mundo de las tecnologías digitales y las redes sociales. En este capítulo nos proponemos explorar, en primer lugar, quiénes son estas nuevas generaciones digitales (millennials, generación Z…) y si tienen características diferenciales con respecto a otras generaciones anteriores. En segundo lugar, abordaremos qué retos plantean estos nuevos escenarios digitales en cuanto a aprendizajes invisibles a los sistemas educativos y cómo están surgiendo algunas pedagogías disruptivas o pedagogías 2.0 para abordarlos. En este contexto, se describe el dispositivo pedagógico utilizado en la investigación, las tecnobiografías. En un tercer momento, analizaremos los procesos de conformación de identidades de los jóvenes en las sociedades hiperconectadas, tanto desde el punto de vista de la construcción de la intimidad como en lo referido a la participación cívica y política de las y los jóvenes.
Las y los jóvenes occidentales están inmersos en las tecnologías digitales en su vida cotidiana (al igual que la mayoría de las personas adultas) y esto nos está haciendo plantearnos, por un lado, cómo estos dispositivos, redes, softwares y nuevas formas de comunicación están impactando en la conformación de la identidad de las y los jóvenes por su fuerte carácter performativo y, por otro, qué aprenden a través de ellos y en qué formatos (ALONSO, 2015). Desde el punto de vista educativo ambas situaciones nos llevan a plantearnos qué tipo de conocimientos necesitarían las y los jóvenes sobre las tecnologías digitales y su alfabetización crítica para que puedan convertirse en ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI. Ambos elementos cuestionan fuertemente el papel que las escuelas (entendidas como sistemas educativos reglados) tienen en estos momentos en el proceso formativo de la infancia y la juventud.
Las y los jóvenes de los que estamos hablando se hayan entre la generación millennial (21-36 años) y la siguiente nacida a finales del siglo XX, la generación Z (18-25 años), los jóvenes hiperconectados (PALFREY & GASSER, 2013). A pesar de todo lo que se ha escrito sobre que son las generaciones más formada de la historia (que lo son, esto ha ocurrido siempre con respecto a la generación anterior) y las más tecnologizada (que también lo son), no tienen muchas diferencias generacionales con otros grupos de población.
Sobre los usos de la tecnología que hacen estos jóvenes, no es que usen la tecnología de manera natural, es que las tienen completamente integradas en su vida cotidiana, en su ADN cultural y social
(CUESTA, 2017, pág. 61). El uso no solo es generalizado, sino que es también de elevada intensidad: la mensajería instantánea (84%), el correo electrónico (76%) y las redes sociales virtuales (41%), con un fuerte impacto en la vida cotidiana al facilitar las relaciones con los familiares que no viven cerca, una mayor movilidad y la coordinación de actividades domésticas y lúdicas (CUESTA, 2017).
El principal dispositivo que usan las y los jóvenes son los móviles, convertidos en un instrumento esencial del ser, del estar y de la construcción del parecer en la vida de los jóvenes
(GÉRTRUDIX, BORGES y GARCÍA, 2017, pág. 64). Su uso solo puede considerarse desde una óptica integral en la que se solapan procesos de búsqueda de información, ocio, comunicación, intercambio, construcción y reelaboración, un habitus digital
que se construye mediante el registro de la vida diaria de las y los jóvenes. El uso del Smartphone en las y los jóvenes tiene la utilidad de estar conectados permanentemente y en entretenimiento y se caracteriza por la facilidad de acceso, eficiencia y disponibilidad (REIG y VÍLCHEZ, 2013). Por ello, es una generación plenamente interactiva y multipantalla, plenamente audiovisual. Están acostumbrados a buscar y encontrar información en tiempo real, todo es accesible. Por ello, dominan no solo el hardware, el dispositivo, sino también el software y la conexión que lo alimenta.
En contra de la opinión generalizada, este uso intensivo de las tecnologías no les hace perder el contacto cara a cara con las personas de su entorno, ya que mantienen un número de contactos personales de forma diaria mayor que otras generaciones. Los jóvenes no viven aislados y ensimismados con las tecnologías como queremos ver los adultos. En las investigaciones realizadas se muestra que siguen prefiriendo la compañía al aislamiento y siguen saliendo con sus amigos (MARTÍN, 2009, pág. 118). Probablemente ambos mundos, real y virtual se retroalimentan para mantener las relaciones personales, estableciendo una línea de continuidad entre las relaciones establecidas online y off line, donde hay una complementariedad entre ambas (GUADARRAMA y GÓMEZ, 2012).
En los estudios longitudinales llevados a cabo con la generación de los millennials (DANS, 2017) se ha demostrado que no utilizan internet y las redes sociales de forma diferente a las generaciones predecesoras, con patrones de uso limitados y muchas veces cercanos a lo que el autor denomina huérfanos digitales o salvajes digitales
, usando las herramientas de comunicación instantánea y de otras más sólidas solo para el intercambio coyuntural y la gratificación instantánea dentro del grupo de iguales.
