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Pero ¿qué pasaría cuando Lucas descubriera la verdadera identidad de Penny? ¿Se vengaría de ella… o le pediría que fuera su esposa?
Kathryn Ross
Kathryn Ross é esteticista de formação, mas a escrita sempre foi sem primeiro amor. Aos 13 anos foi editora da revista da escola e escreveu uma peça para uma competição, ganhando o prêmio final. Kathryn vive em Lancashire, é casada e tem dois enteados encantadores. Escreveu mais de vinte romances e continua tão apaixonada pela escrita como sempre.
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Pasión latina - Kathryn Ross
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Kathryn Ross
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión latina, n.º 1523 - enero 2019
Título original: A Latin Passion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-458-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
Cómo era aquel antiguo proverbio? Algo sobre mantener cerca a los amigos, pero a los enemigos aún más cerca», trataba de recordar Penny mientras entraba en las oficinas de Lucas Shipping. Era su primer paso dentro del campo de sus rivales y se sentía extrañamente liberada. Estaba haciendo algo positivo, y no se había quedado sentada esperando a que cayera el hacha sobre ella, como su padre se empeñaba en hacer.
Al pasar del calor tropical caribeño al frescor del aire acondicionado del vestíbulo sintió un escalofrío. No sabía si por el frío o por pensar en lo que diría su padre si supiera que estaba allí. Una semana antes, había hablado por teléfono con él y había sugerido la posibilidad de acercarse a Lucas en persona para pedirle una prórroga para el pago de la deuda. Su padre se había puesto furioso.
–Lucas es el diablo en persona –había rugido.
–Pero, papá… en realidad no lo sabes –había insistido Penny con dulzura–. Los problemas los tuviste con el padre de Lucas, y ahora está muerto. Tal vez su hijo sea mejor persona.
–A veces eres muy ingenua, Penny. Lucas Darien es igual que su padre. Y voy a decirte una cosa: prefiero hundirme que pedirle un favor a alguno de su familia.
Penny podía haber dejado las cosas como estaban. Después de todo, era un asunto de su padre y a ella no la afectaba. Ella tenía su propia carrera en que pensar, y como directora de un centro de belleza a bordo de uno de los buques de crucero de lujo más grandes del mundo, estaba demasiado lejos para hacer nada. Sin embargo, unos días después, el enojo de su padre se había convertido en depresión y ella se había dado cuenta de que su padre le importaba demasiado como para no hacer algo para ayudarlo. Si hubiera tenido suficiente dinero, habría intentado avalarlo, pero como no lo tenía, había pedido permiso en su trabajo y había tomado un vuelo a Puerto Rico para visitar la oficina principal de Lucas Darien. Si su padre era demasiado orgulloso para pedir ayuda, ella no lo era.
Tal vez ya era hora de que su padre se retirara. La industria azucarera estaba atravesando malos momentos y él llevaba mucho tiempo luchando para que sus tierras rindieran. Quizás, tendría que renunciar a las tierras, pero no tenía por qué perder la casa de la familia. Era demasiado valiosa como para no luchar por ella. Aunque eso significara humillarse ante el enemigo.
–¿Puedo ayudarla en algo? –preguntó la recepcionista al verla. Era una joven de unos veinte años, pelo rubio ceniza y ojos azules con expresión cansada.
–He venido a ver a Lucas Darien –dijo Penny con seguridad como si tuviera derecho a verlo de inmediato, aunque no hubiera concertado una cita.
–Ah, usted debe ser Mildred Bancroft, la nueva asistente personal del señor Darien –dijo la recepcionista con una cálida sonrisa–. Estoy encantada de verla –antes de que Penny consiguiera decir nada, sonó el teléfono–. Discúlpeme un momento…
Penny no sabía qué hacer. Si reconocía que no era Mildred, era muy probable que no pasara de la recepción y no lograra ver a Lucas Darien ese día. Ya había telefoneado dos veces para pedir cita y le habían dicho que debería esperar hasta fin de mes. Pero su padre no podía esperar. Ya le habían advertido que posiblemente recibiría una orden de desalojo el día veinticinco de ese mes.
–¡Ah, hola! –contestó la recepcionista a quien llamaba por teléfono–. No. Las cosas van mejor por aquí. La caballería ha llegado, por fin, en forma de la nueva asistente personal, lo que me quitará algo de trabajo. Sí, yo puedo hacer la cena esta noche.
–¡Shauna! –atronó una voz profunda desde el interior del despacho–. ¿Podrías traerme de una vez los informes que te pedí hace media hora?
–Tengo que dejarte, Paul –Shauna colgó apresuradamente e hizo una mueca a Penny–. Es el jefe. Pero no te preocupes, sus ladridos son peores que sus mordeduras… En realidad es bastante agradable.
–Shauna, quisiera los informes hoy, si no es demasiada molestia –su tono era cada vez más fiero.
–Ya voy, señor Darien –contestó Shauna sonrojándose–. Últimamente no está de muy buen humor –susurró a Penny mientras buscaba entre una pila de papeles–. Su novia lo dejó hace unas semanas y su asistente personal se marchó para casarse. Además, tiene toneladas de trabajo, entre las cosas de aquí y los asuntos de su difunto padre. Cada día me da más y más trabajo.
