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Más que solo amigos: No me dejes ir
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Más que solo amigos: No me dejes ir
Libro electrónico231 páginas3 horas

Más que solo amigos: No me dejes ir

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Información de este libro electrónico

Si alguna vez has pensado en el mejor amigo perfecto, pensaste en West Rivers: comprensivo, afectuoso, atento, protector, gracioso, cariñoso, detallista y… Bueno, él solo es así con Max Friedmann, pero es lo que se espera; al fin y al cabo, son mejores amigos.

            Por siempre.

            Cuando le preguntas a Max cuáles son sus miedos, te dice que no tiene; sabe que West lo defenderá y protegerá siempre. Confía en él con su vida; sabe que cuenta con él para lo que sea.

            Y que nunca lo decepcionará.

            Su relación, obviamente, es perfecta…

            Hasta que la “homofobia” de West, que sale a flote cuando su mejor amigo se confiesa gay, lo lleva a cometer el peor error de su vida.

IdiomaEspañol
EditorialViolet Pollux
Fecha de lanzamiento20 dic 2017
ISBN9781386257004
Más que solo amigos: No me dejes ir
Autor

Violet Pollux

Violet Pollux. Poeta, escritore, músico, o simplemente artista. Sube videos a YouTube compartiendo el arte que hace con todo el mundo, y sueña con ser activista LGBTQA+ algún día. Ama los libros de romance, más que todo los de temáticas queer, los poemarios, además de la música que se haga sentir y el arte que llegue al alma. Autore de las sagas They Ship Us, El Chico de las Sopas de Letras, No me dejes ir, novelas como El show debe continuar, novelettes como El blog secreto del chico perdido, Ocho palabras al cielo y numerosos poemarios. Estudiante de Medicina y Educación Mención Dificultades de Aprendizaje. Puedes enterarte de sus novedades y leer material gratis en su blog: vpollux.wordpress.com, y, en caso de cualquier pregunta, puedes escribirle a su correo: [email protected] ¡También estás invitadx a unirte a su lista de correo para estar al tanto de sus nuevas obras en violetpollux.blogspot.com, y a seguirle en sus redes sociales (es @VioletPollux en todos lados), además de comprar otros títulos de su autoría para apoyarle!

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14 clasificaciones2 comentarios

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    Lo iba a calificar con 3 estrellas pero el final me gustó mucho, me dejó con ganas de saber más. Me confundía mucho saber que personaje era cuál, esas descripciones de ojos y cabello pueden ser muy buena idea pero a mí me causó cierta confusión. Me gustó como se fue desarrollando la historia, no había leído algo parecido.
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    Buena y bonita historia. Pero aún se le falta un toque de realismo. Algunas partes son muy repetitivas, y aburre un poco. Pero de resto, es una historia bonita que te hace suspirar en muchas ocasión.

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Más que solo amigos - Violet Pollux

Violet Pollux

Más que solo amigos

No me dejes ir: Libro I

First published by Violet Pollux in 2017

Copyright © Violet Pollux, 2017

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored, or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, scanning, or otherwise without written permission from the publisher. It is illegal to copy this book, post it to a website, or distribute it by any other means without permission.

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Contents

Epígrafe

Dedicatoria

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Sobre Mariposas rotas

Apoya al autor

Agradecimientos

Sobre el autor

Epígrafe

Cuando estás bien, estás mal -Diego Morales

Dedicatoria

A Belén, por darme el impulso necesario para decidir escribir esta historia.

Prólogo

Chapter Separator

Supe lo que quería hacer el resto de mi vida a los seis años.

O, bueno, en sí no era qué quería hacer, sino con quién lo quería pasar…

Estábamos en la sala de mi casa; mi padre se encontraba durmiendo en el sofá, y mi madre, aún viva, estaba en la cocina. Max y yo nos hallábamos en el suelo, sentados, con restos de comida por la cara y la ropa. Probablemente nuestros padres nos matarían al vernos, pero, en ese momento, lo único que nos importaba era la película que estaban pasando en el televisor.

