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Operación redes (regreso al desierto del Sahara): Regreso al desierto del Sahara
Operación redes (regreso al desierto del Sahara): Regreso al desierto del Sahara
Operación redes (regreso al desierto del Sahara): Regreso al desierto del Sahara
Libro electrónico335 páginas5 horas

Operación redes (regreso al desierto del Sahara): Regreso al desierto del Sahara

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La mayor amenaza mundial Occidente hoy día: una invasión yihaidista. Cómo comenzará en Ceuta y Melilla, la frontera sur de Europa, y cómo se enfrentará a ella el gobierno español y la comunidad internacional. Basada en hechos y personajes reales.

La trama de Operación REDES transcurre durante dos etapas de la vida del militar español Pedro Gil.

Durante la primera es un joven teniente de la legión destinado en el Sahara español en la época inmediatamente previa a la evacuación del territorio por España en 1975 y en los momentos posteriores a la misma cuando, una vez efectuada, permanece en la zona como agente encubierto para informar de la actitud del nuevo administrador del territorio, Marruecos, con la población autóctona saharaui.

Durante la segunda etapa, siendo ya coronel destinado en el centro nacional de inteligencia (CNI) que ha caído en desgracia después de descubrirse un turbioa sunto sobre escuchas telefónicas, en la que organiza, de forma no oficial, un plan para sabotear un importante material militar marroquí y que se activa cuando el país alauita, presionado por los grupos yihadistas y del Daesh (Acrónimo del Estado Islámico en árabe), organiza una nueva Marcha Verde para ocupar las ciudades de Ceuta y Melilla similar a la que hizo hace cuarenta años en el Sahara español.

La acción, que está basada en hechos y personajes reales a los que se les han cambiado sus nombres verdaderos, saca la luz pública algunas circunstancias de la historia reciente y de la realidad política actual española que son desconocidas por la sociedad y, en especial:

-Los verdaderos motivos de la evacuación del Sahara español en 1975.

-La represión posterior sufrida por una parte de la población saharaui.

-El entramado de los intereses de la industria militar de armamento.

-La actitud del gabinete de crisis del gobierno español, y de su presidente, ante un problema grave dedefensa nacional.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento28 jul 2016
ISBN9788491126553
Operación redes (regreso al desierto del Sahara): Regreso al desierto del Sahara
Autor

Francisco Javier Membrillo Becerra

Francisco Javier Membrillo Becerra (La Línea de la concepción, Cádiz, 1950) es coronel de caballería, retirado del Ejército español. Durante su carrera militar en activo, ha estado destinado en unidades de la Fuerza, entre ellas la Legión, en el antiguo Sahara español, durante el periodo de la Marcha Verde marroquí y, posteriormente, en diversos órganos y unidades de logística, entre ellos, el ejercido como responsable de dicha actividad para las unidades españolas desplegadas en Bosnia y Herzegovina y como representante del Ejército español en la factoría española de una gran multinacional norteamericana fabricante de material militar. Es autor de Operación REDES (Regreso al desierto del Sahara).

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    Operación redes (regreso al desierto del Sahara) - Francisco Javier Membrillo Becerra

    Prologo

    Francisco Javier Membrillo ha escrito, no una novela de acción e intriga, sino una verdadera novela histórica. Una novela que, posiblemente, no guste a muchos, pero guste a aquellos que buscan la verdad, pero ya se sabe que la verdad no gusta.

    Francamente me ha sorprendido, ya que casi estaba empezando a retirar de mi memoria aquellos hechos. Me he sentido transportado a las arenas del desierto, y he vuelto a recordar aquellos días en los que protagonizamos, sin saberlo, una mentira histórica más. Efectivamente todo sucedió así, como lo cuenta Francisco Javier. Y los hechos posteriores, más recientes, son desgraciadamente también así.

