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Bandas callejeras
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Libro electrónico182 páginas1 hora

Bandas callejeras

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"Bandas callejeras" es una obra bien escrita e ingeniosa que lleva al lector en un viaje a través de todo el territorio nacional y define una subcultura de músicos fracasados por medio de pequeñas historias que son a veces humorísticas, a veces conmovedoras.
Este libro de relatos constituye una propuesta sólida que, con su calidad literaria y atrevida estructura, plantea nuevas posibilidades para la literatura costarricense en general y nos permite acercarnos a los jóvenes lectores en particular, en sus propios términos.
Esta obra recibió el Premio Carmen Lyra en el 2013.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2016
ISBN9789930519561
Bandas callejeras

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    Bandas callejeras - German Cabrera

    aire.

    Bandas callejeras

    Sobre doscientos grupos de garaje que nadie conocía (y similares)

    De frontera a frontera, abarcando toda la república natural de Tiquicia, miles de bandas de garaje de nulo presupuesto no emergen de los subsuelos para hacer sonar sus más variados tonos y decadentes acordes. Todo parece indicar que con las tendencias tecnológicas y confusos gustos del populacho dichas seudoagrupaciones están próximas a desaparecer.

    Grupos de rock, ska, punk, reggae, metal, grunge, thrash, ¡qué carajo!, aun de salsa, merengue, cumbia-mix. Todos y cada uno de ellos (y los demás cantautores, trovadores, cimarronas, comparsas, mariachis, tríos y orquestas) están en peligro de extinción. Acá las reseñas de algunas de las bandas menos importantes de los barrios bajos de pastos en concreto sucio.

    Chivos malogrados, disturbios en dizque ensayos, escándalos públicos, sus presentaciones, prisión, drogas, alcohol, fiestas; a veces nada porque no había plata. Demos nunca grabados, conciertos nunca hechos, canciones jamás compuestas. Giras, contratos, dólares, fama, éxito: todo eso totalmente inexistente en la vida de las más de mil personas involucradas en estas plagas de la sociedad conocidas como bandas de cocheras y sótanos.

    Sardinas del Río

    Esta banda se formó en Palmichal durante los ochenta, en un tiempo que, como ahora, no había nada que hacer en la zona. Víctor en el bajo, Gonzalo en la guitarra y pare de contar, pues nunca tuvieron percusión alguna que valiera la pena mencionar. Sobre sus canciones un familiar dijo que eran opacas, incipientes, incoloras, y un despilfarro de oído. Todos los demás concordaron.

    Alguien contó con mucha pena que asistió a una de sus maltrechas presentaciones y que ahí mismo juró no volver a matar gatos y regresar a misa, pues fue tan horrendo el carbón melódico que aquel par vociferaba que mejor jaló antes que acabara la primer canción de su set.

    Los Chancletos

    Nadie sabe exactamente de dónde son o dónde tocan; por eso es que nadie los escuchó jamás sonar, o chivear, o tan siquiera existir. Esta banda se dice ser la pionera en los ensayos a oscuras y de los chivos a puertas cerradas en las casas abandonadas de los barrios del sur de la provincia número tres.

    Otro atributo desconocido de esta nunca aparecida agrupación es que se dice que, en uno de sus primeros toques, se armó un pleito donde las guitarras de los integrantes fueron usadas como bates de béisbol contra las centenares de botellas de birras que llovían desde el público hasta la cara de los miembros de Los Chancletos.

    Los Pacientes del Sr. Nefasto

    Esta banda sí era la mama de todas las demás: ensayaba tres noches por semana y ocasionaba disturbios en la iglesia las otras cuatro. Prendían fuego a las plantas del padre, quebraban vidrios, dibujaban símbolos anarquistas sobre imágenes de santos y de la Virgencita de las Luminarias. Tocaban un estruendoso thrash metal, que parecía que estaban matando a alguien o propinándole la golpiza de su vida al menos; pues el canto gutural de aquel enorme y descomunal gordo, conocido como El Peto, era bestial, y grotesco, según reconoció la propia madre del insultado.

