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Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2
Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2
Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2
Libro electrónico187 páginas1 hora

Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2

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Se me va
Elena Larreal

"Soy una persona muy sociable, aunque mis amigas no existan."
"Dicen que es mejor no prometer nada a nadie porque cuando le dices a alguien que vas a hacer tal cosa, tu cerebro te da la recompensa inmediatamente, sólo por decirlo, y como ya te has premiado ya no sientes la necesidad de hacerlo y no lo haces. Que lo mejor es no prometer nada, sino hacerlo directamente. Es la mejor forma de que ocurran las cosas.
En mi caso, lo de hablar con mis trastos tiene un efecto parecido. Consigo que las cosas pasen antes de que tengan que pasar. Quizá por eso corté tan rápidamente con Román. Cuando no paras de hablar durante todo el santo día con tus cosas, tu cerebro no deja de premiarte. Siento que las cosas dichas son ya cosas hechas y paso al siguiente punto de la lista. Así, mi vida suele ir más rápida que la del resto de la gente."

Elena, una esquizofrénica no tratada que habla con sus electrodomésticos, conoce a Román, un chico romántico capaz de hablar con los muertos. Pero también conoce a Hombre Misterioso, un joven que asegura haber absorbido durante el embarazo a su hermano gemelo y que tiene la capacidad de ponerla como una moto. Como pasa con todas las cosas buenas de la vida, Elena tendrá que elegir a uno de los dos. O quizá haya otra salida.
Un novela hilarante protagonizada por tres locos de los que te enamorarás.

+

301 Chistes Cortos y Muy Buenos
Ainhoa Montañez

Una recopilación de chistes cortos y muy buenos. Una muestra:

¿Qué le dice un muerto a otro?
¿Quieres gusanitos?

–¿Y cómo está tu novio?
–Ya no es mi novio.
–Menos mal, era un imbécil y un tarado.
–Ahora es mi marido.
–Hace frío, ¿no?

El novio a la novia:
–Amor, ¿vamos al cine esta semana?
–No puedo, cariño. ¿Qué tal la otra?
–Está bien, pero ella tampoco puede.

–¿Cómo te va por el gimnasio?
–¡Brutal! Me salen músculos que ni siquiera conozco. Mira... ¿cómo se llamará este?
–Trapecio.
–Yo a ti también, tío, ¡trapecio mucho!

–Me he liado con una sevillana y me ha llevado a ese sitio de bailar zapateaos.
–¿Tablao flamenco?
–No, no. Hablaba en español. Raro, pero español.

–Papá, ¿puedo usar el coche?
–No, no puedes sin mi supervisión.
–¡Uy, uy! Perdón por no tener superpoderes como tú...

¿Qué es un circuito?
Es un lugar donde hay elefantuitos, caballuitos, payasuitos...

–Camarero, ponga una de calamares a la rumana.
–Perdón, señor, será a la romana.
–Irina, cariño, dile al gilipollas éste de dónde eres...

–Robin, ya va siendo hora de que te dé mi bat-móvil.
–¡Ostras, Batman! ¡Mooooola!
–A ver, apunta: 655...

–Mi novia me dejó, y para colmo, se fue con mi mejor amigo.
–Te entiendo perfectamente.
–¿Te pasó a ti lo mismo?
–No, pero hablo castellano.

–Línea Directa, dígame.
–¡Que me he hecho Gótico!
–Y a mí qué me cuenta.
–Ah, no sé. ¿No había que dar parte por siniestro?

Un pack con el te reirás.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento16 jul 2017
ISBN9781370506910
Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2

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    Se me va & 301 Chistes Cortos y Muy Buenos. De 2 en 2 - Elena Larreal

    SE ME VA

    ELENA LARREAL


    I

    Me levanté llena de energía, me lavé los dientes a toda máquina y me fui directa a la cocina a prepararme el café. Tosty me dio los buenos días.

    —Buenos días, chiquilla. ¿Qué tal has dormido? ¡Tienes buen aspecto!

    —¡Gracias! Pues he dormido muy bien. Hacía tiempo que no dormía tan bien. ¿Tú qué tal?

    —Bien, bien. No me puedo quejar. Pareces contenta. ¿Hay algo que deba saber?

    La miré mientras abría la nevera en busca de la leche.

    —¿Saber?

    —Alguna novedad que no me hayas contado.

    —Pues... —Sonreí al recordar la tarde anterior. —Tengo una cita. Esta noche.

    —¿Aquí?

    —Claro.

    —¿Con un chico?

    —Con un chico.

    —¿Es mono?

    —Monísimo.

    —¿Está loco?

    —Loquísimo.

    —Entonces haréis buena pareja.

    —No lo sé. Es pronto para saberlo. Pero me da buenas sensaciones.

    Saqué pan del congelador y cuando fui a tostarlo Tosty me puso mala cara.

    —¿Me vas a hacer trabajar tan de mañana?

    —Es tu función.

    —Ya. Pero hace calor.

    —Te jodes.

    Le metí las dos rebanadas congeladas mientras ella se quejaba por lo bajini. Cuando bajé la palanca saltó el diferencial.

    —Ya estamos otra vez.

    —Yo no he sido —dijo Tosty, compungida.

    —No seas idiota. Claro que has sido tú.