    Los hechos que se narran podrían motivar la apertura de sendas investigaciones. Desgraciadamente la mayoría de los representados en ellos, ya han desaparecido, y los que aún rondamos por aquí, posiblemente no duraremos mucho tampoco.

    La obra de Francisco Javier, Paquillo, como yo siempre le llamo con cariño, quedará ahí, y quizás generaciones venideras tengan un día la curiosidad de ahondar en el tema, y saber que ocurrió detrás de una aparente retirada pactada de un territorio que tenía consideración de provincia española, y que dejó de serlo sin que nadie pidiese a los españoles su opinión.

    Los hechos posteriores, en torno a cómo se decidió la privatización de la principal industria de defensa terrestre española a favor de una nación extranjera, no se han explicado nunca, aunque cuando otra nación estuvo a punto de adquirir una de las principales empresas eléctricas nacionales, entonces sí se desataron todas las furias y el hecho no se consumó.

    Les animo a que lean lo que ha escrito Paquillo, les gustará, y estimulará su curiosidad, y como alguien dijo ya: lean y divulguen.

    Antonio J. Candil Muñoz,

    Teniente de la Compañía de Carros Medios del Tercio Sahariano Don Juan de Austria, III de La Legión.

    Coronel (Rt) de Infantería DEM.

    Profesor de la Universidad de Texas.

    Miembro de la Academia de Ciencias Políticas de New York.

    Austin, (Texas, USA), 2016

    Capítulo 1: El ambiente en el Sahara Español de 1975

    Se encontraba algo confuso. Podía repetirse el desastre de hacía pocos años cuando, siendo el responsable de la Unidad Operativa del CNI (Centro Nacional de Inteligencia), había perdido a siete de sus agentes, componentes de dos equipos Nacionales de Contrainteligencia, cuando sufrieron una emboscada en Irak mientras estaban efectuando su relevo en aquella ZO (Zona de Operaciones).

    Ahora, y en vísperas de que una gran masa de civiles marroquíes, a la que se le había denominado Segunda Marcha Verde y que precedía a unidades militares de dicho país, se disponían a asaltar las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla e invadir territorio español, tenía a tres agentes y dos colaboradores del Centro quienes, bajo su única responsabilidad, se hallaban en el territorio del Sahara con misión de sabotear material militar de Marruecos que se iba a incorporar a la invasión, y que se hallaban aislados y perseguidos. Y además, en idéntica circunstancias, se encontraban dos equipos de Operaciones Especiales del Ejército español que habían ido en su rescate.

    Era consciente de que había perdido la iniciativa pues no tenía elementos para manejar la situación y solo contaba con el posible apoyo que pudiese recibir del Mando Conjunto de Operaciones del Ejército, con cuyo jefe había podido percibir que tenía idéntica unidad de doctrina, por lo que, tras unos breves momentos de dudas sobre la actitud a tomar, retornó con ahínco a la tarea, aunque fuese de forma no directa sino como colaborativa, para volver a adelantarse a los acontecimiento y enderezar la situación. Pero, por unos momentos, recordó cómo había comenzado todo…….

    El aire casi sofocante de aquel día de 1975 que le había impactado en el rostro al salir del avión breves instantes antes, junto con el olor característico de los colorantes y cueros de los tenderetes de venta ambulante, y la mezcla variopinta de indumentaria del personal europeo, nativo, y militar, que transitaba por el pequeño aeropuerto del Aaiún , produjo en el teniente Pedro Gil una sensación familiar. Esa percepción le había acompañado desde su juventud en las por entonces ciudades españolas de Sidi Ifni en la provincia de Ifni y la de Bata en Guinea, y por Melilla, donde habían transcurrido la mayor parte de los destinos de su padre, que llevaba con orgullo su pertenencia al grupo de militares a los que se les calificaban como africanistas. Y ese entorno había conducido al teniente Gil a que, en cuanto tuvo la primera oportunidad, pedir un destino en uno de los dos Tercio de la Legión de guarnición en el Sahara español, al cual se había incorporado hacia un año y medio antes y al que ahora retornaba después de realizar el curso de Operaciones Especiales (OE), llamado coloquialmente como el de guerrilleros, que le había obligado a desplazarse a la península durante el último año para su realización.

