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Teoria de la natualeza
Teoria de la natualeza
Teoria de la natualeza
Libro electrónico258 páginas4 horas

Teoria de la natualeza

Por Goethe

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Los ensayos científicos de Goethe son mucho menos conocidos que sus obras de literatura, pero suscitan un interés fundamental no solo por la valoración que la critica científica contemporánea ha hecho sobre ellos, sino también porque evidencian analogías esenciales con el conjunto de toda su obra.
IdiomaEspañol
EditorialGoethe
Fecha de lanzamiento14 feb 2017
ISBN9788826023519
Teoria de la natualeza

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    Teoria de la natualeza - Goethe

    TEORIA DE LA NATURALEZA

    JOHANN WOLFGANG

    VON GOETHE

    PRIMERA PARTE

    FORMACIÓN Y TRANSFORMACIÓN

    DE LAS NATURALEZAS ORGÁNICAS

    JUSTIFICACIÓN DE LA EMPRESA

    Cuando el hombre, inducido a una viva observación, comienza a mantener una lucha con la naturaleza, siente ante todo el impulso irrefrenable de someter a sí mismo los objetos. Sin embargo, muy pronto éstos se le imponen con tal fuerza que siente cuán razonable sea reconocer su poder y respetar su acción. Apenas se convenza de este influjo recíproco, caerá en la cuenta de un doble infinito: por parte de los objetos, la multiplicidad del ser, del devenir y de las relaciones que se entrecruzan de un modo viviente; por parte de él mismo, la posibilidad de un perfeccionamiento ilimitado en la medida en que sea capaz de adaptar, tanto su sensibilidad como su juicio, a formas siempre nuevas de recepción y de reacción.

    Esto le proporciona un goce elevado, y de-cidiría la fortuna de su vida si obstáculos internos y externos no se opusiesen al bello transcurso de ésta hasta su culminación.

    Los años, que primero daban, luego empiezan a tomar; uno se contenta, en su medida, con lo adquirido, y se disfruta tanto más en silencio cuanto que, en lo exterior, es rara una participación sincera, pura y estimulante. ¡Qué pocos se sienten entusiasmados con lo que aparece sólo al espíritu!

    Los sentidos, el sentimiento, la pasión ejer-cen sobre nosotros un poder mucho mayor, y con razón, pues hemos nacido, no para observar y meditar, sino para vivir1.

    Desgraciadamente, también en aquellos que se ocupan del conocimiento y del saber encontramos un interés más escaso del deseable. Para el intelectual, para el que afirma lo individual, para quien observa y distingue con cuidado, en cierto modo es algo de peso lo que viene de una idea y a ella 1 Ésta es una idea muy repetida por Goethe.

    Aparece, por ejemplo, en la recensión que hace de las ideas de Alexander von Humboldt sobre los caracteres fisiognómicos de los vegetales, en el año 1806: «Pasamos por el reino del saber, de la ciencia, sólo para volver mejor equipados a la vida.» También en una carta del 28 de septiembre de 1770 a Hezler, se lee: «Como la primera mirada física, tampoco la primera mirada moral sobre el mundo aporta a nuestro entendimiento o a nuestro corazón una impresión distinta; se ve antes de saber que se ha hecho, y es sólo mucho después cuando se aprende a reconocer lo que se ve.»

    reconduce. A su modo, él está en su laberinto como en casa, sin andar preocupado por un hilo que lo conduzca de una parte a la otra con mayor rapidez; y un metal que no está acuñado, o que fuera incontable, podría llegar a ser para él una posesión fastidiosa. Por el contrario, quien se encuentra en un punto de vista superior, desprecia con facilidad lo individual y congrega en una universalidad mortífera lo que tiene una vida propia.2

    En este conflicto nos encontramos desde hace mucho tiempo. Por ello, muchas cosas han sido hechas y muchas otras destruidas;

    2 Goethe señala aquí la tensión entre inducción y deducción como métodos de pensamiento de difícil conciliación. Su aspiración es encontrar el equilibrio entre ambos, y esta preocupación le acompaña durante toda su vida. Véase, a este respecto, el planteamiento que de este problema hace, al final de su vida, en el escrito Análisis y síntesis, en la segunda parte de este volumen.

    y yo no cedería a la tentación de entregar mis puntos de vista sobre la naturaleza al océano de las opiniones, en una frágil bar-quichuela, si no hubiese sentido, en la hora del peligro tan recientemente pasada3, cuánto valor tienen para nosotros los papeles en los que, más tempranamente, deci-dimos registrar una parte de nuestro ser.

