Los presidentes españoles: Idiología y personalidad, las claves del liderazgo político
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Con una gran dosis de objetividad, José Luis Álvarez explica el auge y la caída de los gobiernos de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy y otras cuestiones que hoy se revelan vitales por el impacto que han tenido en la ciudadanía, por ejemplo, ¿tienen sentido de urgencia en sus reformas? ¿Son nuestros políticos visionarios o gestores? ¿Cuál es su estilo de toma de decisiones? ¿De qué colaboradores se rodean? ¿Quieren y pueden transformar el país?
Los presidentes españoles es un libro de lectura imprescindible en el que encontrarás todas las herramientas que te permitirán evaluar el liderazgo presidencia en particular y político en general.
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Los presidentes españoles - José Luis Álvarez
Portada
Colección Viva de LID Editorial Empresarial, S.L.
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Editorial y patrocinadores respetan íntegramente los textos de los autores, sin que ello suponga compartir lo expresado en ellos.
© José Luis Álvarez Álvarez 2014
© LID Editorial Empresarial 2014, de esta edición
EAN-ISBN13: 9788483568750
Directora editorial: Jeanne Bracken
Editora de la colección: Laura Madrigal
Edición: Maite Rodríguez Jáñez
Realización ePub: produccioneditorial.com
Diseño de portada: El Laboratorio
Primera edición: marzo de 2014
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A mis padres
Índice
Los presidentes españoles
Portada
Portada interior
Créditos
Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción
1. Relevancia de los presidentes del Gobierno
2. Plan del texto
01. El liderazgo presidencial y sus indicadores
1. Éxito electoral
2. Grandeza histórica
3. Liderazgo transaccional y transformacional
4. Conclusiones
02. Competencias de liderazgo presidencial
1. Roles y competencias directivas de los líderes políticos
2. Conocimientos, habilidades y actitudes de los presidentes de Gobierno
2.1. Conocimientos formales
2.2. Habilidades
2.3. Actitudes
3. Conclusiones
03. Perfil psicológico y resultados presidenciales
1. Las «5 grandes» y el comportamiento político
2. Otras dimensiones psicológicas generales
3. Los capacitadores psicológicos de la acción política
3.1. Automonitoreo
4. Maquiavelismo
5. Energía y afectividad de los presidentes españoles
6. Conclusiones
04. Los presidentes y el test desigual del liderazgo
1. Contingencias y ciclos políticos
2. Contingencias presidenciales y políticas en España
3. Conclusión
Conclusiones
1. Triunfo y fracaso de los presidentes españoles
2. Contexto frente a personalidad en la presidencia del Gobierno español
3. La sucesión como indicador del liderazgo presidencial español
4. El futuro del liderazgo presidencial
Notas
Bibliografía
José Luis Álvarez
Contraportada
Agradecimientos
Este libro no se hubiera podido realizar sin mucha ayuda y prolongada paciencia de colegas y amigos, así como de testigos, estudiosos, comentaristas y, en algunos casos, actores de la política española, con los que he mantenido conversaciones, más o menos formalizadas, sobre el tema o han respondido a mis cuestiones personalmente o por escrito. Sobre ello elaboro en el apéndice metodológico disponible en www.joseluisalvarez.com.
En un ambiente tan cargado como la política española es complicado realizar agradecimientos públicos cuando se opina, a veces críticamente, sobre los máximos dirigentes políticos del país. Aunque todo lo que aquí escribo es de mi exclusiva responsabilidad, y algunos de mis corresponsales están en desacuerdo, en ocasiones sustancial, con algunos o muchos de mis argumentos, reflexiones y juicios, incluirlos en mis agradecimientos puede provocar incomodidad en ellos o, más inquietante, en sus correligionarios. Mi agradecimiento a aquellos que están en política será, por tanto, formulado discreta y personalmente, pero es intenso y justo.
Sí que debo reconocer públicamente el apoyo académico y la amistad personal de C. Mazza (Universidad Luiss, Roma) y S. Svejenova Velikova (Copenhagen Business School), queridos colegas y amigos. Y los consejos de J. Bonache (Universidad Carlos III, Madrid); gran metodólogo, de haber tenido tiempo para seguir sus sugerencias este trabajo sería mucho más robusto. Como así también sería si hubiera tenido tiempo de seguir los consejos de dos grandes conocedores del tema: J. M. de Areilza y A. Gutiérrez Rubí que me insistieron en la necesidad de estudiar en detalle el trabajo internacional de los presidentes. Un reto que dejo para otros[1].
Mucho del estímulo para mantener la tensión y reflexión sobre cuestiones políticas se la debo a la oportunidad de colaborar regularmente en los últimos años en dos grandísimos rotativos, El País y La Vanguardia.