    Ya en el ruidoso taxi Peugeot que lo trasladaba al cuartel de Sidi Buya recordó con casi total precisión, a pesar de haber recorrido el mismo trayecto solo en dos ocasiones, las escasas edificaciones e instalaciones situadas a ambos lados de la carretera que unía la terminal aérea con la ciudad y las calles y comercios del recinto urbano por las que el vehículo circuló a una velocidad excesiva mientras las atravesaba, hasta tomar la carretera que seguía la dirección norte y, tras cruzar el cauce seco de la Saguia el Hamra, alcanzar el acuartelamiento principal de Tercio de La Legión a donde se dirigía.

    Nunca supo la razón por la que tenía esa facilidad intuitiva para la orientación. Dicha cualidad le había facilitado en gran medida a que, durante los escasos seis meses previos que había estado en el Sahara, el poder realizar patrullas de forma autónoma por el desierto y a ser elegido para ir en vanguardia de su Compañía cuando era dicha Unidad al completo la que salía de patrulla. Y es que, a pesar de que no había carreteras ni obstáculos naturales que sirviesen de referencias para conocer la situación geográfica, con el solo apoyo de su brújula, el cuentakilómetros de su vehículo, el reloj, la posición del sol durante el día y el reconocimiento de la constelación de la Cruz del Sur por la noche en el inmaculado y asombroso cielo sahariano, era raro que no llegase con éxito y directamente a su destino, aunque estuviese a cientos de kilómetros.

    Era cierto que muchas veces había dudado sobre el lugar exacto en que se encontraba, pues tal como un dicho local decía "el que no se ha perdido en el desierto ni se ha caído de un camello es que ni ha estado en el desierto ni se ha montado en uno"; pero esas dudas eran momentáneas y, hasta el presente, había salido con éxito de todas las situaciones comprometidas que se le habían presentado.

    En una ocasión le preguntó al leal , experimentado y magnífico tirador cabo saharaui de la Policía Territorial¹ Brahim porqué él nunca se perdía en el desierto a pesar de servirse sólo por la intuición y pequeños detalles de la vegetación, consistencia de la arena, atmósfera, olor etc., que para los europeos pasaban desapercibidos, a lo que le contestó:

    —¿Tú te pierdes en Las Palmas, tininte?

    —Yo no— le contestó.

    —Pues yo fui una vez a Las Palmas y me perdí, pero aquí no me pierdo—, dando entender que esa aptitud se trae ya desde el nacimiento y la práctica, razones que no encajaban en el caso de Pedro Gil que se manejaba bien en el ambiente urbano y se defendía aceptablemente en el desértico. Un misterio, creía, o casualidad o suerte…o don.

    La proximidad y contacto con Brahim le venía de una ocasión en que recibió la misión de corroborar la información sobre la presencia de una patrulla sospechosa y sin identificar que, al parecer, se había introducido en el territorio a través de la larga y despoblada frontera de la vecina Mauritania a la altura de Tifariti, para lo cual le habían agregado al cabo nativo como ayuda a la búsqueda.

    Brahim , para la realización de su cometido, actuaba al igual que los indios que tan a menudo se ven en las películas de Hollywood, ya que era capaz de rastrear las señales del paso de vehículos, camellos y personas que dejaban en la arena, dunas y numerosas zonas pedregosas del terreno, y discriminar cuáles de ellas correspondían a individuos sospechosos debido a que sus movimientos los realizaban por la noche para evitar ser descubiertos, su número, y cuánto tiempo hacía que habían pasado por el lugar .