–¿De veras? –murmuró Penny. Le gustaba saber que el enemigo también tenía su ración de problemas y no podía dejar de desear que lo estuviera pasando verdaderamente mal.
–¿Dónde demonios habré metido esos malditos informes? –exclamó Shauna mientras revolvía los papeles–. Los tenía hace un momento. ¿Los ves por alguna parte? Están en una carpeta verde.
A Penny la chica le caía bien, con sus maneras atolondradas y su parloteo.
–¿No es ésa de ahí? –preguntó señalando una carpeta que estaba junto a una taza sobre un estante.
–¡Menos mal! –exclamó Shauna–. ¡Vaya! Me olvidé de su café y ya está frío. Otro punto a mi favor…
–Bueno… No puedes hacerlo todo.
–No –dijo la recepcionista sonriendo–. Me alegro tanto de que estés aquí –lo había dicho con tanta sinceridad que Penny se sintió culpable de no ser Mildred.
–Shauna, ¿por qué tardas tanto? –Lucas Darien estaba en la puerta y golpeteaba el suelo con un pie con impaciencia.
Penny lo miró. Era un hombre alto y delgado, pero con hombros anchos y poderosos. Su mirada se cruzó con la de él y la oscura intensidad de sus ojos la hizo estremecer. Era un hombre fantástico. Debía de tener unos treinta y seis años, tenía los ojos oscuros y un rostro rudo muy atractivo. La barbilla firme y cuadrada le daba un aire de fuerza y decisión. Pero sus labios eran sensuales. Penny se preguntó cómo serían sus besos.
Sólo de pensarlo, se volvió a estremecer. Cierto. Él era muy atractivo, pero ella no debía olvidar por qué había ido allí. Ése era Lucas Darien, el enemigo de su padre.
–Señor Darien, ésta es Mildred Bancroft, su nueva asistente personal.
–¿De veras? –Lucas arqueó las cejas sorprendido–. Usted no es como yo me la esperaba –la miró con desparpajo y ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
«¿Cómo se atreve a mirarme así?», pensó Penny. ¿Y qué había querido decir?
–Tampoco usted es como yo lo esperaba –murmuró ella en tono algo desafiante.
–¿Qué es lo que se esperaba?
La pregunta la sorprendió, así como el tono suave de su voz y su sonrisa.
–Pues… –se encogió de hombros. En realidad esperaba que se pareciera al padre, a quien ella había visto dos veces. Lawrence Darien era también alto y atractivo, pero ahí terminaba el parecido. Tenía el pelo rubio claro, los ojos azules y una nariz aristocrática. Lucas, en cambio, seguramente había salido a su madre española. Tal vez cabía esperar que fuera más compasivo que su padre.
–¿Y bien? –apremió Lucas.
–Usted es más joven de lo que esperaba –improvisó Penny.
–Qué extraño. Yo iba a decir exactamente lo mismo –dijo Lucas sonriendo–. Por el informe que me envió la agencia, esperaba que tuviera alrededor de cincuenta años.
Penny se sonrojó. Era obvio que él se daba cuenta de que no era Mildred Bancroft.
–Bueno… puedo explicarlo…
–Shauna, cuando tengas un momento tráenos café –dijo a la recepcionista–. Entre a mi despacho –Penny pensó que la cosa prometía. Él sabía que ella no era su nueva asistente, pero aun así iba a dedicarle algo de su tiempo.
–Gracias –respondió Penny con su sonrisa más dulce, pero él no correspondió.
Penny era una mujer atractiva, de veintiocho años, cabellera larga y rubia, y grandes ojos verdes. Su figura era pequeña, pero con las correspondientes curvas. Estaba acostumbrada a que los hombres le sonrieran y consideró que iba a ser difícil conseguir que ese hombre, que no sonreía, tratara a su padre con benevolencia.
Penny tardó un poco en acostumbrarse a la oscuridad del despacho. Las paredes de la oficina estaban llenas de estanterías. La mesa, cubierta de carpetas, y los archivadores abiertos. En el rincón, había otra mesa llena de libros y papeles.
Él le hizo un gesto para que se sentara en el sillón que había frente a él y la observó mientras se sentaba. Penny se percató de que él había sentido cierto interés al verla cruzar las piernas. Al menos no era completamente inmune a ella. El vestido verde claro que ella llevaba resaltaba su figura y tenía un pequeño corte delante, muy provocativo. Penny se lo había puesto pensando que iba a necesitar toda la ayuda posible.
–Es obvio que su currículo no es totalmente correcto, señorita Bancroft –dijo él–. Vamos a ver… Diez años en Danovate, cinco años como asistente personal de Sir Gordon Marsden, y su último trabajo, tres años como asistente del Lieutenant Colonel Montgomery Cliff en Barbados… –arqueó una ceja–. A menos que empezara a trabajar a la edad de diez años, creo que no salen las cuentas, señorita Bancroft –dijo con sarcasmo–. O ¿puedo llamarla Mildred?
Algo en su ademán, o quizás la forma de fijarse en sus labios, hizo que Penny se