—¿Te gusta eso? —le pregunté a mi mejor amigo.

Era una comedia romántica —después supe— de las que tanto amaba mi madre mientras seguía viva. Esta la había puesto para verla con papá, pero, en vista de que tuvo que ir a hacer algo en la cocina, nos dejó solos a los tres. Ella le dijo a mi padre que cambiara cuando llegaran escenas cursis —¡Ya sabes que los niños después piensan que viven en esas películas y hacen lo que ven allí, Christian!—, pero, en vista de que se durmió, pudimos ver las escenas que tanto ella detestaba que miráramos.

Aunque, en realidad, no las veíamos por mí.

A mí me daban igual.

Sin embargo, sabía que a Max le llamaba la atención todo eso…

Lo sabía porque los ojos le brillaban más.

En la película, un hombre con vestimenta que parecía de pingüino entró a un sitio donde había mucha gente elegante, con alfombra roja, en la que estaba una mujer al fondo con un gran y largo vestido blanco, mientras parecía a punto de llorar de felicidad.

—Sí —respondió él—. Me gusta.

Sonreí y le besé la frente. Papá siempre hacía eso conmigo y decía que era por cariño, y como yo quería mucho a Max, me parecía lo normal —y, en sí, lo correcto. Me levanté y fui a la cocina.

—¡Mami! —chillé agarrándole la tela del pantalón.

Ella sonrió de inmediato y se alejó de la nevera. La estaba lavando.

—¿Sí, pequeñín?

—¿Por qué se casan?

—¿Quiénes se casan, amor?

—¡Las personas, mami! ¿Por qué se casan?

Sonrió de nuevo.

—Porque quieren estar juntas para siempre… Porque se quieren.

Sonreí de inmediato, pensando en mi mejor amigo.

—¿Me puedo casar?

Mi madre abrió los ojos como platos, exclamó una risa rápida y negó con la cabeza.

—Aún eres muy joven para eso, amor.

Hice una mueca de disgusto y me revolvió el pelo.

—Pero… podrías hacer una promesa —comentó con una sonrisa sutil.

—¿Una promesa?

—¡Claro! A fin de cuentas, los casamientos son promesas.

Sonreí tanto que pensé que se me iba a romper el rostro; una idea atravesó mi mente y solté una pequeña risa.

—¿Por qué sonríes tanto, West? —preguntó frunciendo el ceño, claramente interesada.

Negué con la cabeza repetidas veces.

—¡Por nada! —Agité mis manos y salí corriendo de la cocina—. ¡Adiós!

—¿Pero qué…? —inquirió y me siguió a la sala, tardándose de más porque tenía las manos enjabonadas, pero dándome el tiempo justo para hacer lo que quería.

—¡Max! —grité—. ¡CORRE!

Mi mejor amigo abrió los ojos al verme, impresionado, y se dispuso a levantarse con prontitud; le indiqué que me siguiera al jardín y, cuando llegamos a dicho sitio, señalé la casa del árbol. Ambos subimos a la vez que oíamos un ¡CHRISTIAN, ¿QUÉ TE DIJE DE DEJAR QUE LOS NIÑOS VIERAN ESO?!, al que estallamos en carcajadas.

—¡Tengo una idea! —le dije cuando dejamos de reír. Max me miró a los ojos con sumo interés—. Mañana, en el jardín, en la mañana.

—¿Qué haremos, West? —preguntó con ese brillo en las pupilas que tanto me gustaba.

No obstante, a pesar de que quería abrazarlo, porque se veía adorable, puse mi dedo sobre mis labios después de un shhhh.

—¡Sorpresa! —le expliqué.

—¡No es justo! —Gruñó y se cruzó de brazos, frunciendo el ceño a la vez que en sus mejillas aparecía un rubor por el enojo. Le volví a besar la frente.

—¡Te va a gustar! ¡Lo prometo!

Alzó la vista, extendiendo su meñique.

—¿Por la garrita?

Asentí y entrelacé mi meñique con el suyo.

