La novia falsa del multimillonario 2
Por Sierra Rose
4.5/5
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Sumérgete en una novela de multimillonarios sexy y divertida, de la mano de la autora súperventas de USA TODAY, Sierra Rose.
Este es el segundo libro de la trilogía. Para mayores de edad debido a las situacionessexuales.
El teatrito de Rebecca y Marcus se les desmorona. Cuando las cosas se complican, Rebecca se cree capaz de mantener la cabeza fría, pero si mira a Marcus a los ojos no se puede resistir.
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La novia falsa del multimillonario 2 - Sierra Rose
La novia
Falsa
del multimillonario
(Libro 2)
––––––––
Sierra Rose
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Capítulo 1
Allí estaba Marcus, prometiéndome amor eterno en una habitación llena de gente. Se puso de rodillas emocionado para pedirme que me casara con él. Si hubiera sido más lista no me lo habría tragado. El asunto volvió a mí deforme, roto en cachitos. Como una niña que mira desde debajo de la mesa, el recuerdo no era muy fiable, pero la imagen estaba allí. La gente se quedó sin respiración a la vez que entraba una ráfaga de aire frío cuando alguien abrió la puerta. Y yo allí en el medio, sintiéndome como si hubiesen sacado todo el oxígeno del escenario.
Lo que recuerdo con bastante claridad fue la serie de micro expresiones que transformaron la cara de Marcus cuando me quedé mirándolo con fijeza. ¿Cómo se atrevía a hacerme una propuesta así en público sin hablarlo conmigo antes? No teníamos un guión oficial para nuestro fin de semana falso. ¡Pero, joder! ¿Pedirme matrimonio? Le dije que sería su novia falsa. Nunca hablamos de que fuera su prometida falsa. Sin embargo, como buena actriz, actué como si estuviera sorprendida. Vale, estaba sorprendida, así que no necesité actuar. Lo miré a los ojos e hice acopio de todo el sentimiento que pude para que una lágrima rodara por mi mejilla. Sí, ya le había dicho que volvería a casa con un Oscar.
–Oh, Marcus –dije con un suspiro.
Él también me miraba a los ojos cuando toda una cascada de fuegos artificiales se desplegó. Era una especie de espectáculo de láser.
–¡Sí! –grité–. ¡Me encantaría casarme contigo! ¡La respuesta es sí!
Él me puso el pedrusco en el dedo y yo bajé la mirada hacia el centelleante anillo.
¡Guau! Era el anillo más bonito que había visto en mi vida.
–Esto es lo más romántico que has hecho –le dije, mientras una lágrima me rodaba por la mejilla–. Es tan dulce, tan bonito que hayas hecho todo esto por mí.
–Te quiero, Rebecca. Haría cualquier cosa por ti.
–Lo sé. De verdad que lo sé. Eres todo lo que siempre soñé y más.
Él me secó otra lágrima de la cara. Yo representaba el papel de la futura novia feliz mientras él posaba sus labios sobre los míos. Toda la sala estalló en un aplauso. Los flashes de disparaban a nuestro alrededor. La gente nos animaba y brindaba para celebrar.
–¿Él acaba de pedirle matrimonio? –Oí que decía una mujer a mi izquierda.
Sí, pensé. Acaba de fingir que me pedía matrimonio. Es todo una farsa.
Brindamos y representé mi papel a la perfección, sonriendo como si fuera la mujer más feliz del planeta. Innumerables personas nos felicitaron. Yo decía gracias con mi mejor sonrisa falsa. Cuando disminuyó la atención, me acerqué a la puerta.
–Rebecca –dijo Marcus, corriendo detrás de mí–. Te lo puedo explicar...
–¿Podemos hablar en privado? –pregunté.
Nunca en toda mi vida me habían pillado tan desprevenida. Ni siquiera cuando mi padre nos abandonó cuando yo tenía doce años, ni cuando los Giants perdieron el Campeonato Mundial. Nunca.
Marcus me llevó a una habitación apartada y cerró la puerta.
