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Blanco Oscuro: Antología De Horrores Médicos
Blanco Oscuro: Antología De Horrores Médicos
Blanco Oscuro: Antología De Horrores Médicos
Libro electrónico540 páginas9 horas

Blanco Oscuro: Antología De Horrores Médicos

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Información de este libro electrónico

Esta usted a punto de leer historias, espeluznantes algunas, crueles otras e indignantes todas
que, basadas en la realidad, han sido debidas en parte, al dispar crecimiento del avance
cientfi co y tecnolgico actual, con el progreso de la educacin mdica de la poblacin. Tanto
la ignorancia y la fe ciega de los usuarios de servicios de salud como la falta de aplicacin
de la justicia, han dado paso al abuso doloso de algunos profesionales mdicos quienes sin
escrpulos, con nimo de lucro y faltando a sus valores tico mdicos, engaan, inventan e
incurren en actividades profesionales ilcitas hasta delictivas, sin vigilancia ni sanciones de
quienes debieran hacerlo y sin que nadie haya denunciado hasta el momento esa inequitativa
e injusta realidad.
Es momento de promover valor civil, educacin mdica y jurdica para la poblacin a travs
de conocer algunas de tantas nefastas historias que se suceden a diario y en donde ciertos
mdicos que se dedican a la atencin de enfermos, incluyendo a los especialistas, pudieran
participar en su prctica tanto pblica como privada. Estas historias son solo algunos ejemplos
de una realidad cruel y tienen un elevado porcentaje de veracidad que el lector sabr darle.
Habr casos espectaculares y faltarn muchos otros, producto de la experiencia de cada
mdico en su quehacer profesional.
Servir de refl exin para quienes se vean caracterizados en los relatos y motivacin para un
ejercicio mdico de calidad y de respeto como de conservacin de valores humanos y de la
tradicional vocacin de servicio.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 jun 2013
ISBN9781463360184
Blanco Oscuro: Antología De Horrores Médicos
Autor

JUAN MELÉNDEZ VILLA

Originario de la ciudad de Puebla, Puebla. Médico, cirujano y partero por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Cirujano General por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Cirujano de Tórax y Cardiovascular por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Coahuila Unidad Torreón (UAC). Especialidad en Derecho Penal por la Universidad Autónoma de Coahuila Unidad Torreón (UAC). Especialidad en derecho de Amparo por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tribunal Colegiado del 8º Circuito en Torreón, Coahuila. Maestría en Educación y Desarrollo Docente por la Universidad Iberoamericana plantel Torreón. Cirujano retirado ante el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Cirujano General ante la Secretaría de Salud en Gómez Palacio, Durango. Catedrático ante la Universidad Juárez del Estado de Durango campus Gómez Palacio (UJED). Ex representante sindical Sección XVI del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social.

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    Blanco Oscuro - JUAN MELÉNDEZ VILLA

    Tabla de contenido

    Introducción

    Prólogo

    ANTECEDENTES

    Capítulo 1. La pelea

    Capítulo 2. La cita

    Capítulo 3. El caso

    Capítulo 4. La sentencia

    Capítulo 5. Génesis de la denuncia

    Capítulo 6. La decisión. Usted, debe saber que…

    ANTOLOGÍA DE HORRORES MÉDICOS

    Capítulo 7. El manos calientes del cirujano general

    Capítulo 8. Las trampas del cirujano pediatra

    Capítulo 9. Las simulaciones del gineco obstetra

    Capítulo 10. La magia del médico general

    Capítulo 11. La del socio de la santa muerte. El oncólogo

    Capítulo 12. Las incongruencias del urgenciólogo

    Capítulo 13. El puritano coloproctólogo

    Capítulo 14. El ostentoso neurocirujano

    Capítulo 15. Las frustraciones del internista

    Capítulo 16. Los abusos del pediatra

    Capítulo 17. Los excesos del anestesiólogo

    Capítulo 18. El influyente gastroenterólogo

    Capítulo 19. El socio laboratorio y el cómplice gabinete

    Capítulo 20. Los quebrados de ortopedia

    Capítulo 21. El estudioso neumólogo

    Capítulo 22. Las fantasías del urólogo

    Capítulo 23. La presunción del cardiólogo

    Capítulo 24. Las farsas del intensivista

    Capítulo 25. Las faenas de los trasplantes

    Capítulo 26. La honradez del angiólogo

    Capítulo 27. Los juveniles del geriatra

    Capítulo 28. Los desmanes del endoscopista

    Capítulo 29. Las bellezas del cirujano plástico

    Capítulo 30. Las confianzas del cirujano cardiotorácico

    Epílogo

    DEDICATORIA

    Reflexión dedicada a mis padres y a mi familia agradeciendo todo su apoyo.

    A los profesionales médicos, que mantienen sus valores a veces incomprendidos.

    A los profesionales del derecho con la esperanza de su comprensión.

    A los estudiosos de la medicina y del derecho para estimular su honradez y profesionalismo.

    A las generaciones de ahijados de la Escuela de Medicina de la UJED campus Gómez Palacio.

    A todos los pacientes, motivo de nuestro diario quehacer.

    A los compañeros, amigos y personas que conviven en la historia de la vida diaria.

    Al amor que debe entregarse en todos los actos de la vida humana.

    Introducción

    Las inconformidades, quejas, demandas y denuncias contra los médicos que, durante muchos años no existieron en el país, han crecido en forma significativa en las dos últimas décadas y crecerán de manera exorbitante en el futuro. La confianza que otrora inspiraba consultar a un médico, sobre todo cuando se le dejaba todo el peso del conocimiento dada la tradicional ignorancia popular, se ha ido perdiendo paulatinamente y aquel extremo de fe, se convierte día con día en recelo de la sociedad y desconfianza ante la posible falsedad con la que se conduce un médico que evidentemente no todo sabe.