    Pero la que con brío juvenil más veces yo soñara como una obra, surge sólo como un esbozo, como una recopilación fragmenta-ria, y actúa y luce como lo que es.

    ¡Y cuánto más tendría que decir para re-comendar a la buena voluntad de mis contemporáneos estos vetustos bosquejos de los que, sin embargo, algunas partes en concreto están más o menos desarrolladas!

    Pero muchas cosas que aún se podrían decir, irán siendo introducidas mejor en el transcurso de la empresa.

    3 Se refiere Goethe aquí al saqueo de Weimar por las tropas francesas, después de la batalla de Jena, el 14 de octubre de 1806.

    INTRODUCCIÓN AL OBJETO

    Cuando reparamos en los objetos de la naturaleza, y en particular en los vivientes, deseamos tener una visión de conjunto de su ser y de su actuar, y creemos que podemos lograr mejor ese conocimiento mediante la descomposición de sus partes; en realidad, también este camino es apropiado para llevarnos a eso. Pues que la Química y la Anatomía han contribuido a la comprensión de la naturaleza, no hacen falta muchas palabras a los amigos del saber para traerlo a su memoria.

    Pero estos esfuerzos analíticos, llevados siempre adelante, comportan también muchas desventajas. Lo que primeramente es un ser vivo se descompone en elementos, sin que sea posible después recomponerlo ni devolverle nuevamente la vida. Esto vale para muchos cuerpos inorgánicos, no diga-mos ya para los orgánicos.

    Por eso, en los hombres de ciencia de todos los tiempos se ha hecho sentir también ese impulso a conocer las formaciones vivientes en cuanto tales, a comprender en sus mutuas relaciones las partes externas y tangibles considerándolas como indicaciones de su interior, y así dominar la totalidad mediante la intuición. Acerca de cómo esta aspiración científica se relaciona íntimamente con el impulso artístico e imitativo, es algo sobre lo que no vamos a insistir ahora.

    Se encuentran, pues, en el devenir del ar-te, del saber y de la ciencia muchos intentos de desarrollar y fundamentar una doctrina que nosotros llamaremos Morfología. Bajo cuántas formas aparecen tales intentos, es algo de lo que hablaremos en la parte histó-

    rica4.

    4 Véase más adelante el fragmento Historia de mis estudios botánicos.

    El idioma alemán tiene la palabra Gestalt (forma) para designar la complejidad existente de un ser real. Pero en este término, el lenguaje abstrae, de lo que es móvil, un to-do análogo y lo tija en su carácter como algo establecido y acabado. Sin embargo, si consideramos todas las formas, en particular las orgánicas, no encontramos en ninguna parte formas subsistentes, o sea, formas que no se muevan porque hayan alcanzado ya su perfección, sino que todas fluctúan en un continuo devenir. Por eso nuestro idioma utiliza la palabra Bildung (formación) para designar, tanto lo que ya se ha producido, como lo que está en vías de producirse.

    Así pues, puesto que queremos introducir una Morfólogía, no debemos hablar de formas, y si usamos esta palabra será pensando sólo en una idea, en una noción o en algo que se fija en la experiencia sólo durante un momento.

    Lo ya formado pronto se verá de nuevo transformado, y si queremos alcanzar una intuición viviente de la naturaleza, tenemos que mantenernos flexibles y en movimiento, según el ejemplo mismo que ella nos da.