–¿Qué te crees? –le solté antes de que tuviera oportunidad de decir nada.
–Por favor –Levantó las manos–. Puedo... Puedo arreglarlo.
–Ya has hecho bastante.
Yo no paraba de mirar hacia la puerta, me giraba una y otra vez para marcharme, pero cada vez que ponía la mano en el pomo de la puerta para abrirla, acababa girándome hacia él para decirle algo más.
–Es que... ¿qué te pensabas que iba a pasar?
Marcus se pasó las manos por el pelo sin poder evitarlo.
–No sé qué pensaba que iba a pasar –admitió–. El señor Takahari tenía dudas. Así que aposté a lo grande. Pensé que si nos comprometíamos en público él se convencería... Creí que ganaría tiempo para...
–No me puedes soltar esas sorpresas. –De repente mi voz sonaba muy bajo–. No me gusta que me pillen desprevenida de esa forma. Deberíamos haberlo hablado. Porque prometernos no entraba en el trato. ¿Ahora pretendes que siga adelante con esto? ¿Les miento también a mi familia y a mis amigos? No puedo pedirles que se alegren por mí y fingir alegría en mi vida personal. ¡No es justo! Puedo pasar por tu novia falsa, pero no por tu prometida. Te has pasado de la raya. Si mi madre se entera no me va a perdonar que no le haya contado que estaba enamorada.
–Sé que no es justo para ti y te pido perdón. Fue una decisión de último minuto.
–Dijiste que solo me pedirías que fuera tu novia en público. Y lo hice. Incluso sobrepasé mis obligaciones al besarte. En ningún momento dijiste que me ibas a poner un anillo en el dedo.
–Puedes quedarte con el anillo.
–¿Como bono por haber dicho que sí?
–Sí. Sabes que te pagaré por tu valioso tiempo y por todas las molestias que te he causado. Te pagaré lo que quieras.
–Tu dinero no va a evitar que mi madre coja un vuelo para hacerme el tercer grado. Tu teatrito ha manchado mi vida personal.
–Desearía echar el tiempo atrás –dijo–. No pensaba con claridad. ¿Me he pasado con la proposición?
–No. Ha sido lo que cualquier chica habría soñado. –Bajé la mirada hacia el precioso anillo. Mi expresión se suavizó–. La proposición fue perfecta. Algún día harás muy feliz a una chica afortunada... Es decir, si algún día sientas cabeza.
–Gracias. Y gracias por aceptar y por no darme una patada en los huevos.
–Era parte de mi trabajo. Aunque te hayas pasado un poco. No podría haberte dado una patada. Solo te la di cuando pensé que me estabas haciendo una proposición indecente. Y solo te pegué cuando pensé que me ibas a asaltar. Te juro que no soy una persona violenta. Me alegro de que todo te haya salido bien. No quería que perdieras ese negocio, es muy importante para ti. Te mereces una segunda oportunidad, igual que tu pavo real Eduardo.
–Has hecho un trabajo maravilloso. Eres una actriz buenísima. Gracias, no te preocupes, el compromiso no es permanente –se apresuró a exclamar, señalando con la cabeza el salón de baile–. Para finales de esta semana se habrán olvidado de nosotros.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero me negué a dejarlas caer. Literalmente, las empujé con los párpados para que volvieran a entrar.
–¿Qué pasa? –preguntó él.
–Nada.
–Pronto podrás volver a tu vida. Todo esto es un montaje, solo un papel para ti. Es verdad que no debería haberme pasado de la raya sin hablarlo antes contigo, pero eres actriz. Pensé que podrías con ello. Las buenas actrices pueden con todo lo que se les eche. Además, me dijiste que eras la mejor de tu clase en improvisación.
–Actuar improvisando es mi especialidad, espero haberlo demostrado esta noche.
–Cuando se te saltaron las lágrimas hiciste que se me saltaran a mí también. Eres de lo más natural.
–¿Todo era falso? –pregunté.
–Sí, claro.