    Entre mayor cultura médica exista en la sociedad, las personas no aceptarán con facilidad los yerros en el diagnóstico y en el tratamiento y se involucrarán aún más en la información pública que se brinda en los actuales medios de conocimiento y comunicación. La deficiencia en general que durante ya varios años han mostrado las instituciones públicas de salud, ha contribuido a la creciente protesta de sus afiliados por no solo el mal trato burocrático que reciben, sino por la carencia de equipos, materiales y personal idóneo y suficiente para atender con diligencia, prontitud y oportunidad a las solicitudes de la población para recibir atención médica. Ese fracaso institucional ha provocado el también crecimiento de servicios de salud paralelos de índole privada como ha sucedido con la educación, pero que no son accesibles a la gran mayoría de los ciudadanos comunes y se reservan para quienes como élite, tienen los suficientes recursos de carácter económico para recibirlos.

    De la triada: salud, educación y justicia, solo falta ésta última que en un cierto futuro se permita su privatización ante la realidad de no estar bien atendidos por el Estado. Los catalogados en la esfera de la pobreza seguirán ahí durante mayor tiempo que los demás.

    A la par de estos fenómenos sociales, también crecen las razones por las que los médicos se ven cada vez más frecuentemente en conflictos de tipo jurídico tanto a nivel público como privado. A la fecha, han llegado a la autoridad ejecutiva del Ministerio Público un sinnúmero de peticiones de justicia por parte de los afectados por un mal quehacer profesional médico, sin embargo, la falta de conocimiento tanto de las supuestas víctimas como de abogados promotores del ejercicio de la acción penal, el contubernio de amistad o de influencia política del que gozan los probables inculpados, como el débil argumento por el que se denuncia sin las pruebas adecuadas y no saber sobre la dinámica del profesional de la medicina; han sido declaradas la inmensa mayoría, como improcedentes por falta de requisitos legales y de razón en la denuncia de hechos. Una buena parte de esas denuncias que no prosperaron, han sido solo percepciones equivocadas de los usuarios o han tenido razones no médicas como un trato no adecuado y en muchas, el afán de obtener dinero del médico, ha sido la motivación para hacerlo bajo la careta de invocar justicia. Solo hay posibilidad de litigio contra los que aparentemente fallaron en su encomienda médica y, con el incremento de la educación en salud, se descubrirá que el litigio puede dirigirse contra los que al parecer no fallaron en esa encomienda pero que han desarrollado un buen plan para no ser descubiertos y han obtenido ilícitamente ganancias indebidas. Los buenos médicos a pesar de hacer todo con honradez, también están en riesgo ante las diversas manifestaciones de interpretación de los usuarios, pero con mayor razón los que no siguen con la mayor precisión los cánones de la medicina.

    El usuario tiene hasta ahora el conocimiento de un error médico pero no mal intencionado, pronto podrá observar lo contrario que, realizado con fines perversos se convierte en horror y que atenta contra su vida y su bolsa y que encontrará por todos lados; pero para ello, deberá estar preparado. Ya no debe haber fe ciega en el médico que oculte sus debilidades, sino educación en salud que le permita al paciente y su familia saber sobre lo que hace y cultura jurídica para complementarlo. La ignorancia, la falsedad, la falta de valores de la sociedad entera debe sucumbir a una nueva etapa de civilidad con educación y conciencia de tal manera que no se deje impresionar ni convencer de lo que no es debido en la práctica de la medicina y por ello, tanto Usted amable lector como la Autoridad a quien le sea competente, hoy tienen la palabra.

    Prólogo

    Primum non Noscere. Desde los albores de la historia en medicina, NO dañar ha sido la consigna más importante para quienes ejercemos la sagrada labor de procurar y brindar en lo posible la prevención, recuperación y rehabilitación de la salud. Se ha creído durante toda la historia, que el médico, por el solo hecho de serlo, también adquiere inherente, el más alto sentido de la responsabilidad y del estudio, como el de la honradez y de la veracidad al obtener destrezas y habilidades y aplicar su sentir y su vocación para lograrlo. Envuelve a la profesión médica desde antaño, un auténtico y recogedor espíritu basado en el romanticismo que todos pregonamos pero muy pocos o nadie, cumplen. Si bien se ha escrito en repetidas ocasiones de los yerros médicos que pueden suceder por soberbia, por una confianza extrema, descuido, errores en el diagnóstico y en el tratamiento o por accidentes; y aun cuando todos son probables pero inaceptables, muchos de ellos puedan ser justificados por la limitación que el médico como ser humano tiene al ejercer la medicina, y que ha sido comprendido habitualmente por los propios pacientes, sus familiares, otros médicos y hasta por la ley.

    Esta obra no pretende aludir a esos errores ni a la recopilación de los mismos que nunca han sido mal intencionados y que han provocado en el médico mismo, la sensación de fracaso, de angustia, pena y desesperación por su enfermo, preocupados por el deterioro de su evolución y con una dosis elevada de sufrimiento tanto del paciente como de su propio médico. Va más allá y como producto de la realidad, es una necesaria como ya indispensable DENUNCIA, hacia toda esa actividad médica y de sus colaboradores que raya en la culpa, en la mala práctica, en la impericia, en la negligencia, como en la práctica temeraria y la falta total de escrúpulos y valores. Es preocupante que además, se haya agregado a esa reprobable actividad médica el DOLO que en la actualidad observamos crecer a pasos agigantados y sin la participación de a quienes corresponde detenerla, ya sea por complicidad, por desinterés, por amiguismo, compañerismo o simplemente por seguir la tradicional y nefasta política de la Autoridad en México de que aquí no pasa nada, y de que todo está bajo control.

    Agréguese a ello la célebre característica del mexicano: LA IGNORANCIA, la que aunada a su falla educativa, la falta de valor civil, y al desconocimiento y la desconfianza total en las actuales Autoridades, sanitaria como médica, administrativa, procuradora de justicia y judicial, han hecho crecer en nuestro país otro tipo de delincuencia, la provocada por un libertinaje médico progresivo, con detrimento a la salud y a la economía de las personas y el acrecentamiento injustificado del DELITO MEDICO teñido de impunidad al que nadie, con la capacidad y competencia para hacerlo, quiere encarar.

