Así se extendió el cristianismo
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Así se extendió el cristianismo - Antonio Vázquez Galiano
ANTONIO VÁZQUEZ
ASÍ SE EXTENDIÓ
EL CRISTIANISMO
El relato según los
Hechos de los Apóstoles
EDICIONES RIALP, S.A.
MADRID
© 2012 by ANTONIO VÁZQUEZ
© 2012 by EDICIONES RIALP, S.A.,
Alcalá, 290, 28027 Madrid (www.rialp.com)
Fotografía de cubierta: Las Marías en el sepulcro, Iglesia de San Apolinar Nouvo. Rávena (Italia).
© Foto Scala. Florencia. Cortesía del Ministerio Beni e Att. Culturali.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-3972-7
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Índice
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE. LA IGLESIA EN JERUSALÉN
1. LOS ÚLTIMOS CUARENTA DÍAS
Se presentó vivo ante ellos
Una pregunta inoportuna
Falta uno, hay que buscar a otro
2. UN VIENTO QUE IRRUMPE IMPETUOSO
Pentecostés es una fiesta
Unas lenguas como de fuego
Pondré en ellos un espíritu nuevo
El primer discurso del primer Papa
3. CÓMO VIVÍAN EN ESTA PRIMERÍSIMA HORA
Como los demás judíos de su época
Todos estaban unidos
La fracción del pan y las oraciones
4. EMPIEZAN LAS DIFICULTADES
Dar plenitud a la Ley
La mejor moneda
Es el momento de hablar claro
Se han convertido 5.000
5. NO PODEMOS CALLAR ESTAS COSAS
Un Sanedrín desconfiado y vacilante
Amenazas sin escrúpulos
Lo celebran rezando
6. SIN NADA COMO PROPIO
Un solo corazón
Con la mayor libertad
El resplandor de un contraste
7 . DIOS ANTES QUE LOS HOMBRES
Llenos de envidia
Un ángel les abrirá las puertas
Han saltado los cerrojos
Tened cuidado con lo que hacéis
8. UNA FUERZA VIVA QUE PROGRESA
Antecedentes históricos
Judaizantes y Helenistas
Elección de los siete
Ya pueden seguir creciendo
9. UN ALMA DE FUEGO
El joven Esteban
Una defensa bien argumentada
Incircuncisos de corazón y de oído
Lo sacaron fuera de la ciudad y lo lapidaron
SEGUNDA PARTE. EXPANSIÓN DE LA IGLESIAFUERA DE JERUSALÉN
10. SE ABREN NUEVOS CAUCES
No hay quien detenga la riada
Sorpresas en Samaria
Pedro y Juan confirman las buenas noticias
Simón el mago, un personaje pintoresco
11. MOVIDO POR EL ESPÍRITU
Levántate y vete hacia el sur
¿Cómo entender si nadie me lo explica?
Qué impide que me bautice
12. DOS MILAGROS FUERA DE JERUSALÉN
Cristo te cura, levántate
En Tel-Aviv con Tabita
13. UN ACONTECIMIENTO DECISIVO
Un ángel habla con un pagano
Pedro desconcertado
Yo soy un simple hombre
Jesús es juez de vivos y muertos
Hay que explicarlo todo
14. NOS PERSIGUEN Y LO SOPORTAMOS
Matan al primer Apóstol
Pedro y su ángel
15. LES LLAMARON CRISTIANOS
Antioquía toma el relevo
Se ayudaban entre ellos
Una explicación imprescindible
16. UNA APROXIMACIÓN A SAULO
Un hombre de hoy
Los primeros años
Trabajo y estudio
Jerusalén fue su primer destino
El andamiaje de un hombre singular
17. ¿POR QUÉ ME PERSIGUES?
Para exterminar a los cristianos
Nada le detiene
En el camino de Damasco
Este es mi instrumento
La vocación de Pablo
18. COMO FUGITIVO
Para sosegar el espíritu
Empieza a predicar
Le quieren matar
Para ver a Pedro
Yo te enviaré lejos
TERCERA PARTE. DIFUSIÓN DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES. Viajes misioneros de San Pablo
19. PRIMER VIAJE APOSTÓLICO DE PABLO
Un hombre bien dispuesto
Arrebatado hasta el tercer cielo
Separadme a Bernabé y a Saulo
Una isla pintoresca
Con santa cólera
Cristo vive: esta es la gran noticia
Se sacudieron el polvo de los pies
20. GUIRNALDAS FLORALES Y PEDRADAS
Una muchedumbre de judíos y griegos
Unos a favor y otros en contra
Somos hombres como vosotros
Hasta dejarlo por muerto
Para aprovechar el viaje de vuelta
21. PARA MOSTRAR LA LIBERTAD EN CRISTO
Unidad sin fisuras
Para resolver un conflicto
Un acontecimiento del Espíritu
El primer decreto apostólico
22. SEGUNDO VIAJE APOSTÓLICO
Al paso de Dios
Desde la libertad personal
¿Qué quieres que haga?
