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Más de cien besos
Por Carolyn Greene
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Información de este libro electrónico
De día, Julie Fasano era la secretaria de Hunter Matthews, un guapísimo detective privado. De noche, se convertía en la dueña de los "besos misteriosos", una periodista a la que le habían encargado que besara a cien hombres y luego hiciera un reportaje sobre los resultados obtenidos. El problema era que a Hunter le habían encargado que averiguara quién estaba detrás de aquellos "besos misteriosos"... ¡y Julie debía ayudarlo en la investigación! Odiaba tener que mentir a su jefe, especialmente desde que había descubierto lo bien que besaba y había empezado a enamorarse de él; pero si él se enteraba de sus actividades nocturnas, quizá no fuera capaz de perdonar aquel engaño.
Autor
Carolyn Greene
Carolyn Greene is a bestselling author, who writes both romances and mysteries. She has been nominated twice for the RITA Award, once for the HOLT Medallion Award, and was presented the Romantic Times WISH Award. Carolyn loves books and welcomes the chance to share her faith through her occupational calling. She and her husband have two children and live in Virginia with their two hyperactive miniature pinschers.
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Más de cien besos - Carolyn Greene
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Carolyn J. Greene
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Más de cien besos, n.º 1744 - octubre 2014
Título original: First You Kiss 100 Men…
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5575-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
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Prólogo
Querida Ethel, Estoy saliendo con un hombre inteligente, divertido y amable. ¿Cómo puedo saber si es realmente el hombre de mi vida?
Carrie
Querida Carrie, A no ser que algún rasgo de su personalidad te haga dudar, sigue saliendo con él. Llegará un momento en que ya no necesitarás el consejo de nadie, tú misma sabrás a qué atenerte.
Ethel
Creo que obras con inteligencia al despedir a Ethel para modernizar la columna del corazón –dijo Julie intentando recabar la aprobación del señor Upshaw, director del Richmond Reporter, el prestigioso periódico de Virginia. Dedicar unos halagos a la persona que debe tomar la última decisión en una entrevista de trabajo nunca estaba de más, pensó–. Por ejemplo, esa manida respuesta de «tú misma sabrás a qué atenerte» ya no satisface a las mujeres de hoy día. Ahora se necesitan indicaciones pormenorizadas para cada caso, ideas para poner a prueba a la otra persona, ejemplos de cómo otra gente ha resuelto situaciones semejantes. Además, ¿cuántos años tiene? Imagino que más de noventa.
–Mi tía Ethel ha cumplido ochenta y siete el mes pasado –contestó el señor Upshaw chasqueando los nudillos–. Ha decidido retirarse, no la he despedido.
«¿Su tía Ethel?», pensó Julie tragando saliva. ¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?
–Lo siento, señor Upshaw. No tengo nada en contra del consejo de los ancianos. De hecho, mi abuela siempre estaba dándome consejos del tipo «debes besar a cien hombres antes de tomar la decisión más importante de tu vida, que es el matrimonio». Así que empecé a llevar un diario de todas mis aventuras, para ir contrastando impresiones y descubrir qué era lo que más me interesaba de un futuro marido… –balbuceó con nerviosismo–. Podría escribir una columna sobre los consejos de mi abuela para ver si aún sirven para algo en el mundo actual. No sería una columna típica de preguntas y respuestas, pero usted me dijo que quería algo diferente, ¿no?
–Mm, ¿una columna sobre besos…? –contestó el director frotándose la barbilla con el pulgar–. Podría ser una buena idea. Es… diferente. ¿Cómo te las arreglarás para conocer a cien hombres?
–No hay ningún problema –asumió Julie, consciente de la dificultad que ello entrañaba, pero sin querer dejar pasar la oportunidad de estrenarse como periodista–. Tengo un trabajo de media jornada que me permite conocer a muchas hombres –el director enarcó una ceja–. No… ese tipo de trabajo –se apresuró a aclarar Julie.
–¿Podrás disponer de material suficiente para escribir tres columnas a la semana durante un mes de prueba?
–¡Sin duda! –exclamó.
–Me gusta tu estilo –dijo el periodista–. Estarás a prueba durante un mes y, si todo va bien, podrás seguir trabajando en el periódico, en diferentes secciones. Pero… tendrás que mantener tu identidad oculta durante el periodo de prueba. La confidencialidad es uno de los requisitos profesionales del periodismo.
–No se preocupe, todo saldrá bien.
Capítulo 1
En mi limitada experiencia, he descubierto que el momento más difícil de un beso es el inicio. ¿Quién hace el primer movimiento? ¿Se han interpretado correctamente las señales de acercamiento? El beso, especialmente el primer beso que comparte una pareja, implica una buena dosis de incertidumbre y preocupación.
