Un trozo de cielo
Por Lauren Canan
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A Kelly Michaels la sedujo un atractivo desconocido y, cuando este se marchó de su pueblo en Texas, descubrió que se trataba de Jace Compton, una estrella de Hollywood, y que estaba embarazada de él.
Jace, que había comprado un rancho para tomarse unas vacaciones, regresó más de un año después, pero ella no estaba dispuesta a que la volviera a engañar. Sin embargo, al enterarse de que tenía un hijo, Jace decidió hacer suya a Kelly, por mucho que los demonios del pasado se interpusieran en su camino.
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Un trozo de cielo - Lauren Canan
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Sarah Cannon
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un trozo de cielo, n.º 2065 - septiembre 2015
Título original: Lone Star Baby Bombshell
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6817-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
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Capítulo Uno
Kelly Michaels disminuyó la velocidad del coche al aproximarse a la verja de hierro forjado flanqueada por muros de piedra. Una placa de bronce en el de la izquierda le dio la bienvenida al rancho C Bar. Sacó el brazo para marcar el código que Don Honeycutt, el agente inmobiliario, le había dado. Las puertas se abrieron y Kelly recorrió un largo y sinuoso sendero bordeado de robles centenarios y verdes praderas. Se detuvo en la entrada de servicio.
El edificio era enorme, más una mansión que la casa de un rancho. Sacó los utensilios de limpieza del portaequipajes y entró.
Había recibido instrucciones de limpiar los dos dormitorios, con sus respectivos cuartos de baños, de la planta superior, además del cuarto de estar, el despacho, el vestíbulo y la cocina de la planta inferior. Acabaría a tiempo de prepararse para el festival anual de música y danza que tendría lugar esa noche.
El generoso sueldo que ganaba ocasionalmente limpiando viviendas nuevas para la agencia inmobiliaria compensaba el esfuerzo. Hubo un tiempo en que era su único trabajo. Pero, a pesar de haber encontrado otro acorde a lo que había estudiado, había mantenido el primero por los ingresos que le reportaba.
Comenzó por el dormitorio grande. Le encantaba cómo olían las casas nuevas. Pasar unas vacaciones en aquella sería estupendo. Envidió a la familia que fuera a vivir allí. Al menos, esperaba que fuera una familia. En el pueblo se rumoreaba que una empresa de otro estado la había comprado para organizar actividades para sus empleados. Sería una lástima que nadie viviera en aquella hermosa casa.
Dos horas después, cuando quitaba los últimos restos de jabón del fregadero, oyó que se abría la puerta de la cocina. Debía de ser Don, que iría a comprobar cómo iba. Ella sonrió, ya que había acabado el trabajo en el tiempo establecido.
–¿Kelly?
Se quedó inmóvil, casi sin respirar. Aquella voz no era la de Don. No podía ser verdad. Se volvió y miró con expresión de incredulidad al hombre que se hallaba frente a ella.
–Jace –susurró, casi en estado de shock. Parpadeó varias veces para convencerse de que no era una ilusión.
En el año que hacía que no se habían visto, había cambiado muy poco. Seguía siendo igual de guapo, incluso más que antes, aunque fuera imposible. Se había afeitado la barba; llevaba el pelo más corto; la pequeña cicatriz seguía siendo visible, la única imperfección de sus labios carnosos, que podían esbozar una sonrisa diabólica y mostrar una dentadura blanca y perfecta; una sonrisa irresistible para cualquiera, hombre o mujer, joven o anciano.
Tragó saliva. Conocía el contacto de esos labios.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó él con su voz profunda, que a ella le puso la carne de gallina.
Pensó que con una bayeta húmeda en una mano y un bote de limpiador en la otra, la respuesta era evidente.
–Podría hacerte la misma pregunta.
Pero ya sabía la respuesta. La C de la entrada era de Compton. De pronto, la inmensa mansión adquirió las dimensiones de una caja de zapatos.
–¿Has comprado el rancho?
–En efecto.
A Kelly se le cayó el alma a los pies.
–Ya he terminado de limpiar. Ahora mismo me marcho.
Agarró los utensilios de limpieza y, sin volverse a mirarlo, se dirigió a la puerta.
–Espera, no tienes que…
Ella no le prestó atención. ¿Por qué Jace Compton, un hombre con el mundo a sus pies, se había mudado a aquel pequeño pueblo de Texas?
La lámpara del porche lateral proporcionaba escasa luz para la creciente oscuridad. Kelly metió los utensilios de limpieza en el coche de cualquier manera. Le temblaban las manos de tal modo que solo al tercer intento consiguió introducir la llave en el contacto de su viejo Buick. El vehículo se negó a arrancar.
Aquello no le podía estar pasando, pensó.
Tenía el móvil en el asiento de al lado, pero a nadie a quien llamar, suponiendo que hubiera cobertura. Sus amigos ya estarían yendo al festival de música, al igual que el resto del condado. Era la fiesta más importante del año para la pequeña comunidad, y Kelly no pensaba estropearle la noche a nadie, a pesar de que le esperaba un largo camino a pie. ¡Ojalá la anciana señora Jenkins, su niñera, hubiera seguido conduciendo!