    El secreto para llegar a esas conclusiones radicaba, según le enseñó al teniente, a que sus huellas indicaban que los vehículos y camellos en que se trasladaban, o ellos mismos si marchaban a pie, se topaban de frente y de improviso con los numerosos y pequeños montículos de arena, lo que indicaba que se trasladaban por la noche pues no los veían hasta chocar con ellos ,ya que si lo hiciesen por el día no los embestirían de frente sino que los evitarían mediante movimientos sinuosos. Si además el rumbo que tomaban las huellas apuntaba a que no era el naturalmente empleado para llegar a algún núcleo urbano, pozo, etc., ello hacía suponer que los indicios pertenecían a personas que no querían que se descubriese su presencia y por lo tanto sospechosas. Su número se deducía al seguirlas hasta el lugar donde hubiesen abarracados, o sea, vivaqueados, y contar el número de huecos que habían dejado sus cuerpos en la arena al dormir. Y el tiempo de paso se calculaba por el estado de sequedad de algunos de los matorrales que habían quebrado al paso de los vehículos, camellos o personas y que ya no crecían. Simple racionamiento pero inédito para los europeos.

    Ya estaba anocheciendo cuando llegó a Sidi Buya, donde se acuartelaba el grueso de su Unidad². La otra Bandera del Tercio, en la que él se encontraba destinado, se ubicaba en la ciudad de Smara³ y a la que pensaba trasladarse en cuanto consiguiese un medio de transporte militar que lo llevase a ella, ya que no existía ninguna línea regular de comunicación que uniese ambas ciudades.

    Después de reservar un alojamiento en la espartana residencia militar del cuartel, de dejar para el día siguiente la ducha con el agua salitrosa de la misma ya que a esa hora había finalizado el corto plazo de tiempo del suministro de agua caliente, se apresuró a dirigirse al comedor donde, no sin dificultad pues no tenían previsto su plaza a la hora de la confección, consiguió que le sirvieran la cena.

    Aunque muchas de las caras de los oficiales de servicio que se encontraban allí le eran familiares y que varios de ellos le saludaron, se sentó en la mesa donde se encontraba el teniente Antonio Villar, con el que había coincidido en la Academia de Zaragoza y en la de Toledo, y al que acompañaba el también teniente Juan Domínguez que no conocía.

    Era Antonio Villar una persona singular, con gran personalidad, se había educado en un colegio suizo por lo que ya dominaba el francés y el alemán y, una vez que había iniciado con éxito los estudios de ingeniería aeronáutica, le picó el gusanillo de la milicia y los carros de combate y cambió su rumbo y su futuro. Estaba destinado en la Compañía Bakalí, única Unidad acorazada del Tercio⁴.

    Dicha Compañía formaba una unidad tipo Batallón junto con otras dos Compañías de carros americanos⁵, fiables y robustos, pertenecientes al Regimiento Alcázar de Toledo de Madrid y que se habían trasladados al Sahara como Unidad expedicionaria con carácter temporal debido a la situación prebélica del último año.

    El teniente Juan Domínguez era más moderno⁶ que Pedro Gil, se había incorporado en el último año al Grupo Ligero de Caballería del Tercio, Unidad dotada con autoametralladoras⁷.

    Domínguez también acababa de llegar desde la península aquella tarde y entonces le comunicaron que a su Escuadrón le habían dado la orden de salida esa misma mañana con carácter inmediato hacia El Farsía, una zona pedregosa a medio camino entre los Destacamentos de Echdeiría y Mahbes, al NE del territorio. Había llegado al territorio en barco después de realizar una comisión de servicio. Consintió ésta en desplazarse, junto con un equipo de otros 10 legionarios, a los Centros de Instrucción de Reclutas de Córdoba, a donde se incorporaban un gran número de soldados peninsulares para hacer su formación militar inicial. El motivo era el de captar un cupo de 120 reclutas de reemplazo que voluntariamente deseasen hacer su servicio militar en alguno de los dos Tercios Legionarios Sahariano — el del Aaiún y el que se ubicaba en la zona sur del territorio, en la ciudad de Villa Cisneros—y que completasen el cupo anual de la plantilla de soldados profesionales de la Legión.