    —Bueno. Pero la culpa es tuya. Siempre te digo que no me enchufes en el enchufe viejo.

    —Tienes razón.

    La desenchufé, me la llevé a la encimera y la conecté a uno de los nuevos enchufes. Después fui al pasillo a subir el diferencial. Al volver a la cocina Tosty suspiró.

    —Espero que te vaya muy bien la cita. No recuerdo cuando tuviste la última.

    —Yo casi que tampoco.

    —Ah, no, espera. Sí que me acuerdo. Quedaste con aquel imbécil de la tienda de deportes.

    —No era imbécil. Sólo un poco raro.

    —Era imbécil. Si sólo hubiera sido raro seguiría contigo.

    —Puede que sí fuera un poco imbécil —claudiqué.

    —No soy nadie para dar consejos...

    —Ahí viene uno.

    —...pero al de esta noche...

    —Qué.

    —...no deberías decirle tan pronto que hablas con tu tostadora. No quiero ser la culpable de tus rupturas.

    —Ah. Si es por eso por lo que estuviste tan rara no te preocupes. No fuiste tú. Vamos, que no fue culpa tuya. Fue Rumby.

    Tosty puso cara de asco.

    —Esa puta aspirante a aspiradora...

    —No cerró la boca durante toda la santa cita. Y cuando nos morreamos le gritó  al chaval que lo iba a matar.

    —¿Rumby es lesbi? Nunca lo hubiera dicho.

    —Lo malo es que el chico dejó de besarme y yo pensé que él también la había oído.

    —Te delataste sin querer.

    —Básicamente.

    —Pues esta noche mete a Rumby en el armario.

    —Sí. No me volverá a pasar algo así.

    Lo dije muy convencida pero no podía estar más equivocada.


    II

    Conforme se acercaba la hora me fui poniendo más y más nerviosa. Había cientos de cosas que podían salir mal. Metí a Rumby en el altillo del armario empotrado de mi habitación (cada vez que alguien utiliza esa palabra, empotrado, me vienen escenas sexuales a la mente). Escondí rápidamente todas las cosas que me habían hablado alguna vez excepto el televisor, que es un tipo muy educado. Guardé los nuevos cuchillos de cocina en lugar seguro. Los cuchillos rara vez me dicen algo pero más vale prevenir. Cuando me aseguré de que todo estaba en su sitio me fui a la ducha.

    Mientras me duchaba pensé en la mala suerte que tengo. A la mayoría de la gente le basta con desenchufar el teléfono de casa y apagar el móvil si no quieren ser interrumpidos. A mí eso no me funciona necesariamente. Y en esas ocasiones en que no funciona lo mejor es no tener que explicarle a un casi total desconocido que no estoy hablando por teléfono sino con el teléfono.

    Champusy me estuvo intentando convencer durante la ducha de que me quitara de problemas y me tomara las pastillas. Le dije, no sin cierta acritud, que ya debían estar más que caducadas.

    —Yo sólo te lo decía por tu bien. Tú haz lo que te dé la gana.

    Champusy utilizaba a veces las mismas coletillas que mi madre. Cuando lo hacía me ponía de muy mal humor. Nadie debería tener nunca la imagen mental de su madre esparcida por el cuero cabelludo en la bañera. Ese tipo de cosas pueden volver loco al más pintado. A Norman Bates, sin ir más lejos.

    Champusy siguió un rato más dando por culo con sus consejitos hasta que la amenacé con tirarla a la basura. Llevaba tres años rellenándola con el champú barato del supermercado porque era incapaz de tirar una botella con tanta personalidad, aunque tampoco es que tuviera una personalidad que me apasionara, precisamente.

    Cuando media hora después sonó el timbre me santigüé y me repetí a modo de mantra saldrá bien, saldrá bien mientras ponía la mejor de las sonrisas y me dirigía hacia la puerta. Pero antes de abrir, Biciclosy, que está siempre junto a la puerta porque no cabe en otro sitio, me dijo:

    —Saldrá mal.

    A Biciclosy no puedo amenazarla con pincharle una rueda porque la necesito para ir a trabajar. Pero si las miradas matasen, Biciclosy, después de la que le eché, debería haber estado pululando por el infierno de las bicicletas parlantes agoreras desde ese mismo instante.

    —Saldrá muy mal —remarcó. —Siempre sale mal.

    Lo peor es que tenía razón. Mis citas siempre salían mal. Siempre.

    —Hoy saldrá bien, hija de la gran puta. Ya verás.


    III

    Estábamos en mi sofá, bebiendo naranjada y mirándonos de vez en cuando, pero ya hacía rato que se había instaurado un denso silencio entre nosotros. Aún no era totalmente incómodo pero amenazaba con serlo.

    —Bueno... —dije, sin saber cómo romper el hielo.

    —Qué.

    —Cuéntame algo —le pedí.

    —Quita tu asqueroso culo de mi cara.

    Esto último, como comprenderás, no me lo dijo Román, mi acompañante, sino una voz que no había oído nunca y que salía de debajo del cojín en el que estaba medio espanzurrada.

    —Demonios... —Murmuré.

    —¿Pasa algo? —Me preguntó Román. Su mirada sonreía. Me gustaban muchísimo sus ojos. Madre mía,

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