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La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1)
La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1)
La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1)
Libro electrónico597 páginas9 horas

La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1)

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UN SUEÑO ES SÓLO UN SUEÑO, ¿CIERTO?

Mi nombre es Vanessa, tengo diecisiete años, y me acabo de enterar que existe la posibilidad de que la mayoría de mis sueños, y mis pesadillas, son reales, literalmente: los lugares, los monstruos y, especialmente, él...
El chico que acosa mi subconsciente, quien insiste que yo soy la Elegida, la única mujer en todas las dimensiones (¡Sí! ¡Dimensiones!) con la habilidad de salvar o destruir al mundo.
Él, el chico que no puedo sacar de mis pensamientos...
¡No! Me estoy volviendo loca. Esa es la única explicación, porque los sueños son sólo sueños, ¿verdad? Los míos no pueden ser reales, no cuando cada alma humana está en juego.
Pero, ¿y si sí lo son?

Contiene Material Extra

IdiomaEspañol
EditorialAdri G.M.
Fecha de lanzamiento19 sept 2018
ISBN9780463086780
La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1)
Autor

Adri G.M.

Adri is a citizen of the world.She loves to write, to read, to travel and to binge on TV shows. She likes to meet new people, see old places and learn about interesting cultures; if you come across her path and then you think you’re reading yourself in one of her books, it’s a mere coincidence.“The Elevation” is the first one among many stories to come, so don’t hesitate to stalk her online:Facebook: Adriana González Márquez / Adri G.M.Twitter: @AdrianaGlzMInstagram: @AdrianaGlzMYouTube: Adriana GonzálezWebsite: www.adrianagonzalezmarquez.comThere you will find surprises, contests and extra material. Besides, fangirling is always fun ;)

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    La Elevacion (Los Dominios del Onix Negro #1) - Adri G.M.

    LOS DOMINIOS

    DEL

    ÓNIX NEGRO

    Libro I

    LA ELEVACIÓN

    Adri G.M.

    Advertencia Anti-piratería del FBI: La reproducción o distribución no autorizada de una obra protegida por derechos de autor es ilegal. La infracción criminal de los derechos de autor, incluyendo la infracción sin lucro monetario, es investigada por el FBI y es castigable con pena de hasta cinco años en prisión federal y una multa de $250,000.

    Los Dominios del Ónix Negro, La Elevación

    Cuarta Edición

    Copyright © 2018 Adriana González Márquez

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser usada o reproducida de ninguna manera, incluyendo el uso de Internet, sin el permiso escrito del autor.

    Esta historia es una obra de ficción. Las referencias a personas reales, eventos, establecimientos, organizaciones, o locales se destinan sólo a proporcionar un sentido de autenticidad y se utilizan de manera ficticia. Todos los demás personajes, y todos los incidentes y diálogos se extraen de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales.

    Diseño e Ilustración de cubierta: Eduardo Vidal Mengelle @DesignByLalo

    Diseño de Medallón: Gabriel Sierra Henao

    Diseño e Ilustración de Mapa: Fabián Parga

    fabianparga.com

    ISBN-13: 978-1725667082

    PARA MARANDY

    ∞ Capítulo 1 ∞

    Un sueño es un sólo sueño ¿cierto? El producto de deseos ocultos y una vívida imaginación.

    ¿Entonces por qué mis sueños siempre parecían tener más consistencia que la realidad? ¿Por qué parecían más intensos e interesantes que mi vida cotidiana? ¿Por qué a veces me resultaba posible extraer de ellos detalles inexistentes y convertirlos en algo tangible?

    Supuse que era tiempo de pedirles a mis padres que me mandaran al psiquiatra cuando dormida lograba sentir más que despierta; no lo hice, pero tal vez habría sido lo correcto.

    Tenía diecisiete años cuando lo soñé por primera vez. Lo recuerdo con más claridad que muchas de las cosas que me sucedieron en aquel entonces estando despierta, lo cual resultaría extraño en cualquier otra persona, pero a mí me sucedía tan a menudo que llegó el momento en que dejé de tomarle importancia y me dediqué a tratar de erradicar la idea de que era una rarita.

    Pero, a pesar de mis esfuerzos, a pesar de fingir a la perfección frente a todos los que me rodeaban, continuaban sucediéndome situaciones extrañas, y aquellos sueños nunca me abandonaron. Él nunca me abandonó.

    Sí, tenía diecisiete años la primera vez que lo soñé, después de un intenso día de escuela, tareas, y el interminable aseo de mi habitación.

    Era viernes. También es extraño que recuerde ese tipo de detalles, ¿no? Era viernes y yo lo único que deseaba era que llegara de lleno el fin de semana, porque a pesar de que tendría que ayudarle a mamá a arreglar la casa, me quedaría tiempo para ver la televisión, para divertirme con mi mejor amiga, y tal vez hasta para descansar… Era viernes y los planes para el sábado me hacían sentir impaciente, por lo que en cuanto terminé con todos mis pendientes me fui a acostar, temprano, obligándome a perderme en el letargo del sueño con rapidez. Siempre he contado con esa habilidad; no sabía a qué se debía, pero lograba forzar ciertas situaciones para que el resultado me favoreciera de alguna manera, así que me concentré en dormir al instante en que acomodé la cabeza sobre la almohada.

    Cerré los ojos y cuando los volví a abrir mi recámara había desaparecido. Fruncí el entrecejo, puesto que en realidad no me di cuenta en qué momento me había quedado dormida. Me alcé un poco, recargándome sobre mis codos, mientras que intentaba ajustar mi visión a la oscuridad reinante. ¿Dónde demonios me encontraba ahora?