    No tardaron, tanto Gil como Domínguez, nada más sentarse en la mesa para que, casi al unísono, preguntarles a Villar cómo estaba la situación pues habían notado mucha inquietud en el ambiente , ya que Gil hacia un año que estaba fuera del territorio y solo recibía noticias a través de los periódicos, y Domínguez, que también llevaba fuera tres semanas, aquella tarde/noche la había pasado con los trámites administrativos que requerían la entrega del personal de nueva captación que traía.

    Pues que han secuestrado una patrulla de Nómadas⁸ — les dijo de sopetón y tan directamente y sin tapujos como solía hablar Antonio Villar.

    —¿De dónde eran?, ¿Quién la mandaba?, ¿Hay bajas?, ¿Cómo ha sido?, ¿Cómo ha ocurrido? — les asaetaban a preguntas.

    No sé mucho, solo que esta mañana se ha conocido que desde hace dos días no se tiene contacto por radio con una patrulla de Smara que se encontraba en la zona Tifariti, que han salido helicópteros en su busca por la zona de Angala y a tu escuadrón, Juan, lo han mandado a toda leche hacia El Farsía con misión de socorrer a los destacamentos de Echdería y Mahbes en caso de ataque a los mismos, que se presume que ocurra. La patrulla de Nómadas, a bordo de siete vehículos, llevaba dos tenientes ya que uno de ellos era recién incorporado al territorio e iba como adjunto al titular para familiarizarse con la unidad, un sargento y cinco soldados españoles. El resto de sus componentes eran nativos y varios de ellos pertenecientes a las cuartas patrullas que, como sabéis, a diferencia de los veteranos, ni conocen el desierto porque se han criado en la ciudad y son pocos fiables porque están contaminados por las ideas independentistas del FPOLISARIO. Se supone que lo que ha ocurrido es que los nativos, que eran mayoría en la Patrulla, se han sublevado, han capturado a los españoles y probablemente se dirijan hacia Argelia que es donde se les da cobijo.

    —¡Cabrones¡—dijo Domínguez.—¡Hijos de puta¡ —dijo Gil, al enterarse de la autoría de los responsables de la sublevación y de los nombres de los tenientes que iban en las patrullas.

    Y es que aunque a ambos de los tenientes secuestrados los conocían por coincidir con ellos en la Academia General Militar de Zaragoza o por la de Toledo , Domínguez era amigo de uno desde su época colegial, conocía a su familia y admiraba a su padre, militar también, hombre de profundas convicciones religiosas y con una sabiduría y un gracejo en su hablar andaluz/gaditano que le parecía una mezcla de Séneca y Pemán, y Gil porque desde hacía algo más de una año que no había noche en que no recordase a un sargento de su Sección que había muerto en un enfrentamiento con el FPOLISARIO.

    —¡Pero si ya España ha anunciado en la ONU que organizará un referéndum entre los habitantes autóctonos de Sahara para que se pronuncien y elijan sobre su autodeterminación¡. ¿No es lo que quieren?—remachó Gil.

    Como seguían increpando en voz alta llamando la atención al resto de los comensales, Antonio Villar cambió de tema de conversación para apaciguar los ánimos tan exaltados.

    Y durante tu captación en Córdoba, Juan, ¿qué grado de aceptación tenía para el soldado de reemplazo peninsular el querer venir, y precisamente en estos momentos de peligro, aquí?

    Mucha. Yo les dada una charla a cada Batallón de reclutas —le contestó Juan Domínguez— y les presentaba el hecho como una oportunidad de aventuras y única en su vida, y que era una ocasión para aprovecharla.

    ¿Y….?— le insinuaba para que siguiera.