—Por la garrita.

Nos despedimos y, al llegar a casa, después de soportar el regaño de mi madre —tanto por la ropa manchada de comida como por haber visto esa película romántica cursi que no le enseñaba nada bueno a un par de niños de seis años—, subí a la habitación de mi hermana menor, Alanna.

—¡FUERA! —exclamó ella al instante.

—¡No te quitaré ningún juguete!

—¿Entonces qué quieres?

—Necesito un favor.

—¿Es difícil?

—Te explicaré todo con detalles.

Llegó el siguiente día. Mi hermana y yo estábamos en el jardín. Mis padres aún no estaban despiertos, porque se habían quedado el día anterior hasta tarde haciendo cosas de adultos, según nos dijeron, así que estaban cansados y, por lo tanto, no había probabilidades de que nos atraparan.

—¿Te lo aprendiste? —inquirí—. ¡Quiero que sea perfecto!

—¡Sí! —chilló Alanna—. Tranquilo; todo está bajo control.

—Claro, ¿no lo va a estar? ¡Si te prometí mi pudín de chocolate a cambio de esto! —murmuré viendo al suelo. Nos quedamos un rato en silencio hasta que llegó mi mejor amigo.

—¡Max! —exclamó de inmediato mi hermana—. ¡West quiere preguntarte algo!

Le dediqué una mirada asesina, ante la cual ella simplemente rió por lo bajo.

¡Quería matarla!

Había estado nervioso desde que me había levantado ese día, pero, en ese momento, con mi hermana diciéndole eso, era como si mi corazón fuera a salirse de mi pecho.

—¿Sí, West? —inquirió él—. ¿Qué me quieres preguntar?

Le tomé las manos, tal como había visto en un montón de películas esas que tanto le gustaban, y lo miré a los ojos.

—Qui-Qui-Quieres… —Tomé aire—. Max, ¿quieres ser mi mejor amigo por siempre?

Sonrió y sus ojos se iluminaron con ese brillo que tanto amaba.

—¡Sí! —Me guindó los brazos al cuello, abrazándome—. ¡Sí quiero!

Sonreí cual tonto de las películas y le dije a mi hermana que podía comenzar.

—Yo, Alanna…

—¡Espera! —interrumpió Max—. ¿Qué es esto? ¿Por qué ella está aquí?

—¡Es como en la boda que vimos ayer! —expliqué—. ¡Ella nos va a declarar mejores amigos por siempre!

Los ojos verdes del chico más lindo de la Tierra se abrieron como platos, y su dueño asintió en mi dirección.

—Sigue —indicó, y Alanna prosiguió:

"En la salud y en la enfermedad…"

"En la pobreza y la riqueza…"

"Hasta que la muerte los separe…"

—Acepto —dije.

—¿Y tú, Max?

"En la salud y en la enfermedad…"

"En la pobreza y la riqueza…"

"Hasta que la muerte los separe…"

Vi su rostro. Era el más hermoso del mundo.

Tenía suerte de que fuera mi mejor amigo.

—Acepto —anunció, lo cual hizo que mi corazón volviera a querer salirse de su lugar.

Y cuando estábamos a punto de…

—¡Esperen! —interrumpió mi hermana—. ¡Los anillos!

—¿Desde cuándo sabes sobre bodas? —pregunté con confusión, a lo que me sacó la lengua y la remedé con frustración. Luego, cuando caí en cuenta de todo, dirigí mi mirada al suelo. Suspiré, acongojado—. ¡Aquí no hay anillos! —Me sentía culpable, como el imbécil más grande de todo el multiverso—. ¡Soy tan idiota!

Todo había sido perfecto… excepto eso, por supuesto, porque nunca podía hacer nada bien del todo.

¡Felicidades, West!, me dije. ¡Lo arruinaste todo!

—¡Ya sé! —salió Max soltándome la mano y tomando dos piedras del césped—. ¡Usaremos esto!

Me entregó una roca y se quedó con la otra.

—¿Seguro?

Asintió con una enorme sonrisa en el rostro.