    Si descomponemos un cuerpo en sus partes según el modo de proceder de la Anatomía, y dividimos nuevamente estas partes en aquello en lo que se dejan descomponer, podemos alcanzar esos principios a los que se ha dado en llamar partes similares. Ahora no vamos a hablar de ellos, sino que vamos a centrar nuestra atención en una máxima sobre el organismo que expondremos como sigue: «Todo ser viviente no es un ser individual, sino una pluralidad». Y aun cuando se nos muestre como individuo, sigue siendo una reunión de seres vivientes y autónomos, que son iguales según la idea o según el lugar, pero que, en la apariencia, pueden llegar a ser, tanto iguales o análogos, como desiguales o diferentes. Estos seres están, en parte, originariamente ya unidos, y, en parte, se reúnen ellos; luego se separan, y de nuevo vuelven a buscarse, generando así una producción infinita en todas las direcciones y en todas las modalidades.

    Cuanto más imperfecta es la criatura, tanto más estas partes son iguales entre sí o análogas, y tanto más se asemejan al todo.

    Cuanto más perfecta sea la criatura, tanto más diferentes serán, en cambio, las partes entre sí. En el primer caso, el todo es más o menos igual a las partes; en el segundo, el todo es diferente de las partes. Cuanto más semejantes son las partes entre sí, tanto menos subordinadas están las unas a las otras. La subordinación de las partes es se-

    ñal de una criatura más perfecta.

    Puesto que en todas las fórmulas generales, por muy meditadas que estén, hay siempre algo de inaferrable para quien no sabe aplicarlas y proporcionarles los ejemplos necesarios, queremos, desde el principio, dar algunos de tales ejemplos, ya que todo nuestro trabajo estará dedicado a la explicitación y a la ampliación de estas ideas y de estas máximas.

    Que una planta, o un árbol, que se nos presentan como seres individuales, se com-pongan de meras particularidades internamente iguales y análogas entre sí y respecto al todo, es algo de lo que no cabe la menor duda; piénsese tan sólo en las plantas que se reproducen por acodadura. La yema de la última variedad de un árbol frutal echa una rama que, a su vez, produce cantidad de yemas iguales. Y de modo parecido tiene lugar la reproducción mediante semillas.

    Ésta no es más que el desarrollo de una multitud de individuos iguales a partir del seno de la planta-madre.

    Se puede ver así que el misterio de la reproducción por semillas se descubre en aquella máxima; y obsérvese y piénsese al respecto que la semilla misma, que parece presentarse como una unidad individual, es ya una reunión de seres iguales y análogos.

    Comúnmente se toma el haba como ejemplar más claro de la germinación. Tómese un haba antes de que germine, o sea, cuando aún está completamente envuelta, y, una vez abierta, encontraremos primeramente los dos cotiledones, que sin razón alguna suelen compararse con la placenta; en realidad, estos cotiledones son dos verdaderas hojas sólo que aún atrofiadas y como llenas de harina, pero que llegan a verdear al aire y a la luz. A continuación veremos como una plumilla, que, en realidad, es una pareja de hojas desarrolladas y capaces de posteriores desarrollos. Si se considera además que dentro de cada pecíolo se esconde una yema -

    no en acto, sino en potencia-, se reconocerá que aquella semilla, simple en apariencia, constituye una reunión de más individualidades, que se pueden llamar idealmente iguales y empíricamente análogas.

    Pues bien, que lo que es idealmente igual pueda aparecer empíricamente como igual o como análogo, tanto como completamente desigual y diferente, es en lo que consiste esa vida de la naturaleza, llena de movimiento, que tratamos de ilustrar en estas páginas. Citaremos, para mayor claridad, un ejemplo sacado del nivel más inferior del reino animal. Hay infusorios que se mueven, ante nuestros ojos, en un medio húmedo, con movimientos bastante simples, pero que, apenas se les deja en seco, estallan y se esparcen en una multitud de corpúsculos en los que, probablemente, se habrían dividido también en el medio húmedo siguiendo un proceso natural. De este modo, los infusorios producen una descendencia sin fin5. Por el momento, esto puede ser suficiente, ya que, en una presentación más completa, este aspecto habrá de ser tratado de nuevo.