El arrastre de una mujer
El buen olor de Cristo
23. MI GOZO Y MI CORONA
Azotados y en prisión
Bautizarán hasta el carcelero
El honor de Dios
Todo es para bien
24. EN EL AREÓPAGO DE ATENAS
Antes está Tesalónica
¡Tanto os llegamos a querer!
Llegó el tumulto
Con finura de espíritu
Atenas
En el ágora
Al Dios desconocido
25. CORINTO Y SUS HABITANTES
Una sociedad degradada
Nada nuevo: viejas miserias
Un matrimonio santo
26. VERDAD Y CARIDAD
Ante judíos y griegos
Las consecuencias de ir contracorriente
Vuelta a Antioquía pasando por Éfeso
Siempre les tuvo presentes
27. TERCER VIAJE APOSTÓLICO
Fortalecer a los fieles, instruir a los ignorantes
Defensa apasionada de la unidad
¿Habéis recibido el Espíritu Santo?
En Éfeso utilizó una escuela
28. NO SOMOS SIERVOS SINO HIJOS
Con sabor a Galilea
Así acabaron los libros de magia
El motín de los plateros
Cristo que vive en mí
Como hijos también herederos
29. CUIDAD DE VOSOTROS Y DE TODA LA GREY
Camino de Macedonia
A modo de autobiografía
Por mar y por tierra
Celebrar la Eucaristía
De Tróade a Mileto
Despedida a los presbíteros de Éfeso
Carta a los Romanos
SAN PABLO, PRISIONERO Y TESTIGO DE CRISTO
30. HAY QUE IR A JERUSALÉN
Seguir los pasos de Jesucristo
Estoy dispuesto a morir
Santiago hacía cabeza
Apresado en el Templo
¿Me permites decir una cosa?
Ciudadano romano
Conjurados para matarle
31. ¡APELO AL CÉSAR!
Con la escolta que merece
Juzgado bajo la ley romana
Sin perder la ocasión
¡Al César irás!
32. ESTÁS LOCO, PABLO
Sin ningún fundamento
Un poco más y me convences
33. TEMPESTAD y NAUFRAGIO
Navegando hasta Creta
En una nave de mayor tonelaje
La borrasca se acerca
El Dios a quien pertenezco y a quien sirvo
Algunos quieren abandonar
Por fin se consumó el naufragio
34. EN LA CAPITAL DEL IMPERIO
Agarrarán serpientes con las manos
Llegaron a Tres Tabernas
Los judíos de Roma
EPÍLOGO
35. PARA APROVECHAR LA CAUTIVIDAD
En el epicentro del mundo conocido
Su casa era una cátedra
Las armas de los cristianos
La espada de la palabra escrita
Han sido elegidos una a uno
Completo en mi carne los sufrimientos de Cristo
Alegraos en el Señor
Como si fuera yo mismo
36. HE ALCANZADO LA META, HE GUARDADO LA FE
Una sentencia absolutoria
La antigua ilusión: Hispania
250 años de persecución
Para confortar a los suyos
Las Cartas Pastorales
De nuevo las cadenas y la muerte
37. PASTOR DE UN LINAJE ESCOGIDO, UNA NACIÓN SANTA
Un hombre distinto
En un medio hostil
La despedida está muy próxima
Tú sabes que te amo
INTRODUCCIÓN
Treinta años no son nada. Mucho menos cuando se trata de iniciar una historia que solo encontrará su desenlace cuando el tiempo se haya sumergido en la eternidad; sin embargo, será decisivo conocer cuál es la impronta que ha dejado un puñado de hombres esparcidos por todos los senderos de la tierra hasta llegar al último confín conocido. Roturarán el camino hasta hoy.
«Los Hechos de los Apóstoles» no es una simple crónica de sucesos. Es mucho más. Sus protagonistas son testigos de la resurrección de Jesucristo. Él es el vencedor, a pesar de su Pasión y Muerte. El sufrimiento ya no tendrá la última palabra, el mal ha sido definitivamente cancelado. Es un triunfo que da sentido a toda la historia humana.
