El libro de los gatos
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El gato fue adorado como deidad en el antiguo Egipto, y forma parte de la mitología escandinava, japonesa y china. También se le asocia con la maldad y durante la Edad Media se creía que eran parientes consanguíneos de las brujas, por lo que se sacrificaron miles de ellos para alejar a los malos espíritus.
Amado y adorado, el gato doméstico es relativamente nuevo en la cultura humana, ya que se asocia su domesticación hace apenas poco más de nueve mil años. Actualmente es un compañero indispensable en la vida de millones de seres humanos alrededor del mundo y forma parte de la misma familia.
Por ello es que es indispensable saber sobre su morfología, cuáles enfermedades los afectan, cómo protegerlos, cómo cuidarlos mejor, qué alimentación es la adecuada para ellos, qué hacer en caso de emergencias médicas por accidente.
Para todos los amantes de los felinos El libro de los gatos será su mejor herramienta para brindarle una mejor calidad de vida a ese maravilloso ser.
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El libro de los gatos - Walfrido Lopez Gonzalez
<3 Walfrido López González Q)
El libro de los gatos
Historias y consejos para su cuidado
Ouorzo
El libro de los gatos © Walfrido López González, 2015
Cuarzo
D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V, 2015 Batalla de Casa Blanca, Manzana 147 A, Lote 1621 Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección
C. P 09310, México D. F Tel. 5581 3202 www.lectorum.com.mx [email protected]
Primera edición: febrero de 2015 ISBN: 978-607-457-420-3
D. R. © Fotografía de portada: Shutterstock®
D. R. © Portada e interiores: Angélica Irene Carmona Bistráin
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.
Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.
Impreso y encuadernado en México.
Printed and bound in México.
El gato en la zoología
La existencia del gato sobre la faz de la Tierra es conocida hace más de 40 siglos; todo rasgo de civilización en cualquier punto cardinal del planeta hace referencias de su existencia y, al parecer, por restos aparecidos que datan del plioceno —hace unos cuatro millones de años— ha sido especie sempiterna. Así, hay gatos desde que surgió la vida animal sobre el planeta. Y los habrá per saeculum saeculorum, que quiere decir por los siglos de los siglos.
Los zoólogos lo ubican como parte de la familia Felinidae, género Felis con varias especies poco diferenciadas entre sí.
Pese a su condición de mascota doméstica desde su acercamiento a la familia hu¬mana, docilidad y su casi mística existencia, el gato pertenece al mismo grupo zoológico que los grandes felinos: león, jaguar, tigre, leopardo y todo aquel que realmente sea una fiera; es decir, un animal con uñas retráctiles, fuertes y podero¬sas que emplean como arma de ataque o defensa y que en conjunto conforman la garra. Precisamente el término fierecilla utilizado por William Shakespeare en su obra literaria La fierecilla domada
necesariamente lo asoció a una mascota que, dormida sobre sus piernas, quizá le ayudó en su inmortal labor creativa.
El género Felis se caracteriza por su piel suave y brillante; marcha segura sobre la punta de las patas, agilidad innata a su condición de cazador, ojos vivaces poco adaptados a la vida diurna y una extraordinaria capacidad auditiva. A este género pertenece una veintena de especies, algunas muy populares, como el lince (F linx), el puma (F concolo), el ocelote (Fpardalis) y otras menos conocidas, como los gatos margay de las pampas; el gato kodky y otros que podrían cansar a mis tolerantes lectores.
Panthera onca.
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# # Linneo clasificó como Felis catus por igual al gato hogareño y al que maúlla so¬bre los tejados, mientras que Schreber denominó F. silvestris a los que habitan en montes, páramos, desiertos y selvas. Durante mucho tiempo existieron tales discrepancias en la determinación exacta del nombre de la especie, hasta que la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica (2003) puso fin a la discordia taxonómica al determinar la existencia de dos especies: la silvestre y la domésti¬ca. Así, Felis catus (Linneo) es el minino que vive en su hogar, en tanto F. silvestris (Schreber) son... los demás gatos.
Hace más de tres décadas, al andar por las tierras de la pequeña isla de So- cotra, situada a medio mar entre el norte de Somalia y el sur de Yemen, tuve la oportunidad de ver al llamado gato de las arenas (F margarita), animal con un poder de adaptación asombroso que ha hecho del dátil su base alimenticia. Allí pude presenciar una cirugía mediante la cual se le extrae el booster acumulado en el fundus del estómago, base de los famosos perfumes que se elaboran en toda Arabia.
La técnica quirúrgica consiste en inmovilizar al felino con sus cuatro ex¬tremidades extendidas y atadas a los extremos de una mesa rústica y, luego, con una cuchilla abrir su estómago, extraer el preciado contenido para terminar su-
turando con catgut el estómago y seda en la piel, todo ello sin anestesiar, lo que el lector concebirá como cruento y con altos índices de mortalidad.