    Sin embargo, HONOR A QUIEN HONOR MERECE, es también un reconocimiento a aquellos médicos, que no son pocos, que si los hay, que cumplen cabalmente con su conciencia como con la sociedad a la que sirven, con todo el valor de la equidad, honradez y abnegación por sus enfermos y por su integridad en el respeto a su profesión que ejercen con alto sentido humano, y que se oponen a la mala práctica aun cuando no sean ni escuchados ni comprendidos.

    Es además una guía, una alerta, un consejo médico y jurídico al joven estudioso de la medicina y del derecho, pero sobre todo a la población en general, para darle a conocer lo que puede suceder si se coincide con el trabajo de uno de éstos inhumanos personajes cuyos delitos por acción u omisión, han quedado impunes, y quienes han logrado convencer a pacientes y sus familiares de un prestigio personal que no merecen, de un lugar en la sociedad que han alcanzado producto de sus fechorías, de un éxito profesional con base en el engaño y la obtención ilícita de dinero que les da el ostento necesario para impresionar a los usuarios de servicios de salud, y obtener así mayor clientela que pregone entre sus amistades y familiares su falsa calidad, como una estrategia de comercialización de la Medicina exenta de acciones de verdadero profesionalismo. Y finalmente es una invitación a la educación médica como jurídica tanto de médicos como de pacientes, que les ayude a confiar sus asuntos de salud, muchas veces delicados, graves y hasta fatales, a la probidad de médicos honestos y evitar sufrir las consecuencias inadvertidas de la comisión de delitos y sin la asesoría médica o jurídica correspondiente.

    ANTECEDENTES

    Capítulo 1. La pelea

    Todo comenzó un día común en pleno siglo XXI. Eran las 9.30 horas cuando un inesperado como súbito y estruendoso rechinido de cadenas me sobresaltó, malversó mi pensamiento y suspendió en el aire mi temor ante tan frecuente dosis de angustia que digerimos a diario en la actualidad. Me había levantado muy temprano, no como siempre, y me aprestaba a acudir a la cita señalada para enfrentar una pelea. Estaba preparando mi maleta con los documentos necesarios e inmediatamente volví la cabeza hacia el patio, de dónde provenía tan desgarradora ruptura del silencio. Me apresuré a revisar toda la casa y al dirigirme al patio observé que se balanceaba el columpio intensamente; por instantes el termómetro de la desesperación me invadía progresivamente, aún no terminaba de arreglarme la corbata ni portaba el saco, pero había tiempo suficiente para llegar puntual a la cita programada. Me desplacé con rapidez hacia la puerta principal que aún guardaba los vestigios de los daños de dos años atrás cuando la forzaron para entrar a robar en la casa. Mi vista vigía, se perdía en el horizonte, como queriendo alcanzar las nubes y las casas cercanas como las tapias de los vecinos. No detectaba a nadie ni había movimientos extraños, cuando de pronto, bajé lentamente la mirada y con asombro encontré una dulce sonrisa de Fernando, mi pequeño nieto de 5 años de edad que con dulzura y una expresión facial de diablura me observaba fijamente, quizá extrañado por mi rara actitud y la búsqueda que hacía hacia todos rumbos para encontrar algo que calmara mi angustia. Cuando le miré, se sacudió todo y sacó de su bolsa unos cacahuates que me ofreció y dijo:

    –Hola Tito, ¿ya te vas?, ¿me vas a llevar a la pelea?, ¡y te doy cacahuetes!

    Su voz segura, delicada y firme como arrulladora, me tranquilizó y me hizo esbozar una sonrisa reflejo de mi serenidad. Había dejado en forma súbita e intempestiva el columpio y había recordado que hoy iría yo a una pelea como la llamó, porque así se lo hicieron entender cuando escuchó los comentarios familiares. Lo levanté en brazos con facilidad por su delgadez aun cuando no para de comer todo el día y todo lo asimila, le regalé una sonrisa amplia y le pregunté:

    –¿Te gustan las peleas?

    –No Tito, porque todos los que pelean, pierden…

    Me dejó pensativa su percepción y le pedí me aclarara eso a lo que me continuó diciendo:

    –Mira, en una pelea uno le pega al otro, el otro se enoja y le pega también y lo hace enojar, y tú dices siempre que de todos, el que se enoja pierde, y todos salen enojados.

    Solté una carcajada y accedí darle la razón. A Fernando le gusta mucho dentro de su lógica infantil, encontrar palabras diferentes y expresar lo que piensa de una mejor manera a pesar de su edad, ya sabe leer un poco y su regalo de 5 años había sido un diccionario que, dicho sea de paso, le gustó mucho, pero no tanto como la bolsa de malvaviscos y el Wii que también recibió. Volví a inquirirle preguntando entonces la razón por la que me interrogó sobre si lo llevaría a tal pelea y me contestó:

    –Porque aunque no me gustan las peleas, si me gusta ver a los enmascarados y los trajes de lucha con sus capas, los movimientos rápidos que utilizan y quiero comprar unos luchadores y un ring–. Volví a reír ahora con estruendo, Fer creyó que yo acudiría a una pelea de ágiles luchadores y me hizo imaginarlos en la contienda y en el ring, y menos paré de reír.

    –Además –agregó–, ahí venden cacahuetes, dulces… ¿me compras?

    Acaricié los remolinos de su pelo y le contesté que no iría a ninguna de esas peleas, pero que otro día lo llevaría cuando hubiera función en la arena de lucha libre de la localidad.

    –Bueno, entonces me quedo –dijo, y regresó corriendo al columpio que le aguardaba paralizado y en silencio y siguió disfrutando su momento.