    Generalmente, mis sueños me llevaban a lugares mágicos y brillantes, en donde todo solía ser colorido y estaba lleno de sitios por explorar bajo la clara luz del sol; recuerdo una vez en que soñé que me encontraba sobre una colina alfombrada por flores exóticas de diferentes colores, con un riachuelo que corría a las faldas de la elevación, con el agua más limpia y fresca que hubiera visto en mi vida. Arranqué una margarita roja y me la llevé hasta la nariz, apreciando el dulce aroma a polen y a verano, para después avanzar al pequeño arroyo, dándome cuenta hasta ese momento de que me encontraba descalza; miré entonces hacia abajo y observé mi vestimenta: llevaba un corto vestido blanco, de tela suave y que ondeaba con la suave brisa. Sonreí al llegar al riachuelo, en donde manchas de color violeta se deslizaban a toda velocidad, brincando de repente para luego sumergirse otra vez bajo la cristalina superficie del río. Fue cuando el agua me salpicó en el rostro, después de uno de esos saltos, que desperté un poco alterada y con la flor roja bien sujeta a mi mano. Ésa fue la primera vez que extraje un retazo de mi subconsciente hacia la realidad. La prueba de ello es la margarita que aún se encuentra entre la página 278 y 279 de mi libro favorito…

    Así solían ser mis sueños. Solían convirtiéndose en la palabra clave.

    Este sueño era muy diferente. Para empezar, reinaba la más densa oscuridad. Yo continuaba recostada sobre el duro y frío suelo, recargada sobre mis codos e intentando ver más allá de mis propios pies, y entonces fueron mis pies los que atrajeron mi atención… mis zapatos, para ser más específica. ¿Botas militares color beige? ¿Desde cuándo usaba yo botas militares? A mí me gustan los zapatos cómodos, y sólo de vez en cuando calzo zapatillas de tacón para asistir a alguna fiesta que requiere de un atuendo más formal, ¿pero botas militares? Nunca.

    Después le seguían unos jeans color azul oscuro, lo cual también me resultaba raro, porque, aunque los pantalones de mezclilla siempre han sido parte regular de mi guardarropa, no lo son de mis sueños: en ellos siempre uso vestidos que no me atrevería a llevar en mi vida cotidiana. Y, finalmente, mi atuendo se completaba con una camiseta negra de tirantes y una chamarra de piel. Sonreí ante ésta última; desde hacía tiempo que deseaba una, pero mi padre siempre había tenido una extraña aberración hacia las prendas de cuero, por lo que jamás accedió a comprármela.

    Para aquel momento mis ojos finalmente se habían acostumbrado a la acentuada penumbra que me rodeaba, por lo que me puse de pie. Volví a fruncir el entrecejo al observar a mi alrededor, pasando una mano por los rizos oscuros de mi cabello mientras trataba de distinguir qué eran aquellas figuras que se alzaban frente a mí. ¿Árboles? Sí: gigantescos y terroríficos árboles secos, que parecían estirar sus ramas en forma de garras para intentar alcanzarme.

    Suspiré, manteniéndome inmóvil, tratando de conservar la calma, repitiéndome una y otra vez que aquello era sólo un sueño, un muy vívido y espeluznante sueño, pero nada más que eso. Las perturbadoras imágenes frente a mis ojos eran el producto de una semana agotadora y una mente sobreexpuesta a películas de terror. Un sueño, sólo es un sueño, me repetía una y otra vez, girando sobre mi propio eje para tratar de distinguir algo más que aquellos fantasmagóricos árboles muertos que parecían espiarme en medio de la oscuridad. Una pesadilla, más bien, dijo mi mente cuando por fin encontré el valor para comenzar a avanzar.

    El primer paso que di fue el peor. El suelo crujió bajo el peso de mi cuerpo, provocando una reacción en cadena; una plétora de sonidos resonó a través de la oscuridad de aquel tenebroso bosque: crujidos de madera seca, aullidos de animales desconocidos, el ulular del viento. Me detuve en seco, dándome cuenta de que mi interrupción atraía el silencio otra vez; di otro paso y los ruidos volvieron junto con el aire, casi como si la naturaleza oscura de aquel lugar cobrara vida a través de mis propios movimientos.

    Nunca he sido una chica asustadiza, aunque debo confesar que aquello me atemorizó. ¡Gallina! canturreó una voz en mi cabeza (muy parecida a la de mi hermano Andrés) haciéndome enojar. Tragué saliva, cuadré los hombros y, después de respirar profundamente, comencé a caminar sin permitir que el renacimiento de los sonidos me detuviera. Tal vez tendría miedo, pero a mí nadie me iba a tachar de cobarde, ni siquiera yo misma.

    Avancé a través de los árboles, agachándome de vez en cuando para evitar que las ramas me alcanzaran, y verdaderamente agradecida por la chamarra de piel: de no ser por ella, ya contaría con un montón de rasguños en los brazos. Fue hasta después de unos minutos que finalmente di con un sendero. No lucía menos tenebroso que el resto del bosque, pero por obviedad pensé que debía de guiar hacia algún lado, y como mi usual costumbre era explorar dentro de mis sueños, decidí seguirlo para averiguar hasta dónde me llevaría.

    Vanessa —me detuve en seco al escuchar aquel siseo. Abrí mucho los ojos tratando de distinguir de dónde había provenido la voz, que había pronunciado mi nombre con tal claridad que parecía que lo habían murmurado justo en mi oído.

    Nada. Nadie.

    Mis ojos me decían que me encontraba sola dentro de aquel extraño paraje, pero mi instinto gritaba otra cosa. Negué con la cabeza, tratando de deshacerme de las ideas paranoicas que comenzaban a embargarme, por lo que con renovadas energías retomé mi caminar a lo largo del sinuoso sendero que parecía no tener fin. Mientras avanzaba, miraba de un lado al otro, al frente y detrás de mí, sin lograr desechar por completo la sensación de ser observada por millares de ojitos invisibles que se encontraban ocultos, pendientes de cada uno de mis movimientos.

    ¡Idiota! Me recriminé en silencio, ¿Por qué no pensé en esto antes? Siempre he sido capaz de controlar mis sueños (otra de mis bizarras habilidades); no de forma total, pero generalmente logro imaginarme cosas inertes e inanimadas (jamás seres vivos) y obligarlas a cobrar forma física cerca de mí. Así que en cuanto recordé mi insólita destreza, deseé con todas mis fuerzas crear una fuente de luz. Cerré los ojos, imaginándome la enorme linterna roja que papá guarda en el armario en caso de algún apagón, de esos gigantescos artefactos que estorban más de lo que ayudan, pero que en aquel instante me ayudaría bastante.