–Nos besamos. ¿Eso también era falso?
–Me dijiste que querías llevarte un Oscar a casa. Y vamos, te lo mereces. Mi asesor de imagen dice que la gente ya está hablando bien de mí. Nuestro compromiso está ayudando mucho, a la gente le encanta que me vaya a casar contigo.
–El tío rico que se casa con una chica pobre. El sueño de toda mujer. Ya veo por qué es tan sensacional la historia-
Pues sí. Nuestros besos furtivos no significaban nada para Marcus. Tan solo era una forma de que la gente lo viera con buenos ojos. Era un auténtico playboy. Disfrutaba besando a las mujeres, nada más. Nunca debí cruzar la raya. Debí mantenerme en el terreno estrictamente profesional. Podría haber representado mi papel sin lanzarme a un beso apasionado. Puede que le haya dicho que solo estaba haciendo que la relación resultara creíble, pero en el fondo para mí había algo más.
¡Joder! ¿Por qué dejé que mis sentimientos entraran en juego? No podía enamorarme de todos los actores a los que besara. Vale, fui idiota. Me contrató como actriz y resultó que para mí fue algo más. Me dolió saber que para él nuestros besos no significaban nada. Sí, yo también le dije que para mí eran falsos. Pero, joder, para mí hubo sentimiento. ¿Cómo no iba a haberlo? Él me besó con pasión, con intimidad. Pensaba que una química tan potente se habría podido contener, pero me dejé ir. Fue como si con su beso me hubiese tocado el alma.
Ya no quería pensar en aquello. Necesitaba marcharme... de inmediato. La situación se me había ido de las manos.
–¿Puedo irme a casa? –pregunté.
Me miró como si lo hubiese apuñalado en el estómago. Abrió la boca y luego la cerró, pero por primera vez desde que nos conocimos, el gran Marcus Taylor no supo qué decir. Alguien llamó a la puerta, pero ninguno de los dos nos dimos cuenta.
–¿Señor Taylor? –Era Niles otra vez–. Señor Taylor, tiene que volver a la fiesta.
Los ojos de Marcus brillaron mirando los míos, pero yo sacudí la cabeza con indiferencia, sintiendo una apatía repentina. Me moví como un robot para quitarme los diamantes de valor incalculable del cuello, luego los dejé en la mesa que había junto a mí. Cayeron haciendo un ruido de desaprobación, como si no fueran más que trozos de cristal que se extendían entre nosotros. Nuestros ojos se quedaron mirándolos un momento y luego nos miramos uno al otro. Yo volvía a tener un gesto duro y seguro.
–Te he pagado por tu trabajo como actriz –dijo Marcus–. Eso ha sido un extra.
–Y he hecho mi trabajo, ¿no? Pensaba que estabas contento.
–Has hecho un trabajo maravilloso, no sé cómo darte las gracias. Mañana volvemos a casa y podrás recuperar tu vida. No tendrás que volver a verme nunca más.
–¿Esto es todo lo que me vas a dar? ¿Un apretón de manos y una palmada en la espalda?
–Te voy a pagar muy bien.
Dejé salir el aire despacio.
–Sí, gracias por recordármelo.
–Aceptaste el papel y lo has hecho muy bien, no entiendo por qué te enfadas.
–Nos besamos.
–No era lo que se esperaba, pero ha sido un extra muy bienvenido. Muy bonito, hizo que todo el mundo nos creyera.
–Bueno, pues entonces acabemos con el teatrito. Ya tienes lo que querías y yo también. –Toqué el brazalete por última vez–. Quédatelo, no quiero nada que me recuerde a ti.
Me quité el anillo del dedo y se lo ofrecí despacio mientras él fruncía el entrecejo. Me marché sin decir nada más, dejando todo detrás. Él tendría que limpiar mi desastre.
No tengo ni idea de qué le habrá contado a la gente, ni a Takahari y su gente o a los invitados al baile. No me importaba. Aquel ya no era mi mundo y, desde luego, no era problema mío. Había llegado