    —Pues aunque había 10 Batallones , cuando iba por el 3º o el 4º ya tenía cubierto el cupo, así que ello me permitía hacer una selección entre los aspirantes — le contestó —, el problema venía después.

    Resulta —prosiguió— , que una vez seleccionados firmaban un compromiso y pasaban administrativamente a formar parte de la Legión y, a continuación, se les daba unos días de permiso para que se despidiesen de sus familias hasta que, en función del día de salida del barco—en Algeciras o Cádiz—, se les citaba nuevamente en Córdoba para coger el tren hasta el puerto y entonces se me presentaron los 120 reclutas más sus 120 madres , 120 padres , 120 novias , 120 primos, ,etc., etc., para convencerme de que revocase el compromiso de su hijo, novio, primo, etc. Un problema que lo solventé como pude ya que, como había remitido previamente la documentación de la obligación contraída y con un pie en el tren, no se podía anular la medida adoptada máxime si, como era el caso, ninguno de los afectados se retractaron de su decisión.

    —¿Y cómo se les trasladaba desde la Península hasta aquí? —le preguntó Villar.

    Pues —continuó Domínguez— en barco de línea regular de la Compañía Transmediterránea, de lujo hasta Las Palmas y normalito para el trayecto desde la isla hasta Cabeza de Playa en el Aaiún. En el primero de ellos tuve un pequeño problema que, afortunadamente, se resolvió por sí solo.

    Consistió— siguió con el relato— que había reservado los pasajes y los billetes con bastante anterioridad y, todavía en Córdoba, me llamaron telefónicamente de la Compañía Transmediterránea—no sé cómo me localizaron— y me dijeron que el buque asignado para ese viaje era el novísimo J. J. Sister, crucero de lujo que, aunque ya había realizado el trayecto varias veces, en esa ocasión se iba a celebrar la inauguración oficial del mismo. Por dicho motivo parte del pasaje estaría ocupado por autoridades nacionales y de la Compañía, por lo que me proponían cambiar las fechas de mi viaje para otra ocasión , naturalmente dándome mejores condiciones de alojamiento, ya que las plazas que yo había reservado las necesitaban para la numerosa escolta y conductores que acompañaría a las autoridades. Lógicamente me negué en redondo ya que, les dije, yo tenía unos apoyos previstos y concedidos para toda la expedición tanto en Cádiz como en Las Palmas que no podía modificarlos salvo fuerza mayor y que ello me tendría que ser ordenado por la autoridad militar correspondiente. Me dijo—el representante de la Cía. Transmediterránea— , con educación pero con cierta seriedad que noté en su voz, que probablemente éste fuese un caso de fuerza mayor y que se dirigirían a mis superiores. No recibí ninguna comunicación al respecto y, ya en el barco, me enteré de lo que había ocurrido.

    Resulta que la máxima autoridad que tenía previsto ir en el viaje inaugural era la esposa del Jefe del Estado que iría acompañada, además, por varios Ministros, el presidente de la Cía. Transmediterránea y un numeroso séquito, y cuando los organizadores del mismo se percataron de que en el barco, y durante dos días y medio, compartirían el tan pequeño recinto con más de cien legionarios, se echaron a temblar. Casualmente el estado de salud del Jefe del Estado se complicó durante esas fechas, la inauguración oficial se pospuso pues su esposa anuló su presencia y el viaje, ya sin autoridades, tuvo un carácter normal.

    —¿Y cómo controlabas a la expedición durante su estancia en el barco? — le preguntó en esta esa ocasión Gil.

    Muy fácilmente. Los soldados habían devuelto sus uniformes en la Unidad de Córdoba ya que en La Legión recibirían otros más específicos, así que iban de paisano y, aunque el contramaestre del barco me propuso—para mayor comodidad de los soldados, según decía— que para efectuar las comidas y otras actividades fuesen conducidos todos juntos, yo les daba a cada uno de ellos, en la escalerilla de acceso al barco , su pasaje, y los recogía ,en el muelle de destino a la llegada al puerto, así que durante el trayecto se alojaban, comían y hacían uso de las instalaciones como si fuesen turistas.