    Escuché entonces un estruendoso golpe a mi lado, por lo que inmediatamente me volví para buscar el preciado objeto que había invocado, sólo que con desilusión me di cuenta de que lo que había aparecido en mi sueño no era exactamente lo que yo había pensado: sí, era una lámpara, pero en forma de uno de esos antiguos faroles que se utilizaban antes del descubrimiento de la electricidad; la alcé con mi mano, escuchando como el metal chirriaba, sintiéndolo frío contra mi palma al tiempo que percibía el inconfundible olor a petróleo.

    Magnífico, pensé con ironía. Aquella noche mi sueño no era más que un cúmulo de decepciones. —¿Y cómo se supone que la voy a encender? —inquirí, como si alguien pudiera escuchar mis quejas; para mi sorpresa, la lámpara soltó una chispa y una débil llama comenzó a brillar dentro de ella—. Mucho mejor —murmuré girando una pequeña manija para alargar el fuego y así alumbrar un poco más.

    La alcé sobre mi cabeza, observando a mi alrededor con la suave luz que proyectaba el farol. Los árboles lucían igual de aterradores, pero el lograr distinguir un poco sus viejas y derruidas cortezas y el musgo del suelo gris, me provocaba una ligera sensación de calma, de encontrarme más en control dentro de mi propia imaginación.

    Vanessa —aquella voz otra vez, que parecía provenir de todas direcciones. Giré de un lado al otro tratando de alumbrar la mayor cantidad de espacio posible, pero aun así no logré distinguir más que maleza.

    Nada. Nadie.

    Inhalé profundamente y aceleré mis pasos, mirando siempre al frente, con la mente fija en la idea de que una vez que el sendero se terminara, yo llegaría a mi destino y despertaría de este inusual y lúgubre sueño. A mí me encantaba soñar, me fascinaban mis sueños, ¿por qué demonios tenía que llegar esta estúpida pesadilla y arrebatarme algo que amaba tanto? Culpé a mis padres y a mi hermano por su ridícula fijación por las películas de terror, con tramas que yo no lograba resistir y que terminaba viendo con ellos.

    Así que avancé maldiciendo a mi imaginación una y otra vez mientras que, poco a poco, mi caminar se transformaba en correr. Ya no miraba por dónde iba, simplemente trataba de alejarme de aquello que lograba sentir tras de mí. Corrí lo más rápido que mis piernas me lo permitían, con aquellas estúpidas botas que tanto me estaban sirviendo en aquel momento, sabiendo por pura intuición que el final del camino estaba cerca, que pronto estaría a salvo.

    Vanessa —giré el rostro sin detenerme.

    Nada. Nadie.

    Seguí avanzando a gran velocidad, distraída, atemorizada, intentando obligarme a despertar, pero para ello debía concentrarme, y en aquel momento me resultaba imposible pensar en algo más que no fuera aquella voz que me llamaba.

    —¡Aahh! —Grité cuando una masa oscura cruzó frente a mi rostro, forzándome a detenerme; alcé la lámpara de petróleo, aliviada al descubrir que la sombra que había volado a mitad de mi camino había sido tan sólo un búho—. Me asustaste, idiota —le reclamé al ave nocturna, que se había posado sobre una de las ramas del árbol a mi costado y me miraba con sabia indiferencia.

    Entonces caí en la cuenta de algo más: en mis sueños nunca había animales. ¿Por qué estaba soñando ahora con animales? ¿Y con voces extrañas?... ¿Y por qué demonios tenía tanto miedo, si esto sólo se trataba de mi mente? Solté una risa al caer en la cuenta de la forma tan ridícula en que me estaba comportando; me llevé una mano al cabello mientras proseguía con mi caminar, relajado otra vez, tranquilo y sin prisas, tomándome ahora el tiempo para observar los alrededores con calma.

    —Debería imaginarme un arma —dije en voz alta, ideando maneras de sentirme más segura. Pero inmediatamente deseché la idea; con la suerte que había tenido aquella noche, trataría de invocar una escopeta y terminaría con una pistola de agua.

    Continué avanzando durante largo rato, sorprendida ante la duración del sueño. A pesar de que a esas alturas ya nada debería asombrarme, me resultaba extraño que hubiera pasado más de una hora y yo continuara sin despertar, cuando generalmente mis sueños parecían durar apenas unos minutos, sin importar que me fuera a la cama temprano y despertara cuando ya había amanecido.

    Me dolían los pies de tanto avanzar y los brazos por estar sosteniendo la lámpara en alto, cuando por fin distinguí al sendero llegando a su fin. Arrugué la frente moviéndome con mayor rapidez, sorprendida al ver una nueva luminosidad apareciendo frente a mí, no muy potente, pero si lo suficiente como para esclarecer un poco la densa negrura. Luz blanca, suave… Luz de luna.

    Sonreí cuando me di cuenta de que el camino se abría para dar paso a un gigantesco claro, coronado con una brillante luna llena que se reflejaba en las aguas oscuras de un lago, situado justo a la mitad de aquella extraña pradera gris. Bajé la lámpara, avanzando despacio hacia la ondulante laguna, sintiendo una suave brisa rozar mi piel, acariciándome, tranquilizándome. A pesar de la oscuridad y de la falta de color y de tibieza, tuve que admitir que aquello era extrañamente bello. Me mordí el labio inferior, tratando de contener una risita nerviosa, cerrando los ojos para permitir que el viento nocturno y los rayos de la luna me inundaran, calmando mis atrofiados sentidos y otorgándome una rara sensación de paz.

    Pero entonces sentí algo en mi cuello: algo frío, duro, filoso. Abrí los párpados de golpe, no distinguiendo nada más que la larga hoja de una espada frente a mí, con su punta rozando muy de cerca mi yugular. Solté la lámpara, que cayó en el piso apagándose su flama de manera instantánea. Tragué saliva intentando deducir qué demonios hacer ahora, procurando que la punzante suavidad de la espada no atravesara mi delgada piel por algún movimiento en falso.