La parte inicial de este trabajo se ha realizado mientras pertenecía al claustro de ESADE. Durante ese tiempo los directores generales —C. Losada y E. Bieto— y los dos decanos de la escuela de negocios —X. Mendoza y A. Sauquet— que he tenido han sido muy gentiles al aligerar mi carga docente para poder invertir mi tiempo en este y otros trabajos de investigación. Gracias también a Àngel Castiñeira, director de la Cátedra de Liderazgos de ESADE, por invitarme a las jornadas anuales que sobre liderazgo organiza el centro y que me han permitido observar de cerca, y admirar, a algunos de los más distinguidos políticos españoles y catalanes.
INSEAD, con campus en Fontainebleau y Singapur, mi actual afiliación académica, me ha permitido explorar, tanto actualmente como durante la década en que he sido profesor visitante en el MBA y en sus programas ejecutivos más senior, la enseñanza del liderazgo, incluyendo sus dimensiones más políticas. Es difícil encontrar un entorno profesional más acogedor, intelectualmente retador y cosmopolita que el de INSEAD.
Mi reconocimiento también debe dirigirse a los excelentes, competentes y ágiles profesionales y responsables de LID Editorial, en este ya mi segundo libro con ellos.
Finalmente, mi agradecimiento a la exigente paciencia de mi familia, a Jackie, Camila y Adrián. Sin ella este hubiera sido un proyecto inacabable.
El libro se lo dedico a mis padres. Es imposible compensar la suerte que he tenido con ellos.
Introducción
«Si existe una única motivación común a todos los presidentes, esta no es la popularidad ni el hecho mismo de gobernar. Es el liderazgo. Por encima de cualquier otra cosa, el público quiere que los presidentes sean líderes fuertes, y los presidentes saben que su éxito como tales, junto con su lugar en la historia, depende del grado en que ciudadanos, élites políticas, académicos y periodistas los perciban satisfaciendo tan elevada expectativa».
Moe y Wilson (1994, pág. 11)
«Y porque los tiempos cambian a menudo, universal y particularmente, mientras que los hombres no cambian su fantasía o modo de proceder, sucede que cada uno tiene tiempos de buena fortuna y tiempos tristes… Teniendo los hombres la vista corta y no pudiendo mandar sobre su propia naturaleza se entiende que la fortuna cambia y manda sobre los hombres y los tiene bajo su juego».
Maquiavelo, citado en Pocock (1975, pág. 97)
Pocos son los artículos y trabajos sobre la situación actual mundial, europea y española que no acaben manifestando la necesidad de más y mejor liderazgo, a ejercer por las élites nacionales o globales, o por la clase política en general, o por sus líderes políticos, principalmente los presidentes del Gobierno. Incluso estos últimos —sobre todo cuando ya no están en el poder— proclaman esta exigencia de liderazgo. Por ejemplo, José María Aznar, con motivo de la crisis económica reclamó un liderazgo fuerte, con líderes y no con «personajillos», refiriéndose a José Luis Rodríguez Zapatero, entonces presidente e, incluso, de manera implícita, al mismo Mariano Rajoy, su sucesor en la dirección del PP, designado por él mismo para liderar su partido político. Otro ejemplo es el de Felipe González que pidió a José Luis Rodríguez Zapatero una mayor reacción contra la crisis pocos días antes de las elecciones al Parlamento Europeo de la primavera de 2009 o cuando manifestó que Alfredo Pérez Rubalcaba, a pesar de ser, según él, la cabeza mejor amueblada de España, tenía un problema de liderazgo.
Con independencia de las posibles intenciones políticas y nostalgias personales de ambos ex primeros mandatarios[1], la reflexión sobre liderazgo político es especialmente oportuna en un contexto de crisis económica, social y política, incluso institucional, de largo recorrido.
Muchos de los incontables libros sobre el liderazgo, sea cual sea su ámbito, público o privado, empiezan constatando sus innumerables definiciones y la insatisfacción última que todas producen. No es mi propósito en este libro añadir una nueva a las ya existentes, o contribuir con una precisión marginal más.
Sin embargo, puede ser útil para el lector contar de salida con una conceptualización de liderazgo político y presidencial, para tenerla presente a medida que avance en la lectura del libro, la cual irá facilitando elementos y precisiones a la definición. Definir liderazgo presidencial no es un reto baladí, como tampoco lo es su medición —esto último, seguramente, mucho más difícil, cuando no imposible o indeseable—. Estas dificultades no son sustancialmente distintas de las que se experimentan al explicar y medir el liderazgo de directivos y de empresarios[2].