    Si tomamos plantas y animales en su estado más incompleto apenas pueden distinguirse entre sí. Un punto de vida fijo, móvil o semimóvil es cuanto apenas resulta observable por nuestros sentidos. Si estos primeros principios -que pueden determinarse en una o en otra dirección- llegan a convertirse en planta en virtud de la luz, o en animal en virtud de la oscuridad, es algo que no somos capaces de precisar, aunque observaciones y 5 La ocupación de Goethe en el estudio de los infusorios, por esta época, queda refle-jada, por ejemplo, en las cartas a la señora von Stein del 16 de marzo y del 17 de abril de 1786, así como en las escritas a Jacobi el 17 de abril y el 5 de mayo de este mismo año.

    analogías al respecto no faltan6. Podemos decir, pues, que las criaturas que van emer-giendo poco a poco de una afinidad casi in-distinguible como plantas o como animales se perfeccionan en dos direcciones opuestas, de modo que la planta lo hace como árbol rígido y de larga vida, mientras que el animal se ennoblece en la más elevada movilidad y libertad humanas.

    La gemación y la proliferación son, una vez más, dos principios fundamentales del organismo, procedentes de aquel teorema de la coexistencia de numerosos seres igua-

    6 Voigt había expuesto esta idea en su System der Botanik (1806), pero Goethe la cita con toda precaución en la medida en que, en el estado en que entonces se encontraba la investigación, esta cuestión no podía re-cibir una confirmación por parte de la experiencia. Sobre los experimentos de Goethe acerca de la dependencia que las plantas tienen de la luz, véase la carta a Schiller del 22 de junio de 1796.

    les y análogos, que simplemente lo ponen de manifiesto de un modo doble. Trataremos de seguir estas dos vías a través de todo el mundo orgánico, para alcanzar y ordenar muchos seres de la manera más intuitiva posible.

    Observando el tipo vegetal, enseguida si-tuamos en él un arriba y un abajo. La parte inferior está constituida por la raíz, cuya ac-ción se desarrolla en la tierra y pertenece a la humedad y la oscuridad, mientras, en sentido diametralmente inverso, el tallo, el tronco o lo que ocupe su lugar, se levanta hacia el cielo, el aire y la luz.

    Cuando observamos esta maravilla y el modo en que se produce, aprendemos a mirar más de cerca, encontrándonos con otro importante principio fundamental del organismo: que ninguna vida puede prosperar sobre la superficie y exteriorizar por sí misma su fuerza productiva; la energía de la vida necesita de un envoltorio que la proteja contra los rigores de los elementos externos, ya sea el agua, el aire o la luz, defendiendo su delicada existencia de modo que ésta pueda llegar a cumplir lo que específicamente corresponde a su interioridad.

    Este envoltorio puede aparecer como corteza, como piel o como concha, pero todo lo que ha de tomar vida, todo lo que ha de actuar de manera viviente, debe estar a cubierto. Y todo lo que está vuelto al exterior, poco a poco, precozmente, va hacia la descomposición y hacia la muerte. Las cortezas de los árboles, las membranas de los insectos, los pelos y las plumas de los animales, incluso la piel del hombre, son envoltorios que permanentemente se pierden, son eliminados y abandonados a la no-vida. Pero detrás de ellos siempre se forman nuevos envoltorios, y bajo éstos la vida, más superficial o más profunda, va tejiendo su trama creadora.