Otros autores, tales como ÁLVAREZ y LÓPEZ (2017), siguen este mismo hilo argumental, pero aportan algunos elementos de reflexión sobre el rol que tienen las tecnologías digitales en las vidas de las y los jóvenes a través del planteamiento de algunas paradojas interesantes:
Participación vs. empoderamiento: El hecho que se pueda etiquetar y remixear cualquier producción cultural con una valoración o que haya herramientas realmente sencillas y fáciles de usar para generar contenidos hace que uno de los valores que engancha a las y los jóvenes a la red. Por otra parte, esto no quiere decir que todo el mundo tenga acceso a las mismas producciones culturales o las mismas condiciones materiales de tiempo, capital cultural o capital simbólico para que estas intervenciones tengan la capacidad de empoderar a esos jóvenes en sus opiniones y/o posiciones sociales, culturales o políticas. Muchas de estas producciones culturales de etiquetado y remix son un paso previo de trabajo voluntario, gratuito y entusiasta que no llega a constituir nunca un trabajo del que poder vivir, manteniendo a las y los jóvenes en el trabajo amateur y precario (ZAFRA, 2017b).
Fetichistas vs. vigilados: por un parte, las tecnologías digitales permiten una exposición personal a través de selfies y otras producciones visuales muy potentes, que refuerza la identidad personal al tiempo que la expande con mecanismos de notoriedad social, como un ejercicio de una relación narcisista. Pero, este ejercicio se realiza en un entorno fuertemente vigilado, de forma automática y anónima, ya que ahora es una vigilancia líquida: no como una manera integral, sino como un medio de orientarnos y de situar los cambios en la vigilancia
(BAUMAN y LYON, 2013, pág. 10). La vigilancia no tiene un único aspecto coercitivo, sino que tiene rasgos de flexibilidad que permiten el entretenimiento y la diversión.
Piratas vs. furtivos: la percepción de las y los jóvenes digitales es que todo se puede copiar, pegar y utilizar a coste cero en la red y ahí se ha instalado un pensamiento de espacio y bienes comunes bien asentado. La propiedad pasa a ser considerada como el derecho a disfrutar de acceso a las redes sociales y a compartir experiencias comunes con otras personas
(ÁLVAREZ y LÓPEZ, 2017, pág. 214). En este escenario, el pirata forma parte del imaginario contemporáneo de la globalización (INNERARITY, 2013).
Socialización vs. desclasamiento: Las redes sociales son, predominantemente, espacios de sociabilidad entre iguales, permitiendo la participación de las y los jóvenes de múltiples maneras, el proceso de contar lo que hacen, lo que está pasando o dónde están es muy importante para las y los jóvenes como proceso de socialización. Por otra parte, las redes sociales son usadas también como mecanismo de desclasamiento (GUADARRAMA y GÓMEZ, 2012), como búsqueda de oportunidades individuales y mejor posicionamiento social y, por ello, se esfuerzan en aparecer con perfiles claramente personales y bien ajustados, como personas únicas y especiales con una iconografía personal (GARCÍA, CRUCES y URTEAGA, 2012, pág. 296).
El advenimiento de las tecnologías digitales ha supuesto el descentramiento de la cultura occidental en sus dos principales instituciones, la escuela y los libros. El modelo de aprendizaje lineal y secuencial, de arriba abajo y de izquierda a derecha, se ha roto. Hay un proceso de desanclaje de los saberes y los conocimientos de estas dos instituciones que lleva, por un lado, a la deslocalización (se aprende a través de múltiples situaciones, dispositivos, momentos y lugares) (BURBULES, 2014) y, por otro a la destemporalización (no hay un tiempo y edad específicos para aprender) (DUSELL, 2014). Todo ello implica una diseminación del conocimiento y un cambio en el concepto de información que se inserta en el mundo digital incorporada a los productos y a los procesos de producción y que al tiempo se convierte ella misma en producto.
Las tecnologías digitales nos han traído un nuevo escenario para los aprendizajes, ya que las y los jóvenes aprenden en su ecosistema cotidiano a través de estas tecnologías con un potencial ilimitado de alcance para todas las personas, pero también entraña una potencial disparidad en las capacidades de acceso y uso. Cuanto más abierto es el medio, mayor es la disparidad potencial […] unos dedicados a la cultura y otros al entretenimiento
(FERNÁNDEZ-ENGUITA, 2017, pág. 6). Este nuevo ecosistema de aprendizajes integra lo oral, lo impreso y lo digital, junto con la colaboración y la experimentación, en los tres escenarios: escolar, social y familiar (FERNÁNDEZ-ENGUITA y VÁZQUEZ, 2016).
El aprendizaje, en este escenario, no se centra en el contenido, sino en el método: la autodidaxia y la colaboración entre pares. Los procesos de aprendizaje están basados, en una parte importante, en la mentoría de otras personas que ayudan y acompañan a hacer determinadas cosas o adquirir determinados conocimientos. ¿Por qué son tan atrayentes para las y los jóvenes? Para ALONSO (2015), está claro, promueve tiempos y un estilo de interacciones de aprendizaje entre iguales en los que se permiten los fallos, las dudas en múltiples interacciones y el desarrollo de proyectos personales. También permite construir espacios de resistencia y de reivindicación social.