Existen, no obstante, algunos consensos mayoritarios sobre liderazgo. Por ejemplo, que es más que la mera ocupación de una posición formal[3]. También, muchos estudiosos están de acuerdo en que el liderazgo implica unos resultados que van más allá del mantenimiento de lo establecido, de la mera administración de lo corriente, de la gestión de lo que es fácil, orgánico, políticamente correcto, de lo que se perpetúa a sí mismo. El liderazgo implica dificultad, fricción, modificación de lo existente, vencer resistencias (Kotter, 1990). Por ello no es abundante, es estadísticamente excepcional: sólo unos pocos tienen el carácter o las capacidades precisas para ejercerlo (lo que en páginas posteriores denomino «la hipótesis personalista»); o sólo raramente tiene lugar la configuración de estructuras o alineación de variables contextuales o institucionales que permitan una transformación de lo ya existente (lo que llamaré «la hipótesis impersonalista»). Por tanto, por la excepcionalidad del liderazgo, quizá pocos o muy pocos presidentes españoles merecerán el adjetivo de líderes en su acepción más exigente, posiblemente incluso ninguno. También, quizá menos reconocido, el liderazgo implica no sólo el señalamiento de retos —inspirar fines, visionar «qués», el futuro—, también es esencial al mismo proporcionar apoyo y soporte para la consecución de los objetivos —los medios, los «cómos»—. La sucinta definición de liderazgo por Robert Caro, autor de la mejor biografía presidencial jamás escrita, sobre Lyndon B. Johnson, por su explícita afirmación tanto de medios como de fines, es una espléndida referencia para tener en cuenta a medida que avancemos en la discusión del liderazgo presidencial español: «liderazgo es obtener grandes recursos para conseguir grandes objetivos».
Como veremos, la presidencia del Gobierno español ha sido la plataforma más importante para ejercer el liderazgo político en nuestra sociedad, tal y como reflejan las dos citas que encabezan esta introducción y que capturan los argumentos principales de este libro sobre el liderazgo político máximo en un país.
Primero, la necesidad que tienen las colectividades de percibir a sus dirigentes políticos como líderes fuertes, competentes y honrados. Esta demanda comunitaria de liderazgo es una pulsión atávica, resto de un pasado tribal. Segundo, la imposibilidad de los dirigentes de estar a la altura de los requisitos del liderazgo, de las expectativas de los ciudadanos, ya que, como bien sabía Maquiavelo, las circunstancias, la suerte y las necesidades cambian más frecuente, sustancial y rápidamente de lo que pueden adaptarse a ellas los seres humanos, incluso los mejores, aquellos que pueden aspirar al liderazgo.
Salvo instancias episódicas, el liderazgo personalista es una ilusión, una fantasía, tanto por parte de aquellos que pretenden ser líderes como por seguidores o ciudadanos, que acaba siempre en desengaño —así ha sido también en España en relación con sus presidentes del Gobierno—. Por ello, como ocurre casi siempre con las historias de poder, hasta ahora todas las historias presidenciales españolas han acabado mal. Este libro es el relato y la explicación de estos fracasos finales de los presidentes españoles y, a la vez, la interpretación del desencanto colectivo en la política que generan.
Además, el ciudadano–lector podrá encontrar en este libro herramientas que le permitirán evaluar el liderazgo presidencia en particular y político en general de manera objetiva y rigurosa. Por ejemplo, entre otros aspectos, trabajaremos ¿cuán transformacionales o transaccionales son nuestros presidentes[4]? ¿Tienen sentido de urgencia en sus reformas? ¿Son incrementales o rupturistas? ¿Visionarios o gestores? ¿Cómo articulan la relación fines y medios? ¿Cómo se relacionan con los demás actores políticos? ¿Cómo usan sus capacidades de comunicación? ¿Cuál es su estilo de toma de decisiones? ¿De qué colaboradores se rodean? ¿Cómo organizan el equipo político de Moncloa, nuestra West Wing[5]? ¿Qué relación tienen con su equipo? ¿De qué tipo de estímulos les hace partícipes?, etc. Estas cuestiones son el objeto de atención preferencial de este libro pionero.
1. Relevancia de los presidentes del Gobierno
La presidencia del Gobierno de España ha sido, y es, aunque disminuida, en la todavía corta historia democrática española, la sede de poder más importante de nuestro sistema político. Aunque la Constitución pretende un régimen parlamentario no presidencialista, la práctica de la democracia española refleja la preeminencia del presidente del Gobierno, más allá de lo que podía deducirse de la división de poderes establecida formalmente.
Según el Título IV de la Constitución, el presidente dirige y coordina el Gobierno, ejerce las funciones de nombramiento y cese de los ministros, de mando en las deliberaciones del ejecutivo, de disolución de las cámaras y de proposición de una moción de confianza. Pero el poder de los presidentes del Gobierno no deriva sólo o siquiera principalmente de la legislación. En el sistema de partidos español y la dinámica política desde 1978, el presidente del Gobierno es también el máximo dirigente de su partido. Es más, un político puede llegar a presidente del Gobierno porque previamente es el líder de su agrupación partidista[6]. Y será más poderoso en su papel de presidente del Gobierno, y su influencia mayor como dirigente superordinado de su partido y, por tanto, en la dinámica política del país, cuantas más elecciones gane. Se produce, por tanto, un reforzamiento mutuo del liderazgo político partidista y de la figura del presidente del Gobierno, que se establece como el órgano clave en la orientación y dirección política del Estado.
