Hasta Siempre Diego
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Flavio Guerrero y Lanuza
Flavio Guerreo y Lanuza nació en México D.F. en 1948. Es egresado de la Facultad de Administración de la Universidad La Salle en donde cursó una Maestría en Administración de Empresas, otorgándole un reconocimiento por el promedio más alto en la historia de maestrías. Es autor del libro Una estrella para ti (1999). Es presidente y socio fundador de las empresas Consultoría, Representaciones y Distribuciones Lanuza S. A. de C. V. y de Languermer, S. A. De C. V. Flavio explica que la ‘y’ que le han colocado entre el apellido del padre y de la madre siempre ha servido como un fiel recordatorio de que sus dos apellidos tienen la misma importancia e igualmente honrarlos. Flavio siente que es un espíritu viejo que ha aprendido a danzar en el aquí y el ahora, aprovechando cada instante de su vida y tratando de observar los acontecimientos cotidianos como lo hace un jaguar, con plena atención, sin juzgar, sin permitir que la loca de la casa –la mente– dirija lo que no debe hacer. En estos surcos de tinta dormida, como lo narra el autor, descubrirás el corazón abierto de un abuelo, encontrarás su reflexión que cobrará vida cuando tú la descubras y ganarás, con los instantes cotidianos, un pedacito de tiempo en la eternidad. Al leer el libro dejarás que su mensaje toque la fibra más sensible de tu primer beso, de tu primer caricia y la extraordinaria sensación en que todos deberíamos vivir: felicidad.
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Hasta Siempre Diego - Flavio Guerrero y Lanuza
ÍNDICE
DEDICATORIAS
PRÓLOGO
¿CÓMO SE CONSTRUYE UN CUENTO?
TALITA-KUM
UNA TARDE DE MAYO
UNA PRESENCIA SILENCIOSA
JULIETA
ORIETTA
HASTA SIEMPRE DIEGO
DEDICATORIAS
Para mi esposa Laura, por ser el lienzo encomendado en donde deseo pintar con ternura una bella historia.
Para nuestros hijos y sus compañeros de viaje, Flavio, Gabriela, Joan, Bárbara, Martín, Roger y Annick, quienes son el motivo de nuestras alegrías.
Para mi nieto, que sin conocerlo y sabiendo que se llamará Diego, sabe cuanto lo quiero.
Para Martha Guzmán Villarreal por ser un manantial infinito de fortaleza.
Para Alejandra Silva Salcido quien con su excelente actitud, conocimientos y disposición me apoyó en las correcciones necesarias de este libro.
PRÓLOGO
Sé que estás a mi lado como siempre lo prometiste. Sé que eres el orfebre del tiempo que me enseñó a acreditar mi vida con el buen ejemplo de tu conducta. Siempre sabías lo que vendría y en toda ocasión fuiste pronosticador de cosas buenas.
Ahora me toca a mí abrir el espacio de estas líneas para que, con el correr del tiempo, la tinta dormida que aquí habita recobre vida y le diga al lector lo que un día me solicitaste: escribir bajo un título llamado prólogo.
"Hoy, querido hijo, me he enterado por tu breve ensayo que un día escribirás un libro, también sé que lo harás poniendo en él el corazón y que danzará tu esencia en cada línea. Cuando esto suceda, guarda para mí un espacio en tu libro para en él decirte cuánto te quiero."
Con todo mi cariño,
Tu papá.
Flavio Guerrero de la Paz.
¿CÓMO SE CONSTRUYE UN CUENTO?
Abrió las puertas de su corazón el abuelo y desplegó los balcones de su inmensa estancia para observar el instante en que se pinta el cielo con colores magenta, bugambilia, naranja, azul intenso, lila y gamas mezcladas de todos ellos. Le gustaba ver cómo el Gran Creador del universo pinta, en el lienzo azul del cielo, la despedida, en múltiples colores, del hermoso día que se está yendo.
La tibia tarde soltaba el racimo de agradables sorpresas que gustaban al abuelo, como ese preciso instante del último vuelo de las gaviotas antes de volver al nido, las tímidas luces del puerto despertando para habitar en la noche que está por llegar, el retorno de los navegantes a puerto, el viento cambiante que invita a dejar la playa o el ritmo indescriptible en que se va acomodando todo para sentir la satisfacción del deber cumplido de un día más.
Para aquel hombre soñador, dueño de la magia necesaria para narrar las historias simples de la vida con el sabor rico de la ternura en sus palabras, el sublime momento del atardecer se volvía un especial y gentil heraldo de lo que traería el largo fin de semana. Esos instantes tenían un encanto especial, eran los futuros momentos en donde su nieto de cinco abriles le visitaría por algunos días, mientras los padres del niño tomaban esas necesarias y merecidas vacaciones. El abuelo sabía que en breve nacería la convivencia con un ser que tiene la valentía de Don Quijote, la osadía del Rey Arturo, la magia de Julio Verne, la energía de un gigante y la ternura dibujada en sus ojos, como la obra maestra de Miguel Ángel.