Para COBO (2016) es fundamental distinguir entre lo que se aprende en cualquier contexto de lo que se aprende en la escuela. Ambos tipos de aprendizajes pueden ser complementarios, pero no reemplazables, ya que los aprendizajes informales tienen algunos elementos como la motivación, el interés personal, la curiosidad o la experimentación, la capacidad de intercambiar ideas… que no surgen de internet, pero ayuda, aunque no sea una condición indispensable. También hay que considerar otros elementos en este proceso, tales como los hábitos, prácticas y necesidades, así como la capacidad de gestión cognitiva de los usuarios de la tecnología.
El diagnóstico que hace FERNÁNDEZ-ENGUITA (2017) sobre el papel de la escuela en el nuevo ecosistema informacional digital es bastante pesimista, ya que constata que la brecha digital se está cerrando más rápido en las familias que en las escuelas y, entre las escuelas, en las concertadas están haciendo un uso más extensivo y vinculado a actividades educativas que las públicas. si la escuela va más despacio que la sociedad, difícilmente podrá compensar nada en conjunto ni en grandes números
(pág.12). En estos momentos, los alumnos viven en la escuela como expatriados de su medio habitual
(pág. 153). En palabras de MARTÍN (2009, pág. 107) los alumnos deben dejar fuera, para estar en la escuela, su cuerpo y su alma, sus sensibilidades y gustos, sus incertidumbres y rabia
. La escuela está sobrepasada por la sociedad y deja de cumplir su función. No solo no entiende, sino que rechaza los usos habituales fuera del aula de las tecnologías.
La introducción de las tecnologías, per se, no son disruptivas para la escuela. Tal y como defiende COBO (2016), el hecho de poner tabletas u ordenadores en las aulas no modifica sustantivamente la educación si seguimos trabajando con viejas pedagogías. Su potencial reside en la forma en las que las tecnologías digitales puedan apoyar otras formas alternativas de trabajo escolar: Las tecnologías pueden enriquecer una buena enseñanza, pero una buena tecnología no puede compensar una enseñanza deficiente
(pág. 83). Internet, más que un oráculo de Delfos
, debería ser usado como una nueva fuente de preguntas sin respuestas únicas.
Las pedagogías emergentes que derivan del mundo digital son aquellas que requieren que las y los estudiantes puedan crear nuevos conocimientos y los conecten con el mundo
(COBO, 2016, pág. 100). Para este autor, y en el plano del aprendizaje, esto implica tener competencias no solo para manejar y seleccionar información, sino para conectar y solucionar problemas complejos en colaboración. Estas nuevas pedagogías deben posibilitar al alumnado descubrir y dominar nuevos contenidos y conocimientos; elaborar y aprender con otros; hacer creaciones de bajo costo e iterar nuevos conocimientos; usar nuevos conocimientos para fines reales
y acelerar la autonomía del estudiantado poniéndolo en el centro del proceso de aprendizaje.
El reto de la escuela en el siglo XXI se sitúa en la dificultad para seleccionar la información de calidad y organizarla de manera lógica y útil […] transformar las informaciones en conocimientos […] así como ayudar a transformar ese conocimiento en pensamiento práctico y sabiduría
(PÉREZ, 2017, pág. 28) y para ello necesitamos que la escuela use esas diferentes formas de conocimiento, que integren las tecnologías como herramientas cognitivas y que se promuevan actividades de aprendizaje complejas (GROSS, 2015).
Todo ello sin olvidar que las tecnologías digitales deberían ser herramientas, es decir, medios para alcanzar un fin, pero que se imbrican de forma compleja, que tienen un fuerte componente simbólico, ya que al tiempo que ofrecen nuevas formas de participación y de construcción de la ciudadanía en el siglo XXI, también ocultan mecanismos de acción que constituyen un enorme negocio del que no somos conscientes. Así que para abordar una alfabetización digital debemos conocer varias cuestiones: la cuestión técnica, las cuestiones histórico-socio-económicas (¿cómo hemos llegado hasta aquí?), las cuestiones filosófico-antropológicas (¿qué necesidad del ser humano está en juego?) y la cuestión pedagógica (¿cómo hacer para que prime el fin y no el medio?) (BEBEA, 2015).
1. EL DISPOSITIVO PEDAGÓGICO: LAS TECNOBIOGRAFÍAS
En este marco, empiezan a surgir experiencias de uso de narrativas digitales en el contexto universitario para explorar las identidades de estudiantes y jóvenes del siglo XXI (SOLA, 2012). En ellas se promueve que, a través de las narraciones digitales con fotos y música, las y los jóvenes se hagan conscientes de su propia trayectoria vital y cómo se ha construido su identidad con y a través de ellas (AYALA y SÁNCHEZ, 2018; CORREA, FERNÁNDEZ, GUTIÉRREZ, LOSADA y OCHOA,