    Su corta carrera musical duró un par de semanas, gracias a la intercesión del Todopoderoso, pues al sétimo día que hicieron una hoguera para quemar conejos vivos frente al altar, llegó la policía y cargó con todos para el tabo; y la mitad terminó en el manicomio. Dicen que jamás en su historia terminaron alguna canción.

    Cardenales

    Banda nada famosa de los Altos de Chiriquí. Eran algo conocidos en su barrio porque la tía de uno de ellos vendía las mejores empanadas de frijol del pueblo. Tocaban un punk estridente y molesto que hacía huir a ratones de debajo del suelo del cuartillo de madera vieja donde tocaban.

    La banda era liderada por el nada carismático Pepe Campos, a quien nadie quería, y todos lo consideraban como el juega de vivo y payaso del lugar. Cuentan que un día tenían chivo, y como nadie llegó, ese mae agarró la escoba y empezó a romperle todos los vasos y botellas al viejillo dueño del bar.

    Loz Gatoz Zalvajez

    Así, con z. Esta banda de garaje era conocida por tener los peores instrumentos de la calle. Guitarras partidas en dos, bajos cubiertos de barro seco y miel de candelas derretidas, batería con pedazos de hule y alambres de remiendos. Total basurero musical. Tenían cuatro canciones que tocaban repetidamente hasta que los vecinos mandaban llamar a la patrulla para que los hiciera callados. Peste de una mañana tormentosa, Calamidad por la mitad, Asesino íntimo y Milagros veraniegos, eran los temas que lograron grabar un día de lluvia en un viejo casete, que resultó una des-obra de arte llena de rayería y relampagueada maldita. Las canciones ni se oyen, por dicha.

    Años después algún desafortunado pariente encontró la cinta en unos estantes viejos y al reproducirla juró sentir una maligna presencia en la casa. Y tuvo que quemarla.

    Los Erizos del Este

    Este era un trío de baladas de amor que se fundó una tarde en casa de don Nemesterio Domínguez, allá en Loyola, y tan pronto se ensambló, como pronto se esfumó. Se sabe que tan solo después de su primera serenata dos colgaron los instrumentos en una pared de la casa y todavía hoy están ahí adornando junto a la santa cena.

    La desgracia de esta agrupación no fue el sonido, el que fue descrito por la hija del señor años después como el de un coro de ángeles enamorados de la creación, sino más bien el apetito etílico de los tres, que, ¡vamos!, eran una partida de borrachos desaforados. Fue en la tercer pieza de su primer contrato cuando uno sacó tal botella más grande que el requinto que sonaba y se pegó un trago tan enorme que todos creyeron que no lo iba a aguantar... Y así fue y ahí cayó y ahí también calló.

    Winchester-new Vaundeville Band

    Supe de un mae que va mochileando de pueblo en pueblo y en cada uno de ellos conoce un músico callejero. De uno en uno los va encontrando y de uno en uno empiezan a acompañarlo. Al final son quince que arman tal banda musical de géneros fusionados y que nunca causaron sensación en los bares desconocidos, ni en los de la capital menos, pues nunca llegaron.

    Y entonces, el flacucho guitarrista camina en la noche; por las calles arrastra sus pasos, y de vez en cuando patea alguna piedra; mientras piensa cómo llamar la banda que recién armó...

    Termitas

    Banda decadente que utiliza pobres sonidos para hacer ruido disonante y crear algo casi insoportable de verdad. Alguien me prestó una cinta demo de la banda y la mandé al carajo ahí mismo de la cochinada que era.

    Aun la banda más mala de esos lados no se podría comparar con la semejante porquería de canciones que tuvo esta banda; si es que se pueden llamar canciones, o si es que se puede llamar banda. Este puño de elementos maldotados no solo producían un horrible estruendo, sino que además gritaban de espanto mientras los hacían. Cuentan que seguro algún vecino los mandó liquidar porque desaparecieron de

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