Cartas a Kelly
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Suzanne Brockmann
Suzanne Brockmann is an award-winning author of more than fifty books and is widely recognized as one of the leading voices in romantic suspense. Her work has earned her repeated appearances on the New York Times bestseller list, as well as numerous awards, including Romance Writers of America’s #1 Favorite Book of the Year and two RITA awards. Suzanne divides her time between Siesta Key and Boston. Visit her at www.SuzanneBrockmann.com.
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Cartas a Kelly - Suzanne Brockmann
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Suzanne Brockmann
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cartas a kelly, n.º 78 - julio 2018
Título original: Letters to Kelly
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-749-2
Capítulo 1
Kelly O’Brien introdujo su pesada bolsa llena de libros por la puerta trasera del despacho del periódico de la universidad. Era un cálido día de primavera y le corrían incómodas gotas de sudor por la espalda.
Dejó caer la bolsa sobre el escritorio y se echó hacia atrás los mechones de su cabello, largo y oscuro, que se habían soltado del moño. Después suspiró, se quitó la chaqueta, se desabrochó un par de botones de la blusa sin mangas y agitó un poco el cuello de la prenda para llevar aire fresco a su acalorado cuerpo.
—Psss...
Kelly levantó la mirada y vio a Marcy Reynolds, la estudiante que hacía las veces de fotógrafa del periódico. Los ojos marrones de Marcy se iluminaron y su cara juvenil adoptó un gesto de evidente curiosidad.
—Te está esperando un hombre en la sala principal —declaró Marcy mientras le pasaba varios mensajes escritos en papel rosado—. Bueno, no se puede decir que sea un hombre cualquiera. Es un todo un hombre, probablemente el más atractivo que haya cruzado jamás el umbral de este humilde establecimiento.
Kelly sonrió.
—Venga ya...
—Hablo en serio —dijo la chica, más joven que Kelly—. Te aseguro que corta la respiración. Es muy alto, rubio, de ojos verdes... Parece el hermano pequeño de Mel Gibson, aunque mucho más guapo. Y es como si se hubiera escapado de un anuncio de pantalones vaqueros. Tiene unas piernas larguísimas, y su trasero...
Kelly rio, incrédula.
—Suena demasiado bonito para ser cierto.
—Pues créelo. Es como un protagonista de esas novelas románticas que escribes. Pero lleva sentado ahí cuarenta y cinco minutos y no he podido concentrarme en nada desde que llegó —dijo, pasándose una mano por su corto cabello negro.
—¿Es un alumno?
—No, es demasiado mayor para eso. A no ser que haya decidido retomar sus estudios a estas alturas, claro..., pero en tal caso no lo ha hecho unos cuantos años más tarde, como tú, sino al menos diez. Debe de tener alrededor de los treinta. Pero compruébalo tú misma. Es un verdadero encanto, y cuando sonríe se le forman unas arrugas preciosas alrededor de los ojos.
—Puede que sea un profesor. ¿Te ha dicho lo que quiere?
—Te quiere a ti —respondió con una sonrisita—. Eso es todo lo que ha dicho. Le comenté que no sabía cuándo regresarías y que tal vez tardaras varias horas en volver, pero quiso esperar. Dijo algo así como que si había esperado siete años, podía esperar unas horas. No me digas que llevas siete años dándole largas a un hombre como ese.
—¿Siete años? Hace siete años yo tenía diecisiete...
Kelly sintió curiosidad y se dirigió a la mampara de cristal que separaba la sala principal del despacho donde se encontraban. Las persianas venecianas estaban bajadas, así que levantó ligeramente uno de los listones para echar un vistazo.
En cuanto lo vio, su corazón se detuvo.
T. Jackson Winchester II.
No podía ser cierto.
Pero lo era.
Era la única persona que había en la sala principal. Estaba sentado junto a la puerta, con una pierna cruzada sobre la otra y tan tranquilo como si se encontrara en el salón de su propia casa. Llevaba un polo de color azul marino con los dos botones desabrochados, de manera que pudo ver la parte superior de su moreno pecho. Además, se había puesto unos vaqueros desgastados que resaltaban sus musculosas piernas y unas zapatillas náuticas sin calcetines.
En aquel momento estaba leyendo el último número del periódico de la facultad y, con la mirada fija en el papel, sus ojos permanecían ocultos tras sus largas y oscuras pestañas. Sin embargo, Kelly no necesitaba ver sus ojos para saber que tenían una curiosa mezcla de colores. De color verde, sus pupilas tenían un pequeño borde dorado; y entre el verde y el dorado, azul. Eran como el océano, cambiantes. Podían ser de color gris tormenta o de un azul tan oscuro que parecía negro, o incluso de un profundo y misterioso tono verde. Recordaba haber mirado esos ojos mientras él sonreía y se inclinaba para besarla.