Apoyó la frente en el volante, cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos y por el dolor que al mismo tiempo le producían. Y ambos llevaban escrito el nombre de Jace Compton.
Cuando había intentado por primera vez localizarlo en el número de móvil que le había dado, un mensaje grabado le contestó que Jace Compton, no Jack Campbell, como le había dicho él que se llamaba, estaba en el extranjero.
¿Quién era Jace Compton? Una llamada al rancho donde le había dicho que trabajaba le proporcionó la respuesta. El hombre al que ella se había entregado en cuerpo y alma, el que le había dicho que era tan especial que nunca la dejaría marchar, no era Jack Campbell, un trabajador del rancho, sino Jace Compton, un premiado y multimillonario actor que vivía en California y que se había estado divirtiendo con ella.
Al recordar aquel día volvió a sentir la misma vergüenza que estuvo sintiendo durante meses después de haberse enterado. Había sido una estúpida. Él se había propuesto seducirla y ella había caído en la trampa. Quería creer en él, confiar en él, por lo que no hizo caso alguno de las sospechas que tenía de que no fuera quien decía.
Semanas después de que él se hubiera marchado, cuando ella ya conocía su verdadera identidad, veía su foto por todas partes. Los titulares y las fotos de los periódicos describían fiestas salvajes en la playa, aventuras con mujeres casadas y el estilo de vida de un playboy.
Kelly consiguió localizar a su mánager, que le dijo de manera clara y amenazadora que ella no significaba nada para el señor Compton. Habían tenido una aventura, ¿y qué? Jace tenía muchas. A no ser que estuviera dispuesta a presentar batalla legal por el derecho de custodia, debiera seguir el consejo del mánager y resolver la situación ella sola. Kelly había colgado el teléfono totalmente aturdida. No durmió esa noche ni la siguiente. En su mente se alternaban la incredulidad y la desesperación.
Nueve meses después, mientras estaba en la cama del hospital rogando que el bebé hubiera sobrevivido a las complicaciones del parto, una enfermera le trajo una revista. En la portada aparecía Jace Compton. Lo habían vuelto a elegir el soltero del año. Su hermoso rostro parecía burlarse de ella y de sus lágrimas.
¿Por qué había vuelto?
Había transcurrido un año, por lo que ella creía que estaba todo olvidado: las lágrimas, las innumerables noche sin dormir y la humillación que sentía al recordar cómo la había engañado. Pero, al mismo tiempo, el deseo de sus caricias se resistía a desaparecer, como también los recuerdos de su increíble sonrisa, el brillo cómplice de sus ojos antes de apoderarse de su boca, sus fuertes brazos abrazándola, su cuerpo contra el de ella, su voz susurrándole cosas pecaminosas al oído y tentándola de forma que ella jamás hubiera imaginado. Siempre la había dejado satisfecha, pero deseosa de más.
Parecía que él no había sentido lo mismo. Ella sería para Jace un recuerdo lejano: el de unas vacaciones en el norte de Texas con ciertas ventajas adicionales.
Dos golpecitos en la ventanilla la devolvieron a la realidad. Abrió la puerta y Jace retrocedió. Llevaba unos vaqueros gastados que ocultaban sus largas y musculosas piernas. Tenía el brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta y el derecho en el techo del coche, por lo que estaba atrapada. Para bajarse del vehículo tuvo que acercarse mucho a su pecho, cuyos músculos resaltaban bajo la camiseta gris.
Kelly no deseaba estar tan cerca de él ni mirarlo a los ojos, pero su gran estatura le bloqueaba el paso. Sus miradas se cruzaron y, durante unos segundos, el tiempo se detuvo. En los ojos verdes de él seguía habiendo el brillo de la pasión que los había unido.
La envolvió un olor a perfume caro. A pesar de los meses de sufrimiento, algo en su interior seguía anhelando sus caricias, lo que era una locura, ya que lo que ella necesitaba de verdad era que despareciera. De nuevo.
–Apártate, por favor, y déjame pasar –le pidió con determinación. Él la obedeció y bajó los brazos–. Me llevaré el coche de tu propiedad en cuanto pueda.
Sin volver a mirarlo, Kelly tomó el sendero.
–¿No tienes teléfono ni alguien a quien llamar?
Ella aceleró el paso sin prestarle atención.
–¿Quieres usar el mío?
Lo único que deseaba era alejarse de él lo antes posible. Jace había comprado un terreno y edificado una casa, lo que era un signo de permanencia. Ella debería haber estado preparada para algo así. Pero, ¿cómo iba a haberlo sabido? Él tenía amigos en la zona con los que estaba alojado cuando se conocieron. Había comentado muchas veces que le encantaba esa región. ¿Por qué no se le había ocurrido a ella la posibilidad de que volviese? Era una idiota, e iba a pagar por ello.
No oyó la camioneta llegar por el sendero hasta que Jace se detuvo a su lado.
–Kelly, no puedes ir andando a la ciudad. Debe de haber unos diez kilómetros, y está oscureciendo.
Al volver