El abuelo ya conocía los tiempos en que se daba cada encuentro con su nieto. A las seis de la tarde abría el balcón de su estancia, durante treinta minutos atendía extasiado los cambios que sufría el atardecer y a las seis y media su vista y atención no se despegaban de aquella cuesta cuajada de flores por donde los padres de su nieto bajarían en aquel automóvil blanco que un día sería de Diego. En ese preciso momento el abuelo tenía treinta minutos para bajar hasta la reja, tocar tres veces la campana y gritar con voz llena de alegría: ¡Bienvenidos a bordo familia, aquí el capitán les espera!
Aquella rutina le encantaba a Diego, sus ojos brillaban de alegría cuando veía al abuelo, especialmente al verlo exactamente como un gran capitán, comandando un inmenso barco, tan grande como lo era la casa del abuelo y tan lleno de momentos bellos que seguro no encontraría en otro lugar.
–Hola papá, –dijo el hijo del abuelo, —¿cómo estás? No me digas. Tu fuerte abrazo y esta inmensa sonrisa nos dice que estás estupendamente y eso nos da mucho gusto; verte pleno, lleno de vida y siempre con esa genial actitud del gran capitán que en verdad eres.
El abuelo, sonriendo, abrazó al hijo, al nieto y a la mamá de Diego, la cual era como una hija para él.
–¿Cómo está la abuela Laura?
–Realmente está muy bién, sigue igual de hermosa, volviendo perfecto cuanto toca. Es por ello que le doy abrazos a toda hora, –dijo el abuelo, –tal vez me quite lo imperfecto.
–¡Abuelo! –exclamó Diego, –pero si también tú estás muy bonito.
–Gracias, Diego, por eso me encanta que estés en casa, reconozco que eres un niño muy inteligente.
–Papá, te dejamos a tu nieto durante este largo fin de semana. Gracias por existir, papá, te damos un beso. Diego, te dejamos a tu abuelo, cuídense mucho.
La madre de Diego, al abrazar al abuelo, dulcemente le dijo:
–Abuelo, no sé por qué cuando dejo a mi hijo por unos días siento que algo puede pasar, no sé qué me sucede. Una parte de mí dice lo bien que cuidas a tu nieto y la otra me recuerda lo inquieto que es mi hijo.
El abuelo, sin despegarse de aquel abrazo, al oído, dulcemente, contestó:
–Los pensamientos son como un río caudaloso, lo importante es encontrar el manantial de donde vienen. Recuerda, mi niña, en la zona de temores y miedos no habita Dios.
La nuera, hermosa joven de vivos ojos, le dijo tiernamente al abuelo:
–Es verdad. Diego está en casa, en buenas manos y con Dios. Finalmente dejó una caricia en la mejilla del abuelo y otra en la de Diego.
El abuelo y el nieto se asomaron al balcón para despedir a aquella feliz pareja, observando cómo en la distancia aquel carro blanco se hacía más pequeño.
El tiempo pasó como un suspiro y la noche iluminó su obscuro manto con el delicioso brillo de las estrellas mientras abuelo y nieto se ponían al corriente de todos aquellos acontecimientos sucedidos durante la semana. Diego, mirando fijamente a su abuelo, le dijo:
–¿Recuerdas que la otra vez que nos vimos me prometiste que me platicarías un cuento?
–Por supuesto que lo recuerdo, mi niño. Tendremos tiempo suficiente en estos cuatro días para platicarte un cuento.
–¿Cuándo sería eso abuelo? Si tú lo deseas puede ser en este momento.
Tomando, el abuelo, gentilmente de la mano al nieto, le dijo:
–Ven aquí, pequeño Diego, déjame abrir este libro para leerte un cuento.
Aquel niño con la total curiosidad de un gran observador exclamó:
–¡Abuelo, pero si tu libro está vacío! Tiene todas las hojas en blanco y no dicen nada, cada espacio está solito, ninguna letra vive ahí adentro.
A lo cual el abuelo, sonriendo con la luz de la sabiduría dibujada en sus ojos, dijo:
–Mira, pequeño, verás que este libro tiene una gracia muy especial. Esta gracia consiste en que todas las historias que vas creando en tu mente son proyectadas en los renglones del libro. Eres tú quien va llenando los espacios vacíos de las hojas olvidadas por el tiempo.
–¿Y cómo es que iré creando historias, abuelo?– preguntó el nieto.
–Es muy