En lo primero coincidimos, pero en lo segundo —la mortalidad— de manera asombrosa escasamente ocurre. Son muchas las ocasiones en que el gato apenas conserva restos en su estómago... la operación anterior se realizó poco tiempo atrás. Secretos insondables de la naturaleza.
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Los zoólogos prestan especial atención al gato africano (F lybica), al cual con¬sideran una subespecie. Es algo mayor que el gato doméstico y cazador de vida diurna, algo inusual para la especie.
De África son el gran gato de Abisinia, al que atribuyen una gran inteligen¬cia y poderes sobrenaturales que lo asocian al gran gato sagrado de Egipto.
Asia es una de las regiones con más representantes actuales de nuestros queridos amigos, entre los que sobresalen: el siamés, cuya figura siempre guarda la ingenuidad de un juguete made in Tailandia; el persa, animal que requiere del peinado diario, siendo el gato más numeroso en las exposiciones de cualquier país; el balinés, simpático y cuyo andar y jugueteo constante nos recuerda las famosas bailarinas de esa isla; el gato de Angora, el diminuto bobtail japonés, el gato sagra¬do de Birmania, muy de moda entre los gateros del mundo.
Y pese a no contar con gatos autóctonos, Europa posee actualmente nu¬merosas razas ya establecidas: el gato chartreux, conocido en Francia desde el siglo XVI con ese aspecto bonachón y gran resistencia al dolor; el gato de la isla inglesa de Manx, un anuro (sin cola) cuyas extremidades posteriores son más largas que las anteriores, de tal modo que al caminar su trasero se muestra ante nuestros ojos exhibiendo lo suyo de forma impúdica y muy simpática. nos re¬cuerda un conejo. Inglés también es el gato azul, cuyo porte y elegancia tienen el touch of distintion tradicional de las ladies y gentlemen del Albión Victoriano.
Especial atención merece el gato Synph, raza de felinos carente de pelo y cuya casual aparición en Canadá atrajo tantos periodistas que casi conspira contra la Exposición Mundial de Toronto de 1967.
Cuba es país de muchos gatos y pocas razas. La cantidad de la población felina cubana se enmarca dentro de los pelicortos y semilargos cubanos. Ya dia¬logaremos acerca de ellos más adelante.
Los gatos y los hombres en la historia
De cómo se acercaron los cánidos al hombre primitivo sería algo más fácil de explicar que cómo se acercaron los gatos.
Pensemos en el hombre y el perro, en la mutua necesidad de comer carne e igual instinto cazador: así, aunaron fuerzas para acorralar a la presa que poste¬riormente compartían. Después vendría la domesticación, el cariño, etcétera.
Se dice que Remo y Rómulo, pareja de hermanos amamantados por una loba, adquirieron tanto valor, fuerza y talento que fundaron la ciudad de Roma, la eterna capital de Italia.
He visto muchas veces a personas mostrando con orgullo cachorros de fieras, jugando con ellas como inofensivas criaturas; pese a ello, no puedo imaginar a un león, jaguar, tigre o leopardo como amigo del hombre. Cada año se reportan de¬cenas de ataques de fieras a humanos en África e India y en parques zoológicos y circos de todo el mundo. Tengo una anécdota al respecto: En Güáimaro, pequeña ciudad de la provincia de Camagüey (unos 700 kilómetros al este de La Habana), alguien había tomado bajo su tutela a un cachorrito de león que crió suelto en la casa y jugando como si fuera un gatito con las personas que entraban y salían en ese hogar a diario, a la usanza de todos los poblados de Latinoamérica. Aquel leon- cito era orgullo del poblado. Pero fue creciendo.
El 1 de mayo de 1992, como parte de las fiestas por el Día Internacional del Trabajo, en medio de niños, jóvenes y adultos desfiló junto a su orgulloso amo, así, sin necesidad de aditamento protector alguno sobre el hocico. Al final regresó a casa colmado de vítores y aplausos más propios de un artista que de una fiera en ciernes.
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Mascota peligrosa.
Al arribar a casa una señora saludó al felino como a diario lo hacía: con un cariño¬so tapabocas
. Ahí cambió todo: en un santiamén el animal respondío con mor¬dida y le amputó dos dedos. De inmediato se lanzó sobre la mujer, que no salía de su asombro. Y ante los ojos atónitos de una docena de personas el león daba rienda suelta a su feroz instinto primitivo. Ni siquiera su encargado se atrevía a interceder en aquel dantesco espectáculo cuyo final el lector comprenderá cuál hubiera sido sin la intervención de mi amiga Zulema, mujer de armas tomar que lo agarró por la piel del cuello y logró separarlo de su presa que, presta, escapó de su alcance. Nadie se acercaba hasta que un disparo puso fin al incidente, conocido por muchos güaimarenses vivos, porque sucedió hace apenas quince años.
Final de novela brasileña: la señora se trasladó a La Habana y tardó meses en sanar de sus heridas, Zulema se casó con el hijo de ésta, le dio nietos hermosos y ahora todos viven felices muy cerca de la clínica veterinaria de Centro Habana. Moraleja: a la fiesta de los caramelos no pueden ir los bombones.