Unas risas atronadoras procedentes de la zona de recepción de la oficina consiguieron que Hunter perdiera la concentración en un caso que estaba investigando y deseara que la luna de miel de su eficiente secretaria terminase, aunque sabía que apenas acababa de empezar. Su sentido del orden se había visto roto en varias ocasiones durante esa mañana y en ese momento parecía que alguien estaba tocando el ukelele en mitad de una juerga que, al parecer, reunía a todos sus empleados. Hunter no soportaba los desmanes; en cierta ocasión había tenido que salvar a la empresa de una bancarrota casi segura y, desde entonces, hacía cumplir un estricto protocolo de comportamiento a todo el mundo. No podía dejar que la situación se le escapara de las manos porque Trudy, su secretaria, se acabara de casar con su mejor detective, Mark. Hunter cerró el archivo que había estado estudiando y se preparó para poner fin a la diversión de sus empleados. Cuando llegó a la recepción, vio cómo todas las personas que trabajaban en la Agencia Oltmeier-Matthews estaban reunidas en torno a su socio, Leonard Oltmeier. Además, había gente de otras oficinas colindantes y una joven morena tocaba el ukelele. Hunter se detuvo en el umbral, detestando tener que actuar como el malo de la película; pero sabía que, de no haber sido por su insistencia para atenerse a los métodos y códigos establecidos, la empresa no estaría cosechando unos beneficios mayores cada año, y ello redundaba en el bienestar de todos los empleados, cuyos sueldos se incrementaban proporcionalmente a los ingresos. En realidad, la plantilla trabajaba con entusiasmo y nunca había tenido que llamar la atención a nadie; pero parecía como si la ausencia de su secretaria hubiera dado al traste con todo, de modo que sería él quien tuviera que poner coto a semejante desenfreno. Su socio estaba sentado en el brazo de una butaca y recibía sonriente la tarjeta de felicitación que le entregaba la mujer del ukelele. ¡Dios santo! Era el cumpleaños de Len. Trudy debería habérselo recordado, pero estaba de luna de miel. Tendría que hablar con Priscilla, la secretaria de Len, para que se ocupara de recordarle tales ocasiones mientras Trudy estaba fuera. La joven vivaracha y morena pulsó las cuerdas del instrumento musical y empezó a cantar el consabido «cumpleaños feliz». Su voz no era la de una profesional, pero sonaba entusiasta y… familiar. Hunter avanzó hacia la puerta para verla mejor, sin embargo ella estaba concentrada en el homenajeado y solo pudo atisbar su espalda, que no estaba nada mal: una camiseta rosa resaltaba sobre una falda de cuero negro que marcaba sus delgadas caderas y le ocultaba la mitad de los muslos. Admiró su redondo y rotundo trasero mientras ella acometía en las últimas estrofas la famosa versión de la canción cantada por Marilyn Monroe al presidente Kennedy. Impresionado por las formas y la soltura de la joven, Hunter se abandonó por sorpresa a lascivos pensamientos que incluían tórridas imágenes de amor y sexo. Algo en esa mujer le resultaba familiar y, por alguna oscura razón, lo hacía sentirse lleno de deseo. Cuando ella volvió ligeramente el rostro al terminar la canción, una idea cruzó por su cerebro: «¿Julie Beth Fasano? No, imposible». Hacía doce años que no veía a su antigua vecina, una muchacha muy poco femenina que solía ir descalza y seguirlo a todas partes, incluso cuando él tenía una cita con su hermana mayor, Charlene. Volvió a mirarla, allí no había ni rastro de aquella desgarbada chiquilla, se había convertido en toda una encantadora mujer con una espesa melena de rizos castaños que le colgaba por debajo de los hombros, unas piernas interminables, y unos labios dulces y expresivos que constituían una potente tentación para cualquier hombre. Hunter suspiró hondamente mientras asumía los cambios acaecidos en su antigua y molesta vecinita. Sus miradas se encontraron y Hunter le dedicó una tímida sonrisa, esa chica… esa mujer siempre había sabido tocarlo en su punto más débil. Ella le devolvió una educada y comedida sonrisa que no indicaba que hubiera reconocimiento por su parte. Hunter se alegró, no deseaba que ella supiera la reacción que había provocado en él su inesperada presencia. Sin embargo, ella volvió a mirarlo con una expresión enigmática mientras Hunter se unía a los demás en el aplauso final. Para sorpresa de todos, Julie le dio a Len un rápido beso de despedida en la mejilla, antes de recoger el ukelele y disponerse a marcharse. Hunter la esperó en la puerta de salida mientras Priscilla le daba una propina por la actuación. La interceptó cuando salía, deseaba hacerla saber quién era y estudiar su reacción, incluso preguntarle sobre la salud de su abuela. Pero cuando ella se acercó con una mirada interrogativa, sus intenciones se volatilizaron y se creó un silencio embarazoso entre ellos. Los ojos azules de ella se ensombrecieron durante un instante, debajo de unas pestañas espesas y oscuras. La firme determinación de su barbilla demostraba que ya no era una niña.
–Mañana es mi cumpleaños –dijo por fin Hunter para romper el silencio con las primeras palabras que acudieron a su mente–. Ella lo miró algo sorprendida, pero le regaló una amplia sonrisa.
–Feliz cumpleaños –dijo Julie empinándose sobre los dedos de los pies para apoyar brevemente sus labios sobre los de él–. Hunter le devolvió el beso sin recordar en absoluto sus propias reglas sobre el comportamiento de los empleados dentro de la oficina. Un estremecimiento recorrió su cuerpo de forma casi dolorosa, como si ella hubiera echado la llave a su mente y hubiera abierto la espita de su sensibilidad corporal. La estrechó contra sí para aliviar una necesidad perentoria, pero el contacto solo logró atizar el fuego; cuando ella le rodeó el cuello con los brazos, él no dudó en volver a buscar sus labios que, en esa ocasión, se encontraron con dulzura y apremio. La suave curva de sus pechos presionó su torso y Hunter maldijo la chaqueta de su traje por privarlo de un contacto más íntimo. Al cabo de lo que pareció ser un siglo, separó su boca de la de ella. Julie suspiró y deshizo el abrazo con lentitud. Todos los empleados habían estado pendientes del acto amoroso, y rieron y aplaudieron para celebrarlo. Hunter escrutó la expresión de Julie para comprobar que no se sentía molesta, pero ella parecía complacida.
–¿Qué día es hoy, Len? –preguntó él.
–Uno de abril.
–¿Abril? Entonces, mañana no es mi cumpleaños.
Julie aprovechó para escaparse.
–Lo sé, es en agosto –dijo antes de desaparecer por la puerta, guiñándole un ojo.
–Creo que
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