    Pero entonces escuché una voz ronca, baja, amenazante. Una voz que jamás había escuchado antes pero que sé que nunca olvidaré.

    —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Fue aquella voz la que me obligó a alzar la mirada. Y fue ése el instante en que me topé con un par de ojos color esmeralda, brillantes, chispeantes, completamente bellos— ¡Te hice una pregunta! ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

    En aquel entonces no supe por qué, pero fue en ese momento cuando comencé a reír. De mi pecho brotaba carcajada tras carcajada, resonando en medio del silencioso y quieto ambiente, ahora interrumpido por mis estruendosas risotadas.

    —¿Qué te parece tan gracioso? —Preguntó el sujeto, mirándome entre molesto y desconcertado, como si yo fuera un bicho raro al que no sabía si ignorar o aplastar bajo su suela.

    Negué con la cabeza, intentando calmar mi risa, aunque sin mucho éxito.

    —¡Por todo lo que es sagrado, esto no es divertido! —Gritó bajando la espada, situándola con un rápido movimiento en una funda que colgaba de su cinturón—. Te lo preguntaré una última vez: ¿qué estás haciendo aquí? Tú no deberías de estar en este dominio, aún no es tiempo.

    Con un esfuerzo sobrehumano, por fin fui capaz de detener mis carcajadas. Me llevé una mano hasta las mejillas para limpiar las lágrimas que me habían provocado las risas. —Perdón, ¿qué? —Articulé sin entender nada de lo que me decía.

    —Tú no deberías de estar aquí. Estás en peligro. ¿No lo entiendes?

    Alcé una ceja con gesto de total sarcasmo: —Vaya, éste es sin lugar a dudas el sueño más extraño que he tenido en mi vida.

    —¿Sueño? ¿Crees que…? —A pesar de que continuaba hablando yo ya no lo escuché. Me miraba con la más completa confusión reinando en su rostro… En su muy atractivo rostro, debo agregar. Llevaba el cabello oscuro más largo de lo habitual en los hombres, un par de mechones le surcaban la frente cayendo sobre su ojo derecho. Fruncía el ceño, atrayendo mi atención hacia ahí; sobre su ceja izquierda se lograban distinguir dos cicatrices muy delgadas, perpendiculares y paralelas, que le otorgaban cierto grado de peligro a sus facciones; sus resplandecientes ojos verdes continuaban brillando al observarme; su nariz era recta y masculina, como esculpida a partir de alguna estatua griega. ¡Y Dios, esa boca! El labio superior era algo delgado, pero este detalle simplemente resaltaba lo carnoso del inferior.

    Después de su rostro me desvié hacia su cuerpo. Era mucho más alto que yo, a pesar de que mido 1.70m. Vestía una camisa negra de mangas anchas, un chaleco de piel negro y de corte extraño y largo, y unos pantalones entallados de la misma tela del chaleco; para completar el atuendo, calzaba unas toscas botas oscuras y sucias, llenas de fango seco. Sus hombros eran anchos, y a pesar de las prendas su pecho lucía fuerte y musculoso; sobre éste resaltaba un medallón plateado con una intrincada forma que me resultó ligeramente familiar… Pero nada de todo aquello llamaba realmente mi atención como esos ojos color esmeralda.

    Mi intenso y nada sutil escrutinio me impidió recordar qué había sido lo último que él había exclamado: —¿Qué dijiste? —Inquirí cuando logré tomar de nuevo el control de mi sobrecalentado cerebro.

    —¿Qué si aún sigues creyendo que éste es sólo un sueño? —Presionó con desdén, y ahora fue él quien levantó una ceja con cinismo.

    Sonreí burlona. —Sí, y bastante original, si me permites agregar.

    —¿Original? ¡Esto no es original, es extremadamente peligroso! Vételo grabando en tu dura y bella cabecita. ¡No deberías estar aquí!

    —¿Peligroso? —Dije, sintiendo otra vez las irremediables ganas de estallar en carcajadas— ¡Todo esto es producto de mi mente! ¿Cómo va a ser peligroso?

    —¡Lo es! ¡Maldición! Tiene que haber una manera de sacarte de aquí sin usar el Vórtex de la Roca —por un momento parecía hablar más consigo mismo que conmigo—. Si lo utilizamos, él podría enterase de su localización y eso nos perjudicaría bastante… Si tan sólo hubieras entrenado ya, te podrías obligar a ti misma a regresar a casa, pero…

    —¡Hey, guapo! —Exclamé, chasqueando mis dedos frente a su rostro, tratando de atraer de nuevo su atención; nunca en mi vida había actuado así frente a alguien, pero aquél era mi sueño, así que supuse que mis modales no importaban mucho—. Estás balbuceando demasiado y comienzas a marearme. Ahora, si me disculpas, voy a continuar explorando.

    —Tú no vas a ningún lado más que fuera de aquí —ordenó, cruzándose en mi camino, con obvias intenciones de detenerme.

    —Qué increíble. A pesar de que eres una creación de mi mente, no eres muy amable que digamos, ¿sabes?

    —¿Ah, sí? Pues tú tampoco estás siendo la dulzura personificada.

    —Durante un sueño importa poco cómo me comporte. Ahora muévete de mi camino.

    —¡Por los espíritus, Nessa! ¡Ni siquiera sabes en lo que te estás metiendo! —Gritó, y entonces mi temor volvió; no porque hubiera alzado su tono, ni por el brillo peligroso de su mirada, sino por cómo me había llamado, por cómo había pronunciado aquel diminutivo que a mí me fascinaba pero que la gente había dejado de usar desde que salí de la primaria.

    —¿Cómo sabes mi nombre? —Pregunté, dando un paso atrás.

    Pareció estar a punto de responder, pero en un instante se detuvo, como si de repente se hubiera dado cuenta de que había cometido un error: —Eso no es importante en este momento. Ahora lo urgente es encontrar la manera de sacarte de aquí antes de que él te encuentre —exclamó, al tiempo que me tomaba por el codo, para entonces obligarme a avanzar a su lado.

    —¿De qué demonios estás hablando? —Pregunté mientras comenzábamos a rodear el perímetro del inmenso lago.