Meneó la cabeza como para borrar aquel recuerdo, y lo miró con más detenimiento en busca de las típicas huellas del paso del tiempo, de lo que había cambiado en él.
Llevaba el pelo más largo que en el pasado, por encima del cuello del polo, y parecía tan suave, rubio y ondulado como siempre. Tenía más arrugas, por supuesto, pero ese detalle lo hacía notablemente más atractivo.
Estaba impresionante.
Siempre había tenido buen aspecto. Lo tenía cuando lo conoció y lo tuvo durante todo el tiempo que duró su relación. Aún podía recordar aquella mañana como si fuera el día anterior, como si no hubieran transcurrido once años.
Recordó. Se vio a sí misma a los doce años, abriendo aquella puerta con cautela y entrando en la oscura habitación de invitados. Podía oir el tic tac del reloj y el sonido de una respiración lenta y estable.
El misterioso compañero de habitación que su hermano Kevin tenía en la universidad se encontraba tumbado en la cama. Sus largas piernas sobresalían por debajo de la manta con la que se había tapado. Uno de sus brazos descansaba sobre su pecho y el otro lo tenía extendido.
Se llamaba T. Jackson Winchester II. Kevin había telefoneado a sus padres desde la facultad para anunciarles la visita de su compañero de habitación, y les había dicho que era de Cape Cod y que conducía un deportivo inglés, un Triumph Spitfire.
A Kelly le impresionó particularmente su nombre y se preguntó qué significaría la T inicial. Después se preguntó por el color de su deportivo.
Era rojo. En cuanto se levantó, echó un vistazo por una de las ventanas y lo vio en el vado. Era un vehículo rojo y brillante, con capota negra.
La curiosidad la llevó a acercarse un poco más al amigo de su hermano. Por culpa de la oscuridad no podía verlo claramente y quería saber qué aspecto tenía.
Lo primero que le llamó la atención fue su musculoso cuerpo. Kevin tenía dieciocho años por entonces y también poseía un cuerpo atlético, pero obviamente nunca se había fijado demasiado en él. A fin de cuentas, era su hermano; un tipo a veces insoportable, a veces terrible, pero casi siempre divertido.
Aquel chico no era su hermano.
Tragó saliva y miró su rubio cabello revuelto y su bello rostro. Le daba un sobresaliente, impresionante. Kelly había visto algunos chicos igualmente atractivos en la televisión y en el cine, pero hasta entonces jamás se había encontrado cara a cara con uno.
Tenía un rostro perfectamente definido, de nariz larga y recta, con una mandíbula fuerte. Sus cejas formaban dos líneas finas ligeramente curvadas por encima de sus párpados y de unas pestañas que en aquel instante descansaban. Sus labios tenían la forma y el tamaño perfecto, ni demasiado gruesos ni demasiado finos; e incluso dormido, parecían sonreír.
Se acercó un poco más y se preguntó de qué color serían sus ojos, pero sintió curiosidad por otra cosa y quiso saber de qué color eran sus calzoncillos. Le pareció tan divertido que tuvo que llevarse una mano a la boca para no reír y, acto seguido, se apartó de la cama.
De todas formas, se recordó, estaba allí para algo más que echar un vistazo a T. Jackson Winchester II, así que caminó hacia el armario. Las puertas estaban cerradas, de modo que tuvo que abrirlas con cuidado para no despertar al amigo de su hermano.
Por desgracia, su madre había puesto en uno de los estantes superiores la bolsa que estaba buscando. Kelly era alta para su edad, pero no habría podido llegar sin subirse encima de algo.
Miró a su alrededor. Había una silla, pero se encontraba junto a la ventana, al otro lado de la habitación. Avanzó con sumo cuidado hacia ella. T. Jackson Winchester II había dejado encima sus vaqueros y una camiseta en el respaldo.
Al acercarse, notó que su ropa olía a tabaco y a alcohol. Era obvio que Kevin y él habían estado de juerga la noche anterior.
En Massachusetts, la edad mínima para beber alcohol era veintiún años. Su padre y Kevin habían discutido al respecto; Kevin decía que ya era suficientemente mayor para beber y su padre contratacaba y afirmaba que, en tal caso, también debía serlo para actuar con responsabilidad y no conducir después de beber.
Tomó la ropa, la dejó en el suelo y llevó la silla hacia el armario. Pero estaba oscuro y no vio las zapatillas del joven. Tropezó con ellas y cayó al suelo provocando un gran estruendo.
Antes de que pudiera levantarse, unas manos apartaron la silla.
—¿Te encuentras bien?
T. Jackson Winchester II la estaba mirando, obviamente preocupado. Pero Kelly solo tuvo ojos para un detalle. Rojos. Llevaba calzoncillos y eran de color rojo. Automáticamente, se preguntó si sería simple coincidencia o si tenía la costumbre de llevar ropa interior del mismo color que el coche que condujera.