La acumulación de poder en el presidente del Gobierno es un ejemplo claro de las teorías clásicas sobre liderazgo partidista desarrolladas por el gran sociólogo alemán Robert Michels en su estudio del partido socialdemócrata alemán de principios del siglo XX, que hizo famosa la siguiente conclusión: «organización implica oligarquía»[7]. Es decir, los retos de la gestión de una organización compleja como son los partidos políticos y la concentración de las competencias precisas para su liderazgo en unos pocos hace que un partido político no pueda ser una democracia participativa[8]. El mismo razonamiento vale para las organizaciones económicas complejas. Para ser precisos, en el caso de los partidos políticos españoles se trata menos de una oligarquía —dominio por un grupo pequeño— que de un hiperliderazgo individual. Lo que convierte las oligarquías partidistas tradicionales, de naturaleza grupal, en hiperliderazgo personal es el papel de los medios de comunicación, en especial la televisión, que personaliza la política a extremos inimaginables para Michels a principios del siglo pasado. Como dicen los politólogos, la televisión significó para la política lo que la pólvora para la guerra.
Nuestros presidentes del Gobierno son, en términos de la división de poderes interna y descontando la importancia relativa de los países, comparativamente más poderosos que los de Estados Unidos, similares en influencia a los de Italia, Alemania y Reino Unido, aunque menos poderosos que los franceses. Esto es así porque, a diferencia de los presidentes norteamericanos, que son agentes políticos autónomos cuya vinculación partidista es tenue y nominal, los presidentes españoles comandan tanto el poder ejecutivo como el legislativo, este último a través de su partido y la correspondiente mayoría parlamentaria. Incluso influyen en el poder judicial a través de las cuotas de elección parlamentaria del Consejo General del Poder Judicial. Sin embargo, son menos poderosos que los presidentes franceses que son, primero, jefe de Estado, con el plus de poder simbólico e institucional del que carecen los presidentes españoles, ejercido sobre todo a través de la función de comunicación; además, aunque cuenten con un primer ministro, presiden directamente el consejo de ministros (el primer ministro francés es, de hecho, un vice primer ministro); y, tercero, son jefes de su partido político, por tanto, dominan también el poder legislativo, salvo períodos de cohabitación. Tienen, por tanto, una enorme concentración de poder. Quizá la más adecuada para una democracia moderna, donde los Estados–Nación se están, poco a poco, convirtiendo en meras circunscripciones electorales de la Unión Europea.
Tras la Transición, la dinámica de acumulación de poder en el líder del partido gobernante, de tránsito al hiperliderazgo, ha sido básicamente la siguiente: en su carrera y ascenso al liderazgo presidencial, los políticos españoles son extremadamente dependientes de sus partidos, en especial de la dirigencia de los mismos, de sus todavía superiores. Son apparatchiks sin capital político propio —no lo tienen principalmente porque las listas electorales son cerradas— que avanzan en sus carreras gracias a su perfil bajo, obediencia, lealtad a la nomenklatura, al aparato o al hiperlíder en caso de que el partido ostente el Gobierno. Sin embargo, una vez alcanzada la secretaría general o presidencia de la organización, elegidos candidatos y ganadas las elecciones (nunca más allá del tercer intento —como González, Aznar, Rajoy y, en Cataluña, Mas—, trienio que parece ser el límite temporal de paciencia de los partidos con sus cabezas de lista[9]), todo el poder fluye hacia ellos de forma rápida y exclusiva, se concentra en su persona, convirtiéndose en hiperlíderes personalistas, capaces de rodearse de su propia obediente oligarquía a través de la cual controlarán el partido. No hay liderazgo compartido en la política española.
El problema que se deriva de estos perfiles de carrera política para la calidad presidencial en España, y para la propia democracia, es que el aprendizaje y desarrollo del liderazgo, especialmente el más transformador (ver sobre este concepto el capítulo 1), difícilmente se puede derivar de una experiencia vital de apparatchick partidista, como ha sido —y seguramente seguirá siendo— la de todos los presidentes del Gobierno españoles después de Aznar[10].
Durante la reforma política los que acabaron siendo presidentes fueron emprendedores políticos: Adolfo Suárez construyó la UCD; Felipe González ganó la marca socialista en dura competencia con el PSOE Histórico de Rodolfo Llopis y el PSP de Enrique Tierno Galván; Aznar, de hecho, refundó el PP tras la larga serie de derrotas de Manuel Fraga y Antonio Hernández Mancha; y,