    La inocencia de Fer me había provocado momentos de meditación, él deseaba asistir a ver aquellas peleas arregladas, compradas, acordadas, exageradas, con muestras de falso desvanecimiento de los atletas competidores que se dan con todo, pero donde el espectáculo es su prioridad. Deseaba ver los golpes inusitados y la sobria y asombrosa fortaleza para resistirlos, el coraje sin límites que muestran los participantes y la majestuosidad como el control de sus movimientos, el dominio de las figuras deportivas de ornato plenas de dinamismo, tan peligrosas como preocupantes y de gran destreza y condición física, todos unos atletas. Creer en ello cuando la pelea a la que me preparaba enfrentar, quizá tenía las mismas características pero con consecuencias diferentes. Pelea en donde se puede obtener o no dinero, en donde algunos de los contendientes intentan convencer de lo falso y hasta lo ridículo, haciendo pasar por verdadero lo que no es, mentir y dominar el arte de probar lo irreal. Provocar, entre todos los participantes, la firmeza de que su actuación como la de los luchadores, sea de la más alta calidad teatral para lograr convencer como nos quieren convencer, de que esas peleas dejan en el mismo nivel a ambos de sus contendientes y protagonistas, y de que la razón la tienen y enarbolan las dos partes a su conveniencia.

    Observé que todo estuviera en su lugar, vi a Fer en el columpio y continué preparando con calma mi portafolios y mi traje para asistir a la pelea. El color púrpura de mi corbata pareciera remedar la intensidad con la que me enfrentaría en una contienda sin piedad, contrastada con el negro de mi traje, símbolo del silencio y la discreción que debiera guardar por el resultado de la misma. Aún había tiempo para estar puntual. Escuché pasos en mi cercanía… y atento, regresé la mirada hacia donde provenían.

    –¿Crees que regresarás a cenar? –me inquirió mi esposa, siempre preocupada, bondadosa y gentil en mis necesidades y como eran ya las 10.00 horas, bien sabía que por lo frágil con el dispendio del tiempo que se le da al evento, al menos no regresaría a comer. Era lo habitual y ya estaba acostumbrada, pero aun así estaba intrigada si llegaría a cenar en casa.

    –Creo que sí –respondí–, pero te avisaría en caso contrario para que no repares en esperar o en preparar la cena y puedas adelantar y compartirla con Fer y con Dayel. –Nuestros nietos que pasaban unos días de vacaciones en casa. En ese momento también asomó su carita Dayel por detrás de la puerta y en tono suave y muy compasivo me dijo:

    –Oye Tito… no les vayas a pegar muy fuerte, si les pegas así, los harás llorar y dejarás llorando a sus papás y a sus hermanos.

    Dayel de 7 años, es muy sensible y se opone siempre a la ofensa hacia los demás, siempre defiende a las mascotas y a los pedigüeños de las calles y les contempla con pena y tristeza, como si pudiera adivinar los golpes que la vida les ha dado, sin prejuzgar que se lo merezcan o que se lo buscaron, conceptos que emitimos los adultos con frecuencia y error, porque que no les comprendemos ni sabemos en realidad lo que cada persona que vemos, ha tenido que sufrir.

    –Yo vi –siguió ella– cuando un niño le pegó a otro en la escuela y lo hizo llorar, la maestra los llevó a la dirección y llegaron los papás de los dos niños, y todos salieron llorando, y en mi salón, también lloraban sus hermanos. Tita –agregó aludiendo a su abuelita– va a ser la que llore también porque tus papás en el cielo ya no pueden ver la pelea.

    Le sonreí al provocar con su lógica, rescatar con nostalgia de mi baúl de recuerdos, a mis padres y sus consignas de no molestar a nadie ni lastimar a nadie y mucho menos pegarles, y le contesté: –No, no te preocupes, si voy a ir a la pelea pero no voy a pegarle a nadie, cuando menos no lo haré físicamente –susurré en voz baja. Su rostro fue invadido por una enorme sonrisa de satisfacción que sanaba su preocupación de saber llorando a quienes participarían en la pelea y a sus familiares, lo que ya no habría de suceder por la seguridad que yo le daba.

    Me sentí incómodo, quizá le había mentido, quizá Ella había quedado complacida de mis palabras y convencida de que no habría una tragedia, quizá los golpes que a mí me correspondía dar no solo harían llorar a muchos, sino a mantener ese llanto durante mucho tiempo. A esa edad, quizá no pueda comprenderse o quizá yo sea quien no pueda comprender, que debiera explicar cada uno de los detalles a ellos, para darles la exacta dimensión tanto de mis palabras como de las diferencias que ellos entienden y con los que identifican su lógica de pensamiento. Pero tal vez sí, yo debiera hacerles entender y comprender a su nivel, el glamour de los golpes que habría de dar y que se refieren a encontrar solamente la verdad, basados en la honestidad, en la honradez, en la pulcritud del conocimiento científico, en la imparcialidad, buena voluntad, y en la equidad en el ser, en el saber ser y en el saber hacer que todos debemos cuidar y ejercitar cuando nos dedicamos a un oficio, a una u otra profesión, deporte, actividad técnica, o en el desempeño de todo tipo de trabajo.

    ¡Deberé explicarles de alguna manera!, me dije haré una estrategia para intentar hacerles explícito el conocer, porqué deberemos realizar nuestro trabajo de tal manera correcto que aun así, deje llorando a uno o a muchos, pero que así deba ser en aras de la búsqueda de la equidad.

    Durante muchos años, esto ha sido la tónica de mis experiencias en las cotidianas labores en donde, haces lo correcto pero dejas a alguien lastimado de alguna manera y estas cumpliendo cabalmente con tu deber. Esta meditación se prolongó en ese momento pero solo por algunos pocos segundos para continuar con mi preparación personal, le sonreí a Dayel y con suavidad acaricié su sedoso cabello como señal de despedida. Me apresuré ahora si en los detalles de mi presentación y tomé mi portafolio, faltaba aún una hora y media para estar puntual, la cita era a las 12 horas.