El argumento central del libro presenta a unos pocos hombres —algunos de ellos quizá bastante toscos— que dan testimonio de la Verdad con una fe firme y maciza. Una fe que, por abominar de la oscuridad, no teme el debate público de sus principios y convicciones. Lo harán en plena calle con sencilla naturalidad.
Muchos pasajes transmiten el trepidar de una novela de aventuras pero, por encima de nubarrones pasajeros, cualquier escena traspira alegría. Es, ni más ni menos, la alegría del Espíritu Santo, al que se menciona 57 veces en el texto. No es extraño que se haya calificado este libro como «el Evangelio del Espíritu Santo».
El autor de la narración es Lucas, el mismo del tercer evangelio. Viene de lejos, procede de la gentilidad, no del judaísmo. Originario de Antioquía de Siria, es un hombre culto, al que San Pablo —con quien tantas andanzas compartió— se referirá llamándole «mi querido médico». Convertido muy pronto al cristianismo, no conoció personalmente a Jesucristo, y ese vacío le inquietó el alma de tal manera que se trasladó a la tierra de Jesús para estar cerca de los Apóstoles y conocer su vida.
Quiere saberlo todo y todo le parece poco. A medida que Jesús cala en su mente y su corazón, su aguda inteligencia descubre un panorama inmenso que necesita comunicar. Tiene que darlo a conocer. ¿Cómo se lo va a guardar por simple afán de erudición?
En definitiva, Lucas es un hombre «elegido» que, dócil a la llamada del Espíritu Santo, se ha convertido en herramienta eficaz para que Dios utilice su singularidad de hombre culto y bien dotado, para dirigirse muy especialmente a los gentiles.
Aunque se le haya calificado como «historiador», él se sabe un escritor religioso, un propagador, un apóstol que quiere difundir en todos los ambientes las maravillas que está haciendo Dios con los hombres en aquella hora.
Aunque está más cultivado que el resto de los apóstoles y maneja el griego con mayor pulcritud gramatical que ellos, no hay en sus escritos un afán de desarrollo teológico. Inevitablemente aparece la doctrina unida a los acontecimientos, pero está convencido de la fuerza arrolladora de los hechos y quiere darlos a conocer.
«Los Hechos de los Apóstoles» recogen narraciones breves, resúmenes de discursos, notas y diarios de viajes. Primero su relato girará alrededor de San Pedro y el escenario será Jerusalén; más tarde será San Pablo y la ciudad de Antioquía los que ocuparán un plano destacado; pero la cabeza ordenada de Lucas jamás olvidará Jerusalén como punto de referencia.
Para facilitar la lectura, solo aparecerán en cursiva las palabras de la Sagrada Escritura, sin referencia alguna si se trata de los «Hechos de los Apóstoles». En el resto de los casos aparecerá una escueta nota de pie de página.
Primera parte
LA IGLESIA EN JERUSALÉN
1. LOS ÚLTIMOS CUARENTA DÍAS
Se presentó vivo ante ellos
Aunque San Lucas, en su Evangelio, ha dedicado un capítulo completo con 53 versículos a recoger testimonios de la resurrección de Jesús, necesita repetirlo. Tan pronto inicia su relato en los Hechos de los Apóstoles, recuerda que el Señor se presentó vivo ante ellos con muchas pruebas. A lo largo de todo el texto, quedará muy claro que ser testigo de Cristo es ser testigo de su resurrección.
Evoca enseguida que, a pesar de haber transcurrido más de un mes desde aquel amanecer radiante en que recibieron la noticia de que Jesús estaba vivo, los días han pasado demasiado deprisa. A mayor felicidad, más breve se nos antoja el tiempo, pero lo cierto es que se les apareció durante cuarenta días y les habló de lo referente al Reino de Dios.
No nos sorprende la precisión con la que el evangelista recoge el dato cronológico de los cuarenta días. Es una cifra con resonancias históricas inolvidables para el pueblo elegido.
El diluvio inundó la tierra durante cuarenta días; los israelitas caminaron cuarenta años por el desierto hacia la tierra prometida; Moisés permaneció cuarenta días en el monte Sinaí en espera de la revelación de Dios que contenía la Alianza; Elías anduvo cuarenta días y cuarenta noches, con la fuerza del pan enviado por Dios; Jesucristo ayunó en el desierto cuarenta días, como preparación a su vida pública.
En su afán de hacerse entender por los hombres, Dios llama la atención de que estamos ante «algo importante»: detrás de ese número hay un anuncio de salvación.