    —Guarda silencio. Ya atrajimos bastante la atención.

    De un jalón, me solté de su contacto, deteniéndome de golpe y cruzando los brazos frente a mi pecho. —Lo lamento, guapo, pero comienzas a sacarme de mis casillas. O me dices quién eres y qué quieres de mí o no me muevo de este lugar.

    Tomó mi rostro entre sus grandes manos, acercándose tanto a mí que logré sentir su aliento contra mis labios. Me olvidé de cómo se respiraba. —Soy el hombre que está intentando salvarte la vida.

    Me sentí ligeramente mareada y algo atontada, como si flotara. El calor que de él irradiaba chocaba en cálidas olas contra mi piel; al mismo tiempo, la frescura de su respiración contrastaba con el fuego que yo percibía esparciéndose sobre mis mejillas. —¿Qué? —Dije con voz ahogada, aún sin recordar inhalar, aun sintiendo su aliento sobre mi rostro. Las palabras hombre y vida eran las únicas que continuaban resonando en mis oídos, cual mantra, como si algo dentro de mi identificara un significado oculto en ellas que mi mente no lograba racionalizar.

    —Ya basta de preguntas —y sin aviso alguno, me cargó, pero no de la manera caballerosa en que una mujer se imagina ser levantada en vilo, ¡oh, no! Me alzó como si fuera un costal de papas, echándome sobre su hombro mientras comenzaba a avanzar otra vez. El asombro me enmudeció durante unos instantes, pero entonces la indignación se abrió camino a través de la sorpresa.

    —¡Bájame! ¡Bájame, cucaracha piojosa! —Grité al tiempo en que golpeaba su ancha espalda, sintiendo los fuertes músculos de su brazo y su pecho contra mis piernas y mi estómago— ¡Qué me bajes, te digo, o comenzaré a gritar por ayuda!

    —¿Qué no lo entiendes? Yo soy la ayuda.

    —¡Estás loco! ¡Psicótico, desquiciado, demente! ¡Bájame ya! —Continué gritando improperios mientras le azotaba la espalda y pataleaba con todas mis fuerzas, pero todo fue en vano puesto que él ni se inmutó.

    Prosiguió rodeando el lago, alejándonos cada vez más del sendero por el que yo había arribado al claro; no lograba ver a dónde nos dirigíamos gracias a la postura muy poco favorecedora de mi pobre cuerpecito, que rebotaba contra su dura musculatura a causa de su acompasado caminar. Me alzaba y me dejaba caer, me removía y pataleaba, gimiendo cada vez que sentía cómo su brazo me aprisionaba con más y más firmeza. Nada parecía perturbarlo, mientras que yo estaba prácticamente berreando de impotencia, enojo y desesperación.

    —Deja de retorcerte —murmuró unos minutos más tarde, y yo casi podría jurar que lo sentí reír.

    —¡Que me bajes ya, héroe de segunda mano! —Insistí llena de ira, con renovado ímpetu al notar cómo él sonaba entretenido con la situación; pero entonces me di cuenta de que a mí me dolían los golpes que le propinaba más de lo que en realidad le molestaban a él; me detuve, mirando mis enrojecidos puños, resoplando para quitarme el cabello que caía sobre mi cara; doblé los codos recargándolos en su espalda, para después acomodar mi barbilla sobre las palmas de mis manos—. Esto es ridículo. ¡Ridículo! Y no es gracioso.

    —Lo lamento, pero en eso no estamos de acuerdo —contestó con diversión.

    —Puedo caminar perfectamente, ¿sabes? Y no necesito que me rescaten, eso tenlo por seguro.

    —En serio que eres obstinada.

    —¿Y me vas a decir que tú no?

    —Lo mío es tenacidad, no terquedad —respondió con sarcasmo. Casi podría jurar que sonreía burlón.

    —¡Cómo si existiera mucha diferencia!

    —¡Pero por supuesto que la hay! Tan sólo fíjate quién de los dos va de pie, y quién recorre las distancias con el trasero apuntando al cielo.

    Yo llegaba al límite de mi paciencia. —¡Agh! ¡Bájame ya, estúpido mastodonte de circo, que me quiero ir a casa!

    —Vaya, hasta que concordamos en algo. Yo también quiero que te vayas.

    —¡Ja! ¡Muy gracioso! ¿Has considerado convertirte en comediante?

    —Impresionante, eres la quinta persona que me dice eso hoy —respondió sarcástico.

    —¡Bájame ya, mandril sin zoológico!

    —Lo que tiene que hacer uno para pasar de guapo a mandril… Qué insultos más originales.

    —¡Cuento con un extenso repertorio, troglodita descerebrado!

    Soltó una carcajada: —No puedo esperar para escucharlos todos…

    Vanessa —la tétrica voz lo interrumpió. Me petrifiqué sobre su hombro, notando entonces cómo él también había detenido sus movimientos.

    —Tú también oíste eso, ¿verdad? —Susurré asustada; él asintió sin hablar. Bueno, al menos no estaba loca: él también lo había escuchado. Me sentí ligeramente aliviada—. Vanessa —Adiós alivio, hola terror.

    —Está aquí —murmuró con tono ronco.

    —¿Quién? —Pregunté, abriendo mucho los ojos.

    —Arématis.

    —¿Are–qué?

    —¡Guarda silencio! —Ordenó sin alzar la voz. Finalmente me bajó, pero en ningún momento se despegó de mí; su brazo continuaba rodeándome la cintura de forma protectora. Tuve que alzar el rostro para mirarlo, sorprendiéndome otra vez ante su imponente altura; él se pasó la lengua por los labios mientras se llevaba la mano libre hasta los ojos; murmuró unas palabras que no logré entender, bajando el brazo un segundo más tarde para luego entrecerrar los párpados, como si intentara ver más allá de la negrura que dominaba el paraje. Lucía concentrado, feroz e implacable. A pesar de mi miedo, nunca me sentí más segura como en aquel instante.

    Fue hasta entonces que me di cuenta de que había cerrado las manos sobre la tela de su camisa, asiéndola con fuerza como si intentara acercarme aún más a él; lo solté y de manera involuntaria alisé las arrugas que había formado con mis puños. Levanté el rostro otra vez, notando que me miraba de la forma más intensa en que jamás he sido observada por alguien.