    El diálogo con mi familia había dejado en mí, para el trabajo por hacer hoy, una honda reflexión y meditación y para diversificar mis ideas, me había provocado la necesidad imperiosa de organizar, evaluar y corregir lo que no pudiere incluirse como sinónimo de falsedad, o de injurias al respeto y a la honorabilidad, virtud ésta tan difícil de encontrar en la actualidad, pero de la cual me designo como ferviente aspirante para lograr algún día adquirirla, como una de las metas de mi propia vida. Con el tiempo destilado para estar presente; llegaría en 20 minutos aproximadamente, otros 20 por la dificultad potencial del tráfico que hubiere y 15 minutos de referencia puntual y de espera, salí y me dirigí para despedirme de Fer como acostumbramos, girando la mano derecha con los dedos unidos de frente moviendo a los lados y de arriba hacia abajo y finalmente con la palma de frente, y quien aún estaba en el columpio sostenido de una mano ya que en la otra ocupada, llevaba con frecuencia a su boca un suculento hot dog. Hubo de detener el balanceo, dejar su delicioso manjar sobre el asiento del columpio y correr a mi encuentro a despedirme con un abrazo que, cuando lo recibes de un ser querido como él, te inunda de inspiración, de bienestar y del compromiso de hacer bien tu trabajo, aun cuando éste fuera el de pegarle a alguien o darle de golpes. Tomé las llaves del auto, revisé que el celular estuviese cargado y en su sitio, la cartera de mano sin que algo faltara y me dirigí a despedirme de Dayel y de Tita como suelen llamar con cariño a su abuelita, mi Esposa, y enfilé hacia el coche que encendió sin problemas y lentamente alcance la calle; eran las 11.10 horas y ya estaba rebasando los límites de tiempo de mi programación. Con el cuidado necesario me desplacé hacia el centro de la ciudad, el día era soleado aun cuando amenazaban con oscurecer el cielo algunos nubarrones de los que se antoja desgranan la lluvia en pequeñas dosis, como si esperasen algún provocativo acontecimiento para suavizar el calor que se sentía y más el que iba a experimentarse en el futuro inmediato y al que me había preparado para enfrentar en unos momentos más.

    Durante el recorrido, un sabor de confianza y seguridad mantenían mi precaución al conducir mi auto y me hacían imaginar y predecir lo que debería suceder en mi participación, que por vanidad, por orgullo, o por creer tener la razón, pronosticaba como exitoso. A medio camino me desplazaba a velocidad normal y al dar vuelta en una esquina, alcancé a ver a uno de esos tan comunes como humildes vendedores ambulantes que día a día luchan por llevar algo a sus familias, vendiendo dulces. Inmediatamente fluyeron en mi pensamiento Dayel, quien habría querido darle o comprarle algo, y Fer, quien había escogido cacahuetes y dulces, parte de sus golosinas preferidas. Tenía tiempo, pensé por un momento hacer dos obras buenas en el mismo acto con el vendedor y disminuí mi velocidad intentando encontrar un sitio para estacionarme por breve lapso, sin embargo los claxon sonoros, las protestas de los demás conductores, las evidentes muestras de prisa, retraso, enojo y estrés de otros, me hicieron cambiar de idea. Quizá algunos de ellos como suele suceder, no organizaron adecuadamente su tiempo y quizá otros tuvieron contratiempos que los retrasaron; cada quien reaccionaba a su conveniencia y es común observar esas manifestaciones de prisa y enfado en tanta gente dentro del tráfico de vehículos. Quise responder con el mismo efecto de enfado por los alevosos, escandalosos e irrespetuosos sonidos de sus motores y pitadas pero me envolvió el instinto creado por años de tratar de intentar comprender a los demás aun cuando hayan dado ese tipo de respuestas y, lo que ratificó mi decisión de continuar mi camino, fue pensar en el habitual y erróneo episodio mental en el que se prejuzga que si van tarde, es porque se lo merecen por ser impuntuales, porque se lo han ganado y los demás no tenemos culpa ninguna.

    En realidad nuestro egoísmo no nos permite comprender en cada persona que vemos, la causa que cada quien tiene para ir de prisa y por qué ellos se sientan que solo existen en la sociedad o en la vialidad, pero es algo tan popular en nuestra diaria experiencia, que crea un círculo vicioso del enojo que genera enojo y nunca comprensión y respeto. La inspiración de mis 5 nietos, me hizo volver a intentar comprender a todos esos conductores groseros y dejé pasar con cortesía a algunos y seguí mi camino sin intentar detenerme. No había podido comprar el cacahuete, dulce o garapiñado para Fer, ni habría podido platicarle a Dayel del humilde dulcero vendedor de la calle. Aún tuve tiempo de llegar al servicio proveedor de gasolina en donde un empleado displicente me abordó con cierto menosprecio y con el entrecejo fruncido, me ofreció el periódico del día en oferta además con la compra de combustible. No accedí a comprarlo pero alcancé a leer en un apartado, que había sido publicada la noticia de la famosa pelea a la que yo me dirigía y a la que se le había dado interés por los reporteros del ramo. Sin contratiempos extras, pude llegar a mi destino con 25 minutos de antelación y con la certeza de ello, busqué lugar donde estacionar, difícil de hallar por cierto ya que nunca se planearon con visión los lugares para hacerlo, pero logré encontrar uno alrededor de unos 5 minutos después.