—¿Te has hecho daño, pequeña?
T. Jackson Winchester II le tendió una mano para ayudarla a levantarse.
Era una mano grande y firme, con dedos largos y fuertes y uñas cuidadas. Kelly la soltó rápidamente y sonrió como una idiota.
—Sobreviviré —acertó a decir.
Se había dado un buen golpe en una pierna y supuso que le saldría un moratón, pero no quiso comentarlo.
Mientras lo observaba, el joven se alejó un momento hacia la mesita de noche y lleno un vaso de agua.
—No quiero agua, gracias. Seguro que está caliente.
Él la miró y dejó el vaso en la mesita.
—Como quieras —dijo mientras se pasaba las manos por la cara—. ¿Sabes qué hora es?
—Alrededor de las nueve menos cuarto. ¿Cuánto mides?
T. Jackson Winchester II se sentó en la cama y la miró, divertido.
—¿Quieres saberlo exactamente?
—Sí.
—Pues mido un metro noventa.
—Vaya, eres muy alto —dijo—. Por cierto, soy Kelly O’Brien.
T. Jackson Winchester II le estrechó la mano, sonrió y dijo:
—Encantado de conocerte, Kelly O’Brien. Yo soy Jax, el amigo de Kevin.
—Ya lo sé.
Kelly se fijó entonces en el color de sus ojos. Eran verdes. Pero había dormido tan poco, que los tenía enrojecidos.
Jax notó su interés y comentó:
—Supongo que esta mañana no tengo muy buen aspecto.
—No, claro que no.
El joven rio y Kelly descubrió algo más sobre él: no era un sobresaliente, era matrícula de honor.
—Siento haberte despertado. Estaba intentando sacar mi bolsa. Mi madre la ha metido en el armario, pero no puedo alcanzarla.
—Esta no es tu habitación, ¿verdad? —preguntó, echando un vistazo a su alrededor.
—No, pero uso el armario porque el mío está lleno —respondió—. ¿Qué significa esa «T»?
—¿Cómo? —preguntó, perplejo.
—Me refiero a tu nombre.
—Significa Tyrone.
—Ah.
—No me gusta el nombre, por eso prefiero usar la inicial.
—Tyrone... Ty —dijo Kelly—. A mí me parece bonito. Y dime, ¿por qué no haces que te llamen T.J.?
—Porque a mi padre lo llaman así.
—¿Y por qué haces que te llamen T. Jackson Winchester «segundo»? Lo de «segundo» suena un poco pomposo.
—Es que mi padre es el primero. Además, toda la existencia de los Winchester es pomposa.
—Entonces te llamaré Ty. Me gusta más que Jax.
—Dime una cosa. Si te alcanzo esa bolsa, ¿dejarás que siga durmiendo?
Kelly sonrió.
—Si me prometes que me darás una vuelta en tu deportivo rojo, trato hecho.
Jackson también sonrió. Sus cálidos ojos verdes observaron el pelo corto de Kelly, su camiseta desgastada, sus vaqueros viejos y sus botas camperas. La miró durante tanto tiempo que Kelly se puso algo nerviosa.
Sin embargo, la sonrisa del joven desapareció de repente y frunció el ceño como si acabara de darse cuenta de que estaba medio desnudo.
—No debería estar aquí en calzoncillos hablando contigo.
—Bah, he visto muchas veces a mi hermano en calzoncillos. No es gran cosa.
—Sí, pero Kev es tu hermano y yo no.
Kelly lo miró y se alegró de que no lo fuera. De todas formas, nadie tenía un hermano tan atractivo como T. Jackson Winchester II.
—Algo me dice que tu padre no aprobaría esta situación —continuó Jax con una sonrisa—. Y, francamente, no me gustaría que me obligaran a casarme contigo a punta de pistola, por muy bonita que seas.
Kelly se ruborizó.
—No seas tonto, sé qué aspecto tengo.
Kelly no se sentía muy contenta con su propio aspecto. En su opinión, tenía una cara solo ligeramente femenina y lo único que le gustaban eran sus ojos.
Jax caminó hacia el armario, lo abrió y señaló una bolsa de color azul.
—¿Es esto lo que buscas?
Ella asintió.
El joven sacó la bolsa, aunque le costó más de lo que esperaba porque pesaba mucho.
—¿Qué tienes aquí? ¿Rocas?
Kelly sonrió, tomó la bolsa y se la colgó en un hombro.
—Sí. Es mi colección de rocas.
Jax la miró sorprendido y rio.
—¿Te gusta la geología? ¿Me enseñarás tu colección?
—Sí, claro —respondió Kelly mientras caminaba hacia la puerta para marcharse—. Me caes bien, T. Jackson Winchester. Mi hermano tiene suerte de tenerte como compañero de habitación.
Jax volvió a reír.
—Tú también me caes bien, Kelly, pero el