    Vanessa —la voz rompió de tajo nuestro contacto visual.

    —Maldición. ¡Corre! —Gritó, tomándome de la mano y obligándome a avanzar.

    Al principio logré mantenerme a su paso, pero en instantes más bien parecía arrastrarme tras él. Estuve a punto de quejarme, sintiendo como si me fuera a arrancar el brazo en su intento por mantenernos en movimiento, pero entonces se me ocurrió mirar hacia atrás. Nunca lo hubiera hecho: la oscuridad crecía y crecía, convirtiéndose en la más profunda de las noches, en la más espeluznante nada. No existía un cambio significativo en el paisaje, pero de alguna forma mis ojos lograban percibir como si la negrura estuviera devorándolo todo, con afilados dientes que iban engullendo los árboles, la maleza, las rocas.

    —¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! —Dije, casi sin aliento.

    —No te detengas —ordenó por lo bajo y de manera innecesaria, porque después de aquel espectáculo, lo que menos deseaba era detenerme para ser tragada por aquella densa oscuridad, que se sentía como una entidad viva, como un implacable engendro dispuesto y listo para arrastrarlo todo hacia el completo olvido, hacia el más intimidante vacío.

    —¿Qué demonios es eso? —Pregunté, resollando.

    —No te detengas —repitió como única respuesta.

    Nos adentramos de nuevo en la profundidad de aquel bosque sin vida, escapando lo más rápido que podíamos durante kilómetros y kilómetros, mientras yo sentía que mis pulmones estallarían en cualquier momento, que devolvería el cereal que había comido durante la cena, que los músculos de mis piernas ardían ante el esfuerzo sobrehumano que realizaba por mantenerme en movimiento.

    —Ya no puedo… —le dije a manera de ruego. Tal vez aquella negrura no era tan mala, tal vez ofrecería algún tipo de consuelo, de descanso de esta interminable carrera, tal vez sería mejor que sentir que todos los órganos de mi cuerpo iban a explotar gracias al cansancio y al derroche excesivo de adrenalina.

    —Un poco más. Ya casi llegamos —exclamó volviendo su rostro un segundo, sonriéndome un instante, como si deseara darme ánimos.

    —Ya no… puedo…

    —Si puedes, Nessa. Vamos, sólo un poco más. Si alguien puede lograrlo, ésa eres tú.

    —¿De qué diablos… estás… hablando? —De repente se detuvo, tan de golpe que mi cuerpo chocó contra el de él. Estuve a punto de caer, pero me sostuvo por la cintura, rodeando mi cuerpo otra vez entre sus protectores brazos. Puse mis manos sobre sus hombros, sosteniéndome mientras trataba de mantener la compostura, de no gritar aterrorizada ante esta maldita pesadilla que había llegado a arruinarme la existencia.

    —Escúchame bien, porque no tenemos mucho tiempo —dijo en cuanto notó que yo había recobrado el equilibrio, aunque todavía me costaba mucho trabajo mantenerme en pie. A decir verdad, me costaba mucho trabajo hasta respirar.

    —¿Qué? —jadeé, tratando de distinguir sus palabras por encima del agudo zumbido que resonaba en mis oídos, girando la cabeza para intentar ver si aquella palpitante oscuridad seguía detrás de nosotros. Logré distinguirla a lo lejos, pero acercándose cada vez más, aumentando de velocidad, de intensidad. Parecía uno de esos agujeros negros espaciales, succionando todo lo que se encontraba a su paso, transformándolo en un páramo de noche eterna. Me estremecí ante el miedo que aquella idea me provocó.

    —¡Nessa, escúchame, por favor! ¡Pon atención durante un segundo siquiera! —Exclamó impaciente, tomando mi rostro de nuevo entre sus manos ásperas y masculinas, atrayendo mi mirada otra vez hacia él—. No debes volver aquí, por ningún motivo, ¿me entendiste? No estás preparada.

    —¿De qué me hablas? No comprendo nad…

    —¡Te lo explicaré después! Ahora necesito que prometas que no volverás —arrugué la frente con desconcierto. No tenía ni la menor idea de cómo había llegado a aquel sitio en primer lugar, así que, ¿cómo prometer no volver? ¿Cómo ordenarle a mi mente que no lo volviera a soñar?— ¡Prométemelo!

    Me sobresalté ante su grito lleno de desesperación. —Lo prometo —murmuré con un dejo de voz.

    —Bien… Sé que debes estar muy confundida, pero después habrá tiempo de explicaciones. Te encontraré, ¿quedó entendido? Eso es lo que yo te prometo a ti —asentí sin encontrar una mejor respuesta. —Ten —subió una mano hasta el medallón y con un tirón lo arrancó de su cuello—, llévatelo. De otra manera no podré localizarte —alcé la mano hasta rodear el adorno con mis dedos, sintiéndolo extrañamente cálido contra mi palma—. No lo vayas a extraviar, por favor. Es demasiado importante… Y no lograré llegar a ti si lo pierdes.

    —No lo haré —articulé indignada. ¿Quién creía que era? ¿Una distraída que no sabe dónde deja las cosas? Aunque muchos de mis accesorios están regados por toda mi casa.

    —Bien —fue lo último que dijo, para entonces tomarme por los hombros hasta hacerme avanzar caminando hacia atrás.

    —¿Qué haces? —pregunté frunciendo el ceño, sintiendo como mi espalda se topaba con una enorme formación rocosa detrás de mí. Mis pulmones se vaciaron por completo, mi corazón se saltó un latido, una resplandeciente luz púrpura explotó cegándome al instante… y entonces desperté sobre mi cama, sentándome de golpe, inhalando grandes bocanadas de aire en un intento por recobrar el aliento.

    Me llevé una mano al rostro empapado de sudor, y fue hasta que sentí algo frío y duro contra mi piel que levanté la vista, colocando la palma abierta frente a mí. El medallón pareció devolverme la mirada, brillando bajo la luz de la mañana con destellos que me daban la impresión de estar burlándose de mí.