    Ya en la barra del bar, a donde se habían dirigido después de cenar para tomar café, Domínguez le preguntó a Gil.

    —¿Y qué tal te ha ido ti, Pedro, por Jaca con el curso, pues tengo entendido que es muy duro?

    Sí que lo es, pero no tanto en el aspecto físico pues ya las pruebas de selección que someten a los aspirantes descartan a los que no superan un alto nivel de preparación, sino en la faceta psicológica.

    — A ver, a ver, explícame eso— insistió Domínguez.

    Pues porque durante el entrenamiento te hacen pasar por situaciones en que tu mente está al borde del pánico y tienes que dominarte para poder superarlas y salir de ellas. Yo no tuve problemas en la fase de supervivencia ni en la de evasión y escape, de la que todo el mundo hablaba.

    En la primera, y durante los quince largos días con sus frías noches que tuve que pasar desplazándome por los montes de los Pirineos sin ningún tipo de herramienta, arma ni comida, pasé muchísima hambre, pues solo logré comer un conejo al que pude cazar con una trampa que improvisé, algunas plantas y raíces comestibles del bosque que nos enseñaron previamente a discriminar, y lo que conseguí una noche en que bajé, sigilosamente, a una aldea. En esta última ocasión el apetito que tenía era tal que me zampé con fruición una hermosa lechuga podrida que encontré en los contenedores de basura del núcleo urbano, aunque estaba al lado de una compresa femenina impregnada que la había contaminado.

    —¡Por favor, Pedro, que acabamos de cenar¡—le espetó Antonio Villar.

    Tampoco tuve dificultades cuando, durante la de evasión y escape, los contra guerrilleros nos capturaron, simularon que estábamos prisioneros, y nos sometieron a torturas. Nos tuvieron recluidos en un barracón dos días entero—aunque en su momento no sabíamos el tiempo que duró— atados de pie y manos y con los ojos vendados mientras nos hacían preguntas de todo tipo, nos gritaban, insultaban, empujaban etc. Aunque sabíamos que todo era simulado , lo hacían tan bien que yo llegué a pensar que era verdad cuando uno de los guardianes le dijo a otro ¡Méalo¡, y sentí que me mojaban la cara con un líquido algo salado, pegajoso y caliente que creí orina , si bien con posterioridad me enteré de que en realidad habían empleado una bebida refrescante , a la que calentaron al fuego, y llenaron con ella una bota de vino con la que se ayudaban para esparcirla sobre los prisioneros. Afortunadamente, en un momento dado nos dejaron sin custodia por lo que aprovechamos para escapar por una ventana y dirigirnos a toda velocidad, por temor a que nuevamente nos capturaran, hacia nuestra Base, aunque se encontraba a 30 kilómetros de allí.

    Entonces ¿Cuáles te fueron las más difíciles de superar?

    Me resultaron más dificultosas las de escalada, en la fase de montaña, porque no me gusta echarle un pulso a la gravedad, y las de la fase de agua.

    En ésta última, uno de los ejercicios consistía en atravesar la parte más larga de una piscina de 50, de unos tres metros de profundidad, a la que te arrojan con las manos atadas a la espalda y las piernas a la altura de los tobillos. La técnica para superar la prueba se basa en expulsar todo el aire de los pulmones para sumergirte hasta el fondo e impulsarte entonces, con los dos pies, hacia arriba y al frente, hasta alcanzar la superficie para coger una bocanada de aire y repetir la operación sucesivamente a fin de llegar al otro borde, por lo que debes dominar el peligro de ahogo que te atemoriza y conservar la serenidad y el ritmo acompasado para dosificar el aire disponible con objeto de alcanzar la

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