Sin embargo, ahora el tiempo tiene otro ritmo, una nueva urgencia. En la resurrección la espera apenas ha durado tres días.
Jesús, vencidas las ataduras de la muerte, enseguida se hizo el encontradizo con sus amigos, de distintos modos y en diferentes circunstancias.
A lo largo de las jornadas que permaneció todavía entre ellos, junto a mensajes de gran trascendencia y mandatos revestidos de inconfundible solemnidad, no faltaron momentos de especial intimidad familiar. Así lo anota Lucas al recordar que estaba a la mesa con ellos.
Es decir, Jesús se movió con la naturalidad de siempre, incluido el hecho de compartir con ellos la comida, tan alegre y festiva como otras muchas que habían celebrado y que cada uno de ellos conservará en su memoria mientras viva.
Una pregunta inoportuna
A juzgar por la escena que inmediatamente nos describe Lucas, estos hombres inequívocamente buenos —todos serán santos— tienen una mirada bastante plana.
Uno de los días, viendo que el Señor ya se iba y no había hecho la menor mención sobre un tema que ellos consideraban muy importante, le preguntaron:
—Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?
Puede chocar la inoportunidad o quizá la torpeza —que Lucas recoge sin el menor pudor—, pero ellos, como cualquier israelita, llevaban siglos esperando el momento en que la restauración temporal de la dinastía de David colmara las expectativas de un dominio judío.
Jesús no se sorprende. Con serena paciencia les explica que los planes de Dios están muy por encima de un objetivo político. A pesar de ello, no hay en sus palabras el más leve acento de reproche. Da la respuesta exacta como si no hubiera escuchado la pregunta:
—No es cosa vuestra conocer los momentos que el Padre ha fijado con su poder, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
Les anuncia lo que ocurrirá y cuál será su misión. No es la primera vez que les confía el encargo de ser testigos suyos, pero necesita insistir, porque ahí se encuentra el núcleo de la labor que se espera de ellos y de los que lleguen detrás.
Apenas pronunciadas aquellas palabras, mientras ellos le observaban se elevó y una nube lo ocultó de los ojos.
Ninguno era capaz de apartar la vista de la nube. ¿Se habrá marchado definitivamente? Se quedaron boquiabiertos, embelesados, hasta que alguien les hizo reaccionar, pues se presentaron dos hombres con vestiduras blancas que dijeron:
—Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al Cielo? Este mismo Jesús vendrá de igual manera como le habéis visto subir.
Pueden estar tranquilos, porque Jesucristo no les abandona. Se quedará en su Iglesia para continuar conduciéndola entre las equivocaciones y miserias de los hombres —también de las suyas—, hasta que aparezca de igual manera al final de los tiempos.
Falta uno, hay que buscar a otro
Las palabras de aquellos dos hombres con vestiduras blancas eran toda una invitación a empezar a trabajar.
Inmediatamente regresaron a Jerusalén y subieron al Cenáculo.
Volvieron al lugar ya conocido, donde hasta las paredes transpiraban la presencia de Jesús en momentos imborrables. Llegaron con pena porque sentían el dolor de la ausencia. La mirada acogedora de María fue su refugio y su consuelo. Junto a ella, se reunieron los once para hacer oración. Para contemplar la tarea que suponía llevar a cabo los mandatos del Señor.
Se trataba de un reto sin precedentes. ¿Qué podrían hacer ellos ahora, cuando la ciudad entera había visto morir a su Maestro en un patíbulo, como un vulgar malhechor?
Mil preguntas se agolparían en su cabeza. ¿De qué forma se iban a enfrentar a aquel escándalo? Ellos se sienten urgidos, pero… ¿serán capaces de vencer tantos obstáculos? ¿Por dónde empezar? ¿Cómo distribuirse el trabajo?
Tan pronto recobraron la serenidad fueron agrupando a su alrededor a los que habían estado más cerca de Jesús y también a sus propios amigos. Llegaron a reunir a unas ciento veinte personas.
Pedro empezó a ejercer sus funciones de gobierno. Para seguir, en todo, la huella marcada por el Maestro había que restituir el número de los doce Apóstoles; ahora incompleto por la traición y deserción de uno de ellos. Restaurar los doce no era un capricho. Ese era el número de los que había elegido el Señor. Doce eran las tribus de Israel, y desde esa raíz se llegaría a abarcar la tierra entera.
Pedro señaló las condiciones que debía de cumplir el elegido. Ha de ser uno de los hombres que nos ha acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió con nosotros. Además se exigía un requisito esencial: ha de ser testigo de la resurrección.