—Es perfecto.

Eso hizo que sonriera incluso más.

—Bien, ahora sí —prosiguió Alanna alzando el rostro, orgullosa—. Ahora que tienen sus piedras, los declaro: ¡mejores amigos por siempre!

Max y yo sonreímos de nuevo, con más emoción que antes.

—¡Pueden darse la garrita! —anunció ella.

Entrelazamos nuestros dedos meñiques y nos abrazamos.

Vi ese brillo en sus ojos más intenso que nunca y… supe que había tomado la mejor decisión de mis cortos seis años de edad de vida.

Y, aunque ahora tengo dieciséis, mi vida ha cambiado bastante y no lo quiera reconocer —porque soy un adolescente y, por lo tanto, eso está en contra de mi naturaleza…

Sí, ¿a quién engaño?

Ese fue el mejor día de mi vida.

Uno

Chapter Separator

Llegué a casa emocionado por la fiesta. A pesar de que ya me había duchado después de la práctica de fútbol, volví a hacerlo, cuidando quitar cada marca de sudor o de lo que fuera que no oliera bien en mi cuerpo. Cuando entré de nuevo a mi habitación, ya limpio, tomé el teléfono para ver qué habían dicho los chicos en el grupo de WhatsApp.

Bastian: ¿Están arreglándose chicos?

Aaron: ¡Ya estoy listo!

Fox: Sip.

Comencé a teclear que ya estaba saliendo del baño.

Aaron: ¡Apúrate, Brújula Descompuesta! ¡No querrás llegar tarde cuando ya todos estén borrachos!

Rodé los ojos, dejé el teléfono sobre la cama y me puse la ropa que había escogido previamente. Me decían Brújula Descompuesta como un chiste por mi nombre¹ —aunque en realidad era Westley, pero únicamente Max me llamaba así, por alguna desconocida razón, lo cual en realidad no me molestaba, porque de esa forma podía diferenciar cuando él me llamaba de cuando lo hacían los demás.

Me eché perfume, me peiné y pasé a dedicarme una mirada frente al espejo que tenía.

Me veía fenomenal.

Las chicas se derretirán cuando me vean, pensé.

Repasé mi lista mental. Tenía todas las cosas que necesitaba encima: teléfono, billetera, condón, llaves de la casa y… mis preciosas llaves del auto.

¡Finalmente papá había accedido a prestármelo!

—Un rasguño y te mataré —me había dicho entregándome la llave de su auto de repuesto, a lo que asentí, prometiéndole que sería completamente responsable.

Sí, responsabilidad mi culo, pensé con una sonrisa, desbloqueando el teléfono para ver los últimos mensajes que habían enviado en el grupo.

Todos decían que estaban listos, pero me percaté de que Max no había enviado ni un solo mensaje. Vi su última conexión y noté que había sido horas atrás, ante lo cual fruncí el ceño. Abrí las cortinas de mi ventana, esperando encontrar las suyas iguales para escribirle un mensaje en un bloc de dibujo que siempre tenía a la mano —nuestras ventanas y, en sí, habitaciones, quedaban a la misma altura; simplemente debía trepar un poco si quería llegar a ella y entrar a su casa por ahí en lugar de usar la puerta; y si se trataba de comunicarnos por mensajes en los blocs de dibujos, las ventanas lo hacían perfecto, porque pegábamos dichos blocs de los cristales respectivos y era casi como una mensajería instantánea en vivo y sin necesidad de aparatos tecnológicos.

No obstante, lo que vi me decepcionó: las cortinas estaban cerradas.

Y eso significaba una única cosa.

Sacudí la cabeza de inmediato. Apagué el aire y la luz de mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí al salir.

—¡No sé a qué hora vuelva, papá! —grité bajando las escaleras, dirigiéndome a la salida.

—¡Cuídate!

Salí de casa y me dirigí a la de mi mejor amigo. Toqué el timbre y esperé un momento a que dijeran que ya abrirían.

—No tendría que pasar por esto si las cortinas estuvieran abiertas —me quejé entre dientes.