    Al bajar del auto y acercarme al edificio, encontré en el camino al doctor Amado Calvillo, le saludé cordialmente y a sus acompañantes quienes de inmediato guardaron silencio ante éste encuentro, contestaron con gran cortesía y respeto mi saludo, y me dirigí escalera arriba a mi destino del día. Había mucha gente que iba de aquí allá, algunos serios y hasta enojados, otros con carcajadas de tono elevado celebrando el chascarrillo de ocasión, algunos más profiriendo insultos hasta con malas palabras, otros más adelante entre hombres, mujeres y adolescentes, con el llanto a flor de ojos que me hizo reflexionar sobre lo que hoy habíamos comentado con mis niños. Seguramente eran de los que habían recibido los mayores golpes que otros le habrían proferido e inferido en la pelea en la que participaron. Todos y cada uno de ellos estaba en su mundo, sin percatarse del dolor y la aflicción ajenos que ahí existe entre quienes ganan y pierden, y como es un lugar público, sin tener miramientos de un poco de discreción a sus muestras del estado de su talante que les haga no molestar a los demás por una elemental muestra de respeto. Aun así, el letrero del pasillo invitaba a guardar silencio y compostura.

    Capítulo 2. La cita

    El edificio era nuevo, pero tenía tintes de senectud por el diseño y la calidad de los materiales con los que se había erigido. Las tres salas de espera albergaban incómodos asientos, algunos ya sin respaldo y todos sin el mullido relleno que les hacen confortables pero ahí habríamos de dar paso al tiempo al esperar el momento de participar. Antes de ocupar un lugar en esos vetustos espacios, me dirigí ante el personal del edificio y anuncié mi llegada y mi presencia en sala de espera. Levanté la vista y con claridad solo imaginaria, quise leer que a la entrada del gran salón rezaba la palabra ring, esbocé apenas una sonrisa sin muecas y me pareció escuchar la gran ovación y el aplauso escandaloso que se profiere al ganador de la pelea, incluso los gritos de júbilo de Fer que había preferido al rudo ganador de la contienda, una pequeña palmada en el hombro me ubicó en la realidad y reaccioné con rapidez despertando de la fantasía que solo imaginaba, cruzaban frente a mí en ese instante, dos señoras y tres niños que lloriqueaban y al mismo tiempo una voz conocida me hizo voltear a la derecha.

    –¡Hola Juanito! –inmediatamente reconocí la voz de una antigua compañera y amiga de la escuela y le regresé el saludo al levantarme del asiento y demostrando lo agradable de su encuentro con un sincero abrazo.

    –¡Hola Pina! ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí? –le pregunté.

    –Muy bien gracias, yo aquí trabajo –dijo.

    –¿Cómo? –le respondí.

    –Sí –agregó ella–, hace poco acaban de darme mi cambio, radicaba en la frontera, pero desde hace cinco años que pedí me cambiaran y ahora me lo han autorizado y ha sucedido desde hace un mes. Por fin ya estoy con mi familia y en mi casa –expresó con voz delicada y con gran consuelo.

    –Y tú… ¿qué andas haciendo por aquí? –me preguntó.

    Guardé silencio unas fracciones de segundo y contesté: –Ya sabes… aquí peleando como siempre.

    –Oh sí, tanto que te gusta el pleito, me lo temía, no has dejado de hacerlo ¿verdad?

    –No, sigo igual –le dije.

    Recordé de momento que ella ya me había escuchado varias veces disertar sobre la necesidad de dar siempre la pelea, de luchar y de no ser conformista, y que además, habría que ganar.

    –Bueno –continuó–, te saludo rápido porque voy a otro pleito –y soltó una carcajada–, y ya voy algo retrasada. Te veré después y ya sabes que estoy de regreso. A ver si nos reunimos con los amigos algún día… ¡Luego te veo! –dijo, y se alejó rápidamente del lugar.

    Me dio gusto verle, habrían pasado algunos 10 años que no sabía de su paradero. No hubo mucho diálogo por la premura de sus actividades y como aún había unos minutos, regresé al incómodo asiento que me mantenía en espera. Solo pasaron algunos tres minutos más cuando un risueño joven de unos 20 años, anunció la cita de las 12 horas en el salón número 3.

    –¡Es mi ring! –me dije con una sonrisa silenciosa, y me levanté de inmediato.

    Me encontraba en el extremo opuesto a ese salón 3 y hube de desplazarme unos 30 metros pasando por los demás salones. No actué con disimulo cuando volteé a ver el salón uno y el dos ya que por ahí habría de pasar. Eran como 5 los rings o salones de pleito, y cuando caminaba nada presuroso por el pasillo hacia el salón 3, grande fue mi sorpresa al alcanzar a leer en el salón 2, el anuncio de licenciada Josefina Reyna López, juez segundo penal, volví a la realidad y dejé por fin la fantasía. Estaba en el edificio de los juzgados penales del fuero común y mi amiga y ex compañera Pina, era la señora juez del segundo juzgado. Experimenté una sensación de gusto al saberlo, no me lo había dicho ella, pero había logrado la investidura en base a su dedicación. Ya no pensé en pleitos ni en rings como toda la mañana de hoy, en donde mi imaginación me había permitido llevarme a las contiendas deportivas de la lucha libre, pensamientos promovidos por mis niños y su percepción del trabajo que haría. Este pleito o litigio, revestía una seriedad de elevadas consecuencias.

    De pronto, dos personas se me acercaron, me brindaron el saludo antes de entrar al Juzgado tercero diciendo: –Buenos días doctor….o serán tardes ya –a lo que respondí que aún eran buenos días.

    –¿Listo para dar la pelea?

    –¡Por supuesto! –contesté. Sonreí ante el mismo lenguaje que me había invadido desde por la mañana ante tales comentarios. Eran el juez del juzgado tercero penal licenciado Carlos Reza Mendez y su secretario, licenciado Julián Estrada, quienes llegaban a tiempo a la diligencia que habrían de dirigir a las 12 horas. Breve fue el saludo del señor juez tercero quien agradeció mi presencia y me extendió una invitación para hacer comentarios al finalizar la audiencia sobre el litigio y otros detalles que le interesaban. Accedí por supuesto afirmando mi participación al finalizar el acto y me dispuse a las órdenes del señor juez. Había llegado ya la hora exacta de la cita y estaba por iniciarse con estricta puntualidad como se suele actuar por muchos de los jueces, lo que distingue a los juzgados por su seriedad. Entramos todos al recinto y ocupamos nuestro lugar. Se ventilaría un caso de delito del llamado fuero común que ya llevaba dos años sin concluir en sentencia definitiva y la audiencia era clave para su terminación.