    PREMISA AL CONTENIDO

    De la presente recopilación sólo ha sido impreso con anterioridad el ensayo La metamorfosis de las plantas, que apareció él solo en 1790, teniendo una acogida fría y hasta hostil. Este rechazo era, no obstante, algo completamente natural: la doctrina del eneapsulamiento, así como la noción de preformación7 y el desarrollo sucesivo de lo que existe desde los tiempos de Adán, se habían apoderado de las mentes en gene-7 Según la teoría de la preformación, todo nuevo ser está contenido, ya en el óvulo (ovulistas), ya en el espermatozoide (espermatistas), antes de la fecundación. Se niega, pues, la idea de generación propiamente dicha. Para los espermatistas, el papel de la hembra se limita a proporcionar al embrión las condiciones para su desarrollo, mientras que para los ovulistas, el macho tan sólo pone en marcha el proceso evolutivo. En cualquier caso, no hay producidn de un ser nuevo, sino despliegue de un individuo ya constituido en todos sus órganos, que se encuentra replegado sobre sí mismo en el volumen mínimo del embrión: «Las plantas y los animales son ingenerables e imperecederos [...1, proceden de semillas preformadas y, por consiguiente, de la transformación de seres vivientes preexis-tentes. Hay pequeños animales en el semen de los grandes que, mediante la concepción, adquieren un entorno nuevo que se apropian y en el que pueden nutrirse y crecer para salir a un teatro más grande» (W. Leibniz, Los principios de la naturaleza y de la gracia, trad. casi. M. García Morente, Po-rrúa, México, 1977, p. 64). El correlato necesario de esta teoría de la preformación es la del eneapsulamiento múltiple. Si todo ser vivo está previamente contenido en la semilla de otro ser vivo en un estado microscópicamente reducido, deberá, a su vez, con-tender otros seres preformados aún más reducidos, y así hasta el infinito, de modo que en el ovario de la primera mujer o en las vesículas seminales del primer hombre debían estar encapsuladas unas dentro de ral, incluso de las mejores. Linneo, con la fuerza de su talento, había impuesto un rumbo, tan determinante como decisivo, a un modo de representación de incidencia especial en lo referente a la formación de otras todas las generaciones que han constituido y constituirán la raza humana. Es importante la observación de la relación de estas teorías, en cuanto a su credibilidad y defensa por parte de quienes las profesa-ban, con el impacto producido por la aplicación del microscopio en biología y anatomía: el mundo de lo infinitamente pequeño hace su aparición, poniendo en circulación la existencia de realidades que, por su pequeñez, no podemos captar a simple vista o ni siquiera con el microscopio. Cfr., para más detalle, F. Moiso, «Preformazione ed epigenesi nell'etá goethiana», en V. Verra, 11 problema del vivente ira Settecento e Ottocento. Aspetti filosofici, biologici e medici, Istituto della Enciclopedia Italiana, Roma, 1992. las plantas, que parecía concordar muy bien con la mentalidad de la época.

    Mi honesto esfuerzo quedó, en consecuencia, sin ningún efecto. Pero yo, contento por haber encontrado un hilo conductor en mi camino solitario y silencioso, observé todavía más atentamente la relación, la ac-ción recíproca entre los fenómenos normales y los anormales. Observé lo que la sola experiencia me proporcionaba generosamente, y dediqué un verano entero a una serie de experimentos que debían enseñar-me cómo, mediante un exceso de alimento, se impide la fructificación, y cómo, mediante la escasez de alimento, se acelera. Aproveché la ocasión de disponer de un inver-nadero, que podía iluminar u oscurecer a voluntad, para aprender a conocer la acción de la luz sobre las plantas; los fenómenos de la decoloración me ocuparon preferentemente, así como experimentos con discos de cristal coloreado.

    Y como hubiese adquirido suficiente habilidad para juzgar, en muchos casos, las va-riaciones y transformaciones orgánicas del mundo vegetal, así como para reconocer y derivar de ellas la sucesión de las formas, quise conocer también más de cerca las metamorfosis de los insectos8.

    Nadie negaba esto: que el ciclo vital de estos seres es una transformación continua, que se puede ver con los ojos y tocar con las manos. Mi más temprana experiencia de largos años con la cría del gusano de seda, constituía un conocimiento que todavía conservaba; y lo amplié observando y haciendo dibujar muchos géneros y especies de insectos, desde el huevo hasta la mariposa, dibujos estos de los que me han quedado los más apreciables.

    Aquí no hay conflicto alguno con lo que transmite la tradición escrita, y yo sólo ne-cesitaba trazar un esquema tabular para engarzar de manera lógica mis experiencias individuales, y alcanzar así una clara visión 8 Acerca de este estudio de los insectos por parte de Goethe dan noticia las cartas a Schiller del 8 de febrero de 1797 y del 3 de mayo (le 1798.

    general del admirable proceso vital de estas criaturas. De estos esfuerzos trataré de dar cuenta también, y lo haré

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