    ∞ Capítulo 2 ∞

    Había sido sólo un sueño… Excitante, vívido, emocionante, intenso y muy, muy real, pero un sueño, a fin de cuentas.

    Me pasé la siguiente semana convenciéndome de ello, y fueron varias las teorías a las que me aferré para persuadirme de que no estaba volviéndome loca, de que todo aquello había sido producto de mi muy creativa imaginación.

    La primera (y más obvia) era que había estado dormida, sobre mi angosta, mullida, y calientita cama, con mi ridículo camisón de conejitos rosas y en la cómoda seguridad de mi habitación. La segunda eran mis vívidas fantasías, puesto que nada en esta monótona realidad puede resultar tan emocionante como aquellos mundos mágicos que lograba crear con el poder de mi trastocada mente. Y la tercera era Él: ese seductor y enigmático desconocido que había sido imposible de erradicar de mis pensamientos, habitando en ellos durante cada hora de cada día. Siempre he sido una fisonomista terrible: preséntenme a alguien hoy y mañana seguramente ya me habré olvidado de su cara. Pero el rostro de aquel joven parecía grabado con fuego en los confines de mi mente. ¿Qué otra explicación podría existir para no olvidar a ese hombre, más que la del hecho de que había sido yo quien lo había creado? Aparte de que era imposible que un humano real llegara a ser tan irreparablemente atractivo, tan fascinante, tan deliciosamente pecaminoso.

    Cada vez que pensaba en él, se me erizaba la piel y me estremecía de pies a cabeza. En el transcurso de aquella tediosa semana, me descubrí más de una vez con la mirada perdida y soñando despierta con ese interesante y misterioso rostro, con esa mirada de fuego verde, con ese cuerpo alto y fuerte. Estoy segura de que sonreía como tonta, hasta que Renata, mi mejor amiga, me hacía reaccionar. —¿Qué diablos te está sucediendo últimamente? —Me preguntó el jueves a medio día, mientras nos encontrábamos de pie afuera de nuestra aula, en el receso de diez minutos entre la sexta y la séptima clase.

    Me recargué en el barandal al tiempo en que fijaba mi mirada al frente, observando a unos chicos jugando futbol en una de las canchas de la preparatoria. —Nada.

    —¿Nada? Sí, claro. Y yo soy mi abuelita —solté una carcajada ante su comparación, volviendo el rostro para mirarla reír también. Algunas de las veces que observaba a aquella chica, me preguntaba cómo es que éramos amigas, siendo tan completamente distintas, comenzando con las marcadas diferencias físicas. Renata, a pesar de no medir más de 1.63m, tenía un cuerpo muy bien proporcionado; no era el prototipo de niña bulímica o anoréxica que es tan popular en nuestra época, puesto que su complexión era más bien torneada, así que contaba con las curvas perfectas en los lugares exactos y las planicies adecuadas en los sitios adecuados. Mientras que yo, alta y con una genética poco dispuesta a aumentar más mis senos, con gusto intercambiaría unos centímetros de mi estatura por una letra B en mi sostén. Después estaba su cabello: lacio, sedoso, entre rubio y cobrizo; y el mío, largo, incontrolable, oscuro y con ondas nada definidas. También me resultaba más que obvio que mis ojos cafés nunca estarían a la altura sus envidiables ojos azules, y ni qué decir de mis labios delgados en comparación con su exuberante boca, generalmente pintada del más intenso color rojo. ¡Maldición! ¡Odiaba compararme con ella porque mi ego era el que siempre salía lastimado! Sé que no soy fea, sino más bien ordinaria, pero Renata siempre lucía hermosa, se lo propusiera o no.

    Ahora bien, debo reconocer que, a pesar de su belleza, nunca fue una persona prepotente; era divertida, amable, extrovertida y una muy buena confidente. Ella era la única que estaba al tanto de mis alocados sueños (a pesar de que no había logrado convencerme a mí misma de contarle el más reciente) y en lugar de juzgarme, se divertía con mis historias y hasta me insistía en que debería convertirlas en un guion, para venderlo y hacerme rica con las regalías de una película. Ahí radicaba otra de las diferencias entre Renata y yo: ella era ocurrente y graciosa, mientras que yo solía ser cínica y sarcástica, y sólo lograba hilar alguna que otra frase original o divertida dentro de mi cabeza, siendo capaz de exteriorizarlas en la vida real en muy pocas ocasiones.

    —¡Hey, mocosa! —Fue la voz de mi hermano Andrés la que me sacó de mis cavilaciones. Bajé la mirada para encontrarlo gritándome desde la planta baja.

    —¿Qué quieres? —Le pregunté, fingiendo malhumor. Detestaba que me llamara así y él lo sabía bien. Me ignoró mirando a la chica a mi lado.

    —¡Hola, Renie!

    —¿Qué haces, Andy? —Inquirió mi amiga con una sonrisa coqueta. Yo sabía que ella siempre había estado secretamente enamorada de Andrés, pero jamás había confesado nada, así que yo nunca la presioné. Y también sabía que a Andrés no debía de resultarle del todo indiferente, pues ella era la única persona a la que le permitía llamarle Andy.

    —Viviendo la vida loca.

    Renata rio; yo comencé a desesperarme un poco: —¿Qué quieres? —Repetí.

    —No me esperes hoy a la salida, no voy a comer en la casa.

    Arrugué la frente. —¿Por qué, a dónde irás?

    —No es que sea de tu incumbencia, pero iremos a comer a casa de un amigo.

    —¿Adónde?

    —Qué entrometida, mocosa…

    —¿Adónde? —Insistí.

    —Al Cerro del Muerto.

    —¿A un picnic o algo así?

    —Claro que no, tonta. A una casa de campo que está por esos rumbos.

    Fruncí el entrecejo; no recordaba a nadie que viviera en la exclusiva área a las faldas del Cerro del Muerto, un conjunto de montañas que formaba la impresionante silueta de un hombre recostado. —¿Casa de quién?

    —No lo conoces.