    Capítulo 3. El caso

    El caso motivo del citatorio a la audiencia era etiquetado como espeluznante, se juzgaba bajo el expediente 4812/09 al probable responsable de un delito en donde dentro del relato de los Hechos, aparecían en principio un hombre joven de 25 años, Bruno, quien dos años atrás, había llevado a una antigua novia, Lucy, a dar un paseo por algún lugar de la región a las afueras de la ciudad para compartir con tranquilidad de una amena platica. La amistad que les unía era de cuando menos 7 años anteriores a la fecha, y habían sido amigos y compañeros del mismo salón de clase en la carrera de contabilidad, de una de las más prestigiadas facultades de una universidad privada de la región y hasta llegaron a ser novios, pero su noviazgo había fracasado y durado solo unos 6 meses, sin embargo, eran muy buenos amigos. Al parecer, no hubo inconveniente ninguno para que ese día de los hechos, por la mañana, la casual invitación que Bruno hizo a Lucy para platicar se sucediera, accediendo Ella a hacerlo. Sin embargo, el mismo día por la tarde, ambos jóvenes noveles profesionales en forma extraña, no regresaron a su casa. Su prolongada ausencia motivo que fueran buscados por sus familiares con gran angustia entre los parientes y los amigos mutuos dentro de su esfera social que era muy elevada, sin resultados.

    Alex, el actual novio de Lucy fue el primero en ser buscado e interrogado ante la sospecha de una probable inconformidad por la reunión y fue cuestionado sobre el posible paradero de ambos e incluso, fueron cuestionados los amigos que habían tenido conocimiento de la invitación a ese paseo, también. Minuto a minuto la desesperación fue creciendo e invadió a los padres y hermanos de los jóvenes desaparecidos y de todos los familiares quienes ya habían agotado todas las posibilidades sin lograr resultados sobre su localización. Caía la tarde y la incertidumbre alcanzaba su más alta expresión. Esa misma tarde, cuando los familiares habían notado la ausencia de ambos pocas horas después del mediodía y quienes debieron haber regresado a comer a sus hogares, les buscaron por diferentes medios con afán e intensamente sin hallarlos en hospitales, puestos de socorro y en corporaciones de policía o de vialidad, por lo que solicitaron la participación de investigadores particulares como de las mismas corporaciones de policía tanto ministerial como municipal preventiva y federal para unirse a la búsqueda de los dos y en los sitios donde habrían podido ir de paseo. La policía a quien le compete, no suele darle interés a casos similares dando oportunidad de que regresaren más tarde, pero el nivel social de los padres de familia y por las famosas influencias que tuvieron y de las que se debe gozar en México, so pena de no ser atendido por las autoridades, lograron recibir un trato preferente y las corporaciones se activaron en apoyo.

    Las teorías de lo que hubiese sucedido pulularon en las palabras de todos cuantos participaban en la búsqueda, cada uno con ánimo de investigador novel y con la desesperación como instrumento de motivación, daba una versión probable como compitiendo con los demás con lógica percepción, para ver quien lograba acertar en las elucubraciones. Que si habrían sido secuestrados, si habrían huido juntos, si andarían de parranda por ahí, si se descompuso el vehículo en que viajaban sin alcance a comunicarse, si tuvieron algún accidente, etc. Su deseo era encontrarles y el silencio de aquellos, se prolongaba.

    Era época del inicio de la primavera, el río que corre aledaño habitualmente seco, alimenta a los canales de riego y pasa a pocos kilómetros de la ciudad en conurbación con tres ciudades hermanas, y en esa época llevaba corriente algo intensa con agua prácticamente helada. Inicia su recorrido desde la presa cercana hacia los campos de cultivo de la región. El ambiente por los alrededores del río es agradable por los vetustos álamos de nutrido follaje, que impiden las agresiones solares y brindan confortable sombra; invitación a relajarse, a conversar, a leer y a dormitar un rato. Ese había sido el escenario original de la investigación en el juicio, el silencioso testigo de lo ahí sucedido. Nadie sabía que la determinación de ir al río había sido solo decisión de ellos al momento del encuentro, solo algunos amigos cercanos supieron que el paseo sería en algún lugar de la ciudad o su cercanía, sin haber hecho comentarios a sus familiares y sin saberlo a ciencia cierta.

    Los esfuerzos eran en vano, transcurrió parte de la noche sin resultados favorables, pero la afanosa búsqueda no cesaba; se visitaron nuevamente a los hospitales, cárceles municipales, puestos de socorro, oficinas de tránsito y vialidad, casas de amistades, escuelas, bares, moteles… y nada. De repente, una llamada anónima detonó aún más la desesperante espera en casa de Bruno. Eran poco más de las 23 horas… ¡Él había aparecido!, había llegado a las instalaciones de la Cruz Roja de aquella la más alejada ciudad conurbada y como pudo, había dado el número de teléfono de su casa para avisar a su familia, pero había llegado con gran dificultad, por su propio pie, huyendo de un agresor y sangrando profusamente de la cabeza, según se hizo notar por quien se comunicó y brindó la información a sus familiares. Inmediatamente fueron avisadas las autoridades, y los padres y familiares de ambos jóvenes, se dirigieron al lugar al igual que lo hicieron el representante social y elementos de las policías municipal, ministerial del fuero común y federal.

    Arribaron los padres de Bruno en primer lugar a esa institución de salud de quien, después de haber sido atendido y haberle detenido la hemorragia del cráneo por los médicos, misma que fue descrita como intensa por ellos, haber hecho curación de la herida y sutura de la misma; le fue solicitado el traslado a un Hospital particular de la mayor de las ciudades del área conurbada de la región con la anuencia del Ministerio Público, para facilitar una mejor y más completa atención médica. Desde su llegada, los padres de Lucy le pedían y suplicaban casi a gritos que les dijera que había pasado con ella y donde se encontraba, pues él había aparecido solo, pero no había respuesta ya que no podía articular palabra en esos momentos.

