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Contrato por amor
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Contrato por amor
Libro electrónico155 páginas2 horas

Contrato por amor

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Información de este libro electrónico

La tentación era más peligrosa que el trabajo.
Troy Keiser se negaba a contratar a una mujer por muy competente –o hermosa– que fuera para el peligroso trabajo de su empresa de seguridad de élite. Pero cuando su hermana y su pequeño sobrino necesitaron protección, Troy le ofreció un empleo a Mila para que cuidara de los dos.
Mila no sabía mucho de niños, pero estaba dispuesta a aprender si eso implicaba que Troy la contratara para algo más que aquella misión. Pero cuando se encariñó con el bebé, y con el sexy de su jefe, descubrió un secreto sobre el niño que podía cambiarlo todo…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 dic 2016
ISBN9788468793030
Contrato por amor
Autor

BARBARA DUNLOP

New York Times and USA Today bestselling author Barbara Dunlop has written more than fifty novels for Harlequin Books, including the acclaimed WHISKEY BAY BRIDES series for Harlequin Desire. Her sexy, light-hearted stories regularly hit bestsellers lists. Barbara is a four time finalist for the Romance Writers of America's RITA award.

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    Me encanta la historia que lástima no haberla hecho más larga, se lee super bien. Es una novela sexy y a la vez emocionante
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    El final me dejó con gusto a poco, pero aún así me gusto el libro
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Excelente narración, historia romántica hermosa llena de emoción e incertidumbre

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Contrato por amor - BARBARA DUNLOP

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Barbara Dunlop

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Contrato por amor, n.º 5487 - diciembre 2016

Título original: The Baby Contract

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-9303-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

Troy Keiser detuvo la cuchilla de afeitar en mitad del movimiento y miró el teléfono en la encimera del baño.

–¿Cómo dices? –preguntó a su socio, Hugh Fielding, apodado Vegas, seguro de que había oído mal.

–Tu hermana –repitió Vegas.

Mientras digería la información, Troy se acercó el teléfono móvil al oído, esquivando los restos de la crema de afeitar. En el aire quedaba vapor con olor a sándalo que desdibujaba los bordes del espejo.

–¿Kassidy está aquí?

Su media hermana de diecinueve años, Kassidy Keiser, vivía en Jersey City, a 320 kilómetros de Washington. Era un espíritu libre que cantaba en un club nocturno. Troy llevaba más de un año sin verla.

–Está en la recepción –dijo Vegas–. Parece un poco nerviosa.

La última vez que Troy había visto a su hermana en persona había sido en Greenwich Village. Un trabajo de seguridad con la ONU lo había llevado a él a Nueva York y se habían visto por casualidad. Kassidy actuaba en un club pequeño y el diplomático al que protegía Troy quería tomar una copa.

Miró su reloj, vio que eran las siete cuarenta y cinco y calculó mentalmente lo que tardaría en llegar a su reunión de la mañana en la embajada de Bulgaria. Confió en que el problema de ella fuera de solución rápida y pudiera seguir con su trabajo.

–Pues dile que suba –pidió.

Se secó la cara, guardó la cuchilla y la crema de afeitar en el armario, aclaró el lavabo, se puso una camiseta blanca y unos pantalones negros y a continuación fue a la cocina, se sirvió una taza de café y se la bebió de un trago para despertar sus neuronas.

Su apartamento y el de Vegas, situados lado a lado, ocupaban el último piso de la Compañía de Seguridad Pinion, en el noreste de Washington. Las dos primeras plantas albergaban la recepción y las zonas de reunión de la empresa. Del piso tres al siete contenían despachos y almacenamiento de equipo electrónico. El centro de control informático estaba muy protegido y se hallaba directamente debajo de los apartamentos. El sótano y el subsótano se usaban para aparcar, para practicar tiro al blanco y para almacenar una cámara acorazada con armas.

El edificio, muy moderno, había sido construido después de que Troy vendiera sus intereses en un programa informático innovador de seguridad y Vegas tuviera un golpe de suerte en un casino. Desde entonces, la empresa había crecido exponencialmente.

Cuando sonó el timbre, cruzó la sala de estar, abrió la puerta el apartamento y vio a Vegas, un gigante de un metro noventa y pecho muy ancho, detrás de su hermana Kassidy, quien, incluso con tacones de quince centímetros, aparentaba la mitad del tamaño de él. Su cabello rubio tenía mechas de color púrpura y llevaba tres pendientes en cada oreja. Un top colorido de estilo túnica terminaba en un dobladillo deshilachado en mitad del muslo, sobre unos pantalones negros ajustados.

–Hola, Kassidy –dijo Troy con voz neutra.

–Hola, Troy.

–Estaré abajo –dijo Vegas.

Troy hizo un gesto de asentimiento.

–¿Va todo bien? –preguntó, cuando Kassidy entró en el vestíbulo del ático.

–No exactamente –contestó ella. Se recolocó el bolso enorme que llevaba al hombro–. Tengo un problema. ¿Tienes café?

–Sí. –Troy cruzó la sala de estar de techo de cúpula en dirección a la cocina.

Los tacones de su hermana resonaban en el suelo de parqué.

–He pensado mucho en esto y siento molestarte, pero no sé qué hacer.