    Fruncí los labios con desesperación. Ambos sabíamos que yo conocía a todos los idiotas a los que osaba llamar amigos. —¿De quién, flaco? —Presioné, entrecerrando los ojos para que entendiera que, si no me lo decía, no les avisaría a nuestros padres, única razón por la que me contaba sus planes, ya que le habían quitado el celular hace un par de semanas como castigo por algo que en realidad no me interesaba.

    —¡Estás peor que mamá! Te digo que no lo conoces… Es el amigo de un primo del vecino de Cintia.

    Agh, Cintia, pensé con rencor, acordándome con odio de la ex novia de mi hermano, que hacía un par de meses le había roto el corazón de la manera más despiadada posible: besándose con su mejor amigo (con el cual por cierto ya no se hablaba) en una fiesta de cumpleaños.

    —¿A qué demonios vas al lugar donde estará esa tipa?

    Andrés me dedicó una burlona sonrisa como única respuesta, para después dar media vuelta y correr hasta su salón. Se encontraba a unas cuantas semanas de graduarse y eso parecía otorgarle más ínfulas de grandeza de las que ya presentaba.

    Volví a guardar silencio, esperando que la pasada conversación con mi hermano hubiera distraído lo suficiente a Renata para que olvidara nuestra cuestión inicial… No tuve tanta suerte: —Ahora sí, contéstame.

    —¿Contestarte qué?

    —¡Oh vamos, ya suéltalo! ¿Qué te sucede?

    —Nada, de verdad. Es sólo que los chicos en uniforme deportivo me empañan la mente— dije con un exagerado movimiento de mano, como si me hiciera aire sobre el abochornado rostro. Ahora fue su turno de soltar una carcajada.

    —Por supuesto —agregó, siguiéndome el juego—, sudados, apestosos y enlodados. ¡Mi tipo de hombres!

    Continuamos riendo recargadas sobre la balaustrada azul del segundo piso, charlando de trivialidades hasta que el profesor Cuéllar finalmente se detuvo frente a la puerta de nuestra aula y ordenó que todos ingresáramos, puesto que la clase de historia estaba por iniciar.

    Tomamos asiento en la última fila y en la esquina más alejado del escritorio del profesor; saqué de mi mochila el libro de ‘Historia de Aguascalientes’, pues durante el último mes de clases nos dedicaríamos a estudiar el pasado de mi ciudad natal. Con una pluma de tinta negra en la mano, comencé a hojear distraídamente el ejemplar acomodado en mi banca, escuchando sin poner mucha atención cómo el profesor Cuéllar empezaba con la lección: checó asistencia en unos cuantos minutos, por lo que apenas si levanté la mano cuando lo escuché decir Vanessa Mendoza Valdez con ese tono agudo que siempre usaba al pronunciar mi nombre. Después de eso, fueron pocos segundos los que necesité para adentrarme por completo en mi propia mente, bloqueando todo lo que me rodeaba, mientras mis ojos miraban sin ver las palabras impresas y la fotografía del Cerro del Muerto que se encontraban en la página que mantenía abierta frente a mí. En la parte superior de la imagen había un enorme espacio de color anaranjado, gracias a la tonalidad del cielo al atardecer, por lo que con la pluma comencé a trazar líneas rectas y curvas sin un patrón en específico, sin darme cuenta de lo que en realidad estaba haciendo.

    Sólo un sueño, pensaba en aquel instante. Métetelo bien en la cabeza. En tu dura y bella cabecita, escuché la frase en mi mente, pronunciada con aquella voz ronca y seductora, recordándome otra vez al hombre que se había convertido en el inquilino permanente de mis pensamientos. Suspiré impacientándome ante mi propia idiotez. Generalmente me obsesionaban cosas sin importancia, como el próximo estreno de alguna película, libros que me gustaban o los planes para las vacaciones, pero ahora me estaba comportando verdaderamente ridícula, ofuscada por una creación de mi propia mente. ¿Qué demonios me estaba sucediendo? Que estás loca ¡Ja! No sé por qué, pero siempre que mi cerebro se burla de mí, lo hace a través de la voz de mi hermano mayor.

    Meneé la cabeza intentando deshacerme de aquellas ideas, aunque sin hacer el menor esfuerzo por poner atención a la clase, apenas alcanzando a oír la respuesta que uno de mis compañeros daba en ese momento: —De acuerdo con varios historiadores, las tribus que habitaban esta región eran los Chichimecas y…

    Después de eso dejé de escuchar otra vez. Doblé mi brazo, coloqué el codo en el escritorio (sin detener los trazos sobre el maltratado libro), y acomodé la frente sobre la palma de mi mano libre, permitiendo que mi mente vagara una vez más hacia rumbos insospechados. Cerré los ojos apenas por un segundo, pero cuando los volví a abrir la realidad había desaparecido.

    Me enderecé frunciendo el entrecejo, aún sentada sobre la incómoda banca, aun sosteniendo mi pluma con adornos de florecitas, pero sin libro, sin compañeros, sin salón de clases… Sin preparatoria completa. Me encontraba en medio de un paisaje árido, con tierra rojiza bajo mis pies, unas pocas plantas características del desierto, y un sol que brillaba justo sobre mi cabeza, blanco y cegador. Me puse de pie con rapidez, llevándome una mano hasta el rostro con el fin de proteger un poco mis ojos ante la brillante luz solar, alzando la vista al escuchar el chillido de un halcón, que en aquel momento sobrevolaba a lo lejos, por encima de unas montañas rocosas que adornaban el horizonte… Aves otra vez ¿Por qué de repente mis sueños, antes vacíos, se veían poblados de animales voladores? De nuevo, aquello era increíblemente distinto a lo que generalmente soñaba. En primera, nunca me había perdido de tal manera a mitad del día escolar; en segunda, aquel paraje otra vez era inmensamente ajeno a los sitios verdes y frescos que habitaban mi imaginación.

    Revisé mi atuendo entonces: un vestido azul de tirantes delgados, muy vaporoso, ligero y fresco; la falda larga ondeaba a causa del viento, mostrando por momentos mis pies calzados de unas sandalias; me dio la impresión de que mis ropas habían sido específicamente diseñadas para contrastar con el extraño ambiente que me rodeaba.

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