    Bruno no había relatado aun lo que había pasado por el estado en que se encontraba, pero ya en el hospital y con voz entrecortada y angustiosa describió lo sucedido de ese día ante sus padres como los de Lucy y ante la autoridad procuradora de justicia. Habían decidido dar un paseo por la ribera del río y conversar de experiencias y buenos deseos para el futuro. Entre la plática y comentarios la mañana se consumió y eran ya las 18 horas, y como la estaban pasando bien e incluso habían brindado por el éxito profesional como por el de la vida marital que Lucy emprendería en dos meses más, decidieron permanecer un poco más en el paseo para regresar a buena hora a sus casas, relató. Continuó dando su relato y cuando reían a carcajadas por algún chiste que contaron, apareció de entre los árboles súbitamente, un hombre de campo, de complexión robusta y gran fortaleza, de aproximadamente 35 años, blandiendo un machete largo quien se les acercó con rapidez y con la amenaza de causarles daño, les exigió el dinero, ropa y las pertenencias que tuvieren. Bruno comentó que reaccionó de inmediato a la defensiva y trató de incorporarse del piso para poder responder a la situación. Él era un hombre fuerte, joven, de elevada estatura que podría enfrentar al agresor, sin embargo, en un ágil, inesperado como rápido movimiento del atacante, al momento de casi llegar a erguirse, fue agredido y embestido por el atracador y le fue inferida una lesión en el cráneo con el machete, cayendo al agua del río y perdiendo el conocimiento durante un par de horas. Manifiesta que al recuperar su estado de alerta buscó a Lucy en los alrededores pero no le encontró, considerando que habría sido secuestrada, salió del agua y se dirigió en busca de su automóvil para tratar de ir a la Cruz Roja a la que había llegado en búsqueda de auxilio médico. Suplicó que la buscaren en dicho lugar pues temía por su integridad.

    Después de escuchar la versión de Bruno, tanto las dos familias como la policía y sobre todo los padres de Lucy, se dieron a la tarea de buscarla por todas las márgenes del río, a la altura y cercanía del lugar donde había relatado Bruno, con el asomo de una desesperante y débil esperanza de lograr localizarla y el instinto imaginario de un hallazgo indeseable. La noche era seca, silenciosa, atiborrada de oscuridad y así fue, la policía ministerial llegó primero al lugar e inició la búsqueda con lámparas poderosas, llevaba en su pensamiento una vez más un fúnebre presentimiento de la tan frecuente cantidad de robos y secuestros que se habían dado en las riberas del río con fatales consecuencias y sin encontrar a los responsables o pistas de ellos y sin poder resolver muchos de los casos anteriores.

    Efectivamente a 50 metros aproximados del sitio descrito, el hallazgo fue macabro, encontraron a Lucy… sin vida, yacía sobre un charco enlodada, a un metro de la corriente del río, había sido destrozada, había huellas de lesiones con arma cortante cuchillo o machete, múltiples en su cara y cráneo, estaba degollada y muchas lesiones iguales, aparentemente inferidas con el mismo objeto en el resto de sus extremidades superiores y en la espalda y pecho. Lucy había sido masacrada, con gran ferocidad, sin piedad, con la saña propia del más vil de los asesinos. Imaginarán el dolor que provocó éste terrible hallazgo a sus padres, a sus familiares a sus amigos, a la sociedad entera, por ello había sido tema de los reporteros lo que sucediera con relación al caso; la indignación de muchos y la impotencia de no poder revertir el tiempo, de lanzar los lamentos hacia el firmamento en búsqueda de una disculpa celestial a la falta de previsión; del sentimiento de culpabilidad que se generó y de la angustia de no volver a encontrarle jamás ni compartir con ella el resto de sus vivencias, solo ésta última tan desastrosa como dolorosa e injusta, condenada por inaceptable aun cuando fue una realidad. Ella había fallecido varias horas antes de su hallazgo.

    La indagatoria había avanzado. La versión original fue aceptada en principio porque coincidían con la versión dada, algunos de los detalles descritos con la escena del crimen, la víctima superviviente inocente convalecía de la agresión sufrida, sin embargo, pronto el caso dio un giro espectacular, tomó una vereda insospechada y trágica como asombrosa para todos, provocando las más variadas emociones y sentimientos en las familias y en la sociedad. Yo me enteré por el expediente y por comentarios del juzgador. Me parece haber imaginado, la conversación que amigablemente se había iniciado entre ambos personajes profesionales jóvenes. También asoma a mi imaginación, el creciente y progresivo lenguaje que fue deformado por el cada vez más iracundo sentir de ambos en donde del halago inicial, se había transformado en una contienda en donde los reproches y las palabras altisonantes fluían incesantemente como argumentos de su discusión para hacer notar el lado parcial de la razón que les cobijaba a cada uno, de acuerdo a sus sentimientos y actitudes. Ella, tranquila al comienzo de la plática, estaba en una situación de agradable espera, plena de paz y de optimismo por su futuro próximo, se casaría en dos meses más. Él habría de platicarle su sentir y desearle todo tipo de felicidad y analizar los motivos de su ruptura anterior. Pero aun cuando todo se había planeado dentro del marco de la más elevada cordura, no tardó en precipitarse a un abismo el diálogo, del que no había modo de rescatarlo ni de corregirlo, ya que, al parecer, el talante de ambos mostró la faceta de irracionalidad, imprudencia, y de sucumbir al apasionamiento inerte y sostenido por la amargura, el enojo y la arbitrariedad. Es probable que todos los valores que hacen mantener a una persona ecuánime, se desmoronaron y apareció entonces el instinto de rencor, de odio y venganza que, promovidos por un aparente gran amor, enfermizo y

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