Toqué de nuevo y salió Babbe Friedmann, su madre, a recibirme.

—¡West! ¡Qué agradable sorpresa! —Sonrió—. ¡Tenías tiempo sin venir!

Si supiera que en realidad paso más tiempo en su casa del que usted cree…

Siempre iba a la habitación de Max utilizando la ventana.

O, bueno, casi siempre

Hacía tiempo habíamos llegado a la conclusión de que así sería más fácil, porque podríamos ahorrarnos el tiempo de hablar con nuestros padres mientras nos hacían un montón de preguntas sobre el instituto y las actividades que realizábamos, por lo que preferíamos ese método —es decir, por lo que yo lo prefería, porque siempre era quien iba a su casa y nunca viceversa.

—Sí, lo siento —dije rascándome la cabeza y encogiéndome de hombros—. Intentaré venir más a menudo.

—¡Claro! ¡Así podrías comer de nuevo con nosotros, como cuando eran pequeños!

Forcé una sonrisa. No era que no me gustara pasar tiempo con ellos; eran una familia asombrosa. Sin embargo, ese tiempo podíamos utilizarlo haciendo otras cosas… como jugar videojuegos, ver televisión, hablar de los libros que él leía.

O, mejor aún, ver porno.

—Sí, por supuesto.

—¡Oh, perfecto! —Su sonrisa era extremadamente grande y temí por mí mismo porque, bueno, yo conocía esa sonrisa—. ¡Me alegra que te guste la idea!

—¿En serio? —inquirí con curiosidad—. ¡Me alegra que a usted le alegre, porque…!

—¡Porque justo este domingo haremos una cena familiar! —concluyó con la misma sonrisa kilométrica convence personas típica de madre que antes—. Entonces, ¿vendrás?

Estuve a punto de decirle que no, porque en serio no me provocaba, pero hizo un puchero, un ridículo y agradable puchero igual a los que hacía Max y, derrotado, suspiré.

¿Por qué tengo que ser tan blando?

—Claro, señora; por supuesto que vendré.

Para mi sorpresa, su sonrisa creció y me abrazó. Le correspondí el abrazo, sintiendo ternura por su acto tan pequeño pero honesto, y sonreí.

Ya extrañaba verla.

—Estás muy apuesto, West —comentó despegándose del abrazo.

—Lo sé —comenté encogiéndome de hombros.

Ella rió, sacudiendo la cabeza, y murmuró:

—No has cambiado nada.

Solté una carcajada y luego recordé lo que había ido a hacer.

—Eh, disculpe la molestia pero, ¿podría ver a Max?

—¡Seguro! ¡Sabes que cada vez que quieras podrás verlo!

Sonreí de nuevo, esa vez más grande, y entré a la casa con cuidado. Subí las escaleras que ya conocía de memoria para entrar a la habitación en la que dormía mi mejor amigo.

Y, bueno… sí, lo admito. No me gustaba que sus padres se enteraran de cuántas veces iba a su casa, porque tenía miedo de que pudiera parecerles… alarmante.

A veces, Max me escribía y yo me escabullía por la ventana para entrar a su habitación y quedarme a dormir allá.

Y… digamos que esto pasaba casi todos los días de la semana

De forma que sí, sabía que, definitivamente, lo considerarían alarmante, por lo que decidimos que sería mejor que no se enteraran. Y es que, de igual forma, no era como que fuera algo malo lo que hacíamos: nos acostábamos en la cama y hablábamos de todo lo que nos pasara por la mente.

Y luego nos quedábamos dormidos.

Y, bueno, sí, la mayoría de las veces —es decir, todas— nos abrazábamos…

Pero es que, por favor, había que ponerse en mis zapatos: Max había sido como el hermano que siempre había querido, porque yo solo tenía a Alanna y ella era… ella, lo cual justificaba perfectamente el que quisiera a alguien más —a algo más—; y ocurría la hermosa coincidencia de que Max también había querido un hermano, porque él estaba solo, de forma que,

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