Y conste que los habaneros adoramos a los leones y forman parte de los símbolos de la ciudad. Así, los hay de cemento en los parques, de bronce en el Paseo del Prado y en la bandera del equipo de béisbol Industriales, representante habanero en la liga nacional.
La leona devora su ración de carne. Jardín Zoológico de La Habana.
Retomemos los hilos del asunto: lo cierto es que el hombre y el gato aparecen formando un binomio indivisible desde los albores de la humanidad. Ya lo quería con esa casi devoción que, pasados 40 siglos, los veterinarios podemos apreciar en ^ nuestros clientes cuando su gato enferma. ^
Algunos aseguran que el gato se acercó al hombre después del surgimiento de comunidades agrícolas, porque almacenes de granos atraen ratas..., y ratas atraen a gatos. Una parte comprensible de la cadena biológica.
El hombre, el ser viviente más inteligente que ha existido y existirá sobre la Tierra, pronto comprendió la utilidad del felino y cuando acababan con las plagas de roedores comenzó a suministrarle carne para que no abandonaran el territorio y alejaran nuevas incursiones de roedores. Lo demás vendría después: verse de vez en cuando pasó a serlo casi a diario, luego a diario., una caricia y comenzó ese intercambio de bondades tan conocido entre el hombre y el gato.
Los historiadores exponen que se trataba de gatos silvestres amansados, con pocas diferencias con relación al gato domesticado de hoy.
El antiguo Egipto, cuna de grandes civilizaciones, fue testigo de un cul¬to desmesurado al gato, al cual asociaban con dioses, inteligencia muy lúcida, sagacidad y otras cualidades, al punto que reyes y faraones se declaraban sus descendientes directos.
Se dice que la reina Cleopatra (60-30 a. C.) los idolatraba e imitaba su astucia y sagacidad, en particular con aquella mirada mística que cautivó por igual a los
romanos Cayo Julio César y Marco Antonio, convirtiéndolos en los conquistado-res-conquistados más famosos de la historia.
Precisamente era a través de esos ojos de felino como la diosa Bastet (que creían vivía en el cuerpo de los gatos) escrutaba el alma de los hombres, contro¬lando sus acciones.
También se creía que Ra, dios del sol, adoptaba la figura de un gato cuando descendía a la Tierra. En lo personal, he vivido en esa zona del mundo y conozco la facilidad con que los roedores proliferan allí; así, pienso, adoraban a los felinos porque, amén del cariño que un buen gato profesa e inspira, salvaguardaban sus graneros de las ratas.
En la antigua Heliópolis los dioses eran representados con rostro de gato, en tanto las pupilas de su estatua, que dominaba el templo, habían sido diseñadas de tal modo que se dilatasen o encogiesen según la posición del sol, permitiendo así determinar las distintas fases del día. Curiosamente se dice que en algunas regiones de China esta faceta se ha llevado a la práctica y han aprendido a utilizar a los gatos como auténticos relojes vivientes, dado que calculan la hora basándose en el tamaño de sus pupilas.
Siempre se pensó que fueron los egipcios quienes domesticaron a los gatos primero, pero excavaciones realizadas en Grecia (1992) demostraron mediante sus hallazgos que la unión del hombre y el gato en esa zona del mundo es anterior a lo conocido en el país norteafricano.
En casi todas las civilizaciones antiguas con la muerte del amo venía el sacrificio de su gato, al que se le sepultaba en una fosa próxima. Desde entonces y hasta los días que escribo estas siempre apuradas cuartillas el gato ha sido una propiedad individual, casi intransferible.
Amigo fiel.
De hecho, se han descubierto muchas piedras grabadas con imágenes de ga¬tos salvajes y otros animales en Asia Occidental que se remontan a los principios del periodo neolítico. Los autores de ese trabajo consideran que tales artefactos son evidencias de que los animales tenían una importancia espiritual para las personas, pese a que no está clara la naturaleza exacta de este tipo de relación.
El gato doméstico era también conocido y venerado en la América preco¬lombina. Así lo confirman cerámicas muy antiguas encontradas en Perú, proce¬dentes de poblaciones primitivas anteriores a la civilización inca. Incluso esta civilización también rendía culto a los gatos sagrados, lo que está confirmado por medio de obras de arte precolombino, demostrándose con ello que ya había gatos en América antes de la llegada de Cristóbal Colón.
Y de África, lo que puede resultar sorprendente: después de realizarse estu¬dios de anatomía comparada se ha llegado a la conclusión de que el gato domésti¬co actual desciende del gato leonado (Felis lybica), especie salvaje de África central y septentrional.
En fin, son 90 siglos de abrazos y encontronazos entre el hombre y el gato, porque, amigo lector, con el gato no hay términos medios: lo amas o lo odias.
No es de extrañar que durante la Edad Media, etapa de la historia con manifiesto retroceso social, la inquisición viera en el pequeño felino a un amigo de las brujas, de