–¿Qué ha pasado? –preguntó él–. ¿Qué has hecho?

Ella apretó los labios.

–Yo no he hecho nada. Y le dije a mi mánager que ocurriría esto.

–¿Tienes mánager?

–Sí.

–¿Para tu carrera de cantante?

–Sí.

A Troy le sorprendió aquello. Kassidy cantaba bien, pero en lugares pequeños. Al instante pensó en el tipo de fraudes que explotaban a jóvenes soñadoras.

–¿Cómo se llama? –preguntó con recelo.

–No seas tan machista. Se llama Eileen Renard.

Troy se sintió aliviado. Estadísticamente, las mujeres eran menos propensas que los hombres a explotar a jóvenes vulnerables del mundo del espectáculo convirtiéndolas en bailarinas de striptease o volviéndolas adictas a las drogas.

Miró a su hermana a la cara. Tenía un aspecto sano, aunque parecía cansada. A Dios gracias, probablemente no tomaba drogas.

Sacó una taza de un armario de la cocina.

–¿Por qué pensaste que necesitabas una mánager? –preguntó.

–Se ofreció ella –repuso Kassidy. Se instaló en un taburete de madera de arce en la isla de la cocina y dejó caer el bolso al suelo con un golpe sordo.

–¿Te pide dinero?

–No. Le gusta como canto y cree que tengo potencial. Vino a verme después de una actuación en Miami Beach. Representa a gente importante.

–¿Qué hacías en Miami Beach? –La última vez que había visto a Kassidy, ella casi no podía pagarse el metro.

–Cantaba en un club.

–¿Cómo llegaste allí?

–En avión, como todo el mundo.

–Eso está lejos de Nueva Jersey.

–Tengo diecinueve años, Troy.

Él le puso una taza de café delante.

–Ahora me va mejor económicamente –comentó ella.

–¿No necesitas dinero? –preguntó él, que había asumido que el dinero sería, como mínimo, parte de la solución del problema de su hermana.

–No.

–¿Y puedes decirme cuál es el problema?

Ella tardó unos momentos en contestar.

–Son unos tipos. –Metió la mano en su bolso–. Al menos, asumo que son varones. –Sacó unos papeles del bolso–. Dicen que son seguidores, pero me dan miedo.

Troy tomó los emails impresos que le tendía Kassidy y empezó a leerlos. Eran de seis direcciones distintas, cada una con un apodo diferente y un estilo de letra diferente. En su mayor parte, contenían elogios, entrelazados con ofertas de sexo y matices de posesividad. Nada muy amenazador, pero cualquiera de ellos podría ser el comienzo de algo siniestro.

–¿Reconoces alguna de las direcciones? –preguntó–. ¿O los apodos?

Ella negó con la cabeza.

–Si los he visto, no lo recuerdo. Pero yo veo a mucha gente. Y muchos más me ven en el escenario o leen mi blog y creen que somos amigos.

–¿Escribes un blog?

–Todos los cantantes escribimos blogs.

–Pues mal hecho.

–Sí, bueno, no somos tan paranoicos como tú.

–Yo no soy paranoico.

–Tú no te fías de la gente.

–Porque la mayoría no son de fiar. Le daré esto a un experto en amenazas a ver si hay motivos para preocuparse. –Troy miró su reloj. Si no terminaba pronto, Vegas tendría que ocuparse de la reunión con los búlgaros.

Terminó su café con la esperanza de que ella hiciera lo mismo, pero no fue así.

–No son solos los emails –dijo ella–. La gente ha empezado a quedarse en la puerta después de mi actuación y a pedir autógrafos y fotos.

–¿Cuánta gente?

–Cincuenta o más.

–¿Cincuenta personas esperan para pedirte un autógrafo? –preguntó Troy, sorprendido.

–Esto va muy deprisa –repuso ella–. Descargan mis canciones, compran entradas, me ofrecen conciertos. La semana pasada me siguió un motorista hasta mi hotel en Chicago. Fue terrorífico.

–¿Estabas sola? –preguntó Troy.

–Iba con los músicos que tocan conmigo –repuso ella. Lo miró. Sus ojos azules eran grandes y su rostro parecía pálido y delicado–. ¿Crees que podría quedarme unos días contigo? Esto es muy seguro y en mi apartamento me cuesta mucho dormir.

–¿Aquí?

–Solo unos días –repitió ella, esperanzada.

Troy deseaba negarse. Buscó en su mente el mejor modo de hacerlo.

Eran hijos del mismo padre, pero este había muerto años atrás. Y la madre de Kassidy era una mujer excéntrica que vivía con un escultor hippie en las montañas de Oregón.

A todos los efectos, él era el único pariente de la chica. Desde luego, el único sensato. No podía rechazarla.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó.

Ella sonrió y se bajó del taburete.

–Eres el mejor.

Lo abrazó con fuerza.

–Gracias, hermano.

Troy sintió una sensación cálida en el corazón.

–De nada –contestó.

Ella se apartó.

–Te encantará Drake.

–Un momento. ¿Vas a traer un novio aquí?

–Drake no es mi novio –respondió ella, con ojos todavía brillantes de alegría–. Es mi hijo.

Mila Stern tenía una misión.

A veces parecía

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